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jueves, 9 de julio de 2020

DE CUANDO ALFREDO GUEVARA Y BLAS ROCA SE FAJARON EN PÚBLICO (Primera Parte)


  No es de extrañar que en medio de un proceso tan complejo como fue aquella cosa que llamaron Revolución Cubana (también conocido como “lo que pudo haber sido y no fue”), un batiburrillo donde se integraron fuerzas e individuos procedentes de distintas corrientes políticas e ideológicas, existieran contradicciones y luchas entre las figuras que ocuparon cargos de importancia en la estructura del poder.
  ¿Qué cubano que vivió en la vorágine del ciclón revolucionario que transformó la isla a partir de 1959, no ha escuchado historias de broncas entre dirigentes? En algunas de ellas participó el Comandante en Jefe, el hombre que se las arregló para mantener un poder omnímodo y debido a ello, siempre sus intereses y puntos de vista resultaron ganadores en las disputas. Llevarle la contraria fue un ejercicio muy arriesgado que podía acabar con quien se atreviera a hacerlo. La pelea con él siempre fue la del león contra el mono amarrado. Y ya sabemos quién era el león.
  A falta de periodistas que pudieran investigar y desvelar las interioridades del partido único y del gobierno, a falta de una prensa independiente que publicara los resultados de dichas investigaciones, las confrontaciones entre mayimbes siempre quedaron para la gente de a pie en el territorio de la clandestinidad, de la bola que se despliega sin posibilidad de comprobación. De ellas se filtraban cuentecitos y rumores transmitidos por vía oral, de persona a persona, que resultaban poco menos que chismes de palacio con un grado de veracidad bastante bajo.
  Por eso resultó tan sorprendente que en diciembre de 1963 dos sujetos de primera categoría dentro del régimen se enfrascaran públicamente en una polémica que reveló las diferentes formas de entender el arte y la cultura que existían en el seno del gobierno.
  Uno de ellos fue Blas Roca, dirigente comunista de toda la vida, stalinista de pura cepa que era por entonces miembro de la Dirección Nacional del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS), estructura política que agrupó a distintas fuerzas que habían combatido la dictadura de Batista y fue la antecesora del Partido Comunista de Cuba que se fundaría años después, en 1965. Roca dirigía el periódico Hoy, de cobertura nacional, un panfleto repleto de consignas antinorteamericanas, noticias de logros alcanzados en la producción y la defensa, exhortaciones al trabajo voluntario y propaganda de exaltación a lo bien que se vivía en los países socialistas de Europa.
  Su contrincante fue Alfredo Guevara, presidente fundador del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC), un ensayista cercano al poder más alto, que disponía de una posición de peso en los círculos intelectuales de la época.
  Todo comenzó el jueves 12 de diciembre, cuando la sección “Aclaraciones” del diario Hoy dio la respuesta de Blas Roca a unas preguntas de Severino Puente, actor y director de programas de televisión que se había hecho popular por su interpretación humorística de un guajiro llamado El Niño de Pijirigua. Puente, por entonces muy integrado a la revolución, cuestionó la pertinencia de que el ICAIC exhibiera en los cines un tipo de filmes realizados en países capitalistas que él consideraba nocivos para la construcción de la mentalidad socialista del pueblo.
  Y a partir de aquella publicación, la liebre se soltó.

  Preguntas sobre películas
  Severino Puente, el conocido actor de la Radiodifusión Nacional, quisiera, según nos dice en su carta, que se le aclarara un tema que es motivo de grandes discusiones entre compañeros del sector artístico.
  «Me refiero —expone— a ese nuevo tipo de películas que se exhiben en nuestras salas cinematográficas, en las que se muestra la corrupción o la inmoralidad de algunos países o clases sociales, pero donde nunca se resuelve nada.»
  «Sabemos —agrega— que es difícil que en una película del cine capitalista se dé solución justa a la denuncia que pueda presentar.»

