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martes, 29 de abril de 2014

ANECDOTARIO (4): MARÍA CERVANTES, MARIO ROMEU Y UN COMEMIERDA CON CARNÉ

MARÍA CERVANTES, LA REFITOLERA
María Cervantes cuando joven
    En 1965, con 81 años, animada por el musicólogo Odilio Urfé, María Cervantes había dado un recital en Bellas Artes que significó su regreso a la actividad musical pública tras un prolongado retiro. A partir de su reaparición actuaba frecuentemente, con un éxito notable. Sus conciertos se llenaban. A todo el mundo le caía bien aquella viejita simpática –“refitolera” según su autodefinición- que tocaba en el piano las hermosas danzas de su padre, el gran Ignacio Cervantes, y cantaba boleros, guarachas y sones con un estilo muy personal que recordaba a Bola de Nieve.
    Aunque el recuerdo debía haber sido a la inversa porque muchos años atrás, María, una reputada pianista y compositora, había sido profesora del joven Ignacio Villa, quien reconocía que ella fue su mayor influencia.
    -- Bola decía que cuando yo tocaba “A los frijoles caballero” se me encaramaba un negrito en el brazo –-contaba María en una entrevista.
A los frijoles caballero,
que no hay quien lo cante como yo,
vendiendo plátano,
calabaza amarilla y quimbombó

     Guaracha con letra de pregón, compuesta en el siglo 19 por un autor apellidado Ramos y grabada por María en 1929, “A los frijoles…” (1) se convirtió en lo más gustado del repertorio de la Cervantes en su regreso a la popularidad y en su carta de presentación ante millones de cubanos que no la conocían y que se empataron con su arte magnífico y cercano a través de la televisión.
    Se puede escuchar pulsando este enlace:
    o éste:
    Testimonio de la compositora Marta Valdés:
    “Abierta, modesta, sencilla, aquella cubana septuagenaria se reveló ante mi sensibilidad como un fenómeno insólito, capaz de abrir una interrogante en cada muestra de su arte.
    Por años, su simpatía personal, auténtica cubanía y aquel carisma tan especial para interpretar sus canciones, la hicieron ganar la admiración y el cariño del público
”.


LA CERVANTES EN EL CAÑONAZO
    Andábamos por 1973. Yo estaba haciendo”Juntos a las 9” (A la hora del cañonazo). ¿Cómo fue?, no sé explicarte cómo fue, sólo que se me ocurrió que llevar a María Cervantes al programa podía ser una buena idea. Ella gustaba mucho y nunca había trabajado conmigo. Así que la invité y aceptó.
    Preparé un segmento en que Héctor Fraga la entrevistaría en el medio de un minirecital en el que ella interpretaría varias piezas y cerraría con “A los frijoles caballero”, su plato fuerte.

María Cervantes en su maravillosa vejez
    Era el sábado 24 de marzo. Teniendo en cuenta su avanzada edad, la liberé de asistir al ensayo. Un auto de la piquera del ICR la recogió en su casa –vivía en Calabazar, cerca de Rancho Boyeros- y la trajo hasta el estudio del Focsa un rato antes de comenzar la transmisión, a tiempo para realizar una prueba de sonido, maquillarse y encantar con su personalidad y su chispa a quienes nos acercamos a ella en el camerino.
    Con 89 años bien llevados y activamente vividos, era una anciana menuda, que parecía no tener la fuerza necesaria para romper un plato pero que desplegaba una inmensa energía al actuar. Cuando colocó sus arrugadas manos sobre el teclado y se puso a cantar, el programa y sus miles de televidentes fueron invadidos por el arte y el temperamento de aquella mujer excepcional, graciosa y exquisita. Y más criolla que el carajo.
    María era un bicho sobre la escena y se echó en el bolsillo al resto del elenco, incluyendo a estrellas del momento como Farah María y Alfredito Rodríguez, quienes esa noche cedieron su primer lugar, eclipsadas por la viejita que, con mucha picardía, afirmaba una verdad incontestable: “que no hay quien lo cante como yo”.

EL BANCO DE LA PACIENCIA
    O sea, que todo salió a la perfección. Bueno, es un decir. Porque cuando la emisión terminó y subí las escaleras que llevaban hasta el vestíbulo, me topé con María y la mujer que la acompañaba –quizás un familiar- sentadas en un banco. Tras felicitarla por su actuación, hice una pregunta tonta:
   -- ¿No han venido a buscarlas?
   -- No, el chofer nos dijo que estaría aquí a las diez pero ya son las 10 y 10.

