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jueves, 29 de octubre de 2015

1991, EL AÑO EN QUE EL ICRT Y TELEVISA FUERON NOVIOS

LOS ALEMANES DECIDIERON QUE ESTABA BUENO YA
   El proceso de disolución del campo socialista ubicado en el este de Europa duró un poco más de dos años. Los cronistas afirman que terminó el 25 de diciembre de 1991, día en que la Unión Soviética dejó de ser oficialmente un país.
   El final de lo que se llamó "socialismo real" había comenzado en Polonia pero tuvo su momento decisivo el 9 de noviembre de 1989 cuando los alemanes decidieron que estaba bueno ya y comenzaron a derribar el Muro de Berlín.

   Al conocer la noticia de que miles de ciudadanos de la República Democrática Alemana estaban atravesando aquella frontera de concreto para viajar libremente al otro lado, en los despachos habaneris donde se tomaban las decisiones de gobierno deben haber sonado las alarmas.
   "Coño, si los países hermanos se derrumban y dejan de mantenernos con subvenciones, petróleo, equipos y materiales, ¿adonde iremos a parar nosotros?, es de suponer que fue la preocupación general entre nuestros mandamases criollos.
   Ni tardos ni perezosos, dispuestos a mantener el poder y a impedir que en Cuba se fuera al carajo el fidelismo, que tantas satisfacciones les daba, se pusieron para las cosas.
    Desde 1990/91 declararon el llamado “Período Especial en tiempo de paz”, un conjunto de medidas restrictivas que intentaba paliar los efectos terribles de la crisis económica y la depresión social que íbamos a padecer la casi totalidad de los cubanos durante muchos años.

   Ojo: en el párrafo anterior escribí “la casi totalidad de los cubanos” porque dentro de la isla hubo una pequeña élite de afortunados que continuaron viviendo como Carmelina, en residencias en las que nunca había apagones ni faltaba el agua, sin pasar dificultades ni escaseces, sin enterarse siquiera de que los demás sufríamos el condenao Período Especial, la madre que lo parió.

ENTRE INCÓMODO Y RECHAZABLE
   En 1991 yo era un simple empleado del Instituto Cubano de Radio y Televisión, uno más en el colectivo de directores de programas de la Televisión Cubana. No pertenecía al Partido Comunista ni ostentaba cargo alguno en la estructura de mando de mi centro de trabajo. Más bien, por mi carácter independiente y semiconflictivo, a lo largo de los años me había ido ganando cierta mala reputación entre algunos dirigentes, quienes me masticaban por ser un director que sacaba adelante los programas pero no me tragaban como persona, catalogándome dentro de un abanico de adjetivos que iban desde incómodo hasta rechazable.

   Aclaro lo anterior para precisar que, debido a mi posición, no tuve información de primera mano sobre lo que había tras algunas decisiones que se tomaron en 1991 en el ICRT. Que aún sigo sin saber por qué me tocó el papel de peón en una partida de ajedrez que jugaron el organismo rector de la radio y la televisión de Cuba y la poderosa empresa audiovisual mexicana Televisa.


   Sin pecar de conspiranoico, simplemente tirando de un elemental nivel de especulación en base a hechos, resulta lógico colegir que desde finales de 1989 las autoridades cubanas, ante el previsible colapso de sus iguales del este de Europa, iniciaron un proceso de acercamiento a países que le pudieran resolver, al menos en algo, el problemón que veían venir en el horizonte.
   -- ¿Quién tiene petróleo?
   -- México.
   -- Pues, movamos ficha con los mexicanos.

Vamos por partes.


LOS XI JUEGOS PANAMERICANOS, UNA VITRINA
   Para el verano de 1991, del 2 al 18 de agosto, estaba prevista la celebración en Cuba de los XI Juegos Deportivos Panamericanos. Los preparativos ocuparon la atención y los esfuerzos de muchos colectivos, organismos e instituciones, comprometidos a que la cita continental fuese un éxito. Recuérdense las movilizaciones diarias de miles de habaneros hacia la Habana del Este para ayudar en la construcción de la Villa Panamericana, el estadio para 35 mil espectadores, un velódromo, etc.

   La televisión cubana tenía ante sí un gran reto: cubrir toda la información que generara el evento y servir la señal matriz de las actividades, desde las ceremonias de inauguración y despedida hasta las competencias de los 32 deportes programados, 26 de ellos en La Habana y 6 en Santiago.
   Ante la crítica situación económica que ya se sufría en la isla a principios del 91, Cuba podía haber renunciado a celebrar el acontecimiento deportivo para ahorrar recursos que hubiese sido sensato dedicar a resolver problemas de su castigada población. En varias ocasiones, otros países en situaciones parecidas lo habían hecho y el mundo no se había acabado.
   Pero, de acuerdo a la línea seguida históricamente, “patrás ni pa coger impulso”, eso hubiera sido interpretado como un fracaso nacional y en nuestra isla ese concepto como tal no existía. Por ejemplo, el descalabro de la Zafra de los 10 millones, que fueron 8, fue publicitado como un revés e inmediatamente se había acuñado la consigna “convertir el revés en victoria”.