  «Las cintas que particularmente me parecen negativas son las que tienen argumentos como La dulce vida y Accatone —italianas—, El ángel exterminador —española— Alias Gardelito (argentina) y otras que ahora no recuerdo.»
  Termina: «Mi pregunta concreta es la siguiente: ¿Es positivo ofrecerle a nuestro pueblo películas con ese tipo de argumentos derrotistas, confusos e inmorales sin que tenga antes, por lo menos, una explicación de lo que va a ver?»
  Nuestra respuesta:
  No hemos visto las películas que relaciona, así que no podemos dar una opinión concreta acerca de ellas, aunque por los diversos comentarios que hemos oído a trabajadores que fueron a verlas no nos parecen recomendables para nuestro pueblo, en general, ni, en particular, para la juventud.
  El cine es un arte o entretenimiento que llega a las grandes masas. La imagen en movimiento, el diálogo, la sensación de realidad que es capaz de presentar en la pantalla penetra fácilmente en el espectador, le impresiona, provoca sus reacciones, despierta sus sentimientos, mueve su razón.
  El cine puede entretener con temas más o menos ligeros, graciosos, de mero divertimiento.
  El cine puede instruir con cintas documentales, históricas o científicas.
  El cine puede propagar ideas, costumbres, modos de actuar, sentido de la vida.
  En la obra de arte cinematográfica —comedia o drama, epopeya o sátira— puede llevarse al espectador a desear la guerra de agresión o a odiarla, a amar el trabajo productivo o a despreciarlo, a preferir la ligereza y la banalidad en lugar de la responsabilidad, a sentirse atraído por la generosidad o por la crueldad y el desprecio hacia los demás, a los otros seres humanos.
  Eso, desde luego, es común a toda obra artística, ya se trate de literatura, de poesía, de teatro, de música, de pintura o de escultura.
  Pero en el cine la posibilidad de influir sobre los que lo disfrutan es mayor por su forma más vívida, más real, más convincente de comunicarse con el espectador.
  En el teatro —lo que más se acerca al cine—, el diálogo, la palabra, describe lo que no puede presentarse en escena. El espectador imagina mucho de lo que pasa, pero no lo ve.
  En la literatura es necesario el esfuerzo de la lectura. El lector se entera a través de ello de lo que el novelista o el poeta quieren decirle por medio de imágenes descriptas.
  En el cine la escena es presentada directamente, con todos los rasgos de una realidad fotografiada en su movimiento.
  El cine no dice; muestra.
  El cine no explica; expone la imagen.
  El cine no actúa sobre el individuo aislado; se presenta a centenares de personas reunidas.
  Conocido es el efecto dañoso de las películas de gangsters norteamericanas con sus escenas de riñas, crueldades, robos, asaltos, atracos, tiroteos, que han inducido a millares y millares de jóvenes a seguir los caminos de la delincuencia, de la perversidad, del crimen, de la violencia «sin causa».
  Teniendo en cuenta la poderosa influencia que ejerce el cine sobre millares de espectadores es que deben considerarse las películas.
  Nuestro pueblo vive un momento de su historia que reclama la contribución de su heroísmo, de su laboriosidad, de su ingenio, de su esfuerzo, de su espíritu de sacrificio.
  Estamos en la defensa constante de la Patria ante las agresiones y amenazas del imperialismo yanqui, sus lacayos y sus gusanos.
  Estamos en la construcción de una economía DESARROLLADA, de abundancia, para dar a TODO nuestro pueblo condiciones de vida verdaderamente humanas, bienestar y seguridad.
  Estamos en la edificación de una nueva sociedad en la que el individualismo deje el sitio al colectivismo, en la que impere, en lugar del «cada uno para sí», el «todos para uno y uno para todos»; una nueva sociedad en que el orgullo sea el trabajo, la producción, el contribuir al bien de los demás, el compañerismo.
  Entendemos nosotros que el arte —el cine incluido— debe participar de la batalla por esos trascendentales objetivos.
  Esa participación es a veces directa, a veces indirecta.
  Digamos que puede ser por acción o por omisión.
  Por acción cuando la obra artística —película, novela, pintura, canción— despierta el afán de trabajo, el ideal elevado, el heroísmo valiente, la fraternidad, el compañerismo, la abnegación.
  Por omisión, cuando la obra artística o de entretenimiento evita hacerle propaganda al vago, al proxeneta, al egoísta o presentarlo simpático, atrayente, es decir, cuando evita portar ideas e incitaciones contra la Revolución, contra los objetivos y los ideales de la Revolución.
  Una obra de divertimiento, de recreo alegre, ligero, que ayuda al descanso, da nuevos bríos para el trabajo, nuevas fuerzas para la acción.
  No son los Accatones ni los Gardelitos modelos para nuestra juventud.
  Nuestro cine debiera tenerlo en cuenta.

  El sábado 14, la muy leída sección “Siquitrilla”, que escribía Segundo Cazalis en el periódico Revolución, publicó lo siguiente:

¿QUÉ PELÍCULAS DEBEMOS VER?: LAS MEJORES
  ¿Qué películas debe ver el pueblo? ¿Películas como La dulce vida o El ángel exterminador, premiadas en festivales del mundo entero, deben llegar al pueblo de Cuba? La sección «Siquitrilla», contra su costumbre, va a llevarle hoy la contraria, amigablemente, a otra sección seguramente   mucho más importante.
  SEVERINO PUENTE, actor de la radiodifusión, a quien no conocemos, escribió a la sección «Aclaraciones», señalando como «negativas», las películas Accatone, La dulce vida, El ángel exterminador, Alias Gardelito y otras que no recuerdo».
  El señor Severino Puente, dice que: «¿Cómo es posible ofrecer a nuestro pueblo películas con ese tipo de argumentos, derrotistas, confusos e inmorales, sin que tenga antes, por lo menos, una explicación de lo que va a ver?»
  El señor Severino Puente se siente, por lo visto, más inteligente que el pueblo, y considera que al pueblo hay que explicarle las cosas como a un retrasado mental.
  Es el punto 1 con el que no está de acuerdo la sección «Siquitrilla». Nosotros creemos en la inteligencia del pueblo. Severino Puente, no.
  El asunto tiene importancia, porque la sección «Aclaraciones», que es importante, le da la razón a Severino Puente. Y porque el arte es importante: La imaginación creadora, la inventiva, la alegría y la productividad, dependen de la cultura. Y porque el ICAIC, este año, ha importado las mejores películas del mundo, contrastando con dos años de terrible aburrimiento cinematográfico. Y entre esas películas de excepción, están juntas La dulce vida, italiana; Nueve días de un año, soviética; El ángel exterminador, mexicana; El Bravo, japonesa, y otras que SÍ recordamos.
  COMO LA DISCUSIÓN es enriquecedora, la sección «Aclaraciones» seguramente no se ha de molestar por esta discrepancia. Durante dos años padecimos de un criterio como el que defiende esa carta. Los cines se llenaron de películas, en las que se daba una «lección» diaria a los espectadores. Y el pueblo, cansado de ser tratado como un niño tonto, llegó a hacer cola para ver algo tan insignificante como Can Can. Eran películas producto de una época ya superada en el proceso revolucionario. Exhibidas en una época, también superada por nuestra Revolución.
  Exactamente como dice la sección «Aclaraciones», estamos «en la construcción de una economía desarrollada...» Esa no es tarea para ignorantes. Ni las películas sin calidad nos ayudarán a llegar al desarrollo. Por el contrario, cultura, imaginación, creatividad, productividad, abundancia, son palabras que andan cerca una de otra.
  El autor de esa carta podría concentrar sus energías en mejorar la calidad de la radiodifusión y la TV, en general bastante baja. Hacer buenos programas —calidad y cantidad también se tocan—, es una forma práctica de ayudar a la abundancia y a difundir las ideas revolucionarias. Hacer programas aburridos, es todo lo contrario.
  La SECCIÓN «Siquitrilla» se dio por aludida en esta cuestión por tres cosas:
  1)Porque la importación del ICAIC para este año, ha sido un gran esfuerzo, caro e importante.
  2)Porque «Siquitrilla» recomendó esas películas a sus lectores.
  3)Porque nuestra cultura debe ser también de ABUNDANCIA.
  La REVOLUCIÓN CUBANA ha aportado muchas cosas al proceso revolucionario mundial.
Y entre sus características más importantes, está ese gran respeto por la calidad, por el arte, por la cultura, por la discusión, por la imaginación. Es decir: Su carácter anti-dogmático.

