Loly Buján
TIEMPO 1: ALFREDO VA A LA PLAYA
A Dolores de los Ángeles Fernández Buján, conocida artísticamente como Loly Buján, nacida en La Habana un 2 de agosto, la conocí cuando nos tocó trabajar juntos en “Alfredo va a la playa”, un cortometraje humorístico dirigido por Roberto Fandiño que el ICAIC filmó a petición del Teatro Musical de La Habana para ser proyectado como parte de “¡Oh, la gente!”, la obra de Segundo Cazalis con que debutó el grupo que encabezaba Alfonso Arau.
Loly y yo fuimos asistentes de dirección de aquella película; ella por el ICAIC, encargándose de la parte fílmica, y yo por el Musical, tratando de organizar y disciplinar al elenco para cumplir el estricto plan de filmación en tiempo y forma.
Ya por entonces, estamos hablando de 1963, la Buján traía consigo una mochila vital llena de experiencias alcanzadas en el teatro, la pedagogía, la radio, la televisión y el cine. Puedo afirmar que ya se caracterizaba por el rigor y la seriedad que siempre fueron su sello en todas las actividades de su carrera. Yo empezaba en un ambiente tan complejo y difícil como el teatral y era algo regado, pecado imperdonable en un asistente de dirección.
Analizando la situación de ambos, no es de extrañar que tuviéramos algunos encontronazos durante las filmaciones. Casi siempre porque mi elenco no estaba listo a tiempo. Loly me confesó mucho después la sensación que le dejamos nosotros como colectivo:
-- Eran un desastre.
Analizando la situación de ambos, no es de extrañar que tuviéramos algunos encontronazos durante las filmaciones. Casi siempre porque mi elenco no estaba listo a tiempo. Loly me confesó mucho después la sensación que le dejamos nosotros como colectivo:
-- Eran un desastre.
No creo haber tenido entonces conversaciones personales con ella; todo se movió siempre en el terreno de lo profesional. Así que al terminar “Alfredo va a la playa” no éramos amigos y mi impresión de Loly era la de una buena trabajadora pero demasiado responsable, demasiado estricta, demasiado inflexible. Lo que revela lo insensato que yo era porque ésas precisamente son cualidades y no defectos si quieres triunfar en el mundo del espectáculo, según me fui dando cuenta con el tiempo. (1)
TIEMPO 2: CURSO Y GUETO
Pasarían algo más de dos años hasta que Loly y yo coincidiéramos de nuevo. Fue cuando ambos integramos el grupo de alumnos de un curso de formación de directores de televisión que había organizado el ICRT con el objetivo –se nos dijo- de suplir a los realizadores que habían abandonado el país. (2)
Ahora la cosa fue mejor: éramos condiscípulos, o sea que estábamos en el mismo bando, y lo más importante: yo había dejado la regazón detrás. El asistir diariamente a clases nos facilitó el trato y conocernos mejor. Ella, a sus veintitantos años ya se había fogueado como actriz, asesora dramatúrgica y asistente de dirección en Televisión Cubana y era, por decirlo de alguna manera, una veterana que se las sabía todas o casi todas. Yo no me explicaba que hacía allí en un curso diseñado para novatos (3).
Ahora la cosa fue mejor: éramos condiscípulos, o sea que estábamos en el mismo bando, y lo más importante: yo había dejado la regazón detrás. El asistir diariamente a clases nos facilitó el trato y conocernos mejor. Ella, a sus veintitantos años ya se había fogueado como actriz, asesora dramatúrgica y asistente de dirección en Televisión Cubana y era, por decirlo de alguna manera, una veterana que se las sabía todas o casi todas. Yo no me explicaba que hacía allí en un curso diseñado para novatos (3).
En lo personal me sorprendió agradablemente que, lejos de la Loly difícil que anteriormente me había inspirado cierto rechazo, se mostrara cálida y asequible, siempre dispuesta a darnos ese consejo que tanto agradecíamos los principiantes. Y me gustó su risa que, cuando hacíamos “Alfredo va a la playa”, nada me hizo imaginar que pudiera existir.
