PREÁMBULO NECESARIO
Antes de todo, debo aclarar que a mediados de 1974, a mis 35 años, aunque no era ni había sido antes militante del Partido Comunista ni tenía cargo alguno en las Milicias, los CDR o el sindicato, yo era un simpatizante convencido de la revolución cubana. Aunque veía ciertos comportamientos, actitudes y cabronadas que me inspiraban rechazo porque no me cuadraba la lista (lo que pregonaba el periódico) con el billete (lo que hacían los que mandaban), todavía estaba en esa etapa en que uno quería pensar que todo lo negativo se debía a que una casta de aprovechados, burócratas y mediocres se había sabido aprovechar de la revolución en su beneficio. Esa etapa en que pensaba que la deriva evidente por la que transitaba el proceso, se podía revertir.
Yo entonces creía en la revolución. En su posibilidad de regeneración, en sus principios humanistas, en sus objetivos de justicia para todos, en un sistema socialista en el que las personas tuvieran garantizados la sanidad, la educación, la vivienda, el trabajo, la seguridad social y las oportunidades de desarrollar sus capacidades y aptitudes hasta el máximo posible.
Esta premisa, “creo en la revolución y en que se puede salvar”, válida para mí en aquel tiempo, resulta fundamental para situar en su contexto lo que leerán a continuación.
UNB PITCHER EXPLOTA Y ENTRA OTRO COMO RELEVO
Era 1974. Después de varios años, me parece que fueron siete, de “gobierno” de Jorge “Papito” Serguera (1) y sus compañeros de aventuras, al fin había llegado un nuevo presidente a hacerse cargo del Instituto Cubano de Radiodifusión (2).
Se llamaba Nivaldo Herrera y se corrió por los pasillos que venía, enviado por las más altas instancias del partido, a poner orden y a encarrilar las cosas –que andaban bastante desviadas- en nuestro organismo.
A mí me causó buena impresión cuando le vi y oí por primera vez, por las cosas que dijo en un discurso que nos disparó a la masa, en el que habló del importante papel que la radio y la televisión debían desempeñar en la nueva sociedad que se estaba construyendo, por sus llamados a colaborar y a discutir abiertamente los problemas y por su promesa de establecer una nueva forma de relación entre dirigentes y dirigidos.
El ICR ardía de expectación por saber por dónde irían los tiros, cuáles serían las reformas, qué lanzamientos traía en su repertorio el nuevo pitcher que nos habían mandado desde arriba para relevar al que había explotado.
LAS ASAMBLEAS DEL ESTUDIO 10
A finales de junio, se celebró una asamblea en el estudio 10 de Radiocentro. Fue una primera toma de contacto de la nueva dirección general con el personal implicado en la creación y realización de programas de televisión. En el piso del estudio se colocó una gran mesa en la que se sentaron, junto a Nivaldo, funcionarios, jefes de departamentos, los del PCC, sindicalistas y algunos rostros desconocidos que pronto dejarían de serlo. En el lunetario, totalmente abarrotado, nosotros.
Al iniciar la reunión, Herrera pidió que la gente hablara sin tapujos, que soltaran todo lo que tenían por dentro, sin miedo a represalias. Se trataba de saber qué andaba mal para, a partir de ahí, tomar decisiones. Y la gente se soltó, descargó sin parar. El ambiente, receptivo y prometedor, propició un intercambio de opiniones y consideraciones interesantes, desgranadas con un atrevimiento al hablar que hacía mucho que yo no veía en las por lo general cansinas asambleas a las que estábamos acostumbrados, donde se planteaban los mismos problemas una y otra vez.
Las intervenciones fueron tantas que cuando nos dimos cuenta habían transcurrido varias horas y aún no habían intervenido muchos que habían pedido la palabra. Ante esta situación, se acordó continuar en otra sesión.
Yo no pertenecía al grupo, los de siempre, que descargaban largo y tendido en todas las asambleas. No le tenía fe a este tipo de reuniones colectivas en que la gente se desahogaba un poco dentro de los límites de crítica preestablecidos pero, a efectos prácticos, para poco o nada servían.
Pero como ahora se trataba de un oportunidad distinta, propiciada por el cambio de ciclo, como el nuevo dirigente había abierto una ventana para que se aireara el viciado ambiente, pues decidí sumarme al equipo de los descargosos y tomar la palabra..
Y para hacerlo sin improvisar y de una forma ordenada en la que no se me atropellaran los temas que quería tratar ni se me escapara una palabra que no debía pronunciar, redacté una especie de informe o alegato para leerlo cuando llegara mi turno.
Pienso que reproducirlo más de 40 años después, puede resultar interesante para mis compañeros de entonces, para historiadores de la televisión sin complejos ni pesadas cargas de censura y, sobre todo, para las nuevas generaciones que no vivieron lo que cuento y a las que mi testimonio les ayudará a comprender por qué pasó lo que pasó.
Teniendo en cuenta la extensión de mi escrito y para hacer más fácil su lectura en el blog, he decidido dividirlo en varias partes y encabezar cada una con un título que he añadido ahora. Por lo demás, éste es el texto exacto, el mismo que leí aquel lunes 1 de julio del 74 en el estudio 10 repleto de gente.
LA INTRODUCCIÓN
Si me permiten los compañeros, yo quisiera leer unas cuartillas que he preparado. Yo hablo poco en las reuniones. Desde que entré a trabajar en este organismo en el año 1965, he asistido a un buen centenar de reuniones. En ellas se plantean problemas. Como veo que después no se solucionan y en la próxima ocasión se vuelven a plantear los mismos problemas, pues no le tengo mucha confianza que digamos a las reuniones.
En esta oportunidad, el hecho de que me haya decidido a participar se debe a que me impresionaron las palabras pronunciadas por el compañero Nivaldo Herrera, nuevo director del organismo, el mes pasado, durante la asamblea de producción de la televisión. Los planteamientos concretos que él hizo allí, la colaboración que pidió a todos los trabajadores del ICR, me hicieron pensar que pueden estar creadas las condiciones para que haya cambios importantes en nuestro trabajo, que la revolución necesita que la radio y la televisión jueguen el papel que tienen que jugar en este país y que ninguno de nosotros debe dejar de participar en ese proceso.