   A los Panamericanos se les dio una gran importancia política. Se consideraron una vitrina que debía mostrar a decenas de países el nivel de organización que habíamos alcanzado y, por extensión, lo bien que funcionaban las cosas en nuestro país. No es de extrañar que en los primeros meses de aquel año, la prioridad en Radiocentro fuese garantizar un excelente trabajo audiovisual en los juegos, para lo que se puso en marcha un plan que incluía la adquisición con divisas y puesta en marcha de costosos equipos nuevos.

LA ORGANIZACIÓN DE TELECOMUNICACIONES IBEROAMERICANAS
   Fundada en 1971, cuando el gobierno cubano padecía de aislamiento en muchas instituciones del área latinoamericana, durante sus veinte años de vida la Organización de Telecomunicaciones Iberoamericanas (OTI) nunca había abierto sus puertas a Cuba. Se trataba de una asociación de emisoras que jugaba un papel fundamental en la compra de derechos audiovisuales y transmisión para América de grandes eventos como las Olimpiadas, las Copas Mundiales de Futbol y los Panamericanos. En el marco de las negociaciones relacionadas con la transmisión internacional de los Panamericanos de aquel agosto, surgió la posibilidad de romper uno de los vetos que sufría Cuba y permitirle la entrada a la OTI.


En esta decisión de admitir a nuestro país, jugó un papel decisivo Guillermo Cañedo, un mexicano alto ejecutivo de la FIFA, por entonces una de las figuras más influyentes en el futbol mundial. Cañedo, un hombre del emporio Televisa de Emilio Azcárraga, había fundado la OTI en 1971 y, veinte años después, seguía ocupando allí el cargo de presidente.

   Fijemos el entorno de los acontecimientos. Hay que tener en cuenta que el bloque socialista europeo había desaparecido como tal, que Cuba estaba con el culo al aire y que tanto a los gobernantes cubanos como a algunos intereses extranjeros que se movían detrás de la OTI les interesaba iniciar un proceso de acercamiento del que este paso podía ser el primero. No hay que perder de vista la identificación total de Televisa con el gobierno mexicano.

   En aquellos meses iniciales del año 91, en que toda la estructura organizativa de la tele estaba en función de aquello que pomposa y machaconamente se anunciaba como “la magna cita deportiva de América”, ocurrió un acontecimiento que los empleados de nivel bajo no esperábamos y del cual nos enteramos leyendo una noticia del Granma publicada el 21 de marzo bajo el siguiente titular: “Cuba miembro de la OTI”.

   El ingreso de nuestro país como socio en esta institución internacional con sede en México D.F. y controlada por los mexicanos, se puede considerar la primera evidencia pública de un cierto amorío entre el ICRT y Televisa.

MI ATERRIZAJE EN EL FESTIVAL
   Yo sabía, por arribita, de la existencia de una agrupación de televisiones americanas que organizaba cada año una competencia de canciones similar a la de Eurovisión. Nunca la había visto. En Cuba no se transmitía y al circuito semiclandestino de amigos al que yo tenía acceso, formado por gente que obtenía (vaya usted a saber cómo) videograbaciones de eventos internacionales, no le interesaba en lo más mínimo el Festival de la OTI y prefería centrarse en los Oscar, los American Music Awards, los Emmy y los Tony.

   Tras el intento fallido de llevar adelante mi telenovela “Cantante”, la que pudo haber sido y el Período Especial se encargó de que no fuera, yo había vuelto al Departamento de Musicales y me había puesto a escribir y dirigir “En la viva”, que los jueves por la noche animaba Consuelito Vidal en Cubavisión.

   Corría abril cuando se recibió en 23 entre L y M la invitación oficial para que participáramos por primera vez en el Festival de la Canción de la OTI, que ese año estaba programado para septiembre en Acapulco.

   En las bases del evento, se establecía que la obra de cada país debía ser la ganadora de un concurso nacional transmitido por televisión. La presidencia del ICRT me encargó que le metiera mano con urgencia a la organización y realización del certamen cubano, de manera que pudiéramos cumplir con el requisito exigido y plantarnos cinco meses después en el famoso balneario mexicano con una buena representación.

   Como ya el perro de trabajar para que otro se beneficiara me había mordido en una ocasión anterior, dejando profunda huella en mi canilla, no quise aceptar aquella encomienda sin preguntar si yo viajaría a Acapulco con la delegación cubana. Dirigentes que me merecían cierta confianza me aseguraron que sí. Entonces accedí.

   Afortunadamente, el XX Festival OTI 91 se pospuso para tres meses después de lo previsto inicialmente y pude trabajar con un poco más de tiempo. Hicimos dos espectáculos televisados, los días 21 y 22 de septiembre, en los que se eligieron la canción de Cuba y su cantante, que resultaron ser “Si todos saben de ti” con letra y música de Rolando Ojeda “Ojedita”, y Delia Díaz de Villegas. Aquel fue el inicio de mi vinculación con los concursos y programas en que se seleccionaron las obras e intérpretes que representaron a TV Cubana en los festivales internacionales OTI de 1991 a 1994.