  El martes 17 Cazalis recogía en su “Siquitrilla” un comunicado de un grupo de directores de películas del ICAIC que reaccionaban a lo publicado por Roca el jueves anterior.

  Los directores cinematográficos del Dpto. de Programación Artística del ICAIC, queremos, por este medio, manifestar ante la opinión pública nuestro desacuerdo con los puntos de vista expresados por el redactor de la columna «Aclaraciones», periódico Hoy, número del día 12 de este mes.
  La falta de seriedad que significa enjuiciar películas sin haberlas visto, sería suficiente motivo de desacuerdo si en dicha columna no se hubiesen expuesto, además, juicios infundados acerca de las funciones del cine (y del arte, en general), y sobre la política que debería seguirse en la exhibición de películas.
  ¿Cuál debe ser la función del cine? «Enseñar al pueblo, educarle, recrearle, divertirle.» «Forjar caracteres, desarrollar el verdadero ideal e inculcar rectos principios, bajo la forma de relatos atrayentes, proponiendo a la admiración del espectador hermosos ejemplos de conducta.» «Una obra de divertimiento, de recreo alegre, ligero, que ayuda al descanso, da nuevos bríos para el trabajo, nuevas fuerzas para la acción.»
  La primera de estas tres respuestas es del Papa Juan XXIII. La segunda, del célebre Código Hays, que en los años 30 sirvió de censura a la producción cinematográfica de Hollywood y de guía espiritual a instituciones tales como la Liga de la Decencia, el Ejército de Salvación, etc. La tercera respuesta es del compañero redactor de la columna «Aclaraciones».
  La similitud de ideas entre Juan XXIII, el Código Hays y el compañero redactor de «Aclaraciones», nos provoca estupor. Por cierto que esta similitud no es bastante profunda y, por esto, la analogía no puede considerarse rigurosa. Sin embargo, no estamos de acuerdo con que se pretenda definir las funciones del cine (y del arte, en general), sobre principios comunes al pensamiento de la Iglesia Católica y del Código Hays, y calificamos esta comunidad de ideas como una deformación dogmática de la filosofía marxista-leninista.
  El arte es un reflejo de la vida; a su vez, el arte actúa sobre ésta, determinándola, en un juego dialéctico, mediante un diálogo crítico entre el espectador y la obra de arte, siendo la vida, el espectador y su contexto histórico, la influencia determinante fundamental. Los estímulos externos a la conciencia (en este caso, las películas), actúan según las condiciones internas de la conciencia (en este caso, según el grado de lucidez crítica del espectador y la correlación de fuerzas en las circunstancias sociales en que vive y de las cuales forma parte). Por esto, nos parece absurdo insinuar, como hace el compañero redactor de «Aclaraciones», que la vida es un reflejo del arte, atribuyéndole al arte mágicos poderes, facultades de transformación en la conciencia del público que el cine jamás podría tener. No existe ni podrá existir una obra de arte, una película, que induzca al pueblo cubano a «desear una guerra de agresión» o a sentir «desprecio hacia los demás». Si el cine (y el arte, en general), tuviera esa capacidad de exorcismo, la penetración de la «cultura de masas» imperialista que padeció nuestro país durante tantos años, hubiera hecho imposible la Revolución.
  Es el ser quien determina la conciencia y no al revés.
  Estamos en desacuerdo, además, con la actitud maniqueísta que domina el espíritu de dichas «Aclaraciones». Al sugerir la prohibición de películas de innegables valores culturales y artísticos, esta actitud tiende a restringir a ultranza el desarrollo de nuestra cultura, a deformar unilateralmente la información, a negar, por último, la libertad que nuestras pantallas cinematográficas conquistaron el Premio de Enero de 1959.
  Sépalo así la opinión pública.
  ¡Patria o Muerte, Venceremos!
JOSÉ MASSIP, EDUARDO MANET, JORGE FRAGA, TOMÁS GUTIÉRREZ ALEA, ALBERTO ROLDÁN, JULIO GARCÍA ESPINOSA, ROBERTO FANDIÑO, MANUEL OCTAVIO GÓMEZ, FERNANDO VILLAVERDE, FAUSTO CANEL.

  El mismo día 17, Hoy daba cabida en su página 2 a las opiniones del presidente del Instituto del Cine sobre el tema.


