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jueves, 15 de diciembre de 2016

A VER SI COJO CAJITA

   El pasado 13 de octubre, la Academia Sueca decidió aventurarse por un terreno pantanoso y pasarse por el forro los estatutos del Nobel, que establecen que ese premio debe entregarse a “escritores que sobresalgan por sus contribuciones en el campo de la literatura”. Y le dieron el preciado galardón a un letrista de canciones norteamericano llamado Bob Dylan.
   Vaya usted a saber lo fumados que estaban esos suecos el día que tomaron esa controvertida decisión que mete a Bob en el mismo saco donde están Tolstoi, Neruda, Thomas Mann, Faulkner y un timbalar de grandes literatos de renombre universal.
   No soy un conocedor de la obra de Dylan. Debe ser bueno en lo que hace porque hay mucha gente respetable, experta en el asunto, que lo afirma. Pero, por excelente que sea, por muchos valores que tengan los textos que escribe para sus piezas musicales, el tipo no pega en ese premio ni con cola ni con colina. Porque, señores, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.


   Si los académicos suecos, fascinados por la obra del cantautor de Minnesota, querían reconocerle, bien podían haber creado un Nobel al mejor letrista y haberle evitado a Bob el follón en que se vio metido sin comerlo ni beberlo y a la humanidad la gran polémica que se desató en todo el mundo al conocerse la noticia de la concesión.
   Dentro del guirigay que se formó, he visto como algunos abogaron por incluir entre los elegibles para el próximo Nobel de Literatura a los columnistas de la prensa, a los creativos de publicidad y hasta a los redactores de los panfletos que vienen en los envases de medicamentos.
   En fin, que la Academia destapó la caja de los truenos. En España ya hay gente diciendo que, si los tiros van por ese rumbo, hay que tocar con el Nacional de las Letras a Serrat y a Sabina. Supongo que, siguiendo la norma de “mono ve, mono hace”, en otros países estará pasando algo parecido porque los Dylans se dan silvestres dondequiera.
   En nuestro Dondetúsabes, un tipo ya se ha puesto a hacer lobby y ha pedido que le entreguen el más alto galardón de la literatura cubana a un socio suyo, al que llama cariñosamente “el guajirito de San Antonio de los Baños”. Para justificar su campaña dice que su amigo “entre las cosas que hizo fue mantener y renovar la belleza de la palabra cuando hubo muchos poetas que no podían hablar”. Por supuesto, su texto no menciona por sus nombres a dichos poetas ni las razones de sus silencios.

   De primera y pata, a mi me pareció raro y hasta absurdo que hacer letras de canciones pudiera considerarse gran literatura pura y dura. Pero, lo pensé con calma y reflexioné “coño, Yin, entre originales y versiones al español, existen más de cien obras musicales con textos tuyos. Así que los suecos te han hecho el favor de darte gratis el carné de literato. Ya por ahí vas ganando algo. A lo mejor calificas para el podio”.
   Desde luego, no puedo pretender que mi centenar de ripios hayan mantenido y renovado la belleza de la palabra, como se asegura que hizo nuestro Dylan tropical. Así que si quiero jugar en esa liga mayor, deberé ponerme para los cosas y escribir mis próximas letras siguiendo a rajatabla las normas que adoptan los elegidos para la gloria. Sobre todo, las dos principales:
    a) mucha confusión en el mensaje, que nadie deduzca a qué coño me estoy refiriendo.
    b) mucho juego de palabras, metáforas lo más oscuras posibles e imágenes rebuscadas, que provoquen la impresión de que estoy haciendo poesía.

   Jalé por el diccionario y en un ratico ya tenía finalizada la primera de las canciones de mi nueva etapa. La titulé “La curiosidad de mis símbolos” y dice así:
La fuerza del alcance comprensivo
de mis fantasmas indomables y versátiles,
exprimen mis sentimientos oníricos.
y perversos.
He vivido mis síntomas,
mis percepciones, mis temporalidades,
me he hundido en mis latitudes verdes,
soy el Oppiano Licario de mi propio Aleph,
soy lo que soy y lo que no soy
y soporto, como puedo, la risa febril
del hondo fiasco de mis profundidades.