   De dichos eventos hablaré en futuras piezas del blog. Ahora, no nos desviemos y volvamos a las relaciones ICRT-Televisa, que es el motivo central de esta crónica.

DESCUBRIENDO LA MOVIDA DE VERÓNICA
   En lo que fue mi primer viaje a un país capitalista, yo había estado en 1989 en territorio mexicano filmando un documental de la gira de Amaury Pérez Vidal por el norte del país. Por curiosidad profesional, cada vez que llegaba a una ciudad dedicaba un tiempo a ver la tele en mi habitación de hotel. Por entonces el llamado Canal de las Estrellas era, con diferencia, el principal de México. Por él transmitía Televisa su programación gorda de telenovelas, infantiles, musicales y eventos deportivos.
   Durante el tour, siempre que pude sintonizaba un estelar late night show de variedades, muy bien realizado, que empezaba a las 11 de la noche y no tenía límite de tiempo establecido para terminar, dependiendo del material disponible y de cómo se desarrollara el programa, que siempre giraba alrededor de una figura. Se titulaba “La movida”, lo presentaba Verónica Castro (1) y se emitía en directo desde el Distrito Federal hacia una pila de países.


En Youtube hay materiales de aquel programa, como éste video con el que se iniciaba cada noche: Presentación del programa "La movida"
    Recuerdo pasarme horas de una noche viendo entristecido “La movida” con Lucho Gatica, reencontrándome con quien había sido mi cantante favorito en los 50 y cuarenta años después era un pobre fantasma que había perdido la preciosa voz que lo hiciese famoso en toda América y daba muestras de una notable decadencia física y mental.

   Posteriormente, en una ocasión, Amaury, que era un artista muy reconocido allá, viajó de La Habana al D. F. expresamente invitado para ser la estrella de una de aquellas madrugadas televisivas de Verónica.

   Cuando él regresó y me mostró el video, comparé lo que se hacía en México y lo que hacíamos en Cuba teniendo la misma materia prima, en este caso las canciones y la personalidad de Amaury. Me pasé varios días conmocionado, haciéndome la misma pregunta: ¿por qué no podíamos producir en TV Cubana un show como “La movida” si en nuestro país teníamos el talento necesario? ¿Por qué?, ¿por qué?

TRABAJAR CON TELEVISA
   La vida tiene a veces giros inesperados, y hasta insospechados, que te dejan turulato. En noviembre del 91, un mes antes de mi previsto viaje a Acapulco, me llamó el ICRT para que me hiciera cargo de la dirección general de la parte cubana en un evento que nunca imaginé se celebraría en Cuba: “La movida”. El programa que tanto me había impactado, transmitiría dos noches consecutivas desde La Habana ¡y yo sería su director artístico!

   Trabajar directamente con la bien aceitada y apabullante maquinaria de producción de Televisa fue una experiencia que me sacudió. Algunos momentos se han quedado grabados en mi memoria.
   Por ejemplo, cuando los primeros mexicanos visitaron La Habana para cuadrar los detalles generales, quisieron ver posibles locaciones y les llevé al mejor estudio que teníamos: el 19. Construido en uno de los espacios que originalmente se planificaron como aparcamientos en los sótanos del Focsa, nuestro 19 nunca tuvo las condiciones ideales para ser un gran plató de televisión, ni en altura ni en amplitud. Para quienes habíamos trabajado cientos de veces en él, resultaba un sitio entrañable, lleno de recuerdos, pero a los productores del D. F. debió parecerles un viejo y triste garaje, cuyo piso estropeado no permitía que una cámara pudiese rodar adecuadamente.
 

   Descartado el Focsa, tuvimos que buscar otra locación. La elegida fue Tropicana, cuya administración y elenco colaboraron mucho con nosotros, sabedores de que aparecer en “La movida” era una impagable promoción internacional para el cabaret.

   Otra cosa que me impresionó fue el tratamiento de gran estrella que le daban a Verónica Castro, desde traerla y llevarla en un avión jet perteneciente a la flota privada de Televisa hasta ponerle a varias asistentes a su disposición, haciendo todo lo posible para que ella se sintiera bien y nada le molestara.

Jorge Luis Pacheco, del staff de producción de TV Cubana, recibe a Verónica Castro
en la pista del aeropuerto de Rancho Boyeros. A la izquierda, el director Iván Esteva.

   La noticia del arribo a La Habana de Verónica Castro, se puede ver pulsando el siguiente enlace:

   Los mexicanos nos pidieron que trajéramos al programa a un grupo de actrices y actores cubanos para que la Castro les entrevistara sobre el tema “telenovelas cubanas”. La segunda noche estuvieron con ella Isabel Moreno, Cristina Obín, Nancy González, Coralita Veloz, Armando Tomey, Fidel Pérez Michel, Gerardo Riverón y Eduardo Macías. Apúntense este dato.

   Para el equipo humano cubano, hacer “La movida” fue una proeza. Empatábamos prácticamente la noche con el día, en medio de las dificultades del Período Especial, cuando resolver cualquier minucia se convertía en un tremendo problema. Terminamos hechos polvo pero con la satisfacción de que las dos emisiones de “La movida” resultaron un éxito. Yo me fui a descansar repleto de felicitaciones orales, calculando cuántos fulas me hubiese pagado Televisa por un trabajo como aquel.