   -- Pues, voy a llamar a la piquera. (2)
    En una época en que el transporte público era un desastre, con guaguas que no paraban nunca y a pesar de ello siempre iban repletas por dentro y con gente colgando por fuera… En un tiempo en que los artistas no disponían de autos propios… En aquellos años setenta en que no pocas veces y para llegar a tiempo a mi trabajo, yo prefería olvidarme de las rutas 2 y 23 y caminar las decenas de cuadras que separaban mi hogar de Radiocentro… Por entonces, los programas tenían que depender en gran medida del Departamento de Tráfico -o como se llamase- del ICR.
    Nuestro organismo era la última carta de la baraja en el orden de prioridades del gobierno. A la gente de bien arriba, sólo le interesaba la televisión como vehículo transmisor de discursos y mensajes políticos. La programación de otro tipo se la reconchichenflaba.
    La práctica de postergarnos la sufríamos de muchas maneras, entre ellas en el tamaño de nuestro parque móvil asignado, que resultaba insuficiente. Si a esto le sumamos que los pocos vehículos de que se disponía se averiaban cada dos por tres y que la gestión del transporte obedecía a la política de cuadros del ICR (priorizar integración revolucionaria sobre eficiencia) y a la manera de funcionar de TV Cubana (favorecer el absurdo sobre la lógica) pues, la mesa estaba servida. No hay que olvidar que estábamos en la época de Papito Serguera y que el caos siempre halla su mejor caldo de cultivo allí donde reina la desorganización y la apatía.
    A pesar de los esfuerzos de algunos de sus empleados, la piquera del ICR fue, durante muchos años, la catedral del incumplimiento y de la irresponsabilidad. Un foco constante de problemas. Un atolladero, un verdadero paráiso del dolor de cabeza. Un sitio espeluznante capaz de encabronar hasta a una estatua.

    -- ¿Piquera? –pregunté al notar que descolgaban el teléfono.
    -- Sí, dígame.
   -- Buenas noches, soy Ginori. Es para decirte que ya se acabó “Juntos a las 9” y recordarte que tienen que pasar por el Focsa a recoger a María Cervantes que va para Calabazar.
   -- Oye, soy Menganito, de Contabilidad, y estoy aquí haciendo la guardia de milicias.
   -- ¿Y el responsable donde está?
   -- Bueno, a esta hora no hay ningún responsable. El que estaba hace un rato era un chofer. Pero lo llamaron por teléfono y se ha ido con el carro.
    -- ¿Y tienes idea de cuándo regresará?
    -- No, no me dijo nada.
    -- ¿Él sabe que tiene que llevar a María?
    -- Supongo que sí.
   -- Hazme el favor, mira a ver si la recogida está apuntada en la hoja de servicios que está sobre la mesa.
    -- (TRAS UNA PAUSA) Sí, aquí está.
    -- Pues, cuando llegue el compañero dile que estamos esperando por él y que arranque para acá.

    Como cualquiera comprenderá, no podía marcharme dejando a una gloria de Cuba como María Cervantes y a su acompañante allí tiradas, a merced de la terrible piquera. Así que me senté junto a ellas y empezamos a conversar en presencia del miliciano de la entrada del Focsa quien, en cuanto podía, metía la cuchareta en nuestra charla.
    Los minutos empezaron a pasar, lentos, interminables. Al principio María estaba animada, contándome anécdotas de su larga vida de artista mientras yo, a cada rato volvía a usar el teléfono para ver si el dichoso conductor había llegado o por lo menos llamado para dar muestras de estar vivo.

    Cuando las medias horas comenzaron a convertirse en horas y la situación seguía empantanada, a María se le fue acabando la energía de sus pilas. Empezó a dar los cabezazos que da alguien al que le ha entrado somnolencia.
    -- Es que ella se acuesta temprano todas las noches -dijo la señora que la acompañaba.
    Pasadas las doce, con mi cara por el piso de vergüenza, traté de solucionar el embrollo y me fui hasta el Capri a ver si resolvía un taxi. Allí me dijeron que el servicio era sólo para los huéspedes del hotel.
    -- ¿Y tú crees que en el Habana Libre pueda…?
    -- Qué va. En todos los hoteles está establecida la misma norma.
    Al regresar al Focsa, María Cervantes se había acostado sobre el incómodo banco de madera y se echaba una cabezadita mientras su compañera mostraba un berrinche que pa qué te cuento.
    Más de tres horas después del inicio de la larga espera, a la una y cuarto de la madrugada, se apareció el chofer contándome los obstáculos que le habían impedido venir por María, el principal de los cuales era que había tenido que llevar de urgencia a un dirigente a un sitio y esperarle hasta que terminara lo que tenía que hacer allí.
    ¿Es necesario añadir que, puesto y convidado, más nunca invité a María Cervantes a actuar en mis programas?

