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lunes, 23 de abril de 2018

ESPECULANDO SOBRE DÍAZ-CANEL

  Hace un tiempo, ante la cercanía de lo que se ha dado en llamar “la solución biológica”, o sea, la desaparición física de Quientúsabes I y la previsible a corto plazo de Quientúsabes II (que, por cierto, va a cumplir 87 años y dicen que no anda bien de salud), los que nos encasquetaron el régimen de Patria o Muerte y su jodienda de Venceremos iniciaron un proceso de sucesión en el ejercicio del poder.
   Entiendo que la generación de los históricos quiera garantizar la eternidad del status quo actual para que sus ideas socioeconómicas pervivan en el futuro cubano por los siglos de los siglos y, de paso, para que sus descendientes sigan sin problemas chupando del jamón y vacilando la dulce vida.
  Además, hay que mantener los logros de la llamada revolución cubana como la educación y la sanidad que, si bien han venido un poquitico a menos en los últimos años ha sido por culpa del cruel bloqueo imperialista y nunca por la gestión de los cuadros del Partido Único e Inmortal.

   Otro éxito que hay que preservar a toda costa es la creación de ese “hombre nuevo” que hoy inunda las calles de pueblos y ciudades gozando del reguetón, delinquiendo, hablando en una jerga incomprensible y creando un entorno en el que las normas son la falta de respeto, la grosería y la mala educación.
   Según el propio Quientúsabes II ha confesado en público, la delegación en una nueva generación de los mecanismos del power ha sido producto de un largo y minucioso proceso de análisis y ejecución realizado dentro de los despachos misteriosos donde unos cuantos deciden los destinos de millones de cubanos.
  Los Castro y sus ancianos compinches no querían que, una vez que se hubiesen ido del parque, se jodiera la maravillosa Cuba que han creado, faro de los pueblos de América y ejemplo de país desarrollado, feliz y rico en un mundo dominado por el subdesarrollo, la infelicidad y la pobreza.


   Hasta ahí entiendo. Lo que no comprendo, y por más vueltas que le doy no me entra en el moropo, es cómo es posible que alguien que por fuera parece un tipo normal acepte hacerse cargo de ese fracaso monumental que han llamado revolución cubana.
   ¿Qué razones puede tener el tal Díaz-Canel para recibir en sus manos una papa tan caliente que se las quemará con tan solo tocarla? ¿Cómo puede “comprarse” los miles de problemas que caracterizan a la sociedad cubana de hoy?