De aquella etapa tengo que agradecerle mucho el desvelarme los secretos de la narración dramática a través de imágenes audiovisuales, las razones del por qué había que usar un plano abierto o uno cerrado, cómo integrar el movimiento de los actores y el de las cámaras, etc. Recuerdo que más de una vez me “tradujo” las clases del gran Roberto Garriga y lo útiles que me fueron sus puntos de vista cuando se prestaba a analizar conmigo y con otros alumnos los programas que habíamos visto la noche anterior.
A medida que fueron transcurriendo los meses del curso, de compañeros de clases fuimos pasando a ser amigos. Este proceso se vio reforzado porque ambos pertenecimos a un grupo informal de gente inquieta dentro del ICRT que acostumbrábamos a dejarnos caer en los ratos libres por la oficina que en el cuarto piso (entrada por M) era sede del Departamento de Programas de Apoyo (o algo así) que regentaba nuestra querida "Mamá Pata" Rebeca Jiménez. Casi sin darnos cuenta, el sitio –al que se me ocurrió llamarle “El Gueto”- se fue convirtiendo en una especie de ágora en que se hablaba y discutía de todo lo hablable y discutible pero sobre todo de televisión. Queríamos mejorar lo que se hacía en el medio, se debatía, se argumentaba, a veces acaloradamente, pero todo dentro de un buen ambiente de intercambio, camaradería y buen rollo. Nos sentíamos a gusto en aquel recinto parecido a un café de literatos y artistas del siglo XIX donde se podía descargar todo lo libremente que se podía. Por El Gueto pasó ocasionalmente mucha gente pero los puntos fijos éramos, además de la Buján y yo, Humbertico García Espinosa, Nilda Rodríguez, Eduardo Moya, Eliseo Altunaga, Marcos Miranda, Germán Navarro, Lidia Sánchez, Reinaldo Hernández Savio, José Corrales, Abelardo Vidal, Rigoberto Águila y, por supuesto la propia anfitriona Rebeca y su marido, un locutor de Radio Cordón de La Habana (4) apellidado Rubio que hizo buenas migas con nosotros (5).
A medida que fueron transcurriendo los meses del curso, de compañeros de clases fuimos pasando a ser amigos. Este proceso se vio reforzado porque ambos pertenecimos a un grupo informal de gente inquieta dentro del ICRT que acostumbrábamos a dejarnos caer en los ratos libres por la oficina que en el cuarto piso (entrada por M) era sede del Departamento de Programas de Apoyo (o algo así) que regentaba nuestra querida "Mamá Pata" Rebeca Jiménez. Casi sin darnos cuenta, el sitio –al que se me ocurrió llamarle “El Gueto”- se fue convirtiendo en una especie de ágora en que se hablaba y discutía de todo lo hablable y discutible pero sobre todo de televisión. Queríamos mejorar lo que se hacía en el medio, se debatía, se argumentaba, a veces acaloradamente, pero todo dentro de un buen ambiente de intercambio, camaradería y buen rollo. Nos sentíamos a gusto en aquel recinto parecido a un café de literatos y artistas del siglo XIX donde se podía descargar todo lo libremente que se podía. Por El Gueto pasó ocasionalmente mucha gente pero los puntos fijos éramos, además de la Buján y yo, Humbertico García Espinosa, Nilda Rodríguez, Eduardo Moya, Eliseo Altunaga, Marcos Miranda, Germán Navarro, Lidia Sánchez, Reinaldo Hernández Savio, José Corrales, Abelardo Vidal, Rigoberto Águila y, por supuesto la propia anfitriona Rebeca y su marido, un locutor de Radio Cordón de La Habana (4) apellidado Rubio que hizo buenas migas con nosotros (5).