MARIO ROMEU, EL MAESTRO

    El 27 de abril de 2014, el Maestro Mario Romeu cumplió 90 años. Vive en Bolivia arropado por su esposa Rosalía, su hija Belinda, sus nietos y bisnietos. Quiero, al publicar esta anécdota, recordarle y hacerle llegar mi cariño y mi respeto.
Mario Romeu en 2014, con su esposa y sus bisnietas
    Integrante destacado de la saga musical de los Romeu, Mario fue pianista desde su niñez y desarrolló una brillante carrera.
    Tocaba el instrumento no sólo con depurada técnica sino también con una emotividad y un buen gusto que convertía a sus oyentes en sus admiradores. Excelente arreglista, fue director de la orquesta de la radio y la televisión cubanas durante muchos años.
    Allá por los 80, su prestigio estaba tan afincado que a nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido dirigirse a él sin tratarle de usted y sin utilizar la palabra “maestro”.

Mario Romeu
    Un día estaba grabando en el estudio 1 de Radio Progreso, al frente de un grupo formado por músicos de la Orquesta ICRT y como era habitual, cuando él ocupaba el podio lo único que se escuchaba era la música.
    Yo estaba en la cabina, sentado junto al operador de audio. Se abrió la puerta y en su marco apareció un hombre que cargaba una lata de pintura y unas brochas. Con el volumen suficiente para que le oyéramos por encima de la bocina, dijo:
     -- Vengo a pintar el estudio. ¿Ustedes creen que pueda pasar?
    -- Mire, ahora no va a poder ser. Estamos en plena grabación. Venga más tarde, cuando hayamos terminado.
    -- ¿Y cuánto les falta para acabar?
    -- Bueno, una hora y media por lo menos.
   -- Oh, yo no puedo esperar tanto. Yo me comprometí a hacer mi trabajo hoy y…
   -- Pues, eso es lo que hay. 

    La conversación se terminó. Nosotros seguimos en la nuestro y él, en lugar de marcharse, colocó lo que traía en el piso.
    Unos minutos después, la grabación se interrumpía. Mario la había cortado para dar instrucciones a los instrumentistas. Momento en que el hombre, al oir que la música no sonaba, abrió la pesada puerta que daba acceso al estudio, entró y en silencio pero con una moral más alta que Maceo, se puso a pintar la pared.

    El Maestro Romeu, ensimismado en las orientaciones que estaba dando, no se dio cuenta de la presencia del pintor. Pero a punto de reanudar la grabación, le vio y dirigiéndose a él, le preguntó:
    -- ¿Usted va a seguir pintando?
    -- Bueno, si no le es molestia.
  -- Entonces, hágame el favor, trate de dar los brochazos a tiempo, siguiendo el ritmo que le estoy marcando a la orquesta.


UN COMEMIERDA CON CARNÉ

    Faltaban dos semanas para que finalizara el decimotercer año de la revolución y, pese a los esfuerzos realizados por las autoridades, aún no se había podido evitar que cada 17 de diciembre, día de San Lázaro, una multitud de fieles desfilara a pie –algunos caminaban sobre sus rodillas, otros se arrastraban- por la Carretera de Rancho Boyeros, marchando en peregrinación desde La Habana hasta el santuario de El Rincón.

    Los devotos tenían sus motivos: muchos iban a cumplir una promesa tras recibir una gracia del querido anciano de la muleta, las llagas y el perrito. Otros a pedirle que intercediera para lograr la sanación propia o de algún familiar. O simplemente saludar y acompañar al santo rezándole en su día y en su iglesia. En fin, la fe.