   Como el sujeto ha mantenido en los últimos años un perfil público tan bajo, no se sabe (o por lo menos yo no lo sé) de qué pata cojea. Así que solo me queda especular. Se me ocurren estos posibles escenarios:
   1) Le han lavado el cerebro, es un comunista convencido y se cree que el paso que ha dado, nada menos que suceder a los Castro Brothers y echarse sobre los hombros la trayectoria de crímenes y desaciertos de ellos, es una tarea que su conciencia partidista le impide rechazar.
   2) Está trastornado de la cabeza y no se da cuenta de lo que hace.
   3) Es un cínico aprovechado que quiere vivir muy bien en una nación donde todo el mundo vive mal o muy mal. Se pasa por el forro lo que le pase a los demás.
   4) Es un gallo tapao, un tipo que quiere lo mejor para Cuba y aunque sabe que por ahora no le dejarán tomar decisiones, está agazapado esperando su momento para desmontar el tinglao y encabezar un proceso de transición de la dictadura a la democracia.
  De primera y pata esta última posibilidad parece de ciencia ficción, pero no debe ser descartada por el simple hecho de que D-C es un hombre surgido de las entrañas del aparato. La historia muestra algunos planes bien urdidos que se trastocaron al chocar con la realidad. Vean si no los siguientes ejemplos:
  Durante años, el criminal Francisco Franco llenó la geografía española de fosas comunes y creó un estado de opresión en el que ni las moscas se movían. Preocupado, no fuera a ser que el franquismo muriese con él, agarró a un muchacho llamado Juan Carlos, hijo de un rey borbón destronado que vivía en el exilio, y durante años lo fue educando y formando a su manera para que se hiciera cargo de la jefatura del estado.
  El viejo Paco se murió en 1975 creyendo dejarlo todo atado y bien atado, pero el tiro le salió por la culata: el tal Juan Carlos formó enseguida una camancola con un falangista y ministro franquista de nombre Adolfo Suárez y entre los dos comenzaron a tomar medidas de apertura que propiciaron el final de la dictadura y la instauración de la democracia en España.
  En los años 80, minada la URSS por una situación económica y social insostenible, los jerarcas del férreo sistema comunista soviético decidieron abrir un poco la mano a ver si aquello mejoraba y en 1985 nombraron secretario general del PCUS a un cuadro poco relevante llamado Mijaíl Gorbachov. En el 88 el tipo se las arregló para ocupar el puesto de dirigente máximo. El Gorba aprovechó el chance que le dieron y puso en práctica una serie de reformas de liberalización, apertura a la diversidad de ideas y transparencia (glasnost) y reconstrucción del país (perestroika). Muchacho, en cuanto el aire fresco de la libertad entró por las ventanas del Kremlin, aquello se desmerengó. En 1991 se disolvió la Unión Soviética y el comunismo se fue a bolina.
  Una vez que el dictador del puño de hierro Mao Tse-Tung se fue del aire en 1976 llevándose el maoísmo con él, comenzó dentro de las altas instancias del Partido Comunista de China una lucha por el poder que ganaron los reformistas encabezados por Den Xiaoping. Ellos lanzaron el programa de cambios llamado “Socialismo con características chinas” que ha llevado al país a lo que es hoy en día: la segunda (algunos afirman que es la primera) potencia económica del mundo.
  Fíjate lo que quiero decirte: al español Franco y a los mandamases supercomunistas soviéticos y chinos nunca se les pasó por la cabeza que los cambios que dieron al traste con sus legados y sus sistemas iban a ser liderados por hombres que provenían de sus propias filas y en algunos casos por delfines que ellos habían elegido cuidadosamente tras pasar por todos los filtros de lealtad y obediencia.
  ¿Quién quita que en Cuba pase lo mismo? ¿Quién quita que este Díaz-Canel que el PCC ha ido preparando durante años para que la revolución cubana siga transitando por el camino marcado por Quientúsabes I, le salga rana a Quientúsabes II y una vez fallecido su mentor inicie el proceso que nos quite de encima el fidelismo que disfrazaron de socialismo y nunca lo fue?

  ¿Y si no hay que esperar mucho? ¿Y si 2018 es el año del inicio del cambio?

  Solo el tiempo dirá cuál de los cuatro escenarios es el correcto.
  ¿Se te ocurre algún otro?



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Reproduzco algunos textos interesantes sobre el tema:

Pepe Pelayo: Quizás cuando se vaya del aire Castronómico II, el delfín escoja una de las vías que tú mencionas. Pero está la posibilidad -lamentable quizás-, que otros grupúsculos del poder político y/o militar, con diferentes visiones hasta ahora silenciadas, vean la posibilidad de mostrarse al no tener miedo por no estar los omnipotentes Castros y se arme una carajera por llevarse el trono y entonces puede que este delfín ni tenga necesidad de mostrar ninguna intención, oculta o no, porque se la arrebaten. Esa lucha por el poder puede convertirse en una democracia o ir hasta el otro extremo y convertirse en una guerra civil con final incierto. Recordar el odio inmenso acumulado tantos años.

Juan Manuel Cao: Díaz Canel, que tiene 58 años, representa lo peor de su generación. Porque para ganarse de tal modo la confianza de la familia Castro, y especialmente de Raúl, tiene que haber entregado numerosas pruebas de incondicionalidad, y eso, en el contexto de una dictadura totalitaria, significa haber sido muy mala persona. Hay un montón de términos populares que la propia generación de Díaz Canel ha utilizado para describir a estos personajes: un tracatán, un militonto, un atracaíto, un seguroso, y un chivatón. Conocí a algunos que eran joviales, guarosos, y compartidores, pero que por detrás escribían informes contra aquellos a los que de frente extendían la mano. La verdad obvia es que Díaz Canel forma parte del aparato: otro término despectivo que su generación utiliza para señalar a las SS del fascismo castrista.
Este señor, insisto, representa lo peor de sus contemporáneos, lo más abyecto. Porque mientras él escalaba en la cadena de mando dictatorial, lo mejor de su generación estaba oponiéndose a los actos de repudio, y a la pena de muerte; iniciando el movimiento pro-derechos humanos, recogiendo firmas para el proyecto Varela, pudriéndose en una cárcel, marchando junto a las Damas de Blanco, y UNPACU, o escribiendo canciones contestatarias, escapando y a veces muriendo en una balsa, o atravesando medio continente a merced de los coyotes.
Este tipo es lo peor, no me lo quieran vender ahora como un factor de cambio, porque no lo es.

