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viernes, 19 de abril de 2013

VENGO A VER AL DIRECTOR DE RADIO PROGRESO

   El 31 de diciembre de 1960 era sábado y yo no tenía que ir a la agencia de publicidad Mercados y Propaganda S.A., mi centro de trabajo. Teresa Besil, la dueña de la casa de huéspedes de Infanta y 25 –en los altos del cabaret Las Vegas- donde yo vivía, me despertó a eso de las 8 de la mañana, alertándome de que algo estaba pasando. Los otros muchachones de la casa, incluyendo a sus dos hijos Ñiquito y Rubén, se habían marchado temprano para presentarse en sus unidades de milicias, a las que habían sido convocados. Teresa me enseñó la primera plana del periódico Revolución con un titular preocupante que gritaba que se había decretado el “Estado de Alarma Combativa para toda la Nación”. Cuba estaba en pie de guerra.
   Al llegar la siguiente noche, ya llevaba horas uniformado de miliciano, integrado a mi batallón de las Milicias Nacionales Revolucionarias. Recibí al nuevo año 61 no con uvas, música y alegría sino con una metralleta checa de aquellas de gatillo alegre en las manos, pasando tremendo frío, a ratos durmiendo a la intemperie y sobre el suelo de los aledaños de la Fortaleza de la Cabaña y a ratos marchando con mi pelotón de aquí para allá sin ningún sentido aparente excepto el de mantenernos en vilo.
   Así comenzaron para mí, siete largos meses como integrante movilizado a tiempo completo de una compañía del tipo ligera de combate. Tiempo que incluyó muchos episodios marcados por el frío, el churre, la disciplina militar, la mala jama y el cansancio. Puedo citar y cito:
  a) mis madrugadas mirando al mar desde las endebles trincheras en el dienteperro de la zona Habana del Este, donde se suponía que debíamos detener y derrotar al ejército invasor imperialista antes de que éste arrasara con los edificios de viviendas que Pastorita Núñez estaba construyendo por allí.
  b) la responsabilidad de proteger la costa norte de la provincia de La Habana y la Vía Blanca desde el Túnel de la Bahía hasta la frontera con Matanzas.
  c) guardias y más guardias bajo los incansables insectos en la zona de la playa de Jibacoa, a los que les daba lo mismo que fueran las 3 de la tarde que las 4 de la madrugada. Su única finalidad era picarme.
  d) el duro entrenamiento en la Escuela de Batallones de Milicias Nacionales Revolucionarias, situada en el antiguo cuartel “Plácido”, en las afueras de la ciudad de Matanzas.
  e) y por último, mis tres meses en el cerco de la Operación “Lucha contra Bandidos” en la Sierra del Escambray, cubriéndole las espaldas a los milicianos serranos orientales que fueron los que se fajaron evitando que los alzados llegaran hasta nosotros.
Milicianos en el Escambray
   Cuando todo aquello terminó, ya era mediados de julio de 1961 y al regresar desmovilizado a La Habana mi situación personal había cambiado bastante. Empezando porque no tenía trabajo. La agencia Mercados y Propaganda ya no existía, absorbida por una entidad que llamaban Consolidado de la Publicidad, especie de unión de empresas publicitarias nacionalizadas, creada con el propósito de hacer desaparecer la propaganda comercial en Cuba. Ahora yo pertenecía a la Oficina de Coordinación de la Radiodifusión, situada en el edificio Radiocentro. Cuando me presenté allí me dijeron que por el momento seguiría cobrando mi sueldo mensual (127, 70 pesos netos) pero que me fuera para mi casa y que ya me llamarían para informarme mi nuevo destino laboral.
   Estando en ésas, alguien que trabajaba en Radio Progreso me filtró que en esa cadena nacional estaban buscando una mujer para que escribiera y dirigiera un programa dedicado a oyentes femeninas. A la siguiente mañana me presenté en la puerta de la Onda de la Alegría y le dije al miliciano de guardia –que resultó ser el gran actor Raúl Selis- que yo quería ver al director de la emisora. Un rato después, yo estaba tratando de convencer a Celestino García Suárez (1) de que yo era la “mujer” adecuada, la que él necesitaba.
  Celestino García Suárez con sus hijos Celestino y Marcia y su esposa Berta