    La visión de miles de creyentes integrando una procesión durante más de veinte kilómetros para arrodillarse ante la imagen de San Lázaro –que en el imaginario popular se fundía con la deidad yoruba Babalú Ayé- resultaba realmente insoportable para los revolucionarios de mente estrecha, que soñaban con una Cuba 100% materialista, habitada por un “hombre nuevo” liberado para siempre de todo sentimiento religioso. (3)
    Pues a alguno –¿o alguna?- de esos intransigentes, se le ocurrió en el año 71 que sería buena idea contraprogramar a la peregrinación hacia El Rincón celebrando un acto político-cultural a teatro lleno en la misma noche y en la misma zona.

    El reporte que conservo dice así:

Acto de Clausura de la IX Plenaria Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas
Viernes 17 de diciembre de 1971
Teatro Martínez Villena (Rancho Boyeros) / 21:00 horas 
Celebrado en colaboración con la Brigada Angela Davis
No se televisó.
Artistas: Luis Alberto García / Asseneh Rodríguez / Wilfredo Candevac / 
Grupo de danza de la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana / 
Grupo de danza dirigido por Elfrida Mahler / Coro dirigido por Cuca Rivero / 
Mario Romeu (pianista) / Otros artistas no identificados
Colaboración: Estela Bravo
Guión: ¿?
Dirección artística: Pedraza Ginori
Nota: Se celebraron dos ensayos
(que se extendieron hasta horas de la madrugada) 
el martes 14 y el jueves 16 de diciembre de 1971. 
El acto, celebrado el viernes 17, también terminó en la madrugada.

    En el ICR me encomendaron el encargo de dirigir una actividad de la Federación de Mujeres Cubanas que se iba a celebrar en el pueblo de Rancho Boyeros. Nunca supe qué pintaba allí el organismo rector de la tele ya que el acto no se iba a televisar pero, bueno, es un detalle menor. Al parecer le pidieron a TV Cubana un director y me mandaron a mí, que tenía experiencia en montar shows en teatros.
    En una reunión con personal de la FMC me explicaron que se trataba de una velada, o sea un espectáculo integrado por canciones, poemas y danzas de contenido político. "Nada de humorismo ni de música sin ideología socialista", me recalcó una mujer que actuaba como responsable.

    Ya disponían de un guión aprobado y de un elenco amarrado. De manera que mi trabajo consistiría en organizar aquello para que todo se desarrollara con fluidez, sin baches. "Tiene que salir bien ya que van a estar presentes la compañera Vilma Espín y otras dirigentes", subrayó la encargada. Nadie me habló de San Lázaro ni yo me acordé de que la fecha elegida coincidiría con el día del santo.

EL DEL PARTIDO TRAJO UN CAMIÓN
    El primer ensayo se programó para la tarde del martes 14. Cuando llegué al teatro -que más bien recuerdo como un salón de actos- me percaté de que no se disponía de un piano, instrumento que era imprescindible.
    Le plantée el tema a la responsable de la Federación que me atendía y al rato apareció un cuarentón que se identificó como “el del partido” diciendo que él conocía dónde había un piano que nos resolvería el problema y que tenía a su disposición un camión y dos compañeros para ir a buscarlo. Como el hombre me dio la impresión de que no tenía la menor idea de lo que era un buen piano, decidí acompañarlos en la expedición de recogida.
    No más montarnos en la cabina del vehículo –los dos ayudantes iban en la cama- el militante me informó que íbamos a casa de dos viejas primas que vivían solas. Eran amigas de su familia y él recordaba, por haberlo visto de niño, que allí había un piano.

    A continuación se interesó por quién yo era y cuando se lo dije, se sintió obligado a contarme su historia, una retahíla de hechos y situaciones en las que destacaba su apoyo incondicional a la revolución. Me habló de los bonos que había vendido en la clandestinidad, de las escuelas de cuadros que había pasado, de sus movilizaciones milicianas cuando lo de Girón y no olvidó la vez en que dirigió una operación que acabó con los peludos, pituseros y extravagantes que se reunían en un parquecito de su municipio. A mí, por la forma petulante y bembetera en que contaba sus "hazañas", me pareció un comemierda en estado puro.
    Poco después llegamos a una casa vieja de tejas, como la de la canción de José Valladares. Una ancianita muy desmejorada nos abrió la puerta. Cuando él dijo que era el hijo de Fulana, ella le reconoció y nos invitó a pasar. En las paredes de tablas descascaradas de la sala, antiguas fotografías de familiares seguramente fallecidos alternaban con un retrato de Camilo Cienfuegos y una placa que ponía “Fidel: ésta es tu casa”. Ajena a nuestra irrupción, se mecía en un sillón otra mujer aún mayor que, calculándole por lo bajini, debía andar por los 90 años.
    Desde las dos habitantes hasta los muebles antediluvianos, pasando por las telarañas del techo y el televisor Crosley que probablemente no funcionaba, todo en la casa daba la impresión de viejuno, desgastado y marchito.
    El del partido explicó el motivo de nuestra visita: veníamos a que nos prestara su piano. Y subrayó que era para usarlo en un acto solemne, “fíjese si tiene envergadura que va a venir Vilma Espín en persona” y que, como las dos habitantes de la casa eran federadas, el préstamo se consideraría un gran aporte a la revolución, etc. etc. La típica muela.
    -- Está bien, si la cosa es tan importante, pues, pueden contar con él. Usted sabe que somos revolucionarias y si en algo podemos ayudar… Pero, eso sí, tienen que cuidarlo porque ese piano es muy especial para nosotras.

