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sábado, 2 de enero de 2016

¿EXISTIÓ REALMENTE HAVANA JAM 79? / HAVANA JAM 79 FESTIVAL REALLY HAVE EXISTED?

   Durante las noches del primer fin de semana de marzo de 1979 se celebró en el teatro Karl Marx de La Habana un evento cultural extraordinario, un festival musical que podemos calificar como histórico sin temor a caer en el ridículo por el que se despeñan quienes usan ese adjetivo para endilgárselo a cualquier cosa.

   Por primera vez desde el triunfo de la revolución castrista se presentó ante un público cubano un numeroso conjunto de artistas norteamericanos de primera línea, representantes de diversos géneros y estilos de la música de su nación, quienes actuaron en tres espectáculos junto a destacados grupos y solistas de nuestra isla.


LOS ELENCOS
Cuba
CONJUNTO YAGUARIMÚ (Matanzas)
Director: Lázaro Junco
Cantantes invitados: Zaida Arrate y Pacho Alonso
ORQUESTA ARAGÓN
Director: Rafael Lay
AGRUPACIÓN DE PERCUSIÓN CUBANA
Director: Tony Taño
LOS PAPINES
GRUPO LOS AMIGOS
Frank Emilio (piano), Tata Güines (tumbadoras), Guillermo Barreto (percusión),

Gustavo Tamayo (güiro) y Orlando “Cachaíto” López (bajo)
Solista invitado: José Luis “Changuito” Quintana (pailas)
GRUPO IRAKERE
actuando como solistas: Chucho Valdés (dirección, piano y teclados),

Arturo Sandoval y Jorge Varona (trompetas), Paquito D’Rivera (saxo, clarinete, flauta), 
Oscar Valdés (cantante y percusión), Enrique Pla (batería) y Carlos Averhoff (saxo)
ORQUESTA DE MÚSICA MODERNA DE ORIENTE
Director: Osmundo Calzado
Con los solistas innvitados Juan Pablo Torres (trombón) y Elena Burke (cantante)
GRUPO MANGUARÉ
Invitada: Sara González (cantante)
PABLO MILANÉS
con grupo acompañante integrado por
Emiliano Salvador (piano), Eduardo Ramos (bajo) y Frank Bejerano (batería)

USA
GRUPO WEATHER REPORT 

Joe Zawinul (teclados), Wayne Shorter (saxo),
Peter Erskine (batería) y Jaco Pastorius (bajo eléctrico)
ORQUESTA ESTRELLAS DE FANIA (FANIA ALL STARS)
con sus cantantes Rubén Blades, Pete “El Conde” Rodríguez, Héctor Lavoe,

Santos Colón,Luigi Texidor, Adalberto Santiago,
Ismael Miranda y Wilfrido Vargas.
Solistas: su director y flautista Johnny Pacheco, los pianistas Papo Lucca
y Larry Harlow, el violinista Pupy Legarreta,
el timbalero Orestes Vilató, el bajista Sal Cuevas, el tresista Nelson González,
el trompetista Juancito Torres y el percusionista y bailarín Roberto Roena
ORQUESTA CBS JAZZ ALL STARS
con los solistas Dexter Gordon, Jimmy Heath, Arthur Blythe y Stan Getz (saxos),
Woody Shaw (trompeta). Hubert Laws (flauta), Bobby Hutcherson (vibráfono),
Willie Bobo (percusión), Cedar Walton (piano),
Percy Heath (bajo) y Tony Williams (batería)
TRIO OF DOOM
John McLaughlin (guitarra),
Tony Williams (batería) y Jaco Pastorius (bajo)
CBS ENSEMBLE
Grupo formado con músicos que integraban la CBS Jazz Band
(Arthur Blythe, Jimmy Heath, Hubert Laws, Willie Bobo)
y otros que se añadieron como Richard Tee y Rodney Franklin (piano y teclados),
Eric Gale (guitarra) y John Lee (bajo)
STEPHEN STILLS
con grupo acompañante
Invitados: Bonnie Bramlett (cantante) y Mike Finnigan (teclados)
KRIS KRISTOFFERSON Y RITA COOLIDGE
con grupo acompañante del que formaba parte Billy Swan (guitarra bajo y cantante)
BILLY JOEL
con grupo acompañante
 
Portada del programa de mano entregado al público

   Las autoridades culturales cubanas denominaron aquel encuentro como Música Cuba-USA. Y los norteamericanos le pusieron el nombre de Havana Jam, que es el que ha prevalecido.
Logo del documental realizado por Ernesto Juan Castellanos

   Ésta es la primera de las dos piezas que publico en el blog sobre aquel evento. El 99.9% de la población de la isla no se enteró de su existencia ya que su celebración apenas se anunció en los medios de comunicación, no se hizo campaña de promoción, sus jornadas no se transmitieron, el acceso del público estuvo muy controlado y una vez finalizado, sus huellas fueron borradas. Se podría catalogar como el festival musical más oculto de todos los tiempos en nuestra historia nacional.

   En mis crónicas encontrarán no sólo información sino también mis recuerdos de aquel excepcional acontecimiento que viví desde dentro ya que fui su jefe de escena.


DIPLOMACIA DE PING PONG
  Desde que el candidato del Partido Demócrata Jimmy Carter asumió el poder en la Casa Blanca, 20 de enero de 1977, se fue creando un clima de cierta distensión en las relaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, que durante muchos años se habían caracterizado por un duro enfrentamiento en el marco de la Guerra Fría.