Deseo dejar bien claro que por el hecho de trabajar actualmente en la Sub-Dirección Musical de Televisión, cada vez que yo hable de actitudes de funcionarios de programación no hay que pensar necesariamente en el compañero Juan Hernández, que está al frente de ese departamento. Lo que voy a expresar es fruto de una experiencia de nueve años (primero como asistente, después como asesor, coordinador, productor de mesa, escritor y director).
Antes de todo, debo aclarar que a mediados de 1974, a mis 35 años, aunque no era ni había sido antes militante del Partido Comunista ni tenía cargo alguno en las Milicias, los CDR o el sindicato, yo era un simpatizante convencido de la revolución cubana. Aunque veía ciertos comportamientos, actitudes y cabronadas que me inspiraban rechazo porque no me cuadraba la lista (lo que pregonaba el periódico) con el billete (lo que hacían los que mandaban), todavía estaba en esa etapa en que uno quería pensar que todo lo negativo se debía a que una casta de aprovechados, burócratas y mediocres se había sabido aprovechar de la revolución en su beneficio. Esa etapa en que pensaba que la deriva evidente por la que transitaba el proceso, se podía revertir.
Yo entonces creía en la revolución. En su posibilidad de regeneración, en sus principios humanistas, en sus objetivos de justicia para todos, en un sistema socialista en el que las personas tuvieran garantizados la sanidad, la educación, la vivienda, el trabajo, la seguridad social y las oportunidades de desarrollar sus capacidades y aptitudes hasta el máximo posible.
Esta premisa, “creo en la revolución y en que se puede salvar”, válida para mí en aquel tiempo, resulta fundamental para situar en su contexto lo que leerán a continuación.
UNB PITCHER EXPLOTA Y ENTRA OTRO COMO RELEVO
Era 1974. Después de varios años, me parece que fueron siete, de “gobierno” de Jorge “Papito” Serguera (1) y sus compañeros de aventuras, al fin había llegado un nuevo presidente a hacerse cargo del Instituto Cubano de Radiodifusión (2).
Se llamaba Nivaldo Herrera y se corrió por los pasillos que venía, enviado por las más altas instancias del partido, a poner orden y a encarrilar las cosas –que andaban bastante desviadas- en nuestro organismo.
A mí me causó buena impresión cuando le vi y oí por primera vez, por las cosas que dijo en un discurso que nos disparó a la masa, en el que habló del importante papel que la radio y la televisión debían desempeñar en la nueva sociedad que se estaba construyendo, por sus llamados a colaborar y a discutir abiertamente los problemas y por su promesa de establecer una nueva forma de relación entre dirigentes y dirigidos.
El ICR ardía de expectación por saber por dónde irían los tiros, cuáles serían las reformas, qué lanzamientos traía en su repertorio el nuevo pitcher que nos habían mandado desde arriba para relevar al que había explotado.
LAS ASAMBLEAS DEL ESTUDIO 10
A finales de junio, se celebró una asamblea en el estudio 10 de Radiocentro. Fue una primera toma de contacto de la nueva dirección general con el personal implicado en la creación y realización de programas de televisión. En el piso del estudio se colocó una gran mesa en la que se sentaron, junto a Nivaldo, funcionarios, jefes de departamentos, los del PCC, sindicalistas y algunos rostros desconocidos que pronto dejarían de serlo. En el lunetario, totalmente abarrotado, nosotros.
Al iniciar la reunión, Herrera pidió que la gente hablara sin tapujos, que soltaran todo lo que tenían por dentro, sin miedo a represalias. Se trataba de saber qué andaba mal para, a partir de ahí, tomar decisiones. Y la gente se soltó, descargó sin parar. El ambiente, receptivo y prometedor, propició un intercambio de opiniones y consideraciones interesantes, desgranadas con un atrevimiento al hablar que hacía mucho que yo no veía en las por lo general cansinas asambleas a las que estábamos acostumbrados, donde se planteaban los mismos problemas una y otra vez.
Las intervenciones fueron tantas que cuando nos dimos cuenta habían transcurrido varias horas y aún no habían intervenido muchos que habían pedido la palabra. Ante esta situación, se acordó continuar en otra sesión.
Yo no pertenecía al grupo, los de siempre, que descargaban largo y tendido en todas las asambleas. No le tenía fe a este tipo de reuniones colectivas en que la gente se desahogaba un poco dentro de los límites de crítica preestablecidos pero, a efectos prácticos, para poco o nada servían.
Pero como ahora se trataba de un oportunidad distinta, propiciada por el cambio de ciclo, como el nuevo dirigente había abierto una ventana para que se aireara el viciado ambiente, pues decidí sumarme al equipo de los descargosos y tomar la palabra..
Y para hacerlo sin improvisar y de una forma ordenada en la que no se me atropellaran los temas que quería tratar ni se me escapara una palabra que no debía pronunciar, redacté una especie de informe o alegato para leerlo cuando llegara mi turno.
Pienso que reproducirlo más de 40 años después, puede resultar interesante para mis compañeros de entonces, para historiadores de la televisión sin complejos ni pesadas cargas de censura y, sobre todo, para las nuevas generaciones que no vivieron lo que cuento y a las que mi testimonio les ayudará a comprender por qué pasó lo que pasó.
Teniendo en cuenta la extensión de mi escrito y para hacer más fácil su lectura en el blog, he decidido dividirlo en varias partes y encabezar cada una con un título que he añadido ahora. Por lo demás, éste es el texto exacto, el mismo que leí aquel lunes 1 de julio del 74 en el estudio 10 repleto de gente.
LA INTRODUCCIÓN
Si me permiten los compañeros, yo quisiera leer unas cuartillas que he preparado. Yo hablo poco en las reuniones. Desde que entré a trabajar en este organismo en el año 1965, he asistido a un buen centenar de reuniones. En ellas se plantean problemas. Como veo que después no se solucionan y en la próxima ocasión se vuelven a plantear los mismos problemas, pues no le tengo mucha confianza que digamos a las reuniones.
