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viernes, 20 de septiembre de 2019

COMO UN PILOTO DE CAZA, PERO SIN SU JAMA

  De 1971 a 1975 escribí y dirigí un programa semanal que se titulaba “Juntos a las 9 / A la hora del cañonazo” y se transmitía en vivo. Además de la parte musical, en cada emisión tocaba variados temas. Podía tener en el estudio nueve automóviles de taxistas, 800 pollitos para sexarlos en cámara, una entrevista con un luchador campesino peruano, una brigada de macheteros, la comparsa Los Guaracheros de Regla, 30 niños cuyos padres construían obras en Vietnam, etc.
  En aquel tiempo no había productores en la tele y yo tenía que preparar y hacer “Juntos a las 9” solo, absolutamente solo de toda soledad. No importa la complicación que tuviese el programa, jamás se manifestaba el apoyo de un responsable de la televisión cubana para ver qué dificultades yo encaraba, cómo andaba aquello, qué hacía falta, qué situaciones o problemas se me habían presentado… Por tanto, me pasaba la vida ─las horas de trabajo y las que no eran de trabajo─ pegado al teléfono, siendo víctima de tensiones, desequilibrios emocionales, ansiedad…
  Era tan fuerte el esfuerzo que yo hacía en “Juntos a las 9” ─un programa muy complejo y dinámico, con tantas cosas y problemas en un país que nadaba en las dificultades y escaseces─ que, una vez terminada la transmisión a las 10 de la noche, salía del estudio tan estresado que cuando llegaba a mi casa no podía conciliar el sueño hasta que me descomprimía la mente, a eso de las 2 o las 3 de la madrugada.
  En cierta ocasión, 



vinieron al estudio 19 unos especialistas del Instituto de Medicina del Trabajo. Su propósito era estudiar los efectos de la actividad laboral en los que trabajábamos en “Juntos a las 9”. Durante el ensayo de la tarde y después en la transmisión en directo, me colocaron un complicado aparato que medía mis constantes vitales.
  Días después regresaron con los resultados y uno de ellos me informó que durante las horas en que yo ensayaba y sacaba al aire el programa sufría el mismo estrés que soportaba un piloto de caza durante un vuelo de entrenamiento. El técnico estaba preocupado por mi salud ya que los pilotos del ejército recibían una dieta especial y mi alimentación era la de cualquier cubano de a pie. O sea, lo que daban por la libreta y algún bocadito que uno se comía tras una larga cola en una cafetería.
 


  Todavía, 44 años después, me sigo preguntando ¿cómo pude soportar aquello sin volverme loco?, ¿por qué me empeñaba en ser creador de televisión?, ¿por qué no me escapé de mi vorágine diaria y me busqué una pincha suave como manejar un elevador o alimentar pajaritos en el Zoológico?

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