  Alfredo Guevara responde a las Aclaraciones
  Las notas aparecidas el jueves 12 de diciembre en la columna «Aclaraciones» de la página editorial del periódico Hoy revelan hasta qué punto es profundo el abismo que separa las opiniones de su redactor sobre la significación de la cultura y el trabajo artístico, y las que, sobre este mismo asunto, sostiene y ratifica la Dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Éste es el hecho que más nos importa y preocupa, tanto porque la página editorial del periódico Hoy, órgano oficial del Partido Unido de la Revolución Socialista, es atendida seguramente por el compañero Blas Roca, miembro de la Dirección Nacional, como porque aun si se tratase del criterio de un redactor, la forma en que aparecen, en una columna de «Aclaraciones» que aborda regularmente problemas del desarrollo revolucionario en sus tareas inmediatas, y orientaciones de orden ideológico referidas a los principios marxistas de nuestra Revolución, puede prestarse a interpretaciones que no podemos aceptar sin reservas y desacuerdo.
  Si es posible o no juzgar el valor y significación de La dulce vida, de Federico Fellini; o de Accatone, de Pier Paolo Pasolini; de El ángel exterminador, de Luis Buñuel, o de Alias Gardelito, de Lautaro Murua, sin haber visto las obras en cuestión, es cosa que no nos concierne. No se trata ahora de medir la autoridad de opiniones que no responden al conocimiento directo. Alrededor de cada film de importancia se producen siempre comentarios y polémicas, discusiones cargadas unas veces de pasión y subjetivismo, y otras que son el producto de la reflexión y el más serio pensamiento crítico. Éste es en parte su objetivo: hacer pensar, provocar en el espectador, y aun en el que juzga de oídas, la inquietud por los problemas que plantea, por la forma en que éstos son abordados, y por los medios expresivos que le sirven para llegar más hondo y lejos. Estamos seguros de que la atención que presta la columna «Aclaraciones» y la mención que hace de estos films, incitará a verlos a partir de una actitud más alerta y crítica; y también de que provocará no ya en el espectador, sino también en los lectores, una igualmente crítica actitud ante una columna que aborda tan superficialmente los problemas de la cultura, y del arte cinematográfico en particular, reduciendo su significación, por no decir su función, a la de ilustradores de la obra revolucionaria, vista por demás en su más inmediata perspectiva.
  El artista es un testigo, pero es también protagonista y combatiente, y además profeta. Debe avizorar y descubrir, adentrarse en el mundo por todos sus resquicios y develar la realidad más inmediata, pero también la más secreta o ignorada, mediata o lejana. No es revolucionario, o más revolucionario el artista, o el artesano, que canta la acción diaria, es artista revolucionario, a nuestro modo de ver, aquel que, con su ingenio y sensibilidad, con su saber y con su audacia, con su penetración y su imaginación, descubre el hilo de las cosas, o un hilo, o un hito del mundo real, hasta entonces inalcanzado, o no suficientemente explorado, y encuentra el modo de expresarlo. Esto no quiere decir, ni es lo que pretendemos subrayar, que el artista revolucionario no pueda o deba contribuir con todo su oficio y talento a abordar los temas de una inmediata urgencia. Esto lo podrá hacer, y en muchas ocasiones lo debe hacer, el artista revolucionario y puede hacerlo y en otras ocasiones le corresponde específicamente hacerlo, al especialista de la agitación política, de la propaganda revolucionaria. La propaganda puede servirse del arte, debe hacerlo. El arte puede servir a la propaganda revolucionaria, debe hacerlo. Pero el arte no es propaganda, y ni en nombre de la Revolución resulta lícito el escamoteo de sus significaciones.
  La visión de un artista sobre el deterioro moral o psicológico de un personaje en la sociedad capitalista, y aun en la sociedad socialista —que no es ni tiene porque ser ni un paraíso ni un limbo sino, muy por el contrario, el territorio de la autenticidad y de la plenitud: donde el hombre no es más simple sino más complejo, donde la alegría es más verdadera, y donde también puede serlo el sufrimiento—, no puede ser considerada en modo alguno enseñanza o propaganda de una forma de alienación o incitación a la destrucción o a la autodestrucción. Y si el mundo real, motivo de la observación y vivencias del creador, materia y ámbito de su actividad, no se limita a estos problemas, situaciones y personajes, tampoco será justo y ni siquiera posible, excluirlos.