Nivaldo |
Deseo dejar bien claro que por el hecho de trabajar actualmente en la Sub-Dirección Musical de Televisión, cada vez que yo hable de actitudes de funcionarios de programación no hay que pensar necesariamente en el compañero Juan Hernández, que está al frente de ese departamento. Lo que voy a expresar es fruto de una experiencia de nueve años (primero como asistente, después como asesor, coordinador, productor de mesa, escritor y director).
Nueve años en los que he conocido de cerca y trabajado en casi todos los tipos de programas y estructuras. Tiempo en el que he visto a un numeroso grupo de funcionarios desfilar por los cargos –a veces sustituyéndose unos a otros-, casi siempre con la misma mentalidad.
También es bueno que haga una aclaración sobre qué opinión me merecen los compañeros que han tenido a su cargo la estructura de programación en esos nueve años. Creo que a ninguno de ellos se le puede señalar una falta irreparable. ¿Son buenos compañeros? Sí. ¿Son activos? Sí. ¿Tienen buenas intenciones? Sí. ¿Son inteligentes? Sí.
Tengo un análisis hecho acerca de su actuación al frente de la programación y muchas veces he sufrido en carne propia sus errores. Creo que su actividad, sus buenas intenciones, su esfuerzo y su inteligencia se han puesto al servicio de un concepto absurdo de cómo debe funcionar la televisión y que es necesario que ellos lo comprendan. Los invito a que no vean en mis palabras una actitud de resentimiento hacia ellos. Los invito a que mediten serenamente sobre lo que voy a plantear y se respondan a sí mismos si estoy equivocado o no.
EL DIRECTOR DE PROGRAMAS: MEZCLA DE EINSTEIN, MARX Y SUPERMAN
¿Qué debe ser un director de programas de televisión? Su contenido de trabajo especifica que “es el responsable de organizar, dirigir y sacar al aire el programa”. Eso quiere decir cumplimentar funciones muy variadas. Desde concebir la idea de una estructura o formato de programa hasta manejar un equipo electrónico llamado switcher, pasando por planear el libreto con el escritor, discutir con el escenógrafo, planificar una iluminación, conducir correctamente al personal a su cargo desde un punto de vista humano, artístico y técnico, controlar mil detalles al mismo tiempo y, sobre todo, velar porque el mensaje ideológico a su cargo se difunda de manera óptima.
Un director de la televisión cubana debe manejar el marxismo-leninismo. Debe estar muy bien informado de todo lo que ha ocurrido y ocurre en Cuba y en todo el mundo. Debe ser un conocedor de los planes económicos del país, de las necesidades sociales del pueblo y de cómo nuestra revolución trabaja para darles solución. Debe estar ubicado en el papel que le toca a este medio en la lucha contra la penetración ideológica imperialista, de cuáles son las variantes que se van produciendo en esa lucha. Tiene que estar al día porque un proceso complejo va generando cambios y es posible que lo que resultó correcto en el pasado enero, sea negativo en el próximo octubre.
Un director debe poseer un alto nivel cultural, imaginación, vigor físico, sentido del ritmo, chispa, sensibilidad, seguridad en sí mismo, don de mando, simpatía, puntualidad, habilidad para influir sobre los demás, poder de organización, autodisciplina, previsión, experiencia, reacciones rápidas, ecuanimidad, saber distribuir su tiempo y el de los demás y tener salud mental y de la otra.
Un director debe saber de actuación, escenografía, música, historia, ambientación, geografía, electrónica, grabaciones, literatura, redacción, dibujo, coreografía, vestuario, filosofía, relaciones humanas, iluminación, edición, cinematografía, artes plásticas, musicalización, diseño, mecanografía, manejo de cámaras, publicidad, periodismo, fotografía, idiomas, arte en general, audio, economía política, sociología, gramática, dramaturgia, sicología, nuevas técnicas en televisión y, por supuesto, debe poseer profundos conocimientos de la revolución, profundos conocimientos de dirección y debe ser un artista.
Enfrentado a su trabajo diario, a un director pueden presentársele situaciones en que debe dar respuesta –y hablo por experiencia propia- a preguntas tan variadas del conocimiento humano como las siguientes:
¿Cuántos huevos pone una gallina al día? ¿Cuántas líneas telefónicas hacen falta para sacar al aire un remoto desde Cienfuegos? ¿En cuántos metros puede doblar en redondo un Alfa Romeo? ¿Cómo se entregaban los telegramas en Rusia a mediados del siglo pasado? ¿Qué es lo más importante a destacar cuando se hable de los avances de la educación en Cuba? ¿Cuándo un cantante está desafinado? ¿Qué tipo de calzado usaba Marco Polo? Esas preguntas pueden dar una idea de lo complejo que resulta desarrollar esa labor.
Cualquiera comprende fácilmente que para que un director pueda laborar con eficiencia y calidad, tiene que ser una persona equilibrada, rodeada de condiciones correctas de trabajo y desenvolverse dentro de esquemas de organización regidos por la lógica y la cooperación, que le ayuden a hacer frente a su difícil tarea.
EL DIRECTOR, ESE POBRE HOMBRE
Ahora, yo preguntaría: en líneas generales, ¿qué es, qué ha sido en realidad, un director de programas en nuestra televisión en estos años que llevamos de revolución? Se me ocurre responder que, ante todo, es y ha sido “un pobre hombre”. Consciente de su enorme responsabilidad pública, un director es casi siempre un manojo de nervios, sin condiciones para trabajar, sin estímulos, sin colaboración efectiva por parte de los que tienen la obligación de prestársela, dependiendo de sus propios recursos, definitivamente solo ante su propia conciencia del deber.
Un hombre que siente que no es debidamente apreciado, orientado ni criticado por sus superiores, que comprueba que da lo mismo que su trabajo sea brillante como que sea deficiente. Un hombre que encuentra en su quehacer diario incomprensiones y obstáculos que entran en el terreno de lo absurdo.