   Durante el mandato presidencial de Carter se produjeron una serie de hechos que revelan este ambiente más flexible, como la apertura en las dos capitales de las secciones de intereses de ambos países o las conversaciones del gobierno de La Habana con representantes de la comunidad cubana en el extranjero que posibilitaron en 1979 la visita masiva a su patria de origen de exiliados que se habían marchado a vivir en USA. Fue cuando se produjeron aquellos viajes en que los antes llamados “gusanos” regresaban a Cuba convertidos en “mariposas” cargadas con regalos para sus familiares.

   Dentro de ese entorno político favorable al acercamiento, de pequeños pasos y tanteos por ambas partes, se le dio importancia a las relaciones culturales. No hay que olvidar que el deshielo entre EEUU y la República Popular China había comenzado como el que no quiere la cosa en abril del 71 con la visita de un equipo de jugadores de ping pong norteamericanos a Pekín.

ANTECEDENTES DE HAVANA JAM
   En 1978 se produjeron una serie de contactos entre el Ministerio de Cultura de Cuba y la poderosa empresa norteamericana de comunicación Columbia Broadcasting System, representada por uno de sus principales ejecutivos, Bruce Lundvall, quien estaba a cargo de la división discográfica de la compañía. Algunos testimonios aseguran que fue Lundvall el que tuvo la idea de celebrar en La Habana aquel festival, pretendiendo que fuese una especie de Woodstock tropical.

   Para llevarla a cabo invitó a sumarse al proyecto a Jerry Masucci, un italoamericano de New York que unos años antes había creado la disquera Fania Records y con ella se había convertido en zar internacional de la salsa.
Bruce Lundvall (a la izq.) y Jerry Masucci

   Como un gesto para aflojar tensiones, el gobierno de Carter (1) suavizó el embargo existente y autorizó a Lundvall y Masucci para que organizaran y llevaran a Cuba una amplia delegación de artistas de diferentes géneros musicales así como los técnicos y equipos necesarios para el montaje de los espectáculos y las grabaciones  de audio y video. La revista People aseguró que desde USA viajaron a La Habana 134 personas, incluyendo un buen número de periodistas. Pero otra publicación, la Rolling Stone, aumenta esa cifra hasta 167. (2)

   La CBS le concedió mucha importancia al Havana Jam. El primer gran encuentro entre las dos naciones que además de enemigas eran potencias musicales, despertaría mucho morbo entre el público y podría convertirse en un gran negocio a rentabilizar con las transmisiones de televisión y las ventas de discos. Por tanto, en cuanto a calidad, debía realizarse con todos los hierros, como un acontecimiento de primera magnitud.
   Las crónicas cuentan que Jock McLean y Phil Sandhaus, del departamento artístico de Columbia, ambos con experiencia en la promoción de conciertos, llamaron para que se encargaran de la producción a dos empresas de reconocida solidez profesional y con experiencia en garantizar montaje, sonido y luces de grandes eventos de rock: Showco y SIR (Studio Instrument Rentals). (3)


SIN INFLAR GLOBOS
   En junio de 1978 yo había dado un palo con el primer Concurso Adolfo Guzmán de Música Cubana ICRT, el evento sorpresa del año en el teatro Karl Marx, y mis valores como director estaban en alza. Debe haber sido seis meses después, quizás enero del 79 (¿o febrero?), cuando Tony Henríquez, funcionario del Ministerio de Cultura con quien yo había trabajado en varios shows, me invitó a participar en un gran proyecto que se estaba preparando rodeado de un gran secreto.
   A La Habana, se me dijo, iban a venir dentro de unas semanas unos músicos y cantantes americanos muy importantes para participar en un festival con sus homólogos cubanos. Los espectáculos se iban a televisar en los Estados Unidos por lo que la delegación criolla tenía que cumplir dos condiciones fundamentales: estar formada por grupos y solistas de primera calidad y ser representativa de las distintas manifestaciones de nuestra música.

   Se había creado una Comisión Organizadora encabezada por Julio García Espinosa, a la sazón viceministro de cultura, a la que me incorporé como segundo de Tony. En el organigrama yo aparecía como director artístico de la parte cubana, responsable de disponerlo y supervisarlo todo para que los ensayos y las actuaciones de los nuestros se desarrollaran sin problemas. Yo no tendría que ver con la delegación visitante ya que los yanquis traerían a gente para eso.

   No voy a inflar globo alguno ni exageraré la importancia de mi trabajo en Havana Jam 79. En los días anteriores a los shows, me encargué de la organización de algunos ensayos previos que se realizaron. Esto venía a corresponder a lo que hace habitualmente un asistente de dirección. Una vez que entramos de lleno al Karl Marx fui una especie de jefe de escena, encargado de que todo fluyera bien. (4)

   O sea, no fui el director de aquello. No seleccioné a los artistas cubanos, ni siquiera diseñé el orden del programa de cada noche.