    -- Ah, no se preocupe. Se lo vamos a tratar con mucho cariño.
    -- Aunque, pensándolo bien, yo creo que no les va a servir.
    -- ¿Y por qué, compañera?
    -- Porque hace muchos años que no se usa. Desde que se murió mi tío.
    -- Ah, eso no es problema.
    -- Habría que afinarlo.
    El tipo me miró preguntándome con la vista qué coño significaba aquella palabra.

   -- Eso se puede resolver -intervine yo-. Buscamos un afinador en el ICR y lo traemos para que le pase la mano.
    -- Ah, bueno, si es así. Vengan, vengan, pasen para que lo vean.
    Nos condujo hasta una habitación interior. El instrumento era del tipo vertical, estaba junto a una pared y a juzgar por su aspecto, debía llevar allí sin moverse mucho, muchísimo tiempo. Al tirarle un vistazo, me di cuenta del lamentable estado en que se hallaba aquella antigualla. Y cuando la mujer trajo una llave y abrió la tapa del teclado, entró allí la claridad y una turba de cucarachitas salieron disparadas, corriendo para todos lados sobre las notas blancas y negras.

    No había que ser un experto para notar que el deterioro era brutal. Las polillas y las termitas se habían dado banquete con él durante años y sus efectos se veían por todas las partes de su estructura.
    -- Oye, ella tiene razón. Esto no nos va a servir –le comenté al del partido.
    -- Pues tiene que servir –me respondió.
    -- ¿Pero no ve lo viejo y dañado que está? Si lo mueven...
   -- No importa, compañero. Traemos al afinador ese que tú dices y que lo arregle.
    Y ahí mismo, al ver que la tropa le estaba flaqueando, el hombre cogió carrerilla y nos metió a la anciana y a mi un mítin sobre la trascendencia que tenía para su municipio el hecho de que allí se celebrara una plenaria nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, sobre el compromiso que tenían contraído con la compañera Vilma y sobre cómo el acto iba a servir para combatir la manifestación contrarrevolucionaria disfrazada de peregrinación que, con el pretexto del día de San Lázaro, organizaba todos los años la CIA en connivencia con la gusanera católica, los santeros y otros elementos negativos.
    Tras el chaparrón verbal, llamó a los dos que estaban en la acera junto al camión para que le ayudaran a cargar el piano. Yo insistí una vez más en que iba a ser un esfuerzo inútil porque el instrumento estaba jodido y pico. Pero los tres tipos, como se decía entonces, se dieron a la tarea que les encomendaba la revolución.

    Entretanto la anciana nonagenaria se había levantado de su sillón y, acercándose al grupo, dijo:
    -- Tengan cuidado. Ese piano es una reliquia de la familia. Cuando yo era niña, mi padre lo tocaba por las tardes.


TE LO DIJE
    No pudieron llevarlo ni hasta la sala. En cuanto lo movieron, el piano se les desbarató, se deshizo como si fuera una escena de un dibujo animado. Lo que hasta unos minutos antes era un objeto apreciado por su valor sentimental, ahora se había convertido en un montón de partículas de serrín esparcidas por todas partes y pedazos sueltos de madera.
   -- ¡Ay, Dios mío! –dijo la más veterana.