Podría parecer que estoy exagerando, que pinto un cuadro demasiado dramático. Pero mis compañeros directores que están hoy aquí, saben que lo que afirmo es, desgraciadamente, la realidad. Que muchos de nosotros nos pasamos la vida –las horas de trabajo y las que no son de trabajo- siendo víctimas de tensiones, desequilibrios emocionales, ansiedad… (3) Que los berrinches que llenan nuestro quehacer diario nos van dejando un saldo negativo. Y si queremos saber cuán negativo puede llegar a ser ese saldo, qué cantidad de destrucción nos puede producir, simplemente debemos recordar el caso del compañero Ernesto Casas. (4)
Y se podría preguntar: ¿por qué, entonces, una persona se empeña en ser director? ¿Por qué no escapa de su locura diaria y se pone a manejar un elevador o se va al Zoológico a cuidar a los pajaritos? Podría haber tantas respuestas como directores. Una encuesta daría como resultado varias constantes: amor a este trabajo, conciencia de la responsabilidad social que conlleva, posibilidad de aplicar inquietudes revolucionarias y/o artísticas, etc.
CALIDAD, CAPACIDAD, FELICIDAD
Compañeros:
El objetivo, la razón de ser de este organismo –entretener, informar al pueblo y elevar su nivel cultural- no se puede lograr, no se podrá lograr jamás con calidad si los que realizan los programas, los que planifican, escriben dirigen, actúan, manejan una cámara, ponen un disco o abren un micrófono no son personas motivadas, estabilizadas, llenas de confianza, entusiastas, en fin, si no son personas felices de trabajar aquí. O, al menos, casi felices.
¿Y quién tiene que entender esto? ¿Quién tiene que lograrlo? ¿Quién tiene, como primera prioridad, la responsabilidad de hacer que aquí todos trabajemos con la mayor calidad, con la máxima capacidad y con la máxima felicidad posibles? Los dirigentes, los funcionarios, los compañeros que ocupan las posiciones de dirección.
¿Cómo lo lograrían? Vamos a pensar… ¿Qué nos hace sentir bien a todos? ¿Cúal es nuestra mayor aspiración? ¿Cuándo sonreímos y nos sentimos contentos? Pues simplemente cuando el programa en que trabajamos sale bien, cuando vemos que cumplió su cometido, cuando en la calle nos dicen que es bueno.
Entonces, señores, enfoquen sus esfuerzos hacia lo que más nos interesa: el programa.
PROGRAMA, PROGRAMA Y PROGRAMA
Es imprescindible poner en primer plano la palabra "programa". No crean que es tan fácil. Me imagino que habría que abrirle el cráneo a unos cuantos aquí y meterles dentro del cerebro que la palabra importante es "programa". Que las otras palabras, en las que creen a pie juntillas, no son las básicas. Que no es importante la palabra “buró”, ni la palabra “reunión”, ni la palabra “papeleo”, ni la palabra “departamento”, ni la palabra “memorándum”.
Que los diez pisos del edificio Radiocentro no tienen razón de existir sino están en función de los estudios de radio y televisión donde se fabrica nuestro producto. Que el trabajo aquí no se termina ni a las cuatro ni a las seis de la tarde. Que se termina a las doce de la noche, cuando la planta deja de transmitir y cierra. Que las horas de oficina están para servir a las horas de programación. Que ninguna oficina, ninguna, es más importante que un estudio. Que no se puede arreglar y embellecer un departamento mientras haya un estudio en malas condiciones. Que el programa es lo principal y a él deben estar dirigidos cada uno de los recursos, de los esfuerzos, de las atenciones.
ESTUDIO NO, OFICINA SÍ
Los que desconocen el ICR por dentro podrían preguntar:
-- ¿Pero cómo es posible que eso no sea así?
Y nosotros responderles:
-- Porque a lo largo del tiempo se han ido afianzando corrientes equivocadas entre nuestros dirigentes y funcionarios de programación.
Veamos algunos casos:
>>> Hay algunos que no tienen la menor idea de lo que se hace “allá abajo”. Para ellos, un estudio es algo supercomplicado, lleno de luces, cámaras y cables. Un switcher viene a ser como un aparato de ciencia ficción. Además, en el estudio hay gente. Gente que puede aprovechar el momento de verles para plantearles algún problema y entonces… pues es mejor no “bajar” a los estudios.
>>> Hay otros compañeros que sí conocen perfectamente lo que se hace en el estudio. Que sí saben las dificultades con que se trabaja. Esos tampoco “bajan”, vaya usted a saber por qué.
>>> Por otra parte, hay algunos que consideran que su contenido de trabajo termina cuando el programa está encaminado, han discutido el tema con el escritor y le han dado el visto bueno al guión. Esos son los que creen que un libreto es un programa. Si fueran responsables de la zafra creerían que el trabajo terminó cuando la caña fue tumbada o cuando llegó al central y no cuando se convirtió en azúcar. Por supuesto que estos tampoco “bajan” al estudio.
Desde luego, existen sus excepciones. Muy pocas, poquísimas, como todos sabemos. La característica general es “Estudio No, Oficina Sí”.
YO SOY EL RESPONSABLE Y CUIDADITO CON DECIR
Pongámonos en su lugar y oigamos, tomándolas de la vida real, algunas de sus opiniones y justificaciones:
"Que no baje a los estudios no significa que me despreocupe del programa. ¡Cuidadito con decir que yo no me preocupo del programa! Yo siempre lo veo desde la sala de mi casa, en compañía de mi familia, atendiendo perfectamente a lo que dicen los actores y animadores y a las canciones que se cantan, no vaya a ser que suelten algo que no deben. Y recojo las opiniones de mi mujer y mi suegra, que tienen un gran valor sociológico porque ellas no trabajan aquí en el ICR y por lo tanto son “pueblo pueblo”.
"Y para el control, por si acaso, mi secretaria le exige a cada director un informe de todas sus incidencias y problemas, el cual archiva en un file que dice por fuera “Asuntos por resolver”.