   Mi trabajo se complicó cuando los americanos aterrizaron y me enfrenté a una situación imprevista. Su concepción del festival no era igual que la nuestra. Mientras todos los artistas cubanos integraban una delegación y por tanto obedecían a una disciplina única, la parte americana era una suma de unidades separadas, cada una de ellas con su propio personal y responsable de escena. De manera que me cayó encima una tarea añadida: la de servir de interlocutor válido para todos los grupos visitantes, que se acercaban a mí como la persona que coordinaba su integración en el espectáculo y a la vez les podía poner en contacto con el personal técnico cubano para que les resolviera las dificultades que se iban encontrando en sus ensayos y actuaciones.
   Inicialmente pensé que el poco inglés que yo chapurreaba por entonces sería un impedimento. Pero no fue asi. Me resultó de gran utilidad. Y cuando algunas veces no supe explicarme o no entendí lo que me decían, siempre hubo un traductor por allí cerca que me tiró una mano para resolver.

UN EVENTO DE LOS GORDOS
   La responsabilidad de coordinar el evento a pie de piso la asumí con ilusión y gusto. Era un evento de los gordos, nada de aquella envergadura se había realizado en Cuba, y lo enfrenté como una oportunidad perfecta para jugar en Grandes Ligas y sacarle partido a la experiencia.
   En aquellos días intensos y agotadores yo fui una esponja, absorbiendo todo lo que ocurría a mi alrededor, mirándolo todo, preguntándolo todo, aprendiendo, aprendiendo y aprendiendo.
   Havana Jam 79 fue para mí un curso acelerado de show business americano llevado a la práctica que me sirvió de mucho en mi carrera posterior. La mejor lección que me enseñaron los extranjeros fue que en el primer nivel del mundo, en el que ellos se movían, los resultados se obtenían con tres cosas: buen equipamiento, métodos eficientes y trabajo muy duro. Todo en un marco de seriedad en que el relajito criollo estaba descartado.
   Ya en 1976 yo había tenido mi primera experiencia al respecto cuando me pasé tres meses en la RDA presenciando el celo y la rectitud que los alemanes de la televisión berlinesa le ponían a su ajetreo cotidiano, pero en aquella ocasión fui un becario que miré los toros desde la barrera. Esto era otra cosa para mí porque lo viví en primera persona. Aquí yo formaba parte del engranaje.

EL CUBANEO
   Permítanme introducir aquí un paréntesis en el relato.

   Desde que el fidelismo disfrazado de socialismo agarró el poder y a medida en que fue transcurriendo el proceso revolucionario, se hicieron constantes llamados a la responsabilidad social, al compromiso y a la disciplina de los trabajadores (“la clase obrera”, le decían).
   Se glosaban en la prensa las metas sobrecumplidas por sacrificados integrantes de la brigada tal y del contingente mascual.
   No niego que existiesen macheteros hipermillonarios, fábricas destacadas en la producción de piezas de repuestos, campesinos superstars que merecieron una medalla de la ANAP y otros casos particulares. Pero nadie podrá negar situaciones que ocurrían detrás de la fachada del Granma y del Noticiero de TV y que eran el pan nuestro de cada día. Contaré una de ellas.


   En líneas generales, allá por los 70, en los teatros y en los estudios de televisión en que yo trabajaba se había instalado la cultura del cubaneo, un universo regido por las excusas y la irresponsabilidad. El cubaneo le llamo a esa laxitud tropical y jodedora que permite que, por ejemplo, una citación para comenzar un ensayo a las 10 en punto frecuentemente era entendida por el personal como para las 10 y cuarto o las 10 y media. Sin duda, el carácter del cubano medio contribuyó a la relajación pero el factor principal fueron las condiciones objetivas en que se vivía.
   -- Estuve a tiempo en la parada pero he llegado tarde porque la ruta 30 no pasaba.
   Se hizo costumbre, se admitía, que los elementos de la escenografía o de la utilería no estuvieran listos a tiempo. Que los micrófonos o las bocinas no funcionaran como debían. Que el diseñador de luces no contara con el personal ni el equipo suficiente para plasmar sus ideas. En fin…
   El deterioro que fue sufriendo paulatinamente el mundo del montaje del espectáculo cubano a partir de los primeros años 60 fue similar al que experimentaron todas las ramas de nuestra economía. Como barajas colocadas cuidadosamente de pie que caen cuando se le da un empujoncito a la primera de ellas, todo se fue desmonorando.
   Si las escaseces estaban a la orden del día, el sistema completo se afectaba. Ejemplo: si no había cables o micros suficientes, el audio no podía montarse en tiempo y forma y esto afectaba al ensayo general que apenas era ensayo y casi nunca general.
   Esto, traducido al cubano castizo significaba “no me agites, con lo que tengo yo no puedo hacer más de lo que hago”, antesala del terrible e irrespetuoso “puedes darte con un canto en los dientes porque bastante he hecho con lo que hay”.

MARTILLAZOS A TIEMPO CON LA ORQUESTA
   En el viejo teatro Martí, durante la época republicana, se presentaban complejas óperas, zarzuelas y espectáculos varios. Lo normal era que alternaran en la programación de una misma semana, incluso en las tandas de una misma noche.
   En los años 50, cuando yo frecuentaba como público el estudio 1 de Mazón y San Miguel, vi a Luis de Lara y sus tramoyistas encargados de “Show de Shows” sustituyendo un decorado por otro en plena transmisión del programa, calzados con zapatos tenis para no hacer ruido y, algo sorprendente que me ha recordado el entonces coordinador Jorge Ramón, aprovechando los momentos en que la orquesta dirigida por Guzmán o Julio Gutiérrez sonaba fuerte para dar los martillazos que necesitaba la colocación de un panel.