TIEMPO 3:
UN FINAL INESPERADO
Al acabarse estas tertulias y disolverse el grupo como tal (6), Loly y yo mantuvimos nuestra amistad. Cuando empecé a dirigir las cámaras en programas dramáticos, consultaba con ella los aspectos en que tenía dudas. Y tras la transmisión, que siempre era en directo, buscaba su opinión como agua de mayo. Pero a pesar del roce casi diario por los pasillos, estudios y oficinas, nunca hubo un inclinación sentimental entre los dos. Éramos dos piezas sueltas con intereses personales distintos que, al parecer, no encajábamos para nada. Hasta que una noche de 1968 coincidimos juntos en un concierto que daban en el Amadeo Roldán. Y cuando terminó, la invité a tomarse un helado en la terraza de El Carmelo que estaba frente al teatro. Creo que fue la primera vez que hablamos de temas que no estaban relacionados con nuestros trabajos.
El 4 de febrero de 1970 me casé en el Palacio de los Matrimonios del Paseo del Prado con Dolores de los Ángeles. Hoy, en marzo de 2013, la Loly y el Yin seguimos juntos como pareja. Han sido 43 años. Y lo que nos falta.
El 4 de febrero de 1970 me casé en el Palacio de los Matrimonios del Paseo del Prado con Dolores de los Ángeles. Hoy, en marzo de 2013, la Loly y el Yin seguimos juntos como pareja. Han sido 43 años. Y lo que nos falta.
Foto tomada en noviembre de 2011 |
Foto tomada en junio de 2014 |
N O T A S
(1) De hecho, la experiencia de trabajar como asistente en un grupo tan grande y complicado como el del Teatro Musical, cuyos ensayos y montajes exigían de mí un alto grado de autoridad, minuciosidad y precisión, me sirvió de mucho para ir dejando aquella desorganización inicial y en relativamente poco tiempo logré cambiar hacia lo positivo mi modo de afrontar mis deberes y responsabilidades. Tanto que cuando en 1965 salí de aquella gran escuela que fue el Musical para mí y enfilé hacia la televisión, ya me consideraba un profesional.(2) A la vista de la purga o expulsión de personas no afectas al proceso revolucionario que ocurrió en el ICRT en los años siguientes –la llamada por lo bajini “defenestración”- es lógico pensar que la falta de personal que se avecinaba era previsible y que nos formaban no sólo para sustituir a los que se habían marchado sino, además, a los que obligarían a marcharse en un futuro cercano.
(3) Graduarse de aquel curso era un requisito que le pusieron para poder contratarla como directora.
(4) Rubio escribía, dirigía y presentaba un programa radial a las 4 de la tarde dedicado a los trabajadores cubanos del mar, ponía música para ellos, daba consejos y noticias, etc. Era algo surrealista escuchar cómo, desde una emisora de alcance solamente provincial como Radio Cordón, que apenas se captaba en Güines, enviaba mensajes de familiares y dedicaba canciones a los pescadores que estaban faenando por la zona del Gran Sol o frente a las costas africanas, a miles de kilómetros de distancia de Cuba. Una vez le pregunté al respecto y me contestó que la Flota Cubana de Pesca se encargaba de llevar a sus barcos en alta mar las cintas grabadas con programas ya transmitidos.
(5) Si alguien de los habituales asistentes a El Gueto no aparece en esta lista, que me perdone. No ha sido mi propósito dejarle fuera. Sólo ha sido una maldad de mi memoria.
(6) El local de El Gueto estaba separado por una simple pared de la oficina del director general de la televisión. A veces, desde allí nos mandaban a bajar la voz. Según mis cálculos, su época de esplendor duraría un año y medio o así. Un día, probablemente por órdenes recibidas de arriba, Rebeca Jiménez nos dijo que había que acabar con aquel barullo en su oficina; que nos fuéramos con la música a otra parte y la dejáramos trabajar tranquila. Y no tuvimos más remedio que dispersarnos.
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Sus páginas son un compendio de mis experiencias y mis circunstancias, vividas en el mundo de la televisión, los espectáculos, la creación musical,
la radio, la publicidad y la prensa.
Los dos volúmenes recogen, en clave autobiográfica, sucesos, “batallitas”, semblanzas, anécdotas y reflexiones personales.
El Libro 1, “Eugenito quiere televisión”, tiene 342 páginas.
El Libro 2, "Quietecito no va conmigo", 362 páginas.
Ambos están a la venta en las webs
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