"Mañana o pasado tendremos reunión de jefes de departamento. Yo, como responsable de ese programa, recibiré los comentarios y críticas de mis iguales y a la vez opinaré y criticaré sobre sus programas. Y todo eso se quedará ahí dentro, entre nosotros. Que tampoco hay que permitir que alguien ajeno se entere de lo que se habla en las reuniones".
"Ah, y si hay que llamarle la atención al director, al guionista o a quien sea que haya metido la pata, pues ahí estoy yo, que para eso soy el responsable".
JUNTOS A LAS NUEVE: POLLITOS, GUARACHEROS Y FEDERADAS
Yo dirijo actualmente un programa semanal que se titula Juntos a las Nueve. Cada sábado tocamos un tema distinto, relacionado con la vida de este país, motivado por elementos de actualidad. Una semana tengo en el estudio nueve automóviles, otro sábado 800 pollitos que van a ser sexados, o a un luchador campesino peruano o a la brigada que cortó 10 millones de toneladas. Lo mismo tengo 300 federadas que la comparsa Los Guaracheros de Regla, 30 niños cuyos padres construyen en Vietnam que un artista extranjero de renombre. No importa lo que haya. Jamás se produce la visita al estudio de un responsable de la televisión cubana para ver qué dificultades tengo, cómo anda aquello, qué hace falta, qué situaciones o problemas se han presentado.
Nunca, ni en un solo ensayo, ni en una sola transmisión. ¿Será porque es sábado y los sábados no se trabaja? No debe ser por eso porque tengo otro programa los jueves y tampoco se aparecen por allí. ¿Será porque tienen confianza en mí –confianza ilimitada debe ser- y creen que yo puedo resolver cualquier situación? Pero, ¿qué situación puedo resolver si no tengo autoridad para absolutamente nada que se salga del montaje artístico?
Si cuando los compañeros del Sindicato de la Construcción me piden que grabe en video lo que dicen los niños para enviarle la cinta a sus padres internacionalistas en Vietnam, tengo que rogar (y ésa es la palabra exacta) para que se haga la grabación.
Si no puedo autorizar siquiera a un fotógrafo del Ministerio de Transportes para que tire fotos del programa en que prácticamente ellos pusieron a toda la Empresa de Autos Metropolitanos en función de nosotros.
Y yo, que sé que paralizaron una escuela durante varios días, movilizaron nueve automóviles con sus choferes, desconectaron una red de intercomunicación entre taxis, situaron a más de 30 compañeros –entre ellos algunos dirigentes- a nuestra disposición.
Yo, que sé que todo eso funcionó al kilo, que estaban en el estudio 19 desde las 9 y 20 de la mañana, que no almorzaron algunos de ellos, para que todo saliera bien…
Yo, cuando un fotógrafo del ministerio se apareció a las 8 de la noche para sacar imágenes, tuve que dar la cara y decirle abochornado:
-- Mire, compañero, usted no puede tirar fotos en el estudio. Hay una disposición que lo prohibe y yo no tengo autoridad para variar eso, ni hay nadie a esta hora en todo el ICR que pueda conceder el permiso. (5)
Quisiera que me entendieran. No se trata de echar a pelear a funcionarios y directores entre sí. Estoy tratando de llamar la atención sobre problemas reales que han existido y existen y que, si continuamos como hasta ahora, seguirán existiendo.
Continúa en la entrada titulada ASAMBLEA EN TELEVISIÓN CUBANA (Segunda Parte),
que podrán leer pulsando el siguiente vínculo:
El Blog de Pedraza Ginori - Asamblea en Televisión Cubana (Segunda Parte)
_________________________
(1) Años después, mientras Loly Buján y yo cursábamos Historia del Arte en la Universidad de La Habana, una noche nos topamos con Papito Serguera en el exterior de la Escuela de Letras. Habían pasado varios años de su paso arrollador por el ICR y había ido a recoger a su esposa, que era condiscípula nuestra.
Mientras la esperaba, nos pusimos a conversar unos minutos. Después de los saludos y los clásicos “¿cómo anda la televisión?” y “Pues, ahí vamos, tirando”, se abrió un poco y nos confesó:
-- Yo estoy tranquilo ahora. Me alegro mucho de haber salido de allí. Es que ustedes los artistas son muy complicados, gente muy rara. Yo nunca les entendí del todo.
Ante una manifestación tan sorprendente y reveladora como ésa –de la cual tengo testigos-, hecha por alguien que estuvo siete años como presidente del ICR, saquen ustedes sus propias conclusiones.
(2) Entonces aún se llamaba ICR. No fue hasta 1975 en que se le cambió el nombre al organismo y pasó a llamarse Instituto Cubano de la Radio y la Televisión (ICRT).
(3) En cierta ocasión, vinieron al estudio 19 del Focsa un grupo de especialistas del Instituto de Medicina del Trabajo. Su propósito era estudiar los efectos de nuestra actividad laboral en los que trabajábamos en Juntos a las Nueve. Durante el ensayo de la tarde y después en la transmisión en directo, me colocaron un aparato que medía mis constantes vitales, algo similar a cuando uno se toma la tensión.
Días después regresaron con los resultados y uno de ellos me informó que durante la hora en que yo realizaba el programa sufría el mismo estrés que soportaba un piloto de caza durante un vuelo de entrenamiento. El técnico estaba preocupado por mi salud ya que los pilotos del ejército recibían una dieta especial y mi alimentación era la de cualquier cubano de a pie.
Era tan fuerte el esfuerzo que yo hacía en Juntos a las Nueve (un programa muy complejo y dinámico, con tantas cosas y problemas) que, una vez terminada la transmisión a las 10 de la noche, salía del estudio tan estresado que cuando llegaba a mi casa no podía conciliar el sueño hasta que me descomprimía, a eso de las 2 o las 3 de la madrugada.
(4) En 1971 había fallecido Ernesto Casas, un referente, un clásico, ejemplo de director serio y responsable. El comentario general en la televisión era que la causa de su repentina muerte fue un gran cabreo que cogió en el ICR. Su alteración fue tanta como para provocarle o acentuarle el problema de salud que acabó con su vida.