   Pero décadas después todo se podía describir con los primeros versos del tema musical de “San Nicolás del Peladero”:
Qué tiempos aquellos
que ya pasaron...

   A la altura de 1979, ya los hábitos de trabajo y disciplina en general, por lo menos los que yo viví de cerca, eran un desastre. Por supuesto que había excepciones, siempre las hay, tanto a nivel individual como colectivo.
   Fui testigo de algunas de ellas. Recuerdo la yunfa con la que trabajó el equipo humano del Mella que hizo en 1964 “Un peso de música”. Y la vez que en el teatro de la CTC y mientras un cantante actuaba en el proscenio, detrás de una cortina Pantaleón y su equipo de tramoyistas montaron en dos minutos todo el tarimaje necesario para ubicar a la Orquesta Cubana de Música Moderna y los de audio utilizaron otro minuto para colocarles los micros.
   Pero eran casos puntuales. Muy puntuales. Lo habitual era la desidia, la haraganería, la cámara lenta, la bromita entre compañeros, el llegar tarde, el “me tengo que ir porque me toca milicia”… Eso sí, al final de la emulación, todo fulano obtenía su diploma.

YIN, EL PALETO DESLUMBRAO
   Y ahora empato con lo que estaba diciendo antes.

   Una de las impresiones más fuertes que dejó Havana Jam en quienes participamos en su realización, fue la manera de trabajar de los americanos que montaron aquello.
   Durante la semana anterior, por vía aérea fueron arribando a La Habana las consolas de audio, los cables, las luminarias, etc. Se montó un dispositivo de camiones que iban al aeropuerto a buscar los equipos y los trasladaban al Carlos Marx, descargaban y, en flujo contínuo, volvían por más. En el reportaje de la revista “People” sobre el evento se afirma que fueron 40 las toneladas de equipamiento.
   En 48 horas de movimiento, las grandes zonas laterales exteriores del teatro se repletaron de grandes cajas metálicas o de madera, todas organizadas según el uso que se les iba a dar.
   Me asombró que los focos ya venían colocados de manera que al abrir el contenedor, no había que extraerlos. Simplemente se subían fácilmente los soportes mediante un mecanismo parecido al de un gato y en un par de minutos la propia caja se había convertido en una unidad de iluminación que, además, tenía ruedas y se podía mover sin problemas.
   Todas las tarimas eran rodantes lo que simplificaba mucho su colocación en el escenario y ahorraba tiempo.
   Yo presenciaba todo aquello deslumbrado, como un paleto que llega por primera vez a la gran ciudad. Y me preguntaba por qué en Cuba las tarimas no tenían ruedas. Años después me lo seguía preguntando porque seguían sin tenerlas.

¿HÉROES DEL TRABAJO?
   Los operarios de Showco, SIR y Columbia trabajaron con una intensidad que yo no había visto. Al duro de verdad. Por cierto, entre ellos había varias mujeres, de complexión fuerte, con cinturones colmados de martillos, clavos, llaves y destornilladores. Durante dos o tres días seguidos, en jornadas maratonianas, se fajaron a pinchar en serio y convirtieron el empobrecido y desangelado escenario del teatro en una maravilla, repleta de equipos de todo tipo.
   Especialmente llamaba la atención el nuevo aspecto que le dieron a las varas de iluminación colgadas allá arriba, en las que habitualmente los focos brillaban no por sus luces sino por su ausencia. Ahora parecían ramas de un árbol brillante, repletas de frutos luminosos tan potentes que hubieran permitido hallar una aguja en un pajar.

   Vinieron con la orden de dejarlo todo listo en unos pocos días y vaya si la cumplieron. Se movían con rapidez, todo lo traían calculado, apenas se les oía hablar entre ellos… Por aquí montaban la enorme consola de audio, por allá las centrales de iluminación, unos tiraban cables, otros colocaban una enorme cortina con miles de agujeritos, en cada uno de los cuales asomaba una bombillita para producir la impresión de un cielo nocturno estrellado…
   Cuando el tiempo les apretó, decidieron no ir al hotel a comer. Les traían bocadillos y refrescos y allí mismo, en unos minutos de receso se los zampaban y volvían a la carga.
   Terminaron el complicado montaje el día 1 de marzo por la mañana, luego de currar toda la madrugada anterior. Estaban tan extenuados que se desplomaron en los pasillos del lunetario, exhaustos, y se quedaron dormidos. Tan rendidos que ni el sonido estruendoso de las grandes bocinas instaladas les despertaban. Parecían cadáveres después de una batalla.