   Celestino era un gran tipo y no solamente de estatura y complexión física. Se echó a reír y yo pensé que me expulsaría de allí en cualquier momento pero, para mi sorpresa, empezó a hacerme preguntas y aquello se convirtió en una entrevista de trabajo pura y dura de la cual yo salí con un empleo en Progreso. Aunque nunca se lo pregunté, me imagino que él, muy identificado con la revolución, me aceptó porque yo venía con la aureola de miliciano desmovilizado, de héroe del Escambray. Y también porque, siendo como era una persona con gran sentido del humor, debe haberle caído bien el desparpajo con el que me presenté en su oficina asegurándole que un don nadie sin experiencia radiofónica como yo podría manejar un programa en el que se hablaría de temas femeninos de los que este servidor no tenía ni puñetera idea.
   Mi puesto en plantilla era el de asesor. (2) En el papel, ese trabajo consistía en diseñar, conjuntamente con los libretistas, las líneas dramáticas de las radionovelas así como las peripecias de sus personajes. Pero yo no tuve que hacer eso. Me dieron un pequeño buró en el salón de los asesores y me dijeron que yo tenía que cuidar que todo saliera bien en un programa de variedades titulado “Sabor y Ritmo a las 7” que incluía un sketch de la pareja “Lita y Cholito”, personajes cómicos –bueno, no tan cómicos- interpretados por Lita Romano y Armando Soler. Así que comencé revisando y dando el visto bueno a los libretos que para ellos escribía un autor joven llamado Héctor Quintero, quien con los años fue creciendo profesionalmente hasta convertirse en uno de los grandes creadores del teatro cubano. 
   
   A lo largo de los años 50 Radio Progreso había ido subiendo mucho en el favor del público. Su Discoteca Popular con los locutores Adalberto Fernández y Oscar Jiménez, sus programas dramáticos y su tira de programas musicales del final de la tarde le habían ganado una gran cuota de audiencia. Entre estos últimos, recuerdo “Alegrías de Hatuey”, el guateque campesino de las 6, “Ronda Musical Coca-Cola”, “Ritmos Cawy” y “Noches de la cerveza Cristal”. Eran realizados en vivo desde el estudio 1 repleto de público y en ellos actuaban artistas muy populares como Celina y Reutilio, Olga y Tony, la Sonora Matancera, Celia Cruz, Bienvenido Granda, el Conjunto Casino, Daniel Santos, Orlando Vallejo, Carlos Argentino, Alberto Beltrán, Leo Marini, Alfredo Sadel, la Orquesta de los Hermanos Castro, Carlos Díaz, Nelson Pinedo, Benny Moré y su Banda Gigante, Olga Guillot, en fin, la crema de la crema del momento. Muchas veces yo atravesaba la calle, hacía la cola y me sentaba en el lunetario del 1 para disfrutar de esas actuaciones. Me era fácil hacerlo porque, como ya he dicho, yo vivía en Infanta y 25, o sea frente por frente a la Onda de la Alegría. 

