No es de extrañar que en medio de un proceso
tan complejo como fue aquella cosa que llamaron Revolución Cubana (también
conocido como “lo que pudo haber sido y no fue”), un batiburrillo donde se
integraron fuerzas e individuos procedentes de distintas corrientes políticas e
ideológicas, existieran contradicciones y luchas entre las figuras que ocuparon
cargos de importancia en la estructura del poder.
¿Qué cubano que vivió en la vorágine del
ciclón revolucionario que transformó la isla a partir de 1959, no ha escuchado
historias de broncas entre dirigentes? En algunas de ellas participó el
Comandante en Jefe, el hombre que se las arregló para mantener un poder
omnímodo y debido a ello, siempre sus intereses y puntos de vista resultaron
ganadores en las disputas. Llevarle la contraria fue un ejercicio muy arriesgado
que podía acabar con quien se atreviera a hacerlo. La pelea con él siempre fue
la del león contra el mono amarrado. Y ya sabemos quién era el león.
A falta de periodistas que pudieran
investigar y desvelar las interioridades del partido único y del gobierno, a
falta de una prensa independiente que publicara los resultados de dichas
investigaciones, las confrontaciones entre mayimbes siempre quedaron para la gente de a pie en el territorio de la clandestinidad, de la bola que se
despliega sin posibilidad de comprobación. De ellas se filtraban cuentecitos y
rumores transmitidos por vía oral, de persona a persona, que resultaban poco
menos que chismes de palacio con un grado de veracidad bastante bajo.
Por eso resultó tan sorprendente que en
diciembre de 1963 dos sujetos de primera categoría dentro del régimen se enfrascaran públicamente en una
polémica que reveló las diferentes formas de entender el arte y la cultura que
existían en el seno del gobierno.
Uno de ellos fue Blas Roca, dirigente comunista
de toda la vida, stalinista de pura cepa que era por entonces miembro de la
Dirección Nacional del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS),
estructura política que agrupó a distintas fuerzas que habían combatido la
dictadura de Batista y fue la antecesora del Partido Comunista de Cuba que se
fundaría años después, en 1965. Roca dirigía el periódico Hoy, de cobertura nacional, un panfleto
repleto de consignas antinorteamericanas, noticias de logros alcanzados en la
producción y la defensa, exhortaciones al trabajo voluntario y propaganda de
exaltación a lo bien que se vivía en los países socialistas de Europa.
Su contrincante fue Alfredo Guevara,
presidente fundador del Instituto Cubano del Arte y la Industria
Cinematográficos (ICAIC), un ensayista cercano al poder más alto, que disponía
de una posición de peso en los círculos intelectuales de la época.
Todo comenzó el jueves 12 de diciembre,
cuando la sección “Aclaraciones” del diario Hoy dio la respuesta de Blas Roca a
unas preguntas de Severino Puente, actor y director de programas de televisión
que se había hecho popular por su interpretación humorística de un guajiro
llamado El Niño de Pijirigua. Puente, por entonces muy integrado a la
revolución, cuestionó la pertinencia de que el ICAIC exhibiera en los cines un tipo
de filmes realizados en países capitalistas que él consideraba nocivos para la
construcción de la mentalidad socialista del pueblo.
Y a partir de aquella publicación, la liebre
se soltó.
Preguntas sobre películas
Severino Puente, el conocido actor de la
Radiodifusión Nacional, quisiera, según nos dice en su carta, que se le
aclarara un tema que es motivo de grandes discusiones entre compañeros del
sector artístico.
«Me refiero —expone— a ese nuevo tipo de
películas que se exhiben en nuestras salas cinematográficas, en las que se
muestra la corrupción o la inmoralidad de algunos países o clases sociales,
pero donde nunca se resuelve nada.»
«Sabemos —agrega— que es difícil que en una
película del cine capitalista se dé solución justa a la denuncia que pueda
presentar.»
«Las cintas que particularmente me parecen
negativas son las que tienen argumentos como La dulce vida y Accatone
—italianas—, El ángel exterminador —española— Alias Gardelito (argentina) y
otras que ahora no recuerdo.»
Termina: «Mi pregunta concreta es la
siguiente: ¿Es positivo ofrecerle a nuestro pueblo películas con ese tipo de
argumentos derrotistas, confusos e inmorales sin que tenga antes, por lo menos,
una explicación de lo que va a ver?»
