Cuando el siglo XX iba por su mitad, el
Carnaval de La Habana vivía una de sus mejores épocas. Nacido en tiempos
coloniales, durante la república se había desarrollado y afincado hasta
convertirse en la mayor, la más masiva fiesta popular de la capital. Se
celebraba con desfiles, bailes y otras actividades lúdicas durante cuatro fines
de semana de febrero y marzo. Los sábados desfilaban las comparsas con sus
evoluciones coreográficas marcadas por el ritmo de las congas, sus grandes
farolas y sus estandartes.
Adiós mamá, adiós
papá, que ya me voy con la bollera
Oye, colega, no te
asuste cuando vea al alacrán tumbando caña
Que ahí vienen las
jardineras, vienen regando flores
Quítate de la acera,
mira que te tumbo
Siento un bombo,
mamita, me está llamando
Mírala qué linda
viene, mírala qué linda va
Pallá, tumbadore,
pallá
Oh, Labana, Oh,
Labana
Los domingos eran los días de las carrozas y
los vehículos engalanados, autos descapotables o carros abiertos, en los que
paseaban las personas que se disfrazaban. Carrozas, comparsas y vehículos
optaban por premios que se entregaban en la última jornada.
En centros regionales de españoles y sus
descendientes, sociedades de todo tipo, clubs privados y salones de la ciudad y
de la cercana zona costera de Marianao se celebraban bailes de disfraces,
carnavales infantiles y festivales acuáticos.
Dos figuras protagonizaban los festejos: la
Reina, que con sus Damas de Honor era elegida entre cientos de aspirantes por
un jurado durante un espectáculo al que asistía público, y el Rey Momo, que la
Comisión Organizadora nombraba a dedo entre figuras de la farándula que le
cayeran bien a la gente.
Pocos días después de su elección, la Reina
era coronada durante un acto festivo que se celebraba en su honor. Ella y sus
damas participaban en todos los desfiles encaramadas en una carroza especial
que la Comisión Organizadora creaba para ellas. Desde allí arriba cumplían con
sus tres deberes básicos: pasarse horas saludando, sonreír hasta que las
quijadas se les agarrotaban y lanzar serpentinas al público hasta que se les
cansaban los brazos.
Era habitual que en el carnaval habanero
participaran motociclistas, bandas de música y grupos del sur de Estados
Unidos, generalmente de Miami, Tampa, Key West y New Orleans. También que
desfilaran colectivos del interior de la república, como las comparsas de
Santiago de Cuba, y de extranjeros residentes en la isla, por ejemplo: los
chinos y los mexicanos que, con sus trajes y costumbres, añadían una nota
exótica a los festejos.
A diferencia de los carnavales santiagueros,
en los que el pueblo arrollaba por las calles detrás de las congas, la gran
mayoría de los asistentes a los desfiles habaneros se divertía en plan
contemplativo, sentados como espectadores en palcos y sillas que se disponían
en las aceras de la ruta de carrozas y comparsas. Esta ruta comenzaba en la
avenida del Malecón, subía por Prado hasta terminar frente al Capitolio, donde
se edificaba una amplia estructura de madera denominada tribuna presidencial.
Allí se ubicaban las autoridades, el jurado encargado de otorgar los premios y
los invitados. Una vez terminado allí el trayecto que habían hecho en su
carroza, la Reina y sus Damas se sentaban en dicha tribuna para seguir
saludando, sonriendo y lanzando serpentinas hasta que la fiesta se acabara.
Elementos típicos, que daban un toque especial,
eran los grandes muñecones y los personajes populares, así como los vendedores
ambulantes que contribuían a crear ambiente, surtiendo al personal de rollos de
serpentinas, pitos, matracas, sombreritos, caretas y antifaces. Y también de
comestibles, claro que sí.
El desfile del último día se cerraba con un
espectáculo de fuegos artificiales.
El auge que había alcanzado este fiestón
habanero en los años 50 no solo se debió al apoyo oficial recibido de parte de
los gobiernos (el local, el provincial y el nacional), que veían en él una
magnífica vía para promocionar la ciudad y atraer turistas, sino también al
aporte económico de numerosas empresas que consideraban al carnaval una ocasión
excelente para hacer propaganda de sus productos y crear identificación con la
gente. Muchas firmas comerciales patrocinaban carrozas y carros adornados que
animaban el jolgorio. En especial se destacaban las tres grandes firmas
productoras de cervezas. La Hatuey, la Cristal y la Polar competían duramente
entre sí por el favor de la multitud, presentando vistosas y costosas carrozas
con orquestas en vivo y modelos y ofreciendo shows gratuitos en escenarios al
aire libre con artistas populares.
Como es natural, la división en clases que
vivía la sociedad se reflejaba en la forma de celebrar el carnaval. Cada
persona, de acuerdo a sus posibilidades y al marco donde se movía, lo vivía a
su manera. Pero lo que sí se puede asegurar es que la mayoría de la población
habanera participaba cada año en aquella gran fiesta popular, considerando que
podía haber carteristas o borrachos dando vueltas por allí, pero que en general
el entorno era seguro y adecuado para pasar un rato divirtiéndose en familia.
Los castristas, al llegar al poder, apoyaron
al Carnaval de La Habana. Los que se celebraron en 1960 y 1961 todavía
conservaban muchos de los elementos que hicieron brillar la fiesta en los años
50. Más, con el paso del tiempo, aquella realidad se fue degradando hasta lo
indecible, igual que se fue degradando y destruyendo todo. Pero eso es otra
historia.
CONTINUARÁ
EN PRÓXIMAS PIEZAS DE ESTE BLOG.
hola chicos estoy buscando una carroza del calzado Cubano o un imagen del año 1956 o 1956 pago pago buen dinero por esa imagen eso fue en los carnavales este mi correo de contacto arjomari13@gmail.com
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