   Pero sólo habían realizado una parte de su tarea. Todavía les faltaban los tres días de ensayos y funciones que eran hueso y no jamón porque en el escenario del Carlos Marx habría un solo grupo montado cada vez.
   Cuando finalizaba una actuación se bajaba el gran telón del proscenio y en un intermedio que duraba 15 minutos (20 como máximo), debían hacer desaparecer a la agrupación que había terminado de actuar y montar la siguiente con toda la parafernalia que llevaba. Y con parafernalia me refiero, por ejemplo, a que el sonido de la batería de Peter Erskine se recogió con 24 micrófonos.
   ¿Cómo podían hacerlo en tan corto tiempo? Pues porque para todo tenían su sistema, su truco. Una vez establecidas para luces y audio las posiciones de los músicos y sus instrumentos, las marcaban en el piso con tape de diferentes colores. Así, iban al seguro, sin improvisar ni perder un minuto. Con cuatro grupos por noche, al final del ensayo las tablas del escenario eran un mar de señales coloridas.
   Para mí resultó un espectáculo verlos funcionar. ¡Qué envidia me daban!
Mi amigo Pablo Hernández, pianista del conjunto Yaguarimú, lo recuerda así 36 años después:
Los que montaron los escenarios estaban locos y nosotros nos quedamos bobos al ver el desplazamiento que hacían esos americanos si se soltaba un cable o si un micrófono no estaba listo. Yo jamás me imaginé que eso era así, se tiraban en el piso, corrian, se lanzaban al objetivo. Bueno, la paga debía ser sustanciosa”.


   ¿Eran héroes del trabajo? ¿Luchaban por obtener una distinción de su sindicato? ¿Defendían acaso las conquistas de la clase obrera en el poder?

  No, eran tipos normales y corrientes, acostumbrados a trabajar en serio y a todo tren para alcanzar exitosamente sus metas en una sociedad en que si no cumples con lo que se te exige, otro ocupa tu lugar y te vas por el caminito de Guarena a la puta calle.

¿EN SILENCIO HA TENIDO QUE SER?
   Havana Jam 79 estuvo rodeado de misterio y sigilo, algo insólito en un suceso de naturaleza tan pública como es un gran festival de música. Se desarrolló en una época caracterizada en Cuba por el choque constante con el gobierno de los Estados Unidos y con el sistema capitalista que esa nación representaba. Durante casi veinte años, día tras día, se había estado potenciando en los medios de comunicación cubanos una política de hostilidad, desconfianza y desafío hacia lo que llamaban “El Norte revuelto y brutal”.
   Todo lo estadounidense era yanqui y todo lo yanqui era malo maloso. Para mis lectores no cubanos, unos ejemplos:

     el idioma inglés se desterró del sistema educacional y estaba mal visto,
       la música producida en los EEUU pasó a la clandestinidad,
         se consideraba la palabra “salsa” como un intento del imperialismo de robarnos nuestra música bailable,
           el gordo Santa Claus era un símbolo del desviacionismo ideológico
             y uno podía terminar en una estación de policía si se topaba, en un sitio público y por casualidad, con uno de los poquísimos norteamericanos que visitaban Cuba y se le ocurría entablar un diálogo con él.

   Así estuvo el ambiente durante años. Y de pronto, con Carter de presidente, empezaron a soplar aires distintos en el Estrecho de la Florida y las circunstancias pareció, sólo pareció, que podrían ir cambiando.
   De todas maneras, la precaución y la suspicacia ante cualquier actividad de “los malos” no se podían ni se debían borrar de un día para otro. Así que los mayimbes del régimen decidieron tirar palante el proyecto de HJam79 pero con todas las cautelas habidas y por haber.
   A continuación, voy a ir desgranando algunas de las medidas que se tomaron, las que recuerdo. Y debajo de cada una, añadiré con letras marcadas en negritas, mis apuntes sobre lo que ocurrió en realidad. Porque, señores, una cosa es lo que piensa el borracho y otra lo que piensa el camarero. Veamos:

  A) Silencio casi absoluto en la prensa y en las emisoras radiales y televisivas. Alguna nota pequeña y escueta, nada de titulares llamativos. Ya que los cubanos de a pie no iban a poder asistir, el gobierno consideró que era mejor que casi no se enteraran de la celebración del evento. Así que les escondió la bola. Por si acaso, “que uno nunca sabe cómo puede reaccionar la gente delante de los yanquis”.
   Ninguneada la existencia de Havana Jam por los medios oficiales, la que
se encargó de difundir la noticia por toda La Habana fue Radio Bemba, la emisora de los rumores, la más potente de todas.

   B) El Carlos Marx vacío daría una mala impresión en la tele americana. Ya que había que llenar sus miles de asientos, se decidió hacerlo con un público dirigido. La admisión masiva se controló a través de invitaciones a militantes del partido, dirigentes y sus familiares, funcionarios preferiblemente de nivel alto y medio, estudiantes escogidos de escuelas de música…
   Sobra decir que al personal que trabajó allí, no se nos entregó invitaciones. Por lo menos puedo garantizar que a mí no.

   Algunas personas me han dicho que faltando pocos días para comenzar el evento, a los organizadores les entró el temor de que muchos invitados no asistieran. Y determinaron poner a la venta en la taquilla del teatro un número limitado de entradas que fueron compradas por gente que hizo hasta 48 horas de cola. Consigno esta historia aunque no la he podido confirmar, así que tómenla con cierta desconfianza.
   El cubano, en general, se caracteriza por atravesar el ojo de una aguja. Por mucho que se trató de evitar, siempre hubo gente no deseada por los organizadores que consiguió entrar a Havana Jam. Sobre todo a la función del domingo en que actuó Billy Joel, que estaba en el tope de su popularidad en USA y era conocido en Cuba por quienes escuchaban las emisoras musicales de la Florida que se captaban en la isla.
   Aquel día, en las afueras del teatro, se formaron grupos de personas que cayeron por allí a ver si podían acceder y se creó una especie de mercado negro. Las invitaciones (o las entradas) llegaron a cotizarse alto. Alguien me dijo que se pagaron hasta 30 pesos por una. Cantidad desorbitada si se tiene en cuenta que ver una función en el Carlos Marx costaba habitualmente un peso (o dos si actuaba una figura extranjera de categoría, como Serrat o Alberto Cortez).