  Sabemos de qué se trata, y no es la primera vez que escuchamos «cantos de sirenas»: el héroe positivo, la necesidad del final feliz, la moraleja constructiva, la elaboración de arquetipos, el llamado realismo socialista, en una palabra, socialismo, de una época en la que el artista resulta armado de un método crítico, profundización y análisis, que le abre posibilidades ilimitadas; de una época en que los creadores quedan en condiciones de realizar su obra sin cortapisas ni presiones reaccionarias —entiendo por reaccionario cuanto trata de paralizar la vida engendradora de lo nuevo, y siempre por ello creadora: y creo por eso que también en el socialismo pueden surgir, y han surgido, y surgen, tendencias reaccionarias— si ése es el realismo socialista (y si para el realismo socialista la realidad es el mundo real, y no un segmento de él —infinito por lo tanto— podremos describir la tesis del realismo socialista).
  Pero no es ése el que conocemos, el que algunos sostienen y propagan sistemáticamente como vía y meta del arte. Lejos del arte que resultaría de las reflexiones anteriores se presenta como realista y socialista un arte muchas veces reaccionario, arte-opio, adormecedor o excitante, en el que se proponen a los espectadores y lectores, arquetipos abstractos —realmente abstractos— que pueden competir en falsedad e irrealidad con los mejores personajes de Corín Tellado, o la imagen habitual de supermanes de todo tipo. Es un cine adulto, complejo, dirigido al hombre integral, y por lo tanto también al intelecto, el que tratamos de programar en las salas cinematográficas. ¿Es que pretendemos fijar como sus más altas manifestaciones contemporáneas, o como las obras de mayor importancia a presentar en nuestras pantallas, los films señalados por el redactor de «Aclaraciones»? Lejos estamos de ello. No se trata de considerar tales films como ejemplo vivo del arte cinematográfico en su más lograda expresión. Se trata de reconocerles una dimensión y una significación, y de reconocerla a sus autores, o lo que es más importante y necesario: se trata de reconocerle al público, al pueblo, a los trabajadores que lo forman, el derecho y la posibilidad de juzgar por sí mismos, de apreciar, a partir de ciertos niveles de calidad, el conjunto de obras cinematográficas de todos los países.
  Si como se pretende o recomienda nos limitáramos a exhibir obras de agitación o tranquilizadoras, la obra artística, y la multiplicidad de caminos que ella supone abiertos a la conciencia, a la percepción, quedarían sustituidos por los de una propaganda acaso edulcorada con fórmulas estetistas, y el público quedaría reducido a una masa de «bebés» a los cuales maternales enfermeras administrarían la «papilla-ideológica» perfectamente preparada y esterilizada, garantizando de este modo su mejor y más completa asimilación. (Es posible que así pueda lograrse divertir y recrear alegremente, y con gran ligereza ayudar al descanso, para con nuevos bríos atender el trabajo y la acción en el día o período subsiguiente.) Pero si así abordáramos los problemas de la cultura, y si con tal engendro confundiéramos su significación, quedaríamos expuestos a un general proceso de embrutecimiento y en realidad provocaríamos, no una revolución cultural ni una revolución en la cultura, sino simple y llanamente un retroceso en el hombre, y también en la Revolución.
  Sabemos, claro está, que las opiniones de un redactor no hacen una política, pero como ellas coinciden con algunas otras, y con pronunciamientos que se califican a sí mismos como «política cultural del Gobierno Revolucionario» en general —véanse sino los puntos del informe del Consejo Nacional de Cultura al Primer Congreso Nacional de sus activistas, y los acuerdos de éste— queremos aclarar que no sabemos de otros lineamientos culturales que los que emanan del discurso de Fidel en la Reunión con los Intelectuales, y que la dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, a la par que rechaza no ya los juicios críticos sobre determinados films —sobre los cuales debatirán seguramente los críticos cinematográficos, los creadores y personalidades de la cultura y de la vida pública— sino sobre todas las concepciones que sobre la cultura y el arte cinematográfico propone el redactor de «Aclaraciones», deja constancia de que no acepta ni practica los que suelen presentarse sin serlo como puntos de la política cultural del Gobierno Revolucionario. Esto es necesario decirlo de una vez por todas, porque lo que ahora se propone para las programaciones cinematográficas, ha sido puesto en práctica en otros campos, y va lentamente creando si no una política, una práctica que contradice las ideas que resume el discurso de Fidel al que hacemos referencia, y el que a todos nos hace reflexionar y estudiar, pronunciado recientemente por el Presidente Dorticós en la graduación de las Escuelas de Instrucción Revolucionaria.
  Esperamos que el debate que han abierto los compañeros redactores de la columna editorial «Aclaraciones», conduzca a aclaraciones de fondo. Estas líneas, un tanto precipitadas por la urgencia de fijar posiciones, pretenden ser una pequeña contribución a que se aclare lo confuso, y a que las Aclaraciones sean más claras.
Alfredo Guevara.