   ¿Me quedó bien, verdad? Parece hecho por uno de aquellos integrantes de la Nueva Trova que se han pasado decenas de años guillándose como creadores y aún siguen tupiendo con el mismo truco barato.

   Matao ese gallo, sólo me faltaba el siguiente paso. Contacté por email con un buen amigo mío, intelectual residente en La Víbora. Le mandé la letra que han leído y le pedí que la fuera mostrando en la UNEAC, que me tirara un cabo haciendo lobby en el Ministerio de Cultura, moviendo mi nombre como posible candidato, a ver si me pongo dichoso y cojo cajita el año que viene.
   Como parece que lo de ser guajirito es un mérito que computa puntos para agarrar el premio, le dije a mi social viboreño que no se olvidara de mencionar que yo soy nacido y criado en un pueblito de campo de Las Villas.
   Su respuesta me cayó como un jarro de agua fría:
   “Yin, me encantó tu texto, tiene una intención arrolladora y un lirismo que tira patrás. Pero lamento decirte que los pollos que han abandonado el gallinero, como tú, no son elegibles para competir por un Premio Nacional. Fíjate lo que le pasó a Miravalles por irse a Miami”.


   Bueno, cualquiera que no tenga mi empuje, se hubiera desanimado. Pero yo no pierdo mi aliento ni aunque me estrangulen. He decidido esperar varios años más, a que los prometidos cambios estructurales y políticos se vayan produciendo en la isla, a que los cauces se vayan abriendo poco a poco por allá. Seguiré escribiendo en esa onda intelectualipoética, acumulando material para cuando llegue mi hora.

   Mientras tanto, mi mente, que siempre anda disparada, me ha sugerido la siguiente reflexión: si en Dondetúsabes hay gente que está aprovechando lo de Dylan, revolviendo el aguasuca para que se le entregue el Nacional de Literatura a un letrista de canciones, propongo que el de San Antonio de los Baños se ponga al final de la cola porque hay unos cuantos creadores que se lo merecen antes que él.
   Ya que estamos hablando de poesía encajada sobre compases de música, quiero proponer a Ignacio Piñeiro, quien retrató como nadie a nuestras mujeres (“Las que no sean de talle gracioso, de andar zalamero con gracia sin par: ésas no son cubanas”).
   A Enrique Jorrín, tan ducho en el cuento corto (“A Prado y Neptuno iba una chiquita”).
   A Manuel Corona, genio del erotismo criollo, que ha provocado más de una erección describiendo a sus musas, Longina (“En las sensuales líneas de tu cuerpo hermoso, las curvas que se admiran despiertan ilusión") y Cecilia (“Por tu talla de arabesca diosa indiana, que es modelo de escultura del imperio terrenal, y el sensible detalle de amor provocativo de tus ebúrneos senos y tu cuerpo gentil”).
   A Enrique Bonne, maestro de las explicaciones filosóficas (“Que me digan feo en cuanto me vean, que la dicha de quien no es bonito todos la desean”, “Ya tú ves, a cualquiera se le muere un tío, yo sólo quiero lo mío”).
   A Juan Formell por su magistral descripción de lo que es nuestra música (“Timba con rumba y rock, mambo con conga y pop, salsa con mozambique y clave de guaguancó, esto me pone la cabeza mala”).
   Y ese toque de chismoso que tenemos los seres humanos, ¿quién lo supo mostrar mejor que Oscar Muñoz Bouffartique en su célebre Burundanga? (“Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga”).
    Podría seguir porque hay pa comer y pa llevar. Pero vamos a dejarlo en esos pocos ejemplos.


    A punto de terminar, lo he pensado mejor y creo que el próximo galardón literario cubano (y también el Nobel, ¿por qué no?) se lo deben dar, post mortem, al mejor letrista de canciones que ha habido en nuestra tierra: Quientúsabes. Un genio que nos metió unas trovas bellísimas, llenas de imágenes sobre el futuro luminoso, se las creímos y, gracias a eso, el país entero se fue a tomar por culo.

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