Hoy, 8 de noviembre, se cumplen 29 años de que llegué a España. Era 1992 y yo, como gente de a pie que siempre fui, sufría, completamente aterrillado, los embates del oscuro y terrible Período Especial, luchando con la ansiedad y la desesperación ante un panorama que cada día se ponía peor.
Aprovechando una oportunidad que se me presentó, me atreví a vencer el miedo de lanzarme al vacío con 54 años y le vendí el cajetín a Fidel Castro y su pandilla de privilegiados, que se empeñaban en seguir mangando, mientras le hacían pasar trabajo a la gente escudándose en un sistema socialista que, por inoperante, ya se había caído en todo el mundo.
El giro que le di a mi vida fue de 180 grados. Comencé desde cero, con mis bolsillos vacíos, en un país donde nadie me conocía, no tenía familia ni amigos que me echaran un cable y mi futuro estaba teñido de incertidumbre.
A casi tres décadas de aquel cambio sustancial, echo la vista atrás y afirmo, contundente, que emigrar fue una experiencia difícil, pero en mi caso valió la pena y, si volviese a ser el Yin aterrillado de 1992, lo volvería a hacer una y veinte veces más.
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