  Radio Progreso seguía siendo en 1961 la emisora más popular, la más escuchada en Cuba. En los primeros tiempos revolucionarios, al desaparecer el patrocinio de las firmas comerciales y producirse el éxodo de numerosos artistas, sus nuevos gerentes (3) trataron de conservar la aureola de gran emisora musical que heredaron y mantuvieron la esencia de la tira de la tarde con programas similares a los que habían sido exitosos en el pasado.
  La histórica jazz band de los Hermanos Castro dejó de existir como tal. Sus integrantes formaron el núcleo central de la nueva Orquesta de Radio Progreso, que dirigía Manolo Castro y era la encargada de acompañar a Moraima Secada, Kino Morán, Elena Burke, Rolo Martínez, Celeste Mendoza, Orestes Macías, Nancy Álvarez, Pío Leyva, Berta Dupuy, Wilfredo Mendi, Gina León, Lino Borges, Blanca Rosa Gil, Manuel Licea “Puntillita” (4) y otros intérpretes que se presentaban.
  Cuando yo entré en la planta, la tira comenzaba, al igual que antes, a las 6 de la tarde con un espacio de música guajira. No me acuerdo de lo que daban a las 6 y 30. A las 7 alternaban dos programas: unos días el ya citado “Sabor y Ritmo a las 7” mientras que en otros se hacía un concurso de aficionados, “Estrellas del mañana”. De él surgieron, entre otras, figuras como Danny Puga, María Elena Pena, Alberto Bermúdez, Fernando Sánchez, César Sarracent y Daisy Ortega. (5)
María Elena Pena                    Danny Puga
   A las 7 y 30 salía al aire media hora de poemas y canciones románticas que había sobrevivido a la desconflautación de la publicidad comercial y seguía, rodeada de socialismo por todos lados, patrocinada por los productos lácteos Santa Beatriz. En ella actuaba la “Dama del Tango” Berta Pernas, esposa del director del espacio, un señor obeso que era el jefe de publicidad de la empresa. Y a las 8 se ubicaban tres programas diferentes: el de la Orquesta Aragón –creo que salía los lunes pero en esto no me hagan mucho caso-, “Variedades Radio Progreso” y “El show de Arau”. (6)   
   Mi única experiencia anterior como director de programas de radio la había obtenido de alumno, en un par de clases de la Escuela Profesional de Publicidad que nos dieron en CMQ. En ellas me explicaron, muy por arribita, una serie de gestos que debía hacer el director desde la cabina para transmitirles sus indicaciones a los actores, locutores, musicalizadores y efectistas que, leyendo sus libretos, le miraban de reojo desde los micrófonos del estudio. Algo sabía yo del tema ya que era asistente habitual de los programas con público de Progreso y CMQ y veía a los directores detrás del cristal transparente haciéndole extraños visajes a los de su equipo. La consecuencia a sacar era que dirigir en radio era marcar los tiempos: ahora entra la música de fondo, ahora hay que ralentizar el diálogo porque lo están haciendo muy rápido, esa actriz debe levantar la voz porque apenas se le oye, en fin… Pero yo intuía que dirigir era algo más que hacer señas. Así que en cuanto puse un pie en la emisora, empecé a infiltrarme en cuanto estudio podía para aprender de los formidables directores de dramatizados que la planta tenía como Manuel Estanillo, Abelardo Rodríguez, Julio Batista y Bernardo Pascual. Viéndoles montar una escena durante la lectura de mesa, conducir a un actor por el camino que ellos querían, utilizar una y otra vez el método de orientar y coordinar hasta armar poco a poco primero el ensayo y después la grabación, comprendí que lo de la gesticulación era sólo la parte visible, que detrás había arte. Aquello me gustaba y me abría nuevos horizontes.

   A poco de empezar en Progreso, Celestino me dio la oportunidad de dirigir. Me encargó el programa del trío Servando Díaz, que se transmitía en directo de lunes a sábado a las 10 de la mañana, desde el estudio 1 pero sin público. No recuerdo el título pero sí que lo animaba Armando Martínez, quien se las arreglaba muy bien para que aquello no fuese sólo un desfile aburrido de canciones y guarachas.
   El trío, que era muy popular por su acoplamiento vocal y repertorio, estaba integrado por Servando, Ángel Alday y un tipo simpático llamado José Antonio Pinares, quien contribuía con chistes y comentarios a amenizar el espacio. Visita frecuente al programa era el gran Ñico Saquito, una leyenda viva de la música cubana, autor de “María Cristina”, “Al vaivén de mi carreta”, "Adiós, compay gato" y otros grandes éxitos de nuestro repertorio guarachero. Cada vez que se aparecía por allí, el programa crecía porque Ñico era una fuente inagotable de anécdotas y chascarrillos.
Ñico Saquito   /   Trío Servando Díaz

Armando Martínez
 Algunos de los musicales de la tarde-noche los dirigía el propio Celestino García Suárez, quien me dijo:
    -- Ven conmigo, para que aprendas cómo se hace esto.
   Así que cada día yo le seguía como un perrito faldero para no perderme detalle, absorbiendo como una esponja cada uno de los pasos que daba, desde el ensayo inicial sin micrófonos hasta el momento final de la transmisión en vivo.