(5) Se aducían razones de seguridad para justificar la prohibición de tomar fotos dentro de los estudios. Los únicos autorizados a ello eran los fotógrafos del ICR, que tenían instrucciones detalladas de cómo y donde hacerlo.
EL DIRECTOR DE PROGRAMAS: MEZCLA DE EINSTEIN, MARX Y SUPERMAN
¿Qué debe ser un director de programas de televisión? Su contenido de trabajo especifica que “es el responsable de organizar, dirigir y sacar al aire el programa”. Eso quiere decir cumplimentar funciones muy variadas. Desde concebir la idea de una estructura o formato de programa hasta manejar un equipo electrónico llamado switcher, pasando por planear el libreto con el escritor, discutir con el escenógrafo, planificar una iluminación, conducir correctamente al personal a su cargo desde un punto de vista humano, artístico y técnico, controlar mil detalles al mismo tiempo y, sobre todo, velar porque el mensaje ideológico a su cargo se difunda de manera óptima.
Un director de la televisión cubana debe manejar el marxismo-leninismo. Debe estar muy bien informado de todo lo que ha ocurrido y ocurre en Cuba y en todo el mundo. Debe ser un conocedor de los planes económicos del país, de las necesidades sociales del pueblo y de cómo nuestra revolución trabaja para darles solución. Debe estar ubicado en el papel que le toca a este medio en la lucha contra la penetración ideológica imperialista, de cuáles son las variantes que se van produciendo en esa lucha. Tiene que estar al día porque un proceso complejo va generando cambios y es posible que lo que resultó correcto en el pasado enero, sea negativo en el próximo octubre.
Un director debe poseer un alto nivel cultural, imaginación, vigor físico, sentido del ritmo, chispa, sensibilidad, seguridad en sí mismo, don de mando, simpatía, puntualidad, habilidad para influir sobre los demás, poder de organización, autodisciplina, previsión, experiencia, reacciones rápidas, ecuanimidad, saber distribuir su tiempo y el de los demás y tener salud mental y de la otra.
Un director debe saber de actuación, escenografía, música, historia, ambientación, geografía, electrónica, grabaciones, literatura, redacción, dibujo, coreografía, vestuario, filosofía, relaciones humanas, iluminación, edición, cinematografía, artes plásticas, musicalización, diseño, mecanografía, manejo de cámaras, publicidad, periodismo, fotografía, idiomas, arte en general, audio, economía política, sociología, gramática, dramaturgia, sicología, nuevas técnicas en televisión y, por supuesto, debe poseer profundos conocimientos de la revolución, profundos conocimientos de dirección y debe ser un artista.
Enfrentado a su trabajo diario, a un director pueden presentársele situaciones en que debe dar respuesta –y hablo por experiencia propia- a preguntas tan variadas del conocimiento humano como las siguientes:
¿Cuántos huevos pone una gallina al día? ¿Cuántas líneas telefónicas hacen falta para sacar al aire un remoto desde Cienfuegos? ¿En cuántos metros puede doblar en redondo un Alfa Romeo? ¿Cómo se entregaban los telegramas en Rusia a mediados del siglo pasado? ¿Qué es lo más importante a destacar cuando se hable de los avances de la educación en Cuba? ¿Cuándo un cantante está desafinado? ¿Qué tipo de calzado usaba Marco Polo? Esas preguntas pueden dar una idea de lo complejo que resulta desarrollar esa labor.
Cualquiera comprende fácilmente que para que un director pueda laborar con eficiencia y calidad, tiene que ser una persona equilibrada, rodeada de condiciones correctas de trabajo y desenvolverse dentro de esquemas de organización regidos por la lógica y la cooperación, que le ayuden a hacer frente a su difícil tarea.
EL DIRECTOR, ESE POBRE HOMBRE
Ahora, yo preguntaría: en líneas generales, ¿qué es, qué ha sido en realidad, un director de programas en nuestra televisión en estos años que llevamos de revolución? Se me ocurre responder que, ante todo, es y ha sido “un pobre hombre”. Consciente de su enorme responsabilidad pública, un director es casi siempre un manojo de nervios, sin condiciones para trabajar, sin estímulos, sin colaboración efectiva por parte de los que tienen la obligación de prestársela, dependiendo de sus propios recursos, definitivamente solo ante su propia conciencia del deber.
Un hombre que siente que no es debidamente apreciado, orientado ni criticado por sus superiores, que comprueba que da lo mismo que su trabajo sea brillante como que sea deficiente. Un hombre que encuentra en su quehacer diario incomprensiones y obstáculos que entran en el terreno de lo absurdo.
Podría parecer que estoy exagerando, que pinto un cuadro demasiado dramático. Pero mis compañeros directores que están hoy aquí, saben que lo que afirmo es, desgraciadamente, la realidad. Que muchos de nosotros nos pasamos la vida –las horas de trabajo y las que no son de trabajo- siendo víctimas de tensiones, desequilibrios emocionales, ansiedad… (3) Que los berrinches que llenan nuestro quehacer diario nos van dejando un saldo negativo. Y si queremos saber cuán negativo puede llegar a ser ese saldo, qué cantidad de destrucción nos puede producir, simplemente debemos recordar el caso del compañero Ernesto Casas. (4)
Y se podría preguntar: ¿por qué, entonces, una persona se empeña en ser director? ¿Por qué no escapa de su locura diaria y se pone a manejar un elevador o se va al Zoológico a cuidar a los pajaritos? Podría haber tantas respuestas como directores. Una encuesta daría como resultado varias constantes: amor a este trabajo, conciencia de la responsabilidad social que conlleva, posibilidad de aplicar inquietudes revolucionarias y/o artísticas, etc.
CALIDAD, CAPACIDAD, FELICIDAD
Compañeros:
El objetivo, la razón de ser de este organismo –entretener, informar al pueblo y elevar su nivel cultural- no se puede lograr, no se podrá lograr jamás con calidad si los que realizan los programas, los que planifican, escriben dirigen, actúan, manejan una cámara, ponen un disco o abren un micrófono no son personas motivadas, estabilizadas, llenas de confianza, entusiastas, en fin, si no son personas felices de trabajar aquí. O, al menos, casi felices.