Carlos Manuel Álvarez Rodríguez (fragmento de su artículo "Díaz-Canel, el arte de la espera", publicado en el digital español eldiario.es):
De hecho, con Fidel en el poder, el padre tutelar de los hombres nuevos del socialismo, Díaz-Canel probablemente no habría pasado nunca del puesto secundario que le hicieron ocupar durante largos quince años: alcalde comunista de alguna desvencijada y polvorienta provincia del país. Primero en Villa Clara, al centro de la Isla, de 1994 a 2003, y luego hasta 2009 en Holguín, ubicada al noreste, más lejos todavía de La Habana y de Dios.
A Fidel le gustaba rodearse de jóvenes que él creía inteligentes, aunque al final demostraron no serlo tanto, pues lo primero que un miembro temporal del círculo de confianza del Comandante tenía que saber, si aún albergaba un poco de amor por sí mismo, era que no podía mostrar demasiada autonomía intelectual, sagacidad diplomática o alguna otra consecuencia del buen juicio que lo dibujara como un rival en potencia.
Todos, sin embargo, desde Carlos Lage hasta Roberto Robaina, creyeron ser más de lo que eran y se convirtieron antes de la vejez en cadáveres políticos, conocieron la caída estrepitosa y la humillación pública. Fueron encerrados sin compasión, y ahí permanecen aún, en los fondos oscuros de los archivos de una biblioteca o en las consultas malolientes de un policlínico municipal.
Con Raúl Castro esa cuestión estaba saldada de antemano. Nadie que pueda articular un discurso decente, sin exasperarse o sin olvidar en plena alocución lo que le mandaron a decir, tiene posibilidad alguna de pertenecer a la corte tecnócrata y ampliamente iletrada del hermano menor. Un currículum como el de Díaz-Canel, que no dice mucho, o que lo único que dice es que Díaz-Canel fue alguien que entendió a tiempo el valor neto de la sumisión dentro de la casa de cambio del castrismo, a Raúl le vino como anillo al dedo.
En 2009, con Fidel convaleciente, Raúl mandó a buscar a su sucesor y le entregó la cartera del Ministerio de Educación Superior, un puesto en el que Díaz-Canel, hasta donde sepamos, no hizo nada que valiera la pena. Yo acababa de ingresar a la universidad en ese entonces, mi facultad quedaba a menos de cien metros de su oficina, y durante todos sus años de Ministro los alumnos de mi residencia en el Vedado, por poner un ejemplo, tuvimos que seguir subiendo veinte o veintidós pisos por las escaleras para llegar a nuestros apartamentos, porque el ascensor no se arreglaba nunca.
En 2013 Díaz-Canel fue elegido Primer Vicepresidente del Consejo de Estado, y durante los últimos cinco años –que no son cualquier cosa, porque son los años veleidosos de la reforma migratoria, de la apertura de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, de la visita de Obama, de la muerte de Fidel Castro– se las arregló para no decir ni esta boca es mía.
Una caída desde esa altura le habría partido la crisma, y hubiera, todo hay que decirlo, fulminado al principal político del apparatchik cubano que uno creería capaz de poder iniciar –fuere por su voluntad expresa, fuere por la ruptura generacional y la brecha cívico-militar que abre su mandato– una suerte de transición sistémica, el comienzo de una pugna evidente entre las distintas corrientes ideológicas del poder, desde las más ortodoxas hasta las más pragmáticas.
Tantos, durante tantos años, desaprobaron la entrevista de trabajo para el puesto de sustituto, o creyeron que ya eran administradores de la finca personal en la que los Castro habían convertido a Cuba, cuando solo estaban pasando un período de prueba, que uno tendería a pensar que Díaz-Canel posee una virtud secreta que el resto no, que descifró algo que nadie más a su alrededor supo descifrar y que se lo guardó para sí.
Pero creer eso es un error, porque Cuba es ya un país sin ningún misterio político que desentrañar, un país lineal, de más de veinte pisos, que hay que seguir subiendo a diario por las escaleras, con dos cucharadas de potaje y arroz en el estómago y un cubo de agua a cuestas. La razón por la que Díaz-Canel es ahora presidente se debe a que representa mejor que nadie el relato nacional de la supervivencia física, que es, como sabe todo el que ha vivido en Cuba, un relato de inmersión consciente en el sopor de la obediencia.
Lo ha dicho, flamante, Raúl, en la toma de posesión de su pupilo: “Él nació en Villa Clara, donde estuvo bastante, pues era un territorio que conocía bien; y fue después de eso que se le envió a una de las provincias grandes de oriente, Holguín, como hicimos con más de una docena de jóvenes, la mayoría de los cuales llegaron al Buró Político, pero no logramos materializar su preparación. Fue el único sobreviviente, diría yo”.
En 2017 se filtró un video de una conferencia con cuadros del Partido Comunista en la que Díaz-Canel ataca la existencia de varios medios de prensa independientes y declara que va a cerrar la plataforma digital de la revista OnCuba. “Y que se arme el escándalo que se quiera armar. Que digan que censuramos”, concluye, “aquí todo el mundo censura”. Está representando el papel de hombre fuerte en un momento clave, pero no parece cómodo en el personaje. A nadie atemoriza. Rodeado de militares, de verdaderos sabuesos, eso no es lo que él es.
Díaz-Canel es un político pusilánime, lo que podría convertirse en una gran noticia para Cuba. Su medianía también es un buen augurio. La mística y la crueldad de los líderes heroicos llevaron al país a este callejón sin salida.
Algunos todavía recuerdan que durante su alcaldía en Villa Clara Díaz-Canel autorizó los primeros shows de travestismo en Cuba y permitió algunos intentos de periodismo de investigación en la provincia. Además, desandaba la ciudad en bicicleta, vestía ropa informal y escuchaba a los Beatles, esos detalles que lo convertían en una suerte de liberal cool dentro de la fauna sosa de los dirigentes comunistas.
No teniendo hoy a qué aferrarse, los cubanos bien podrían pensar que ese Díaz-Canel se ha mantenido veinte años en formol, agazapado, representando mientras tanto al tipo de dirigente dócil y abotargado que el castrismo esperaba que él fuera, si es que aspiraba al premio de un ascenso.
En cualquier caso, difícilmente su estrategia de supervivencia tenga vuelta atrás. Lo que las circunstancias históricas hagan con él, cuánto lo zarandeen, no es algo que todavía podamos saber, pero el nuevo presidente de Cuba es ya lo que es. En los países orwellianos la apariencia es toda la profundidad, y el único fondo de un hombre con miedo es su simulación.