   C) Nada de transmisiones por radio o televisión. Los televidentes cubanos nunca vieron Havana Jam en sus pantallas. Nunca. Jamás de los jamases. Para ellos, el festival no existió. (6)
   Habiendo oído algún runrún y creyéndose que se trata de una leyenda urbana, los habitantes de pueblos del interior como Jatibonico o de San Juan de los Yeras se pueden haber hecho esta pregunta: ¿Existió realmente “Havana Jam 79?


   D) Los artistas americanos no fueron alojados en los hoteles Habana Libre o Nacional, como hubiese sido lógico, sino
en el modesto Mar Azul de Santa María del Mar, una playa separada de La Habana por una veintena de kilómetros. Se hizo así para mantenerlos lo más alejados posible de la delegación cubana. Había que evitar el colegueo con “el enemigo”.
  ¿Qué mal podía derivarse de ello? Sólo mentes intolerantes y obcecadas podían establecer unas reglas tan absurdas que impidieran uno de los principales beneficios del evento: el que unos músicos se acercaran a otros e intercambiaran ideas y hasta proyectos conjuntos.
   Aunque se trató de evitar el intercambio, no se logró del todo. Los integrantes de Irakere confraternizaron con los de la CBS Jazz All Stars y de Weather Report, quienes estaban muy interesados en el fenómeno musical que representaba el grupo dirigido por Chucho Valdés. También me consta que los integrantes de las Estrellas de Fania, que al fin cumplían su sueño de tocar en Cuba, crearon buen rollo con Pacho Alonso y otros músicos cubanos.
   Los representantes de la salsa, estigmatizados durante años por las autoridades cubanas y sus voceros ultra (entre ellos recuerdo a los recalcitrantes Rosendo Ruiz hijo y Portillo de la Luz), habían popularizado nuestros géneros bailables en buena parte del mundo y aterrizaron en la isla en 1979 con un mensaje de amistad y de respeto por Cuba y su música.

   Johnny Pacheco, líder de la Fania, emocionado, presentó el concierto con estas palabras:
   -- Para nosotros es un placer estar aquí con ustedes.Esto es como un sueño logrado. Hacía años que queríamos llegar a Cuba y aquí estamos.

   Héctor Lavoe dijo:
   -- Me alegro mucho de estar en Cuba, un país hermano de Puerto Rico.
   Rubén Blades recuerda así aquellos días en los que pudo conocer a su familia de Regla:
   -- Fue un momento de gran emoción estar en Cuba que es la tierra donde nació la música que nosotros interpretamos.



Johnny Pacheco, Héctor Lavoe y Rubén Blades

   Compartí con los de Fania el tiempo suficiente como para ver su entusiasmo por visitarnos y actuar para el público cubano.
   Para ellos Cuba era el meollo, la devoción, el suelo donde fructificaron las raíces de lo que hacían. Uno de ellos me dijo:
  -- Para mí estar aquí es como para un santero estar en África.


   La participación en aquel evento de los salseros de Puerto Rico y New York sirvió para echar por tierra tanta manipulación y tanta mentira. No eran, como nos los habían pintado, seres mitológicos de tres cabezas con llameantes cuernos y afiladas garras. Eran admiradores del Benny, de Matamoros, de Ignacio Piñeiro y Arsenio, que venían a rendirle tributo al son en la nación que lo vio nacer. No eran monstruos sino personas, simplemente personas, coño.


   E) Internamente, el evento se trató como una operación casi militar. A quienes trabajamos allí se nos fijó una serie de reglas e instrucciones:

   >>> el trato con los extranjeros debía limitarse a lo imprescindible y siempre debía estar relacionado con el trabajo.
  
>>> El Carlos Marx tenía unas instalaciones adjuntas, cercana a su parking interno. Allí se abrió un bar muy bien surtido exclusivo para norteamericanos. Los indígenas no podíamos acceder.
   >>> La entrada al Karl Marx del personal nacional, tanto a los ensayos como a las funciones, se permitía solamente a quienes aparecían en una lista situada en la entrada del teatro y que, además, debían identificarse mostrando un carné emitido por el Ministerio de Cultura. Quedó terminantemente prohibido que los cubanos usaran las identificaciones que estaban haciendo los americanos.
   En la parte trasera del escenario, los de CBS improvisaron una pequeño estudio en el que se confeccionaban carnés para todos los participantes.

Con una cámara instantánea Polaroid se le tomaba un retrato al sujeto y se le añadía a una tarjetica que se plastificaba allí mismo y se le entregaba para que la tuviera siempre colgada al cuello.
   Nuestro personal, obedeciendo la prohibición señalada arriba, no aceptaba la invitación de los americanos para que se hicieran su carné.

