Como
si fuera un candidato en busca de votos para unas elecciones
próximas, Díaz-Canel, el presi Sin Casa, anda de gira por las zonas
donde viven los pobres y olvidados, por los sitios que en los
primeros días tras las protestas del 11 de julio la prensa
oficialista tildaba de semilleros de marginales y delincuentes y
ahora llama “comunidades en desventaja social” y “barrios en
situación de vulnerabilidad”.
El
Presi se ha dignado bajar del pedestal donde lo colocó (a dedo) su
amo Raúl y, tras asegurar la seguridad en todas las calles aledañas,
acompañado de un séquito de guardaespaldas, periodistas,
camarógrafos y tracatanes militantes del Partido, se mezcla unos
minutos con los machacados por la revolú, suda, sonríe, finge que
se interesa por lo que le están contando y al rato, en cuanto le
hacen señas de que ya hay filmaciones suficientes para un reportaje,
se zafa del populacho y va echando en su costoso Mercedes Benz
blindado.
Y
ante tal demostración de populismo politiquero, más falso que un
dólar con la cara de Esteban Lazo, al siempre fiel periódico Granma
se le cae la babita y publica picuencias como esta:
“Díaz-Canel
también caminó por entre las casas de la barriada, se adentró por
pasajes, saludó a todos, y se detuvo, especialmente, ante cada ama
de casa, ante alguna anciana que le pedía se hiciera una foto con la
bisnieta de la familia, ante las resistentes mujeres que al paso del
Jefe de Estado decían: «Ay, Dios mío…», o gritaban vivas a la
Revolución y al Presidente que las había ido a ver”.
Ya
sé que el espectáculo en sí y su reflejo en la prensa son
patéticos y producen vergüenza ajena y encabronamiento, pero
mientras no llegue el día en que ese pueblo pierda el miedo y decida
quitarse de encima a los parásitos que lo oprimen, eso es lo que
hay.
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