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miércoles, 5 de mayo de 2021

LUIS MANUEL OTERO ALCÁNTARA, ESE MUCHACHO DE LOS HUEVOS GRANDES

Yo tenía 20 años el 1 de enero de 1959 cuando Batista fue echando y Fidel Castro, por la vía de las armas, se montó en el poder. En el poder absoluto. El máximo líder, un desequilibrado mental con un ego más grande que el Himalaya, prometió un futuro luminoso donde los cubanos tendríamos un nivel de vida como el de Suiza, viviríamos en un estado de derecho donde la justicia social prevalecería, donde más nunca un policía golpearía o torturaría a un detenido y disfrutaríamos de todas las libertades existentes y por existir.
Yo, como millones de cubanos, me compré por completo su discurso inicial, deslumbrado por el carisma y la labia del Comandante en Jefe. El tiempo demostró que el tipo, buchipluma namá, era un dictador peor que Batista, que su revolución era un fraude, que el régimen llamado socialista era un desastre a la hora de gestionar, que el día a día era un apagón repleto de carencias e injusticias y que el futuro luminoso prometido era una farsa para cazar ingenuos que debían sacrificarse para que una casta de privilegiados viviera como Carmelina, mientras la población las pasaba canutas.
De esa desilusión, de ese desencanto, de esa frustración, nace mi alto nivel de escepticismo en todo lo relativo a los políticos. En Cuba y en España los he visto mentir a tutiplén, prometiendo cosas que ellos saben que no cumplirán, y una vez llegados al poder los he visto desinflarse como un globo pinchado.
Escéptico como soy, miré con distancia y recelo a los distintos opositores al castrismo que fueron surgiendo, aunque alguno, como Osvaldo Payá, me impresionó por su coherencia. Mi primera impresión de Luis Manuel Otero Alcántara fue buena, el día en que protestó por la exclusión del busto de Mella en el hotel de lujo de la Manzana de Gómez. Este muchacho tiene huevos, me dije entonces.


Los años han ido pasando y los huevos de Luis Manuel han ido creciendo. Aunque a uno no le cuadren algunas de sus actuaciones, hay que reconocerle que ha logrado lo que nadie había conseguido antes: unir detrás de su figura a miles de cubanos que le admiran y respetan por convertirse en un tumor en el culo del castrismo, cuyos dirigentes no saben cómo quitárselo de encima porque cualquier cosa que hagan va a tener repercusión internacional.
Y ese mérito lo ha conseguido poniendo el cuerpo, maltratando su salud, aguantando golpes, entrando y saliendo de calabozos, desafiando a un poder omnímodo y capaz de cualquier desmán, jugándose la vida en su empeño de ser un hombre libre en un país donde nadie es libre.
Ese gesto de arreglarle el cuello de la camisa al médico que lo atiende en el Calixto García para que salga bien en el video, retrata la humanidad de un hombre excepcional, que no se conforma con haberse librado de la opresión, sino que quiere que los demás lo hagan y les enseña que la desobediencia pacífica es un camino efectivo para lograrlo. ¿Será él la inspiración que los cubanos adormecidos y miedosos necesitan para salir de su letargo y quitarse de encima de una puñetera vez a la dictadura? No lo sé, el tiempo lo dirá.
Lo que sé es que hoy por hoy, a 5 de mayo de 2021, a pesar del escepticismo orgánico que padezco, quiero echar a un lado mi silencio y declarar públicamente que me simpatiza mucho ese muchacho de los huevos grandes que detenido en el Calixto, rodeado de represores, vilipendiado en los medios oficialistas y entero en sus convicciones, representa la mejor oportunidad que hemos tenido en 62 años de salir de la pesadilla.
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