  -- ¡Cuidado! ¡Cuidado! -pidió la otra, inútilmente porque el daño ya estaba hecho.
    Con un gesto, el militante me preguntó “¿qué hacemos?” y con un ademán de reproche, sin palabras, le respondí “te lo dije”. Entonces, colocó una mano en el hombro de la anciana y, como perdonándole la vida, le soltó:
    -- Mire, compañerita, en las condiciones en que está, lo mejor es dejarlo aquí.
    De alguna manera, se las arreglaron para volver a ponerlo en su sitio, arrimándolo a la pared para que se mantuviera erguido, acotejando los fragmentos como buenamente pudieron y tras darle las gracias a las ancianas por su actitud solidaria, propia de buenas marxistas-leninistas, salimos pitando de allí lo más pronto que pudimos.

    Desde aquel momento hasta hoy, me he reprochado mil veces el no haber actuado más firmemente para evitar el pianicidio, cuando vi que aquel imbécil estaba dispuesto a cometerlo.
    Unos minutos más tarde, en la cabina del camión, el del partido se reía de lo que acababa de ocurrir como si de una historia divertida se tratase:
    -- ¿Viste la cara que puso la vieja cuando el piano fue abajo?
   Estoy seguro de que al tipejo aquel nunca se le olvidó esta triste y vergonzosa anécdota que debe haber contado una y otra vez, en plan chistoso, a sus camaradas y familiares. (4)

    Como ven, a mí tampoco se me ha olvidado. Siempre la he recordado como un ejemplo de cuan indiferente a los sentímientos ajenos, de cuan insensible e hijoeputa puede llegar a ser un comemierda al que un carné lo ha convertido en un fanático extremista.

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N   O   T   A   S

(1)  Generalmente el título de esta pieza se ha escrito con una coma después de la palabra “frijoles”, lo cual es un error. La letra del pregón se refiere a los vegetales que ofrece el vendedor, en este caso plátano, calabaza, quimbombó y frijol caballero.
Este último es un grano de la familia de las leguminosas cuyo nombre científico es Phaseolus lunatus L., que se da muy bien en Cuba, donde también se le conoce como frijol lima.
Por lo tanto, el título debe escribirse “A los frijoles caballero”, o sea sin coma.

Lo anterior es para que lleven carta, para que vean que en este blog se aprende hasta de botánica.

(2)  Todos los diálogos que aparecen en esta entrada han sido recreados por mí. Es imposible que me acuerde de las palabras exactas. Pero les garantizo que reflejan sucesos y situaciones que ocurrieron tal y como los cuento.


(3)  Como he escrito en otras crónicas de este sitio web, aunque nunca pertenecí al partido o a la juventud comunista, yo simpatizaba sinceramente con la revolución y creí en ella durante muchos años.
  Para alguien como yo, nacido y criado en un hogar pobre en la época capitalista, resultaba muy alentador un sistema de gobierno que garantizaba la sanidad y la educación pública y gratuita para todo el mundo, estimulaba la superación cultural y el desarrollo económico, combatía la injusticia social y establecía las bases de una sociedad futura en que todas las personas valdrían lo mismo independientemente de su cuna.
  A pesar de ver a mi alrededor cosas que no me gustaban, estaba convencido de que cambiar el país era un proceso complejo, con escollos, equivocaciones y cabronadas pero que íbamos poco a poco marchando hacia el futuro luminoso que nos prometían una y otra vez.
  El rumbo que tomó la revolución me demostró que yo andaba equivocado, que todas las horas que dediqué a guardias y trabajos voluntarios fueron a parar a la basura y que fui tan ingenuo como millones de cubanos que le tiraron a la bola mala y se poncharon.
  He mencionado el concepto “cosas que no me gustaban” y entre ellas, unas de las que más me jodían eran la intolerancia sectaria y el totalitarismo que conducían al acoso y persecución de los que pensaban diferente.


(4) Miren lo que son las cosas: no descarto la posibilidad de que, pasando el tiempo, el protagonista del pianicidio cambiara de bando y terminara en Miami, donde alardeara de su lucha contra el comunismo relatando la historia de cómo una vez le jodió un piano a dos viejas fidelistas recalcitrantes.

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LES INVITO A LEER LAS SIGUIENTES PIEZAS DE MI BLOG.
ÉSTOS SON SUS ENLACES:

El Blog de Pedraza Ginori > JUAN FORMELL, LA DEUDA QUE NUNCA SE PAGARÁ

 El Blog de Pedraza Ginori > CONCURSO GUZMÁN 78, LA SORPRESA

El Blog de Pedraza Ginori > JARANEANDO (4)

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