  El miércoles 18, “Aclaraciones” volvía sobre el tema.


  ¿Cuáles son las mejores películas?
  Al llegar a La Habana, después de unos días de viaje por Oriente, nos encontramos con una polémica.
  «Siquitrilla», una sección que regularmente leemos, discrepa fraternalmente —sin molestarnos— de las opiniones que dimos en torno a una carta de Severino Puente.
  La carta trataba de películas.
  Y las opiniones también.
  «Siquitrilla», por tanto, pregunta: «¿Qué películas debemos ver?» Y contesta:
  «Las mejores.»
  Respuesta muy lógica y de la que no se puede, honradamente, discrepar.
  Estamos de acuerdo en que cada quien querrá ver las mejores películas, sin duda.
  Y todos queremos que se vean las mejores entre todas las cintas cinematográficas.
  Pero ¿cuáles son ellas?
  ¿Qué reglas o criterios se siguen para calificar una película de mejor?
  ¿Quiénes deciden cuáles son las mejores películas?
  ¿Pueden, los espectadores, dar su opinión sobre las películas y calificarlas de buenas o malas, según su criterio?
  Porque se trata de que una película considerada por unos como la mejor, otros la conceptúan como la peor.
  Entonces se nos presenta el problema ¿es mejor o peor? O, siquiera, ¿es mala o buena?
  Unos espectadores forman un concepto y otros el contrario, seguramente porque tienen distintos criterios para juzgar la película.
  ¿Cuestión de gustos?
  Los espectadores tienen distintos gustos fílmicos y no puede ser de otra manera. No puede ser que todo el mundo tenga los mismos gustos y no es obligatorio tampoco que sea así. Lo lógico es que a unos nos guste una película y a otros les guste otra.
  Unos pueden apreciar en una cinta unos valores y otros pueden considerar otros, al formarse sus respectivos conceptos sobre ella.
  Un entendido apreciará, por ejemplo, sus valores formales, la calidad de su fotografía, la sincronización de los sonidos, el ritmo de su desarrollo, etc. Es posible que encuentre alguna película que, desde ese punto de vista, considere que es la mejor y que, no obstante, su contenido le resulte desagradable o contrario a sus ideas.
  Otro, digamos, puede considerar que una cinta, por la calidad de su argumento, por la audacia y complejidad del tema que trata, es una gran película, aunque entienda que por su fotografía, sus tomas, su montaje, etc., resulta mala.
  Unos pueden admirar la película por su música, otros por sus colores, algunos por los paisajes o por las bellezas femeninas que la protagonizan, etc.
  Otros pueden preocuparse no sólo de esos aspectos de la película, sino, además, de su probable o posible efecto, en un sentido o en otro, en los espectadores, de una u otra edad, de una u otra actitud ante los problemas actuales de nuestra sociedad en transición.
  En lo que a nosotros se refiere no es una cuestión de gustos.
  Al juzgar sobre este asunto no nos guiamos por nuestros gustos o preferencias personales.
  Puede que algo no nos guste y lo consideremos positivo; puede que algo nos guste y lo consideremos negativo o inconveniente.
  ¿Cuál es nuestro criterio para juzgar acerca de películas... y no sólo de películas?
  Nuestro criterio toma su punto de partida de los siguientes conceptos básicos:
  Para nosotros lo más importante de todo es la Revolución, su marcha, su destino, su éxito en la construcción de la nueva sociedad socialista.
  Nada hay más importante que la Revolución porque su suerte decide la de nuestro pueblo, y en lo que tiene de universal, el de los trabajadores del mundo.
  Nada contrario a la Revolución, nada que dañe o perjudique a la Revolución puede ser bueno, es el primer precepto que guía nuestro criterio.
  En el presente período de la construcción del socialismo tres son los aspectos principales de la actividad revolucionaria: 1) la defensa de la patria frente a las agresiones y amenazas constantes del imperialismo yanqui y sus lacayos; 2) la elevación, multiplicación y mejoramiento de la producción para satisfacer las necesidades de nuestro pueblo, y 3) la afirmación de la conciencia revolucionaria socialista como uno de los elementos de la defensa, de la construcción económica, de la cultura y de las nuevas relaciones que presidirán la nueva sociedad.
  Estos no son los únicos aspectos de la actividad revolucionaria, pero sí son los básicos, los que deciden los demás.
  En consecuencia:
  Nada que afloje el espíritu combatiente, de sacrificio y pelea de nuestro pueblo, nada que lo contamine de blandenguería burguesa o de despreocupación frente a los imperialistas, sus lacayos y sus gusanos contrarrevolucionarios es bueno. Tal es el segundo precepto que guía nuestro criterio.
  Nada que incline a no trabajar o a no esforzarse en el trabajo, nada que tienda a aflojar la disciplina en el trabajo, nada que propague —en cualquier forma que sea— la vagancia, nada que tienda a disminuir el esfuerzo, la producción —cantidad y calidad— puede ser bueno.
  El tercer precepto que guía nuestro criterio es, pues, que no debe fomentarse, difundirse ni tolerarse nada que dañe el esfuerzo en la producción, sea una ventaja sectorial del pasado, sea un vicio superviviente, sea una película o una canción; un artículo o una novela, un defecto o un error; sea la ignorancia, la incultura o la falta de conocimientos técnicos; sea la incorrecta organización o el mantenimiento de viejas rutinas.
  Nada que deprima la conciencia revolucionaria socialista, que la combata o la niegue, que vaya contra ella, puede ser bueno. Ese es el tercer precepto que guía nuestro criterio al juzgar sobre hechos y cosas.
  No somos partidarios de las películas aburridas, sin conflictos, sin interés, sin alegría, sin arte ni creación.
  No creemos que cada película deba dar una «lección» a los espectadores.
  No creemos en la mojigatería, aplicada al cine.
  No creemos que las películas deban venir sólo de los países socialistas.
  Sí creemos que las películas que se exhiban en Cuba, escogidas entre las mejores, con los temas más variados y los géneros más diversos, no deben en ninguna forma influir en alejar a núcleo alguno de los espectadores de las tareas históricas que tiene ante sí nuestro pueblo.

  El jueves 19, en “Aclaraciones”, Blas Roca da a conocer la que sería la primera de sus cinco respuestas públicas directas a Guevara.