   Lean al final de esta pieza, en la nota (2), la ficha de “La Movida” en Cuba y en las números (3) y (4) dos anécdotas que ocurrieron en Tropicana durante aquellos días.

MÉXICO LINDO Y QUERIDO
 
   Cuando faltaba poco para mi salida hacia OTI 91, el presidente del ICRT Enrique Román (5) se reunió conmigo. Me dijo que, coincidiendo con la celebración del festival, él iba a estar unos días en México entrevistándose con dirigentes de Televisa y que les iba a pedir que, terminado el evento de Acapulco, me invitaran a visitar sus estudios e instalaciones en el D. F., actividad que me resultaría provechosa para mi desarrollo profesional.

   Pocos días más tarde me fui de fasten para México lindo y querido encabezando una delegación de cinco personas integrada por Delia Díaz de Villegas, Ojedita, el director musical Miguel Patterson y un excompañero del ICRT a quien colaron en el viaje y todo parecía indicar que nos acompañaba “para atendernos” en caso necesario. (6)

DE LA HABANA A ACAPULCO
   Televisa era la responsable de la organización del festival. Nos alojaron en un hotel de esos enormes y lujosos que abundan a pie de playa, con vistas a la impresionante bahía de Acapulco. En todo el tiempo que pasamos allí, no nos pudimos quejar porque desde el momento de la llegada nos atendieron de maravilla, con un trato exquisito, haciéndonos sentir constantemente que la presencia de Cuba por primera vez en OTI era no sólo bien recibida sino también un acontecimiento importante.

   Una tarde, mientras yo presenciaba los ensayos en el Centro de Convenciones, un señor vino hasta mí presentándose como presidente de OTI. Era Guillermo Cañedo. De forma muy cordial me dio la bienvenida y me expresó lo satisfecho que estaba por tener a Cuba como nuevo miembro de OTI y participante del festival. Estuvimos conversando unos minutos, los suficientes para decirme que los tiempos estaban cambiando y que ellos, en Televisa, veían con simpatía la posibilidad de acometer proyectos conjuntos con el ICRT.
   Recordé lo que me habían orientado en La Habana:
   -- Tú oye lo que te digan pero no te comprometas con nada. Y de política no hables.


   Cuando nuestro encuentro terminó y me quedé solo, noté que Cañedo se quedó un rato en el ensayo pero no se acercó a nadie más, a ninguna de las delegaciones que allí estaban.

   Al poco rato, la azafata que nos asignaron me avisó de que Televisa pedía mi permiso para entrevistarme. Dije que sí y cuando el ensayo terminó se aparecieron un periodista y un camarógrafo. Fiel al guión que me había trazado, mis respuestas versaron sobre el agrado que sentíamos por estar en el festival compartiendo con tantos países latinoamericanos allí representados y bla bla bla.

   Ya que yo no había dicho nada interesante desde el punto de vista informativo, me llamó la atención la amplia difusión que el Canal de las Estrellas dio a la entrevista conmigo que, sin lugar a dudas, no era una persona significativa ni mucho menos. En la edición del video, mezclaron mis respuestas con fragmentos del ensayo de Delia Díaz de Villegas en una pieza audiovisual de varios minutos que repitieron varias veces a lo largo del día en unos mininoticiarios que transmitían.

   Atribuí el bombo que nos estaban dando a la presencia de Cuba en la OTI y en el evento. No se me ocurrió pensar algo que probablemente ocurrió: los de Televisa debieron creer que yo era figura en el ICRT cuando Enrique Román mencionó mi nombre en sus reuniones con ellos.

   Bueno, éramos noticia. En un salón del Centro de Convenciones, convocaron una tarde un maratón de conferencias de prensa para que los periodistas interrogaran a las delegaciones. Los países fueron pasando y apenas se les hacían preguntas.

   Cuando nos llegó el turno, el recinto se abarrotó de gente interesada en Cuba, en lo que teníamos que decir. Hubo muchas interrogantes de carácter político. Algunos querían saber si Cuba abandonaría el socialismo, siguiendo la senda de los países del este europeo. Cada vez que nos pitcheaban una en esa onda, la bateábamos de fao, esquivándola con el manido argumento de que éramos artistas y estábamos muy contentos de estar allí representando a nuestra música y tararí tarará.
   -- No soy la persona adecuada para responder sobre ese asunto, ya que no soy un funcionario del gobierno de mi país. Vengo al frente de la delegación cubana por haber sido el director artístico del concurso nacional de la OTI -repetía yo y de ahí no había quién me sacara una palabra diferente.


Pedraza Ginori y una señora mexicana en la Sala de Prensa del Festival OTI 91, Acapulco

UN GUAJIRO ÑONGO EN TELEVISA
   La canción de Ojedita, bien defendida por Delia, hizo un buen papel, quedando entre las diez finalistas. El festival terminó y yo me dispuse a cumplimentar una invitación de Televisa para visitar sus instalaciones en el D.F. La delegación se desintegró y yo viajé a la capital, donde me alojé en el pisito en que vivían dos compañeros cubanos, un periodista y un camarógrafo. Después de muchísimos años, ambos eran los primeros corresponsales de nuestra tele en México. Tiempo después supe que también había personal de Televisa cubriendo noticias en Cuba.