Nuestra respuesta:
No hemos visto las películas que relaciona,
así que no podemos dar una opinión concreta acerca de ellas, aunque por los
diversos comentarios que hemos oído a trabajadores que fueron a verlas no nos
parecen recomendables para nuestro pueblo, en general, ni, en particular, para
la juventud.
El cine es un arte o entretenimiento que
llega a las grandes masas. La imagen en movimiento, el diálogo, la sensación de
realidad que es capaz de presentar en la pantalla penetra fácilmente en el
espectador, le impresiona, provoca sus reacciones, despierta sus sentimientos,
mueve su razón.
El cine puede entretener con temas más o
menos ligeros, graciosos, de mero divertimiento.
El cine puede instruir con cintas
documentales, históricas o científicas.
El cine puede propagar ideas, costumbres,
modos de actuar, sentido de la vida.
En la obra de arte cinematográfica —comedia o
drama, epopeya o sátira— puede llevarse al espectador a desear la guerra de
agresión o a odiarla, a amar el trabajo productivo o a despreciarlo, a preferir
la ligereza y la banalidad en lugar de la responsabilidad, a sentirse atraído
por la generosidad o por la crueldad y el desprecio hacia los demás, a los
otros seres humanos.
Eso, desde luego, es común a toda obra
artística, ya se trate de literatura, de poesía, de teatro, de música, de
pintura o de escultura.
Pero en el cine la posibilidad de influir
sobre los que lo disfrutan es mayor por su forma más vívida, más real, más
convincente de comunicarse con el espectador.
En el teatro —lo que más se acerca al cine—,
el diálogo, la palabra, describe lo que no puede presentarse en escena. El
espectador imagina mucho de lo que pasa, pero no lo ve.
En la literatura es necesario el esfuerzo de
la lectura. El lector se entera a través de ello de lo que el novelista o el
poeta quieren decirle por medio de imágenes descriptas.
En el cine la escena es presentada directamente,
con todos los rasgos de una realidad fotografiada en su movimiento.
El cine no dice; muestra.
El cine no explica; expone la imagen.
El cine no actúa sobre el individuo aislado;
se presenta a centenares de personas reunidas.
Conocido es el efecto dañoso de las películas
de gangsters norteamericanas con sus escenas de riñas, crueldades, robos,
asaltos, atracos, tiroteos, que han inducido a millares y millares de jóvenes a
seguir los caminos de la delincuencia, de la perversidad, del crimen, de la
violencia «sin causa».
Teniendo en cuenta la poderosa influencia que
ejerce el cine sobre millares de espectadores es que deben considerarse las
películas.
Nuestro pueblo vive un momento de su historia
que reclama la contribución de su heroísmo, de su laboriosidad, de su ingenio,
de su esfuerzo, de su espíritu de sacrificio.
Estamos en la defensa constante de la Patria
ante las agresiones y amenazas del imperialismo yanqui, sus lacayos y sus
gusanos.
Estamos en la construcción de una economía
DESARROLLADA, de abundancia, para dar a TODO nuestro pueblo condiciones de vida
verdaderamente humanas, bienestar y seguridad.
Estamos en la edificación de una nueva
sociedad en la que el individualismo deje el sitio al colectivismo, en la que
impere, en lugar del «cada uno para sí», el «todos para uno y uno para todos»;
una nueva sociedad en que el orgullo sea el trabajo, la producción, el
contribuir al bien de los demás, el compañerismo.
Entendemos nosotros que el arte —el cine
incluido— debe participar de la batalla por esos trascendentales objetivos.
Esa participación es a veces directa, a veces
indirecta.
Digamos que puede ser por acción o por
omisión.
Por acción cuando la obra artística
—película, novela, pintura, canción— despierta el afán de trabajo, el ideal
elevado, el heroísmo valiente, la fraternidad, el compañerismo, la abnegación.
Por omisión, cuando la obra artística o de
entretenimiento evita hacerle propaganda al vago, al proxeneta, al egoísta o
presentarlo simpático, atrayente, es decir, cuando evita portar ideas e
incitaciones contra la Revolución, contra los objetivos y los ideales de la
Revolución.
Una obra de divertimiento, de recreo alegre,
ligero, que ayuda al descanso, da nuevos bríos para el trabajo, nuevas fuerzas
para la acción.
No son los Accatones ni los Gardelitos
modelos para nuestra juventud.
Nuestro cine debiera tenerlo en cuenta.