  Respuesta a Alfredo Guevara
  Un profundo abismo separa sus opiniones de las nuestras acerca de la cultura y el trabajo artístico, declara en tono agresivo Alfredo Guevara, Director del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, con motivo de lo que expresamos acerca de películas; en respuesta, como es norma de esta columna, a la carta de un lector.
  Algo de arte nos habló un campesino de 78 años de edad, hace dos días, en un rincón del Realengo 18, escenario histórico de un combate que la pluma de Pablo de la Torriente Brau nos dejó descrito para siempre con apasionada prosa.
  Se trata de Vicente, un viejo luchador de esos que nunca dieron la espalda a sus ideales, ni cambiaron sus convicciones, ni intrigaron contra nadie, ni rehuyeron el encuentro con los compañeros, cualesquiera fueran los vientos que soplaran o los rumores que se hicieran correr.
  A su casa, en lo profundo de un barranco —no tan hondo, desde luego, como el abismo abierto por Guevara— fuimos, con los compañeros comandante Raúl Castro, Ramón Nicolau, comandante Armando Acosta, capitán Jorge Risquet y otros a entregarle el honroso carnet de militante del Partido Unido de la Revolución Socialista, que recibió emocionado.
  No obstante su enfermedad, se sentó a conversar con nosotros y, en respuesta a algunas preguntas, refirió cómo ocultó sus libros de las búsquedas de los esbirros de la tiranía y cómo, después, los prestaba a un joven combatiente del Ejército Rebelde en los años de la dura lucha. El joven quería libros sobre la guerra y él le daba novelas (obras de arte) rusas o soviéticas.
  Al oírlo, recordábamos al miliciano que al regreso de Playa Girón nos hablaba con fervorosa admiración de Los hombres de Panfílov que le «habían ayudado» en la pelea con los mercenarios enviados por los imperialistas norteamericanos.
  ¡Magnífico arte el de esos escritores soviéticos, autores de novelas que ayudaron a nuestros combatientes en la lucha contra la tiranía y contra los mercenarios del imperialismo!
  ¡Admirable comportamiento del ya anciano campesino que se arriesga a la presión por conservar una novela, que será como un arma más contra los que le persiguen!
  ¡Fecunda decisión de Fidel que mandó a imprimir en grandes cantidades las novelas combatientes que ayudaron a no pocos héroes de Playa Girón!
  Estas novelas, ¿serán obras del realismo socialista?, ¿serán obras de agitación, tranquilizadoras?, ¿sus personajes serán arquetípicos?, ¿serán obras de propaganda edulcorada con fórmulas estetistas para dar a un público de «bebés», al cual, ya el viejo campesino, ya el jefe de batallón, le administrarían la «papilla-ideológica» preparada y esterilizada?

  Confesamos nuestro profundo aprecio por esas novelas que nos han ayudado a conseguir y a mantener la libertad —libertad para nuestra Patria, libertad para nuestro pueblo—, cualesquiera que sean las opiniones que sobre ellas tenga la Dirección del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos.
  ¿Género único o procedencia única? No, porque en todo el mundo hay clase obrera y hay pueblo y porque en la vida hay de todo: hay combate y paz, hay trabajo y descanso, hay terneza y rencor, hay alegría y dolor, hay amor y odio, hay honradez y sinvergüencería, hay sinceridad e hipocresía, hay firmeza y veleidad, hay convicción y oportunismo, hay amigos y enemigos.
  «El artista es un testigo, pero es también protagonista y combatiente, y además profeta.» Eso nos repite Alfredo Guevara.
  Bien.
  Si es protagonista y combatiente, testigo y profeta, debe ser, sin duda, un gran artista, capaz, además, de descubrir las cosas ocultas, incluso las que están tras los alborotos sin aparente causa.
  Pero Guevara no se limita a esa conclusión.
  Del hecho de que el artista es testigo y profeta —además de protagonista y combatiente— deriva que: «No es revolucionario, o más revolucionario, el artista que canta la acción diaria.»
  A nuestro modo de ver sí es revolucionario el artista que canta la acción diaria, la acción de la Revolución, la acción del pueblo.
  Se dolía Fidel, ante el espectáculo del ciclón y del heroísmo de los hombres que se enfrentaron a él, de que nuestros escritores no hubieran emprendido, en contacto directo con la realidad entonces actual, la narración artística del suceso. Algunos, de pronto, resintieron sus palabras, sin acertar a ver en ellas la expresión de quien ante el espectáculo grandioso y desusado de la naturaleza y del hombre, en toda su belleza viril, siente el ardiente deseo de ver allí al pintor, al escritor, al artista que capte y refleje en toda su grandeza el singular acontecer. Luego esto se entendió, como quedó expresado en una declaración de la UNEAC. Vimos, nosotros, en esas palabras, el afán de que el artista, el escritor, se meta en los hechos, penetre en sus entrañas, conviva en la granja, acompañe a la brigada, se hunda en la trinchera, observe el círculo infantil, se identifique con la fábrica y saque de todo ello el material de las obras en que ha de reflejarse, con veracidad y pasión, la epopeya de un pueblo que transforma sociedad, economía y naturaleza y que se transforma a sí mismo. Era, nos parece, una reclamación a que se cantara la «acción diaria», que los artistas tendrían o no medios de hacer en aquella oportunidad, pero cuya necesidad se siente con vehemencia.
  Es revolucionario, también, el artista que sin cantar «la acción diaria» canta la vida en toda su demisión.
  No pretendemos escamotear la significación del arte confundiéndolo con la propaganda.
  Pero entendemos que el arte, además de forma, tiene contenido, expresa algo.
Guevara dice que la propaganda debe servirse del arte. Estamos de acuerdo.
  «El arte —reitera— puede servir a la propaganda revolucionaria.»
  De acuerdo, también.
  Que nadie entonces se escandalice ni alborote cuando discutimos el uso del arte en la propaganda revolucionaria ni nos acuse, por ello, de pretender reducir todo el arte a propaganda.
  Dice Guevara que «la visión de un artista sobre el deterioro moral o sicológico de un personaje en la sociedad capitalista, y aun en la sociedad socialista [...] no puede ser considerada en modo alguno enseñanza o propaganda de una forma de alienación o destrucción o la autodestrucción.»
  Considérela como quiera: tales visiones de los artistas que las tienen influyen precisamente en ese sentido cuando son expresadas de modo que mueven simpatía hacia los personajes.
  Agrega: «Y si el mundo real, motivo de la observación y vivencias del creador, materia y ámbito de su actividad no se limita a estos problemas, situaciones y personajes, tampoco será justo y ni siquiera posible, excluirlos.»
  Esto resulta bastante confuso.
  Si lo que proclama es que tenemos que aceptar toda obra de arte de cualquier contenido —revolucionario o contrarrevolucionario, socialista o anti-socialista, progresista o reaccionario— sentimos disentir de su opinión.
  En el arte, como en lo demás, somos contrarios a lo contrarrevolucionario, a lo anti-socialista y a lo reaccionario.