   “Variedades Radio Progreso", antecesor de "Alegrías de sobremesa", también era animado por Armando Martínez. Combinaba en su formato las actuaciones musicales con sketchs humorísticos escritos por Manuel Montero Ojea "Membrillo", un flaco muy ocurrente que dominaba el oficio y sabía cómo sacar partido a un piquete actoral de muy destacadas figuras. Lo encabezaban tres grandes estrellas del teatro vernáculo cubano: Alicia Rico, Marío Galí "Tachuela" y Candita Quintana. (7) A su lado alternaban, entre otros primeras espadas de la comedia, Carlos Montezuma, Francisco Marrero "Tinguaro", Natalia Herrera, Leonel Valdés y Gastón Palmer.
Alicia Rico                Candita Quintana
   A eso de las 6 y 30, el elenco del programa se sentaba alrededor de una mesa en el estudio 3 y se leía el libreto que iría al aire a las 8. Poco tenía que hacer el director porque todos eran gente muy curtida, de gran experiencia. Me admiraba ver cómo se desayunaban el sketch en un dos por tres. Un día, tras este ensayo –que de hecho era el único-, Celestino García Suárez me dijo:
   -- Oye, es posible que esta noche me llamen para una reunión en Radiocentro. Así que prepárate, porque a lo mejor vas a tener que dirigir el programa de hoy.
  Aquello me sorprendió pero no me causó demasiada inquietud. Una virtud -o defecto- que he tenido siempre ha sido el atrevimiento. Para entonces, ya yo me había aprendido todos los muecas y señas de un director y me dije “pues, palante”, confiando en que si se presentaba algún problema, los actores lo resolverían sobre la marcha.
   A las 8, el programa fue al aire con Celestino a los mandos, como siempre. Pero a los pocos minutos, salió un momento y volvió a entrar.
   -- Ginori, me tengo que ir. Encárgate de esto.
   Y antes de que yo pudiera replicar, desapareció y yo empecé a hacer visajes a todo el que se me puso por delante.
   Cuando terminamos aquella noche, García Suárez, que había fingido su reunión y en realidad había estado escuchando el programa desde su oficina, entró en la cabina con una sonrisa de aquí a aquí, me puso su mano en el hombro y me soltó:
   -- Desde hoy, eres el director de “Variedades”.
   A las pocas semanas, yo estaba dirigiendo cuatro espacios: “Trío Servando Díaz”, “Estrellas del mañana”, “Variedades Radio Progreso” y “El show de Arau”. Después sumé uno más, el del Conjunto Antares, dedicado a la música latinoamericana. (8) Mi gratitud a Celestino García Suárez era enorme. El hombre había confiado en mí sin conocerme, me había dado la oportunidad de mi vida y yo no sabía cómo pagarle. Ni él, ni yo, ni nadie podía sospechar que sólo unos meses después le traicionaría.  
(9)
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   Este relato tiene una segunda parte. Se titula “Traicionando a Celestino" y se puede leer pulsando en el siguiente vínculo:


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N O T A S
(1)  Celestino García Suárez se había ganado un buen prestigio en radio y televisión durante el capitalismo. Contratado por la empresa jabonera Crusellas formaba parte de su staff de directores y en su curriculum aparecían programas tan exitosos como:
   >> “Chicharito y Sopeira” (protagonizado por dos inmensos cómicos, Alberto Garrido y Federico Piñeiro),
  >> “Cascabeles Candado” (en el que Luis Echegoyen y Manolín Álvarez interpretaban sus populares personajes de “Mamacusa Alambrito” –“la del alma grande y el cuerpo chiquito”- y “Pirolo”),
   >> “Ángeles de la calle” (aventuras de Pititi y sus amigos, que escribía Félix B. Caignet), 
   >> o “A reírse rápido” (con Minín Bujones –la gallega Cundita- y Guillermo Álvarez Guedes haciendo su “borracho” que tanto gustaba).
   Desde enero del 59, formó parte del grupo de experimentados creadores que, como Marcos Behmaras, Enrique Iñigo, Carballido Rey y otros, pusieron su maestría al servicio de la naciente revolución ocupando puestos de responsabilidad en las nuevas estructuras que se crearon en radio y tv.
De izquierda a derecha: El locutor Félix Sánchez, Federico Piñeiro. el gaitero Julián, 
Alberto Garrido y el director Celestino García Suárez