El sábado 14, la muy leída sección
“Siquitrilla”, que escribía Segundo Cazalis en el periódico Revolución, publicó
lo siguiente:
¿QUÉ PELÍCULAS DEBEMOS VER?: LAS MEJORES
¿Qué
películas debe ver el pueblo? ¿Películas como La dulce vida o El ángel
exterminador, premiadas en festivales del mundo entero, deben llegar al pueblo
de Cuba? La sección «Siquitrilla», contra su costumbre, va a llevarle hoy la
contraria, amigablemente, a otra sección seguramente mucho más importante.
SEVERINO
PUENTE, actor de la radiodifusión, a quien no conocemos, escribió a la sección
«Aclaraciones», señalando como «negativas», las películas Accatone, La dulce
vida, El ángel exterminador, Alias Gardelito y otras que no recuerdo».
El
señor Severino Puente, dice que: «¿Cómo es posible ofrecer a nuestro pueblo
películas con ese tipo de argumentos, derrotistas, confusos e inmorales, sin
que tenga antes, por lo menos, una explicación de lo que va a ver?»
El
señor Severino Puente se siente, por lo visto, más inteligente que el pueblo, y
considera que al pueblo hay que explicarle las cosas como a un retrasado
mental.
Es
el punto 1 con el que no está de acuerdo la sección «Siquitrilla». Nosotros
creemos en la inteligencia del pueblo.
Severino Puente, no.
El asunto tiene importancia, porque la sección «Aclaraciones», que es
importante, le da la razón a Severino Puente. Y porque el arte es importante: La
imaginación creadora, la inventiva, la alegría y la productividad, dependen de
la cultura. Y porque el ICAIC, este año, ha importado las mejores películas del
mundo, contrastando con dos años de terrible aburrimiento cinematográfico. Y
entre esas películas de excepción, están juntas La dulce vida, italiana; Nueve
días de un año, soviética; El ángel exterminador, mexicana; El Bravo, japonesa,
y otras que SÍ recordamos.
COMO
LA DISCUSIÓN es enriquecedora, la sección «Aclaraciones» seguramente no se ha
de molestar por esta discrepancia. Durante dos años padecimos de un criterio
como el que defiende esa carta. Los cines se llenaron de películas, en las que
se daba una «lección» diaria a los espectadores. Y el pueblo, cansado de ser
tratado como un niño tonto, llegó a hacer cola para ver algo tan insignificante
como Can Can. Eran películas producto de una época ya superada en el proceso
revolucionario. Exhibidas en una época, también superada por nuestra
Revolución.
Exactamente
como dice la sección «Aclaraciones», estamos «en la construcción de una
economía desarrollada...» Esa no es tarea para ignorantes. Ni las películas sin
calidad nos ayudarán a llegar al desarrollo. Por el contrario, cultura,
imaginación, creatividad, productividad, abundancia, son palabras que andan
cerca una de otra.
El
autor de esa carta podría concentrar sus energías en mejorar la calidad de la
radiodifusión y la TV, en general bastante baja. Hacer buenos programas
—calidad y cantidad también se tocan—, es una forma práctica de ayudar a la
abundancia y a difundir las ideas revolucionarias. Hacer programas aburridos,
es todo lo contrario.
La
SECCIÓN «Siquitrilla» se dio por aludida en esta cuestión por tres cosas:
1)Porque
la importación del ICAIC para este año, ha sido un gran esfuerzo, caro e
importante.
2)Porque
«Siquitrilla» recomendó esas películas a sus lectores.
3)Porque
nuestra cultura debe ser también de ABUNDANCIA.
La
REVOLUCIÓN CUBANA ha aportado muchas cosas al proceso revolucionario mundial.
Y entre sus características más
importantes, está ese gran respeto por la calidad, por el arte, por la cultura,
por la discusión, por la imaginación. Es decir: Su carácter anti-dogmático.
El martes 17 Cazalis recogía en su
“Siquitrilla” un comunicado de un grupo de directores de películas del ICAIC
que reaccionaban a lo publicado por Roca el jueves anterior.
Los
directores cinematográficos del Dpto. de Programación Artística del ICAIC,
queremos, por este medio, manifestar ante la opinión pública nuestro desacuerdo
con los puntos de vista expresados por el redactor de la columna
«Aclaraciones», periódico Hoy, número del día 12 de este mes.