   Era una pena porque las identificaciones quedaban muy bonitas con sus fotos en colores y podían ser un apreciado recuerdo de Havana Jam.
   Yo estaba loco por tener la mía.
   Por alguna razón tenebrosa esto de no tener el carné americano se convirtió en una obsesión de la Comisión Organizadora cuando algunos cubanos violaron la prohibición.
   Todo marchó según lo previsto hasta que llegó la tarde del primer día, el de la actuación de la orquesta Aragón. Cuando le avisé a su director Rafael Lay que debían comenzar su ensayo, me dijo:
   -- Espérate un momentico porque le están haciendo los carnés a los muchachos.
   Me asomé y, efectivamente, allí estaban los aragones haciendo una cola para tirarse la foto de los yanquis.
   No les dije nada porque yo no era un comisario represivo, sino un jefe de escena. Unos minutos más tarde, cuando ellos terminaron y salieron de allí sonrientes con sus flamantes identificaciones colgadas, me dije “por donde salgan éstos, saldré yo” y me hice mi carné “imperialista”.
   No hubo represalias con los de la Aragón y a partir de entonces quedó abolida la absurda prohibición y todos los cubanos que lo quisieron tuvieron sus coloridos carnés.
   Aunque se advirtió a todo el mundo, con una tozudez digna de mejor causa, que las únicas identificaciones válidas eran las cubanas que, por cierto, eran unos tristes cartoncitos sin fotos.


RUBÉN BLADES MEETS CONSUELITO
   Por entonces, a mí me interesaba mucho el mundo del espectáculo internacional y absorbía todo lo que sobre ese asunto encontraba en algunas revistas españolas, en las latinoamericanas que consultaba en la biblioteca de Casa de las Américas, en una seccioncita con cables que publicaba Juventud Rebelde, en dos o tres Billboard que aparecieron milagrosamente…

   Así, me consideraba un enterao pero en realidad conocía muy poco de la música producida en los países anglosajones. Debo recordar que el rock, el jazz y el pop americanos estaban fuertemente censurados en la isla por ser "armas del imperio opresor" que podían ser usadas en la batalla ideológica contra Cuba. Acceder a lo "de afuera", fuesen grabaciones o información, resultaba una odisea. (5)
   Gracias al circuito semiclandestino de videocasettes que se copiaban y rodaban por La Habana me empaté, en los hogares de Amaury Pérez Vidal y de otros amigos, con actuaciones de Barbra Streisand, Barry Manilow, Diana Ross, Earth, Wind and Fire y algunas figuras más. Así que para mí todos aquellos artistas destacados que trajo la CBS eran desconocidos.
   Como el del rock, el universo de la salsa estaba prohibido en Cuba y solamente había alcanzado cierta presencia en las emisoras radiales de la provincia de Oriente en las que algunos intrépidos directores de programas complacían a sus oyentes atreviéndose a emitir discos del catálogo de Fania Records, de Dimensión Latina, los merengueros dominicanos, la Sonora Ponceña y otros.
   Cuando me tocó trabajar con Fania All Stars yo ignoraba todo su mundo y en consecuencia, no conocía a sus figuras. De todas ellas, sólo había escuchado al panameño Rubén Blades, de quien los censores del ICRT habían permitido difundir en la radio cubana un long play (“Siembra”, 1978) porque reflejaba el pensamiento político izquierdista del cantante.
   En la primera oportunidad que tuve en el Karl Marx me acerqué a Blades y le dije que yo era admirador suyo. Que me gustaban “Pedro Navajas”, “Plástico” y “Buscando guayaba”. Era un tipo fácil. Me agradeció el piropo y me dijo que su madre era una cubana que siendo joven había trabajado como cantante en nuestra radio y al casarse con un panameño se fue a vivir a Panamá. Su nombre, Anoland Díaz, me sonó y le dije que yo podía ponerle en contacto con alguien que a lo mejor había conocido a su mamá. Esa persona era Consuelito Vidal, que presentaba el festival.

   Al rato, cuando Consuelo llegó, se la presenté a Blades y, efectivamente, había sido compañera de Anoland en RHC Cadena Azul. Y ahí se quedaron ambos, conversando.
   Es interesante escuchar el testimonio de este gran artista latinoamericano sobre su actuación en Havana Jam desde el minuto 0,52 de un video de youtube al que se accede pulsando A  Q  U  Í


¿ESTÁN TODOS LOS QUE SON? ¿SON TODOS LOS QUE ESTÁN?
   Comprendo la gran dificultad que enfrentaron los responsables de conformar la delegación cubana al encuentro. Como premisa, se partió de que debían estar incluidas las principales expresiones de nuestra música popular. También se trató de que en la nómina apareciera alguna representación de provincias. Y no olvidar el factor político, omnipresente y determinante.
   ¿Fue correcta la selección de artistas y músicos que actuaron? En general sí, teniendo en cuenta el buen resultado que se obtuvo. Aunque yo hubiese sustituido algunos nombres por otros.
   En el caso de haber sido yo el seleccionador nacional, allí no habrían faltado dos grandes grupos que, ¿quién sabe por qué?, estuvieron ausentes: Los Van Van de Juan Formell, que ya llevaban casi nueve años dando caña de la buena, y el Son 14 dirigido por Adalberto Álvarez que, a pesar de llevar poco tiempo de creado, se había pegado y bien pegado.

