España, 1 de mayo de 2020.
Sra. Susana Pérez
Miami, Florida.
Estimada Señora:
Si uno vive muchos años, como es mi caso, tiene la oportunidad de ser testigo de acontecimientos que nunca, ni en el más creativo evento de la imaginación, pensó que vería. En estos días he estado presenciando, atónito, cómo un grupo de personas que se autoproclaman creyentes en “aquello” han tenido el atrevimiento de ofenderla públicamente.
Ellos, los que todavía se resisten a admitir el fracaso monumental que ha sido lo que en un momento se llamó “revolución cubana” y hoy, tras 60 años de prepotencia, gestión desastrosa, injusticias y miseria, solo puede ser definido como “aquello”, se sienten irritados porque usted ejerció en Internet el derecho que todo ser humano tiene a pensar como desee y a expresarse libremente, derecho que usted se ha ganado a través de la única opción que nos dejaron: la salida al exilio, siempre hiriente, siempre triste, siempre terrible y dolorosa.
Ellos, los de las banderitas mancilladas y el Martí pisoteado, salieron en tromba, nunca se sabe si por inspiración propia o cumpliendo órdenes superiores, a defender lo indefendible de la única manera que saben, vertiendo lodo y tratando de empañar reputaciones.
Permítame, Susana, con todo el respeto que usted me merece, llamarla a capítulo y propinarle un cariñoso cocotazo porque veo que usted se ha equivocado esta vez y cayó en la trampa que le tendieron los expertos en tender trampas.
Usted, con su talento, su seriedad y su profesionalismo, fue subiendo peldaño a peldaño, interpretación a interpretación, en la admiración y la consideración de todos los cubanos, de los que están dentro y de los que estamos fuera.
Usted, aprovechando las oportunidades que se le presentaron, se ganó a base de trabajo y esfuerzo un espacio entre las primeras figuras del arte dramático de nuestra televisión, un sitio en la cima que hasta entonces habían ocupado, entre otras grandes actrices, Verónica Lynn, Raquel Revuelta, Margarita Balboa y esa enorme dama que se llama Gina Cabrera.
Usted fue Charito y se metió en el corazón de la gente. Y allí sigue muchos años después, aunque a algunos pocos miserables les pese.
Y ese lugar que ocupó con su arte, lo supo mantener en su vida personal, usted supo llevar su carrera con la discreción y la sensatez que se espera de una gran señora. Y eso el público lo sabe y por eso, también, le sigue recordando y queriendo.
En cuanto a posiciones políticas, usted y yo y muchísimos otros no tenemos nada de qué avergonzarnos. Pertenecemos a las generaciones que creímos en las mentiras que nos dijeron y en las promesas que nos hicieron y jamás cumplieron. No es una deshonra el haber sido engañados y seducidos. A golpe de decepciones, de puñetazos en el rostro propinados por la realidad, nos fuimos dando cuenta de la cruda verdad. Y tuvimos, unos antes, otros más tarde, la decencia de apartarnos de “aquello” y el valor de darle la espalda a la hipocresía y decir “¡basta ya!”.
Asuma, por si acaso no se ha dado cuenta, que usted forma parte de nuestro tesoro nacional y sienta el orgullo de haber obtenido eso sin concesiones, con entereza e integridad en el arte y en la vida.
Termino dándole un consejo que no me ha pedido, pero tengo la necesidad de brindarle: ocupe su puesto, no se rebaje ni un milímetro ante los canallas que tienen la osadía de atacarla. Pase del tema, déjelos que ladren y sea feliz.
Reciba un cálido abrazo de su admirador,
Yin Pedraza Ginori.
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