    Durante dos jornadas consecutivas, un elegante auto con chofer uniformado me recogía por las mañanas en la puerta del piso de los cubanos y me devolvía por la tarde/noche. Así, estuve acudiendo a una especie de ciudad de la televisión, un impresionante complejo de edificios de estudios, talleres, oficinas y servicios que, si mal no recuerdo, radicaba en la zona de San Ángel.

   Yo alucinaba con todo lo que veía, como un niño pequeño al descubrir Disneyland. Todo me resultaba sorprendente. Empezando por una pegatina de “invitado” que me pusieron sobre el saco y que servía para entrar y recorrer todo aquello sin necesidad de identificarme. Nada que ver con los controles de seguridad que se aplicaban en Radiocentro, en los que una mañana se me olvidó el carné y no me dejaron entrar a pesar de que llevaba 25 años trabajando allí y me conocía todo el mundo.

   El primer día me recibió un ejecutivo (7) que me dio la bienvenida en un despacho como los que yo había visto sólo en películas americanas y me explicó el plan que habían preparado para mí. Me asignaron un guía y con él fui recorriendo estudios y talleres, preguntando constantemente ya que todo me interesaba. Yo había estado en 1976 en las sedes de la TV de la RDA, que me parecieron un fenómeno, pero ésto era a lo bestia.

   A la hora de almorzar no tuvimos que salir a la calle ya que fuimos a un agradable restaurant de allí mismo donde comí gratis y a la carta. Fue imposible dejar de comparar aquello con el comedor del ICRT, en los bajos del edificio Alaska, con sus bandejas de metal, su eterna y aguada sopa de pescado, el arroz con ná y una higiene que le ganó justamente el sobrenombre de “La cochambre”.

   Me impresionó el gran tamaño y el moderno equipamiento de los estudios y las cabinas. En un foro,
que tenía montada y lista para usarse toda la escenografía de una novela, presencié la grabación de una escena. En cuanto la terminaron, intérpretes y técnicos se movieron a otro set y continuaron trabajando sin pausa. En otro gran plató ensayaban un número coreográfico para un especial navideño del grupo Garibaldi, muy popular por entonces, que formaban cuatro chicas y cuatro chicos que cantaban y bailaban.
   Me quedé un buen rato en la sala de posproducción, donde se podía hacer toda clase de efectos digitales de la época. Para mí, estar allí fue cómo vivir un rato en el futuro.

EL JEFAZO
    Al final del segundo día, para cerrar mi visita, me recibió un jefazo muy importante que lamento no recordar quien era. Fíjense si el tipo era jefazo que tenía tres secretarias, quienes trabajaban en exclusiva para él en la sala contigua a su despacho.
   El hombre me recibió cordialmente y me dedicó un buen rato. Tras preguntarme qué tal me había parecido Televisa y otros temas triviales, pasó a hacer hincapié en lo fundamental que era para ellos la producción de telenovelas. Constituían el eje central de la programación del Canal de las Estrellas, que incluía cinco o seis distintas cada día, y su gran audiencia generaba sinergias con el resto de programas.
   Era el producto estrella de la casa y lo vendían en numerosos mercados, a unos 50 países incluyendo India, Rusia y Japón. México ocupaba el primer lugar mundial en el mercado de las telenovelas. “Nuestro principal negocio”, subrayó.
   Me explicó con detalle cómo funcionaba el sistema. Grababan nueve obras simultáneamente. De cada una se obtenía un capítulo por día. Para ahorrar tiempo, los actores no ensayaban en seco. Una vez maquillados y vestidos, iban directamente a grabar colocándose en el set y moviéndose según las instrucciones que recibían desde la cabina a través de un pinganillo escondido detrás de la oreja. Tampoco se aprendían los diálogos, los leían en el teleprompter. Me pareció una fábrica, no un sitio donde se hacía arte.

   Mientras hablaba, yo me preguntaba ¿por qué me cuenta todo esto a mí?


   Pronto obtuve la respuesta, cuando él abordó lo que era el objetivo central de su exposición. Ante una demanda internacional que crecía, Televisa iba a crear nuevos centros de producción de telenovelas y estaban evaluando dónde los establecerían. Se manejaban sitios como Tijuana y Miami y últimamente había surgido una corriente a favor de fabricarlas en Cuba donde, argumentó, había nacido el género en los años 50, se había creado el gran éxito internacional “El derecho de nacer”, existía una cultura de series dramatizadas de calidad y, lo más importante, estaba por explotar una gran mina de talento autoral e interpretativo. (8)