¿Y quién tiene que entender esto? ¿Quién tiene que lograrlo? ¿Quién tiene, como primera prioridad, la responsabilidad de hacer que aquí todos trabajemos con la mayor calidad, con la máxima capacidad y con la máxima felicidad posibles? Los dirigentes, los funcionarios, los compañeros que ocupan las posiciones de dirección.
¿Cómo lo lograrían? Vamos a pensar… ¿Qué nos hace sentir bien a todos? ¿Cúal es nuestra mayor aspiración? ¿Cuándo sonreímos y nos sentimos contentos? Pues simplemente cuando el programa en que trabajamos sale bien, cuando vemos que cumplió su cometido, cuando en la calle nos dicen que es bueno.
Entonces, señores, enfoquen sus esfuerzos hacia lo que más nos interesa: el programa.
PROGRAMA, PROGRAMA Y PROGRAMA
Es imprescindible poner en primer plano la palabra "programa". No crean que es tan fácil. Me imagino que habría que abrirle el cráneo a unos cuantos aquí y meterles dentro del cerebro que la palabra importante es "programa". Que las otras palabras, en las que creen a pie juntillas, no son las básicas. Que no es importante la palabra “buró”, ni la palabra “reunión”, ni la palabra “papeleo”, ni la palabra “departamento”, ni la palabra “memorándum”.
Que los diez pisos del edificio Radiocentro no tienen razón de existir sino están en función de los estudios de radio y televisión donde se fabrica nuestro producto. Que el trabajo aquí no se termina ni a las cuatro ni a las seis de la tarde. Que se termina a las doce de la noche, cuando la planta deja de transmitir y cierra. Que las horas de oficina están para servir a las horas de programación. Que ninguna oficina, ninguna, es más importante que un estudio. Que no se puede arreglar y embellecer un departamento mientras haya un estudio en malas condiciones. Que el programa es lo principal y a él deben estar dirigidos cada uno de los recursos, de los esfuerzos, de las atenciones.
ESTUDIO NO, OFICINA SÍ
Los que desconocen el ICR por dentro podrían preguntar:
-- ¿Pero cómo es posible que eso no sea así?
Y nosotros responderles:
-- Porque a lo largo del tiempo se han ido afianzando corrientes equivocadas entre nuestros dirigentes y funcionarios de programación.
Veamos algunos casos:
>>> Hay algunos que no tienen la menor idea de lo que se hace “allá abajo”. Para ellos, un estudio es algo supercomplicado, lleno de luces, cámaras y cables. Un switcher viene a ser como un aparato de ciencia ficción. Además, en el estudio hay gente. Gente que puede aprovechar el momento de verles para plantearles algún problema y entonces… pues es mejor no “bajar” a los estudios.
>>> Hay otros compañeros que sí conocen perfectamente lo que se hace en el estudio. Que sí saben las dificultades con que se trabaja. Esos tampoco “bajan”, vaya usted a saber por qué.
>>> Por otra parte, hay algunos que consideran que su contenido de trabajo termina cuando el programa está encaminado, han discutido el tema con el escritor y le han dado el visto bueno al guión. Esos son los que creen que un libreto es un programa. Si fueran responsables de la zafra creerían que el trabajo terminó cuando la caña fue tumbada o cuando llegó al central y no cuando se convirtió en azúcar. Por supuesto que estos tampoco “bajan” al estudio.
Desde luego, existen sus excepciones. Muy pocas, poquísimas, como todos sabemos. La característica general es “Estudio No, Oficina Sí”.
YO SOY EL RESPONSABLE Y CUIDADITO CON DECIR
Pongámonos en su lugar y oigamos, tomándolas de la vida real, algunas de sus opiniones y justificaciones:
"Que no baje a los estudios no significa que me despreocupe del programa. ¡Cuidadito con decir que yo no me preocupo del programa! Yo siempre lo veo desde la sala de mi casa, en compañía de mi familia, atendiendo perfectamente a lo que dicen los actores y animadores y a las canciones que se cantan, no vaya a ser que suelten algo que no deben. Y recojo las opiniones de mi mujer y mi suegra, que tienen un gran valor sociológico porque ellas no trabajan aquí en el ICR y por lo tanto son “pueblo pueblo”.
"Y para el control, por si acaso, mi secretaria le exige a cada director un informe de todas sus incidencias y problemas, el cual archiva en un file que dice por fuera “Asuntos por resolver”.
"Mañana o pasado tendremos reunión de jefes de departamento. Yo, como responsable de ese programa, recibiré los comentarios y críticas de mis iguales y a la vez opinaré y criticaré sobre sus programas. Y todo eso se quedará ahí dentro, entre nosotros. Que tampoco hay que permitir que alguien ajeno se entere de lo que se habla en las reuniones".
"Ah, y si hay que llamarle la atención al director, al guionista o a quien sea que haya metido la pata, pues ahí estoy yo, que para eso soy el responsable".
JUNTOS A LAS NUEVE: POLLITOS, GUARACHEROS Y FEDERADAS
Yo dirijo actualmente un programa semanal que se titula Juntos a las Nueve. Cada sábado tocamos un tema distinto, relacionado con la vida de este país, motivado por elementos de actualidad. Una semana tengo en el estudio nueve automóviles, otro sábado 800 pollitos que van a ser sexados, o a un luchador campesino peruano o a la brigada que cortó 10 millones de toneladas. Lo mismo tengo 300 federadas que la comparsa Los Guaracheros de Regla, 30 niños cuyos padres construyen en Vietnam que un artista extranjero de renombre. No importa lo que haya. Jamás se produce la visita al estudio de un responsable de la televisión cubana para ver qué dificultades tengo, cómo anda aquello, qué hace falta, qué situaciones o problemas se han presentado.
