La tremenda crisis por la que atraviesa en estos días el Partido
Popular de España, me puso a reflexionar. En los casi 30 años que
llevo viviendo en este país, he visto que todas sus agrupaciones políticas,
en algún momento y por diversas causas, se han visto inmersas en
procesos de quiebre de la unidad interna que han desembocado en
cambios en sus líneas de actuación y liderazgos. En algunos casos,
aún actuando bajo el mismo paraguas ideológico, las divisiones
entre conceptos han sido tan profundas que han provocado los declives
y las disoluciones de las formaciones. Estas tormentas las he
presenciado en el propio PP, en el PSOE, en Ciudadanos, UPD,
Izquierda Unida, Podemos, Bloque Nacionalista Galego, en fin...
Si salimos de la
península ibérica y ampliamos el marco temporal en la historia,
veremos que todos los partidos de todos los países han sufrido sus
terremotos y bretes: desde el PCUS soviético hasta el Comunista de
China, pasando por los peronistas de Argentina, los tories del Reino
Unido, los republicanos y demócratas norteamericanos, la extrema
derecha francesa, el PRI mexicano, en fin...
La exigua lista de
excepciones incluye al Partido Comunista de
Cuba. Desde que el PCC se fundó, en 1975, nunca jamás ha pasado por
crisis alguna. Que se sepa, durante sus 47 años de existencia, ni un
solo militante (o grupo de ellos) ha exhibido voz propia para disentir
de la línea marcada con mano de hierro por la dirigencia.
¿Y eso a
qué puede deberse?, me pregunté. Y me respondí que el PCC no
funciona como un partido en sí, entendido como una asociación de
personas ideológicamente afines, que piensan en una misma onda
política. Los comunistas
cubanos son, sin excepción conocida, una secta de fanáticos que aguantan sin cuestionar lo
que les bajan desde la cúpula, que tragan con todo lo orientado,
sean carretas o sean carretones.
Denle taller mental al
asunto y verán que mi conclusión no anda lejos de la verdad.
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