   Para mí, fue una lección en vivo y en directo de cómo trabajaba una gran empresa, cómo tejían una red de relaciones para conseguir sus objetivos.
   Até cabos. Ahora me cuadraba el tinglado de las cosas y situaciones que habían estado ocurriendo y que, aparentemente, no tenían conexión entre sí:
   la entrada nuestra en OTI gracias a los mexicanos,
    la invitación a participar en el festival,
     “La movida” desde Tropicana,
      la entrevista de Verónica Castro a intérpretes de telenovelas cubanas,
       los contactos entre Román y los ejecutivos de Televisa,
        la importancia que se le dio a nuestra presencia en Acapulco,
         la apertura de una corresponsalía de nuestro Noticiario Nacional de Televisión en México,
         el tratamiento exquisito que recibí durante mi visita a las instalaciones de San Ángel…


   Todos los pasos se movían en una dirección, en función de unos propósitos muy bien calculados: de entrada hacer negocios con Cuba, producir telenovelas en La Habana y más tarde o más temprano, cuando se cayera Fidel Castro, cuando el previsible cambio llegara, ya ellos estarían con un pie dentro de la isla, listos para poner el otro, ocupando una posición ventajosa en la situación que se presentase.

DONDE HUBO FUEGO

   El noviazgo entre el ICRT y el imperio Televisa no pervivió mucho. Se rompió el día en que, cubriendo unos hechos ocurridos en la isla, el corresponsal en La Habana de la cadena produjo una noticia crítica con el régimen cubano que, encabronado, lo expulsó montándolo en el avión de regreso al D.F.

   Pero como en toda relación amorosa, donde hubo fuego quedan cenizas. Cuba siempre ha sido la fruta prohibida y anhelada por el gigante audiovisual azteca. Vean la noticia que publicó la web “Encuentro en la red” doce años después, el 17 de enero de 2002:

Emporio mexicano de televisión negocia con Fidel Castro
   AFP/ México. El empresario mexicano Emilio Azcárraga Jean, accionista mayoritario del emporio televisivo Televisa, se reunió en privado en La Habana con Fidel Castro para establecer compromisos de inversión en la Isla, informó este miércoles la prensa mexicana.
   Televisa, símbolo de la televisión capitalista mexicana, produciría telenovelas, programas musicales e instalaría una corresponsalía permanente en Cuba que "se inauguraría con la visita a Cuba de dos días —3 y 4 de febrero— que realizará el presidente de México Vicente Fox", según el diario La Jornada.


   ¿Continuará este culebrón? Vamos a ver. En 1991 la cosa no cuajó. En 2002 tampoco. Quizás en un futuro, como en el capítulo final de un melodramático culebrón, la altiva y acaudalada Televisa logre al fin conquistar con sus divisas y artimañas al humilde y necesitado proletario llamado ICRT, llevándose el gato al agua. Entonces, la primera telenovela producida por los mexicanos en Cuba podría titularse “El derecho de comer”.


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N    O    T    A    S

(1)   Verónica Castro es una actriz y cantante mexicana que se hizo famosa en prácticamente todo el mundo, excepto Cuba, al protagonizar “Los ricos también lloran”, una telenovela de enorme éxito, transmitida en más de 150 naciones y doblada a 25 idiomas. Se basaba en dos argumentos originalmente creados para la radio por la escritora cubana Inés Rodena, residente en Miami.


(2)    DICIEMBRE DE 1991: "La Movida en La Habana” (Desde el Cabaret Tropicana)
   Dos espectáculos distintos, creados especialmente para el programa “La Movida” de Televisa México, que fueron transmitidos por vía satélite y en directo a países de América Latina y al público hispanoparlante de Estados Unidos. 

   Presentadora: Verónica Castro (México).
   Asesor: Amaury Pérez Vidal

   Producción por TV Cubana: Jorge Luis Díaz Pacheco, Nelson Rivera, José Manuel Albero, Lázaro Fernández, Osmani García Ginebra y otros
   Asistente de dirección: Rafael González
   Director artístico: Pedraza Ginori
   El 1 de diciembre actuaron Los Van Van, Orquesta Anacaona, Beatriz Márquez, Frank Domínguez, Soledad Delgado, Mirta Medina, Miguel Ángel Céspedes, Rosita Fornés, Grupo Alma Mater, Comparsa Los Guaracheros de Regla y elenco del cabaret Tropicana.
   El 2 de diciembre participaron un grupo de actrices y actores de Cuba: Isabel Moreno, Cristina Obín, Nancy González, Coralita Veloz, Armando Tomey, Fidel Pérez Michel, Gerardo Riverón y Eduardo Macías. Y actuaron NG La Banda, Malena Burke, Cuarteto Las D´Aida y su grupo, Vocal Sampling, Marlene Calvo, Elenco de Tropicana y otros.