Nunca, ni en un solo ensayo, ni en una sola transmisión. ¿Será porque es sábado y los sábados no se trabaja? No debe ser por eso porque tengo otro programa los jueves y tampoco se aparecen por allí. ¿Será porque tienen confianza en mí –confianza ilimitada debe ser- y creen que yo puedo resolver cualquier situación? Pero, ¿qué situación puedo resolver si no tengo autoridad para absolutamente nada que se salga del montaje artístico?
Si cuando los compañeros del Sindicato de la Construcción me piden que grabe en video lo que dicen los niños para enviarle la cinta a sus padres internacionalistas en Vietnam, tengo que rogar (y ésa es la palabra exacta) para que se haga la grabación.
Si no puedo autorizar siquiera a un fotógrafo del Ministerio de Transportes para que tire fotos del programa en que prácticamente ellos pusieron a toda la Empresa de Autos Metropolitanos en función de nosotros.
Y yo, que sé que paralizaron una escuela durante varios días, movilizaron nueve automóviles con sus choferes, desconectaron una red de intercomunicación entre taxis, situaron a más de 30 compañeros –entre ellos algunos dirigentes- a nuestra disposición.
Yo, que sé que todo eso funcionó al kilo, que estaban en el estudio 19 desde las 9 y 20 de la mañana, que no almorzaron algunos de ellos, para que todo saliera bien…
Yo, cuando un fotógrafo del ministerio se apareció a las 8 de la noche para sacar imágenes, tuve que dar la cara y decirle abochornado:
-- Mire, compañero, usted no puede tirar fotos en el estudio. Hay una disposición que lo prohibe y yo no tengo autoridad para variar eso, ni hay nadie a esta hora en todo el ICR que pueda conceder el permiso. (5)
Quisiera que me entendieran. No se trata de echar a pelear a funcionarios y directores entre sí. Estoy tratando de llamar la atención sobre problemas reales que han existido y existen y que, si continuamos como hasta ahora, seguirán existiendo.
Continúa en la entrada titulada ASAMBLEA EN TELEVISIÓN CUBANA (Segunda Parte),
que podrán leer pulsando el siguiente vínculo:
El Blog de Pedraza Ginori - Asamblea en Televisión Cubana (Segunda Parte)
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N O T A S
(1) Años después, mientras Loly Buján y yo cursábamos Historia del Arte en la Universidad de La Habana, una noche nos topamos con Papito Serguera en el exterior de la Escuela de Letras. Habían pasado varios años de su paso arrollador por el ICR y había ido a recoger a su esposa, que era condiscípula nuestra.
Papito |
-- Yo estoy tranquilo ahora. Me alegro mucho de haber salido de allí. Es que ustedes los artistas son muy complicados, gente muy rara. Yo nunca les entendí del todo.
Ante una manifestación tan sorprendente y reveladora como ésa –de la cual tengo testigos-, hecha por alguien que estuvo siete años como presidente del ICR, saquen ustedes sus propias conclusiones.
(2) Entonces aún se llamaba ICR. No fue hasta 1975 en que se le cambió el nombre al organismo y pasó a llamarse Instituto Cubano de la Radio y la Televisión (ICRT).
(3) En cierta ocasión, vinieron al estudio 19 del Focsa un grupo de especialistas del Instituto de Medicina del Trabajo. Su propósito era estudiar los efectos de nuestra actividad laboral en los que trabajábamos en Juntos a las Nueve. Durante el ensayo de la tarde y después en la transmisión en directo, me colocaron un aparato que medía mis constantes vitales, algo similar a cuando uno se toma la tensión.
Días después regresaron con los resultados y uno de ellos me informó que durante la hora en que yo realizaba el programa sufría el mismo estrés que soportaba un piloto de caza durante un vuelo de entrenamiento. El técnico estaba preocupado por mi salud ya que los pilotos del ejército recibían una dieta especial y mi alimentación era la de cualquier cubano de a pie.
Era tan fuerte el esfuerzo que yo hacía en Juntos a las Nueve (un programa muy complejo y dinámico, con tantas cosas y problemas) que, una vez terminada la transmisión a las 10 de la noche, salía del estudio tan estresado que cuando llegaba a mi casa no podía conciliar el sueño hasta que me descomprimía, a eso de las 2 o las 3 de la madrugada.
(4) En 1971 había fallecido Ernesto Casas, un referente, un clásico, ejemplo de director serio y responsable. El comentario general en la televisión era que la causa de su repentina muerte fue un gran cabreo que cogió en el ICR. Su alteración fue tanta como para provocarle o acentuarle el problema de salud que acabó con su vida.
(5) Se aducían razones de seguridad para justificar la prohibición de tomar fotos dentro de los estudios. Los únicos autorizados a ello eran los fotógrafos del ICR, que tenían instrucciones detalladas de cómo y donde hacerlo.
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LES INVITO A LEER LAS SIGUIENTES PIEZAS DE MI BLOG.
ÉSTOS SON SUS ENLACES:
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La empresa norteamericana Create Space / Amazon ha publicado,
en formato papel, mis dos libros "Pedraza Ginori Memorias Cubanas".
Sus páginas son un compendio de mis experiencias y mis circunstancias, vividas en el mundo de la televisión, los espectáculos, la creación musical,
la radio, la publicidad y la prensa.
Los dos volúmenes recogen, en clave autobiográfica, sucesos, “batallitas”, semblanzas, anécdotas y reflexiones personales.
El Libro 1, “Eugenito quiere televisión”, tiene 342 páginas.
El Libro 2, "Quietecito no va conmigo", 362 páginas.
Ambos están a la venta en las webs
www.createspace.com www.amazon.com www.amazon.es
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Cuando entré al ICAIC me contaron de que al Dpto. de Animación, entonces ubicado en los Estudios de Cubanacán, había ido un grupo de la tal "Medicina del Trabajo" o algo por el estilo a investigar que es lo que se hacía allí. Dicen que el reporte final arrojó que "allí andie trabaja, todo el dia se la pasan pintando muñequitos". Yo me creí ese cuento. Cuba es un país alucinante.
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