(2)   En la portada del primer libreto que me tocó revisar se leía “Asesor” y al lado un espacio vacío. Me lo pensé un rato ya que era importante decidir cómo quería aparecer en los créditos que se dirían al aire. Al fin y al cabo, era el inicio de mi carrera, qué caray. La primera y más natural opción era escribir mi nombre “Eugenio Pedraza” pero la segunda que se me ocurrió incluía mi segundo e inusual apellido, que tenía cierto swing. No dudé más y rellené el espacio poniendo “Pedraza Ginori”.
(3)   Leonardo Moncada fue un héroe radial de mi adolescencia temprana. Pegado al receptor, nunca me perdía sus aventuras. Uno de los recuerdos más gratos que tengo de Radio Progreso es haber conocido a su creador, Leovigildo Díaz de la Nuez. Díaz era jefe de programas. Intelectual muy reconocido en la Cuba de la época, se había destacado por su cuentística en la que abordaba la temática guajira y por sus aportes a la programación campesina, para la que escribía unas estampas que yo recuerdo como muy buenas.
Puntillita
Pedrito Calvo
(4)  Dos grandes cantantes, Manuel Licea “Puntillita” y Pedrito Calvo, fueron compañeros míos en el Escambray, en la Ligera de Combate del Batallón 134. Los tres hicimos allí buenas migas. Algunas noches improvisábamos descargas con canciones y poemas para matar el tedio del cerco de la lucha contra unos bandidos que nunca aparecían por donde estábamos acampados esperándoles. Allí Puntilla estrenó, ante un puñado de milicianos sucios sentados en el suelo, una canción mía que yo dediqué al collar de semillas de santa juana que los milicianos llevaban colgado al cuello. Resulta curioso como en aquellas peñas nocturnas coincidieron estos dos artistas de trayectorias opuestas. Uno, Puntillita, había sido famoso allá por los 40 y en 1962 estaba en decadencia, rumbo a un olvido del que sólo le salvaría el fenómeno Buenavista Social Club en la década de los 90. El otro, Pedrito, a la sazón integrante de la orquesta de su padre, era un joven desconocido que años más tarde se haría célebre cantando con la Ritmo Oriental y Los Van Van. Cuando les conocí, uno iba pabajo y el otro parriba; eso es la vida, un cachumbambé.

Severino Ramos
(5)   El encargado de montarle los números a los aficionados que competían en “Estrellas del mañana” era Severino Ramos, pianista, compositor –autor de “Luna yumurina”- y arreglista de un estilo muy propio. Más de una vez oí decir que él fue el creador del sonido Sonora Matancera que tantos conjuntos adoptaron en América Latina. Infatigable, tenía una capacidad de trabajo increíble. Recuerdo que una vez llegó del extranjero un productor que había alquilado el estudio 1 para grabar todo un long play en una noche y Severino hizo las 10 o 12 orquestaciones del disco en un solo día.