   Quizás para resolver estas clamorosas omisiones, se podría haber creado una Orquesta Todos Estrellas del Son, similar a la que se inventó después para el festival Varadero 81, con cantantes solistas de primera línea. Había donde escoger: Miguelito Cuní, Celina González, Tito Gómez, Pedrito Calvo, José Antonio Rodríguez, Omara Portuondo, Pío Leyva, Carlos Embale, Ricardito Rivera, Tiburón Morales, Crespo Maza, Tony Calá, Raúl Planas… Sin olvidar a una grandísima figura que no estuvo en Havana Jam: Caridad Hierrezuelo.

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   Mis crónicas sobre Havana Jam 79 son dos. En la segunda, que he publicado a continuación de ésta, me refiero al desarrollo del evento, noche a noche, y cuento algunas interioridades tal y cómo las viví.
Pueden acceder a ella pulsando el siguiente link:

MÁS SOBRE HAVANA JAM 79   /   NOCHE A NOCHE

N    O    T    A    S

(1)   He leído en alguna parte que Havana Jam fue una idea del presidente Jimmy Carter, quien la sugirió a CBS y la enmarcó en la búsqueda de un acercamiento con el gobierno cubano. ¿Quién sabe si eso es cierto? En un acontecimiento que se manejó con tanto sigilo, todo cabe dentro de lo posible.
   Otra pregunta que para mí no tiene respuesta es ¿por qué Fidel Castro autorizó la realización del evento? ¿Qué rédito político se pretendía obtener con ello?

(2)  A quienes les interese tirarle un vistazo: "Billy Joel Rocks Cuba", reportaje sobre HJam79 que publicó People en su edición del 19 de marzo del 79, está accesible pulsando
AQUÍ


(3)   Además de los ya citados Jock McLean y Phil Sandhaus, trabajaron para CBS en Havana Jam: Bill Freston (ejecutivo de alto nivel, muy cercano a Bruce Lundvall), los productores discográficos Bert de Coteaux y Mike Berniker y los ingenieros de sonido David Hewitt, Phil Gitomer y Michael Guthrie.

(4)   Resulta curioso que yo, que era un hombre de televisión, haya olvidado cómo se trabajó el Havana Jam para la tele. No puedo decir si se utilizaron recursos y personal de TV Cubana o si los americanos llevaron sus equipos y su gente. Le agradecería a quien lo recuerde, que me aportara detalles para añadirlos a estas crónicas.

(5)  
Agradezco al periodista, cineasta e investigador cubano Ernesto Juan Castellanos, realizador del documental titulado “Havana Jam 79”, los datos que me ha facilitado.
   Ernesto Juan me ha asegurado que en los Estados Unidos tampoco se transmitió por televisión “Havana Jam” ni se comercializaron DVDs con imágenes de aquel acontecimiento.
Así que es posible que a día de hoy en pequeñas ciudades como Harlingen (Texas) y Mountain View (California) haya lugareños que, en inglés, se pregunten lo mismo que se preguntaron en castellano mis coterráneos de Jatibonico y San Juan de los Yeras:
   "Havana Jam 79 Festival really have existed?"
   La CBS le ha cedido a Castellanos las grabaciones en video y habrá que esperar a que se estrene su filme para verlas.
   Él me dice que el evento fue un fracaso desde el punto de vista financiero. Los discos que se publicaron no se vendieron tan bien como se esperaba. Fueron tres: Havana Jam I y II, con intérpretes norteamericanos y cubanos, y Habana Jam, de Fania All Stars.

   Sobre el trabajo que ha hecho Ernesto Juan, hallarán más info en los siguientes enlaces:
HAVANA JAM 79 en Facebook

     Trailer 1 del documental "HAVANA JAM 79" (youtube.com)

(6)   Reconozco la importancia que ha tenido el rock en la cultura universal de nuestro tiempo. Más nunca he estado interesado en dicho género. La música que me ha tirado siempre es la cubana, el jazz (sobre todo el latino), la brasileña y algo de pop.

   Lo siento, mis amigos Mayito García-Montes y Pachy Hank García, pero yo no era de los que, como ustedes y de forma clandestina, escuchaban y grababan en casettes los programas rockeros de las emisoras radiales de USA.

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 La empresa norteamericana Create Space / Amazon ha publicado,
en formato papel, mis dos libros "Pedraza Ginori Memorias Cubanas".
Sus páginas son un compendio de mis experiencias y mis circunstancias, vividas en el mundo de la televisión, los espectáculos, la creación musical,

la radio, la publicidad y la prensa.
Los dos volúmenes recogen, en clave autobiográfica, sucesos, “batallitas”, semblanzas, anécdotas y reflexiones personales.
El Libro 1, “Eugenito quiere televisión”, tiene 342 páginas. 

El Libro 2, "Quietecito no va conmigo", 362 páginas.
Ambos están a la venta en las webs
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1 comentario:

  1. Muy interesante artículo. Soy de Colombia y siempre había querido saber si en Cuba se escucha salsa neoyorquina y puertorriqueña ... por lo que acabo de leer, ya hacía mucho rato ya se conocía y se disfrutaba allá, así fuera "por debajo de cuerda"; que bueno conocer el testimonio de alguien que lo vivió directamente. Solo sabía que Oscar de León era bastante querido, imagino por su tributo a Benny y definitivamente, una tontería que las ideologías hallan torpedeado semejante intercambio cultural. (A Pacheco el de la Fania de hecho le encantaba hacer arreglos estilo son tradicional)

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