 (3)   Cuando la comitiva completa de Televisa, compuesta por dirigentes, jefes medios y personal técnico y artístico, arribó a La Habana unos días antes de los programas para trabajar ya en el montaje y la transmisión, trajeron consigo un cargamento de regalos para distribuir entre nosotros los cubanos involucrados. Junto al material de audio, video, iluminación, etc., venían también unas cajas con prendas de vestir, televisores, equipos de videotape, unos jackets amarillos, camisetas y sombrillas con el logo de la empresa y algunos obsequios más que no recuerdo. Todo se llevó directamente del avión para Tropicana.
   Al parecer, regalar a los colaboradores externos era una práctica de relaciones públicas habitual de los mexicanos. De acuerdo a su modo de ver las cosas, (lease, “la sociedad de clases” y otros conceptos similares) sus mejores obsequios estaban destinados a los altos cargos y la pacotilla para los “pobres de la tierra”.
   Imaginénse la bomba que eso significaba en pleno Período Especial, en un país en que, supuestamente, todos éramos iguales y si había que repartir algo pues, también supuestamente, debía hacerse con justicia de manera que, tomando como referencia su desempeño en el trabajo, los que más se lo merecieran serían los receptores de aquellos presentes.
   No sé qué responsable de TV Cubana decidió ocultar toda la donación y la guardó bajo llave en un local del cabaret. Pero la noticia se filtró y el sitio pasó a llamarse “el cuarto de los regalos”.
   Las especulaciones entre el personal cubano se dispararon. La gente quería saber cómo se iban a distribuir los obsequios y, como nadie daba explicación alguna, se creó un mal rollo tremendo. Mal rollo que aumentó cuando se conoció que algunos funcionarios del ICRT, quienes por su carácter de dirigentes debían haberse portado dignamente, aprovechando los momentos en que estábamos ocupados en ensayos o transmisiones, andaban llevándose a escondidas cosas del famoso cuarto.
   La última noche, a eso de las 4 ó 5 de la mañana, cuando ya habíamos terminado la transmisión y me marchaba de Tropicana, algún amigo se apiadó de mí y me entregó uno de los jackets amarillos que había logrado afanar. Por un instante dudé en aceptarlo pero pensé que no valía la pena adoptar postura de mártir incorrupto y me lo llevé.
   Lo de "el cuarto de los regalos" fue una situación bochornosa. De vergüenza ajena y propia.
   A eso habíamos llegado.  ¿En qué cuneta se había quedado tirado "el hombre nuevo"? ¿A qué vertedero habían ido a parar los valores de igualdad, justicia y solidaridad conque nos habían estado lavando la mente durante 30 años?


(4)   Mi trabajo de director artístico por la parte cubana de “La movida” me dio la oportunidad de relacionarme con una asistenta personal de Verónica Castro. Aprovechando el contacto con la chica, le hablé de "Cantante", una serie dramático-musical que yo había escrito y estaba preparando para Cubavisión, cuyo personaje principal le vendría como anillo al dedo a Verónica. Se podría hacer, sugerí, una versión de mi obra en la tele de México.
    La chica lo comentó con la estrella y ésta me invitó a su camerino. Inquirió detalles y se los di, muy por arriba por si acaso. Me dijo que ella hacía tiempo que no hacía telenovelas por falta de proyectos interesantes. Y me pidió que le entregara por escrito una sinopsis y las características principales del serial.
    Llegamos a comentar que, en caso de aprobarse la idea, yo viajaría al D. F. a trabajar un tiempo con el equipo de Televisa que se encargaba de los dramatizados para ajustar el argumento, que se desarrollaba en Cuba, a la realidad de México y ampliarlo hasta los 250 episodios o más que ellos iban a necesitar.
    Como es natural, yo comprendí que no estaba maduro -ni siquiera pintón- para escribir y dirigir en solitario una “Cantante” mexicana pero entendí aquello como una puerta que se me abría, ¡y qué puerta!
    Mientras “La movida” salía al aire aquella noche, la contentura se me notaba fácilmente. En un pasillo de Tropicana me topé con Juanito Hernández, a la sazón vicepresidente del ICRT, y le comenté mi conversación con Verónica. Fue un error mayúsculo; debí llevar el tema por lo privado y con el mayor secretismo. Comemierda que es uno a veces.
    -- Pues no debiste hablar con ella. Tú firmaste un contrato con TV Cubana cediéndole los derechos y cualquier cosa que se haga con la serie debe ser a través de nosotros. ¿Tú te imaginas cuánto dinero le podemos sacar a Televisa por ese proyecto? Ve preparando los materiales que ella te pidió y ya nos encargaremos de hacérselos llegar.
    Por escribir la obra, en Radiocentro me habían pagado 6000 pesos cubanos; unos 200 dólares si hubiese podido cambiarlos por moneda yankee. Esto no era posible ya que por entonces para los nacionales de a pie estaba prohibida por ley la tenencia de fulas.
    En el contrato que había firmado no existía ni una letra hablando de que yo les cedía los derechos internacionales. Juanito tomaba esa actitud prepotente basándose en el hecho, para muchos dirigentes natural e irrebatible, de que yo, por mi condición de cubano y empleado del ICRT, les pertenecía. En cuerpo y alma. Como en los tiempos de la esclavitud.
    ¿Tengo que decirles, queridos lectores, que allí mismo mandé al carajo la idea de una hipotética “Cantante” mexicana?


