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jueves, 26 de noviembre de 2020

EL CARNAVAL DE LA HABANA – PARTE 1: ANTES DE 1959

 
    Cuando el siglo XX iba por su mitad, el Carnaval de La Habana vivía una de sus mejores épocas. Nacido en tiempos coloniales, durante la república se había desarrollado y afincado hasta convertirse en la mayor, la más masiva fiesta popular de la capital. Se celebraba con desfiles, bailes y otras actividades lúdicas durante cuatro fines de semana de febrero y marzo. Los sábados desfilaban las comparsas con sus evoluciones coreográficas marcadas por el ritmo de las congas, sus grandes farolas y sus estandartes.

 Adiós mamá, adiós papá, que ya me voy con la bollera
Oye, colega, no te asuste cuando vea al alacrán tumbando caña
Que ahí vienen las jardineras, vienen regando flores
Quítate de la acera, mira que te tumbo
Siento un bombo, mamita, me está llamando
Mírala qué linda viene, mírala qué linda va
Pallá, tumbadore, pallá
Oh, Labana, Oh, Labana
 
    Los domingos eran los días de las carrozas y los vehículos engalanados, autos descapotables o carros abiertos, en los que paseaban las personas que se disfrazaban. Carrozas, comparsas y vehículos optaban por premios que se entregaban en la última jornada.
   En centros regionales de españoles y sus descendientes, sociedades de todo tipo, clubs privados y salones de la ciudad y de la cercana zona costera de Marianao se celebraban bailes de disfraces, carnavales infantiles y festivales acuáticos.

   Dos figuras protagonizaban los festejos: la Reina, que con sus Damas de Honor era elegida entre cientos de aspirantes por un jurado durante un espectáculo al que asistía público, y el Rey Momo, que la Comisión Organizadora nombraba a dedo entre figuras de la farándula que le cayeran bien a la gente.
 
   Pocos días después de su elección, la Reina era coronada durante un acto festivo que se celebraba en su honor. Ella y sus damas participaban en todos los desfiles encaramadas en una carroza especial que la Comisión Organizadora creaba para ellas. Desde allí arriba cumplían con sus tres deberes básicos: pasarse horas saludando, sonreír hasta que las quijadas se les agarrotaban y lanzar serpentinas al público hasta que se les cansaban los brazos.

   Era habitual que en el carnaval habanero participaran motociclistas, bandas de música y grupos del sur de Estados Unidos, generalmente de Miami, Tampa, Key West y New Orleans. También que desfilaran colectivos del interior de la república, como las comparsas de Santiago de Cuba, y de extranjeros residentes en la isla, por ejemplo: los chinos y los mexicanos que, con sus trajes y costumbres, añadían una nota exótica a los festejos.
   A diferencia de los carnavales santiagueros, en los que el pueblo arrollaba por las calles detrás de las congas, la gran mayoría de los asistentes a los desfiles habaneros se divertía en plan contemplativo, sentados como espectadores en palcos y sillas que se disponían en las aceras de la ruta de carrozas y comparsas. Esta ruta comenzaba en la avenida del Malecón, subía por Prado hasta terminar frente al Capitolio, donde se edificaba una amplia estructura de madera denominada tribuna presidencial. Allí se ubicaban las autoridades, el jurado encargado de otorgar los premios y los invitados. Una vez terminado allí el trayecto que habían hecho en su carroza, la Reina y sus Damas se sentaban en dicha tribuna para seguir saludando, sonriendo y lanzando serpentinas hasta que la fiesta se acabara.

    Elementos típicos, que daban un toque especial, eran los grandes muñecones y los personajes populares, así como los vendedores ambulantes que contribuían a crear ambiente, surtiendo al personal de rollos de serpentinas, pitos, matracas, sombreritos, caretas y antifaces. Y también de comestibles, claro que sí. 
   El desfile del último día se cerraba con un espectáculo de fuegos artificiales.

    El auge que había alcanzado este fiestón habanero en los años 50 no solo se debió al apoyo oficial recibido de parte de los gobiernos (el local, el provincial y el nacional), que veían en él una magnífica vía para promocionar la ciudad y atraer turistas, sino también al aporte económico de numerosas empresas que consideraban al carnaval una ocasión excelente para hacer propaganda de sus productos y crear identificación con la gente. Muchas firmas comerciales patrocinaban carrozas y carros adornados que animaban el jolgorio. En especial se destacaban las tres grandes firmas productoras de cervezas. La Hatuey, la Cristal y la Polar competían duramente entre sí por el favor de la multitud, presentando vistosas y costosas carrozas con orquestas en vivo y modelos y ofreciendo shows gratuitos en escenarios al aire libre con artistas populares.

   Como es natural, la división en clases que vivía la sociedad se reflejaba en la forma de celebrar el carnaval. Cada persona, de acuerdo a sus posibilidades y al marco donde se movía, lo vivía a su manera. Pero lo que sí se puede asegurar es que la mayoría de la población habanera participaba cada año en aquella gran fiesta popular, considerando que podía haber carteristas o borrachos dando vueltas por allí, pero que en general el entorno era seguro y adecuado para pasar un rato divirtiéndose en familia. 

   Los castristas, al llegar al poder, apoyaron al Carnaval de La Habana. Los que se celebraron en 1960 y 1961 todavía conservaban muchos de los elementos que hicieron brillar la fiesta en los años 50. Más, con el paso del tiempo, aquella realidad se fue degradando hasta lo indecible, igual que se fue degradando y destruyendo todo. Pero eso es otra historia.

CONTINUARÁ EN PRÓXIMAS PIEZAS DE ESTE BLOG.

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1 comentario:

  1. hola chicos estoy buscando una carroza del calzado Cubano o un imagen del año 1956 o 1956 pago pago buen dinero por esa imagen eso fue en los carnavales este mi correo de contacto arjomari13@gmail.com

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