Ayer estuve viendo la toma de posesión del nuevo presidente americano. Teniendo en cuenta las restricciones a las que obligaba la pandemia y el riesgo de posibles atentados, pues la actividad se desarrolló bien en general.
Pero yo, que he sido director de espectáculos durante muchos años, padezco de un síndrome o defecto: a todo acto que veo siempre le encuentro aspectos mejorables. Y se me han ocurrido algunos cambios que podría haber hecho para dinamizar la ceremonia y hacerla más atractiva.
La Banda de la Marina Americana se veía muy estirada. Yo hubiera puesto al cantante Alexander Abreu animando a los asistentes con la exhortación que mejor representa la identidad nacional y el desarrollo cultural de hoy en día: “¡Manoparriba, mi gente!”.
Para darle más nivel artístico, en lugar de Lady Gaga, Jeniffer López y Garth Brooks, programar a Haila, Buena Fe y Arnaldo el del Talismán.
En vez del pastor que dijo una plegaria, hubiese sido más efectivo que Yusuam hiciera un elogio de Martí, equiparándolo con el Presidente Ñato Puesto a Dedo.
Yo hubiera sustituido a la niña que recitó por Mariela Moco Pegado declamando su famoso poema “Las UMAP no existieron”.
La idea de las 200,000 banderas americanas estuvo acertada, pero mucho más lo hubiese estado poniendo a 200,000 médicos y sanitarios cubanos, cada uno moviendo incesantemente su palito con la banderita de Cuba.
La esposa de Biden hubiera impactado el doble si se hubiese dejado asesorar en su vestuario por su homóloga, la First Lady cubana.
Mucho más solemne hubiera sido que Biden y Kamala juraran sus cargos con la mano no sobre la Biblia, sino sobre un ejemplar de “La historia me absolverá” y terminaran su perorata diciendo “So help me Fidel”.
No me pueden negar que, con mis modificaciones, la cosa hubiese estado muchísimo mejor.
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