(5)   Los trabajadores del Instituto Cubano de Radio y TV tuvimos que soportar la arrogancia, la incapacidad y las absurdas decisiones de dos nefastos comisarios políticos durante los dieciocho interminables años en que estuvieron al frente de nuestro organismo. Ellos fueron Jorge “Papito” Serguera (1967-1974) y Nivaldo Herrera (1974-1985).
   Ambos son buenos ejemplos de lo que he dado en llamar “dañinos”, gente cuyo principal objetivo era cumplir las instrucciones que les llegaban de arriba, que se dedicaron con ahinco a derribar una televisión que en los 50 se situaba a la cabeza de sus similares en el mundo para convertirla en un simple altavoz de propaganda ideológica.
   Torcido el ICRT, y de mala manera, en el 85 habían nombrado presidente a alguien que llegó convocando reuniones y más reuniones, manifestando su intención de enderezar la televisión y darle un perfil más creativo y artístico. No dudo de que sus propósitos fueran sinceros pero sus resultados no le avalan. Al final de sus cinco años en el puesto, se marchó sin dejar huella, pasando por allí como si no hubiese pasado.
   En 1990 plancharon a este señor y colocaron en la presidencia del organismo a Enrique Román, quien había sido director del periódico Granma. De todos los que pasaron por el cargo durante los treinta años que laboré en Radiocentro, fue el que mejor recuerdo me dejó.

   Desde que le entregaron la máxima responsabilidad de la radio y la televisión nos había distinguido a mi esposa Loly Buján y a mí, reconociendo el trabajo que habíamos desarrollado a lo largo de nuestras carreras profesionales y escuchando nuestras opiniones sobre los problemas que afrontaba la TV. Ese gesto, tan sencillo como inusual en un alto dirigente del ICRT, y su forma educada y respetuosa de tratarnos fueron para nosotros dos actitudes que valoramos mucho.

(6)   Desde los primeros tiempos de la revolución, se estableció como práctica que  toda delegación artística que viajase a los países capitalistas debía incluir a un “acompañante”, una persona que generalmente no pintaba nada allí excepto cuidar de que las cosas marcharan como era debido. Evidentemente, se trataba de un informador infiltrado que rendiría cuentas al regreso a Cuba. Estos topos se decía que viajaban “de maleta”, como si fueran parte del equipaje. A veces, para disimular un poco, el tipo se encargaba de pequeñas labores como pagar la nómina o las dietas, organizar el traslado de los instrumentos musicales o tocar las maracas.
   Estos personajes no le ofrecían al gobierno cubano una garantía absoluta para evitar lo que llamaban “deserciones”. A lo largo de los años, no fueron pocos los artistas y técnicos que se las arreglaron para burlar a los acompañantes y aprovecharon los fastenes para escabullirse de las delegaciones, quedarse en el extranjero y así darse de baja del fidelismo.


(7)   No menciono los nombres de los ejecutivos y empleados de Televisa con los que me relacioné porque no lo considero relevante para esta crónica. Sólo quiero subrayar que ninguno de ellos tenía el apellido Azcárraga.

(8)   Al terminar nuestra reunión, el jefazo de Televisa me regaló un kit que incluía una camiseta T shirt, un reloj, un estuche con un bolígrafo y una pluma y otro de perfumes, todos con el logo de la empresa. Era evidente que estaba haciendo lobby conmigo, tratando de ganarme para su causa de producir telenovelas en Cuba. Pero le estaba tirando flechas a la diana equivocada porque yo no tenía ni la más mínima influencia en las decisiones de TV Cubana.
   Al salir de aquella cita, su subordinado, el primero que me atendió, me invitó a tomarnos unos tragos en un sitio elegante del D. F. en compañía de otros ejecutivos de Televisa, todos muy trajeados y amables conmigo. Uno de ellos se puso a hablar por un móvil y al notar que yo lo miraba, me lo cedió. “Puedes llamar a Cuba si quieres”, me sugirió. Yo había visto estos teléfonos antes, pero fue la primera vez en que hablé por uno.
   Como ven, todo muy en plan “indígena nativo del tercer mundo en compañía de colonizadores llegados desde el primero”. Pero, ¿qué le vamos a hacer? En definitiva, cuarenta años viviendo en la Cuba aislada me habían convertido en eso: un indígena del tercer mundo, maravillado ante el pacotillero y resplandeciente brillo de los collares de vidrio que exhibían los colonizadores.

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V    I    D    E    O    S

    Pueden ver imágenes de "La Movida en La Habana", pulsando los siguientes enlaces de Youtube:





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 La empresa norteamericana Create Space / Amazon ha publicado,
en formato papel, mis dos libros "Pedraza Ginori Memorias Cubanas".
Sus páginas son un compendio de mis experiencias y mis circunstancias, vividas en el mundo de la televisión, los espectáculos, la creación musical,

la radio, la publicidad y la prensa.
Los dos volúmenes recogen, en clave autobiográfica, sucesos, “batallitas”, semblanzas, anécdotas y reflexiones personales.
El Libro 1, “Eugenito quiere televisión”, tiene 342 páginas. 

El Libro 2, "Quietecito no va conmigo", 362 páginas.
Ambos están a la venta en las webs
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1 comentario:

  1. Tristemente era así todo, por eso no me sorprendí de las anécdotas y tus reflexiones. De nuevo cautivas con tus historias y tu forma de contarlas. Gracias, amigo.

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