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miércoles, 18 de abril de 2018

PEDAZOS DE “LOS BASURITA DE CARAJILLO” (21) > Capítulos 41 y 47

CAPÍTULO 41: EMIGRANTES
 ─¿Qué cuenta Silvitica? ─preguntó Basurita. 
 ─Que les va bien. Mandó un retrato de Silvitiquita, que ya cumplió dos años. 
 ─Deja ver la foto. Oye, ¡qué desarrollada! Se ve que la chiquilla se alimenta con proteínas. 
 ─Silvi ya se le cuela bastante al idioma, ya atiende al público en una frutería. Pepín hizo un curso de albañilería y trabaja en la construcción, haciendo rascacielos. Dice que eso lo pagan con un salario alto. Tan alto que ya están planeando comprarse un apartamento a plazos. 
  ─O sea, que están encaminados. 
  ─Nosotros deberíamos... 
  ─¿Nosotros? ─la interrumpió─. Olvídate de eso, Gorda. ¿Tú crees que yo voy a perder la vida que me doy aquí? ¿Tú me imaginas pasando frío y poniendo ladrillos a 50 o 60 pisos de altura?
  ─Podrías aprender inglés y despedir duelos ─sugirió ella en plan coña, atenta a lo que tenía a la candela─. En un lugar con tantos millones de habitantes seguro que mucha gente se morirá. Algún muerto tendría que tocarte, ¿no?



CAPÍTULO 47: LOS PALOS SOSOS
   En el cuarto de al lado, Moncha y Quino yacían iluminados por la lamparita de mesa. El resplandor resultaba suficiente para que ella pudiese leer una revista Romances, para que se escapase al escenario rosado de la noveleta romántica publicada en las páginas finales.
  La luz amarillenta de la bombilla atravesaba los desperfectos de las tablas de la pared e invadía el territorio personal del pequeño Basurita cubriéndolo de penumbras, dibujando figuras nunca repetidas, nuevas cada vez. La sombra que hoy simulaba un pacífico elefante, mañana podía ser interpretada como las fauces de un ogro a punto de devorarle.
  Era tiempo de campeonato. Las últimas percepciones de realidad de Mito se mezclaban con las exaltadas voces masculinas que parloteaban en la bocinita del receptor Zenith que Quino colocaba en la mesilla para oír acostado el beisbol. El niño se iba quedando dormido envuelto por las descripciones de las jugadas que se desarrollaban en un lejano estadio de la capital: los mágicos doblepleis facturados por Héctor Rodríguez desde la tercera base del Almendares, los batazos del americano Talúa Dandridge, los ceros que a su edad todavía era capaz de colgar en la pizarra el veterano pitcher Martín Dihigo, las porfías que si ao, que si quieto, con el ampaya Amado Maestri, zzz, zzz, zzz...
  El Almendares tenía dos peloteros en circulación y su mejor toletero al bate. Y justo entonces fue que Mito se despertó.

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