(6)   La Onda de la Alegría era un sitio de encuentro de los artistas con los compositores y orquestadores. Si usted creaba un tema y quería proponérselo a la Aragón o a Kino Morán, ¿adónde iba?, pues a Radio Progreso. Y si simplemente quería encontrarse con amigos de la profesión y pasar una media con ellos, pues caía por allí. Nadie que estuviese en la puerta le ponía trabas para entrar –como, por ejemplo, mostrar el carnet de identidad o aparecer en una lista- a Ñico Saquito, Juan Arrondo, Rosendo Ruíz, Joaquín Mendível, Candito Ruíz, Luis Yáñez, Enrique Pessino, Urbano Gómez Montiel, José Slater Badán, Ismael López “Cachao”, Germán Piferrer, Freddy González, Gustavo Casals o Juanito Márquez. En los pasillos se respiraba ese aire de creatividad y camaradería que rodea a los músicos cuando se juntan. Ése es el espíritu que logró que ellos sintieran a Progreso como cercana, como entrañable. Pero, como dice la canción, todo se derrumbó. Porque hubo jefes que hicieron -o permitieron- que se derrumbara. Años después, cuando tuve que frecuentar la emisora porque allí se grababa la música para la televisión, me dolía ver que, ahogado por obstáculos burocráticos y prohibiciones absurdas, nada quedaba de aquel magnífico ambiente.
(7)  Para un aprendiz de director como yo, estar al frente de estrellas de la trayectoria y la fama de Alicia Rico, Mario “Tachuela” Galí y Candita Quintana era un reto que impresionaba. Salí bien del trance gracias a la profesionalidad de estos tremendos artistas, gente muy seria y disciplinada en su trabajo, que trataban con respeto a todo el mundo. Alicia era un mito, una de las grandes de todos los tiempos. Ya había cumplido los 76 años y tenía un ritual diario: se metía unos cuantos tragos en el bar de la esquina, el San Juan, antes de entrar a Progreso. Pero esa costumbre jamás alteró su actuación ni su buena relación con sus compañeros. Galí, quien hacía rato que jugaba en la novena de los mejores “negritos” que en el mundo han sido, sabía cómo hacer reír a toda Cuba. Lo recuerdo como una persona reservada, que apenas levantaba la voz y nunca le oí soltar un chiste fuera del micrófono. Por entonces, encabezaba con gran éxito las funciones que se daban cada noche en la carpa de Infanta y San Miguel. Candita era mucha Candita. Ya se había ganado el título de mulata sandunguera por excelencia del teatro vernáculo criollo y siempre tenía una frase graciosa y una sonrisa para quienes se le acercaban. 

(8)  Antares era un grupo formado por invidentes y su repertorio estaba compuesto por música latinoamericana, con especial hincapié en lo folclórico. Lo dirigía Fausto de Armas y su voz solista era Edelmira Padrón "Edely", quien se destacó por el vibrato de su voz. Sus demás integrantes eran Emilio, Vicente Blanco y un joven llamado Martín Rojas, quien después hizo carrera como autor y guitarrista. No recuerdo exactamente el título del programa pero me suena algo así como "Nuestra América". Duraba media hora y se grababa para ser transmitido los domingos al mediodía. El presentador era Ramón Álvarez Viejo, un tremendo locutor, de aquellos profesionales de antes, con quien era un placer trabajar. En mi etapa en la televisión, le llamé frecuentemente para que presentara programas y eventos. Nos hicimos amigos y le recuerdo con mucho cariño. 

(9)  Agradezco a Marcía García Herrero el envío de fotos de su padre, Celestino, que han enriquecido visualmente esta crónica. En ésta que les muestro, aparecen sentados (de izquierda a derecha) el cómico Alberto Garrido (el 2º), el guionista Enrique Núñez Rodríguez (el 4º), los actores Enrique Alzugaray "El Jiníguano" (el 5º) y Antonio Hernández (el 6º). Celestino García Suárez es el 7º. No he podido identificar a las demás personas. 

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3 comentarios:

  1. es incredible lo q nos escribes y el conocimiento y la claridad de lo expuesto, un millon de gracias, cuba te lo agradece, continua, esa es la verdad y esa es la historia.

    ginori q orgullosos nos sentimos los cubanos al leer tu articulo, hoy casi todos los cubanos o emigramos o lo pensamos......en tu escrito hay 6 personas trabajando en cuba de tu a tu q no eran cubanos, q orgullo, los artistas iban a cuba a desarrollarse, Daniel santos, carlos argentine, alberto beltran, leo marini, alfredo sadel, nelson pinedo,corona y arau......y ademas recuerdo a lucho, dik y biondy, etc, etc.

    que republica era aquella, como dice tu cancion...hay que aprenderla a vivir

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  2. saludos desde peru deseo saber si tendras discos o grabaciones de trio servando diaz antiguos cualquier cosa avisarme sandrito_1976@hotmail.com

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  3. Fui amigo de Ramón Álvarez Viejo, un gran locutor que hoy lamentablemente muy pocos recuerdan. Una de las mejores voces que ha dado la locucion en Cuba y un gran hombre.

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