Camilo Venegas Yero (extracto de su artículo "Miguel Díaz-Canel es solo un testaferro", publicado en su blog elfogonerovenegas):
Para que Miguel Díaz-Canel se convirtiera en el primer presidente del régimen que no lleva el mismo apellido de Fidel y Raúl, muchos tuvieron que quedar en el camino o ser sacrificados. 

Ahora sus apellidos suenan lejanos, borrosos: Domínguez, Robaina, Lage, Díaz Roque… Para ganarle la carrera a sus antecesores, el delfín de Raúl tuvo que pasar muchos años a la sombra, prácticamente en estado de hibernación. Su corta luz y su larga paciencia fueron sus cartas de triunfo, por ellas está donde está. 

En su nuevo cargo, Miguel Díaz-Canel debe darle legitimidad a una dictadura cada vez más ilegítima. Por eso han puesto junto a él a un selecto grupo de negros, mujeres y obedientes. Ellos posarán siempre delante de los que en verdad mandan: algunos pocos militares, hijos, sobrinos y hasta yernos.

Como Dorticós, Díaz-Canel dará la impresión de estar jugando al ajedrez; pero en su tablero solo habrá peones, jamás podrá tocar un caballo, un alfil o una torre. Cuba no tiene un nuevo presidente, se equivocan los diarios que anuncian el fin de la era de los Castro. 

Es solo un testaferro y estará ahí hasta que le coman todas las fichas.



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