  El viernes 20, en "Bateando bolas" del diario Hoy se hacía alusión a un tiqui tiqui protagonizado por una tal Ana María Bello que metía en el ajo nada menos que al presidente de la república. Algo totalmente inaudito en la prensa de la época, tan estirada y oficial, el comentario parecía una nota propia de una sección de chismes de la farándula.

   
  Bateando bolas de afuera
  Generalmente, nuestra sección batea bolas de afuera. Hoy ha querido darle, en la misma costura, a una de adentro.
  Aunque quizá no venga de tan adentro como de algo afuera.
  De todos modos, de esta manera esta bola queda fuera de ese juego (afuera-adentro-afuera) que algunos gustan jugar.
  Compañera Ada María Bello: eso que usted ha estado diciendo, en base de lo que dice le dijeron, de que la respuesta de Alfredo Guevara a "Aclaraciones" no se iba a publicar en HOY y que si salió publicada se debió a una intervención del Presidente Dorticós, es sencillamente una bola.
  Pregúntele a quien se lo dijo por qué lo hizo.
  

  A su lado, una crítica mordaz de Leonel López-Nussa (que firmaba con el seudónimo de Alejo Beltrán) al cine de Michelangelo Antonioni, aparecida en Hoy, tenía el evidente propósito de reforzar los criterios expresados días antes por el director del periódico.

  Miguel Ángel Antonioni es un director muy respetado internacionalmente por la crítica, tanto que se le considera un «filósofo» del cine. Sus películas han recibido premios y han sido objeto de largas discusiones en cine-debates, en la prensa y en los corrillos de aficionados. Desde que en 1950 dirigió Crónica de un amor (obra por la cual se le concedió la Cinta de Plata, premio anual de los periodistas cinematográficos) hasta El desierto rojo, su última realización (1963), pasando por La noche (1961), «el drama de la soledad», y por La aventura (premio especial en el Festival de Cannes, 1960), «la película que más impresionó a los críticos», Antonioni se ha paseado por el mundo del cine como un señor muy serio al que hay que respetar y a cuyo paso es menester inclinarse ligeramente en señal de admiración.
  La gran falla de Miguel Ángel Antonioni, sin embargo (hasta ahora su pretendida virtud), es que él no hace películas, sino «discursos»; Antonioni utiliza el cine como un pretexto para proclamar ante el mundo sus conceptos filosóficos o, lo que es lo mismo, su posición ante la vida.
  Y bien, ¿cuál es esa posición? ¿Cuál es esa filosofía? Está en sus películas y todo el mundo vio un fragmento de ese discurso en La aventura y ahora puede ver otro fragmento en El grito, premio de la crítica en el X Festival Cinematográfico Internacional de Locarno en 1957.
  A Miguel Ángel Antonioni no le interesan las anécdotas, lo que a él le interesa es «la soledad humana». En sus películas de amor «el amor ya no tiene razón de existir» debido a que «el hombre está solo». Esta tesis parece haber sido desarrollada al máximo en La noche, según se desprende del argumento: «Dos personas que están convencidas de quererse todavía, descubren, en el transcurso de pocas horas, que ya no tienen nada que decirse; están separadas por una invisible muralla de cristal, contra la cual es inútil cualquier rebelión... Los dos protagonistas se mueven, casi aplastados por la enormidad de las cosas, por la extrañeza de las cosas; se buscan y ya no consiguen encontrarse.»
  Efectivamente, de Miguel Ángel Antonioni puede decirse que es «un caso». ¿Un caso perdido o un mal caso? En todo caso, «un caso». Veamos El grito.
  Como quiera que la historia importa poco, poco importa que Aldo viva con una mujer casada a la que se le muere el marido: cuando él quiere a su vez casarse con ella se entera de que hay un tercero y Aldo decide marcharse con la hija, buscando el contacto de otras mujeres con las que no consigue «comunicarse». Después de muchos fracasos regresa al punto de partida, suicidándose ante «el grito» de la que fuera su compañera. ¡Bonita historia para ser contada!
  Lo que no relata esta sinopsis es la catarata de lugares comunes a la peor italiana que se han reunido en El grito, acumulando una tal cantidad de melodrama vulgar, de ramplonería y de mal gusto como sólo a un «genio» del cine se le puede ocurrir, en plan de filósofo. ¡Y que se diga luego que los argumentos son «pretextos» para Miguel Ángel Antonioni! ¿Pretextos de mal gusto para su decadente filosofía?
  Que la realización no sea de Antonioni si no de Franco Cancellieri no modifica en nada la situación, puesto que el «film» es de Antonioni. Además, la fotografía es excelente. Realizada ex-profeso en gris mortal (el «gris mortal» es un gris deliberadamente confeccionado para deprimir a los mortales) la cinta transcurre entre la pesadilla de una filosofía de barrio y un argumento de culebrón, capaz de estremecer en su asiento al más insensible. ¡Y todo para demostrar que el hombre está solo! ¿No hubiera sido mucho más sencillo demostrar que «algunos» hombres están solos? Antonioni, por ejemplo.

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  En las siguientes piezas de este blog continuaremos publicando los materiales de la polémica de diciembre de 1963 entre Blas Roca y Alfredo Guevara.

DE CUANDO ALFREDO GUEVARA Y BLAS ROCA SE FAJARON EN PÚBLICO (Segunda Parte).html

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