La
falta de seriedad que significa enjuiciar películas sin haberlas visto, sería
suficiente motivo de desacuerdo si en dicha columna no se hubiesen expuesto,
además, juicios infundados acerca de las funciones del cine (y del arte, en
general), y sobre la política que debería seguirse en la exhibición de
películas.
¿Cuál
debe ser la función del cine? «Enseñar al pueblo, educarle, recrearle,
divertirle.» «Forjar caracteres, desarrollar el verdadero ideal e inculcar
rectos principios, bajo la forma de relatos atrayentes, proponiendo a la
admiración del espectador hermosos ejemplos de conducta.» «Una obra de
divertimiento, de recreo alegre, ligero, que ayuda al descanso, da nuevos bríos
para el trabajo, nuevas fuerzas para la acción.»
La
primera de estas tres respuestas es del Papa Juan XXIII. La segunda, del
célebre Código Hays, que en los años 30 sirvió de censura a la producción
cinematográfica de Hollywood y de guía espiritual a instituciones tales como la
Liga de la Decencia, el Ejército de Salvación, etc. La tercera respuesta es del
compañero redactor de la columna «Aclaraciones».
La
similitud de ideas entre Juan XXIII, el Código Hays y el compañero redactor de
«Aclaraciones», nos provoca estupor. Por cierto que esta similitud no es
bastante profunda y, por esto, la analogía no puede considerarse rigurosa. Sin
embargo, no estamos de acuerdo con que se pretenda definir las funciones del
cine (y del arte, en general), sobre principios comunes al pensamiento de la
Iglesia Católica y del Código Hays, y calificamos esta comunidad de ideas como
una deformación dogmática de la filosofía marxista-leninista.
El
arte es un reflejo de la vida; a su vez, el arte actúa sobre ésta,
determinándola, en un juego dialéctico, mediante un diálogo crítico entre el
espectador y la obra de arte, siendo la vida, el espectador y su contexto
histórico, la influencia determinante fundamental. Los estímulos externos a la
conciencia (en este caso, las películas), actúan según las condiciones internas
de la conciencia (en este caso, según el grado de lucidez crítica del
espectador y la correlación de fuerzas en las circunstancias sociales en que
vive y de las cuales forma parte). Por esto, nos parece absurdo insinuar, como
hace el compañero redactor de «Aclaraciones», que la vida es un reflejo del
arte, atribuyéndole al arte mágicos poderes, facultades de transformación en la
conciencia del público que el cine jamás podría tener. No existe ni podrá
existir una obra de arte, una película, que induzca al pueblo cubano a «desear
una guerra de agresión» o a sentir «desprecio hacia los demás». Si el cine (y
el arte, en general), tuviera esa capacidad de exorcismo, la penetración de la
«cultura de masas» imperialista que padeció nuestro país durante tantos años,
hubiera hecho imposible la Revolución.
Es
el ser quien determina la conciencia y no al revés.
Estamos
en desacuerdo, además, con la actitud maniqueísta que domina el espíritu de
dichas «Aclaraciones». Al sugerir la prohibición de películas de innegables
valores culturales y artísticos, esta actitud tiende a restringir a ultranza el
desarrollo de nuestra cultura, a deformar unilateralmente la información, a
negar, por último, la libertad que nuestras pantallas cinematográficas
conquistaron el Premio de Enero de 1959.
Sépalo
así la opinión pública.
¡Patria
o Muerte, Venceremos!
JOSÉ MASSIP, EDUARDO MANET, JORGE FRAGA,
TOMÁS GUTIÉRREZ ALEA, ALBERTO ROLDÁN, JULIO GARCÍA ESPINOSA, ROBERTO FANDIÑO,
MANUEL OCTAVIO GÓMEZ, FERNANDO VILLAVERDE, FAUSTO CANEL.
El mismo día 17, Hoy daba cabida en su página
2 a las opiniones del presidente del Instituto del Cine sobre el tema.
Alfredo
Guevara responde a las Aclaraciones
Las
notas aparecidas el jueves 12 de diciembre en la columna «Aclaraciones» de la
página editorial del periódico Hoy revelan hasta qué punto es profundo el
abismo que separa las opiniones de su redactor sobre la significación de la
cultura y el trabajo artístico, y las que, sobre este mismo asunto, sostiene y
ratifica la Dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria
Cinematográficos. Éste es el hecho que más nos importa y preocupa, tanto porque
la página editorial del periódico Hoy, órgano oficial del Partido Unido de la
Revolución Socialista, es atendida seguramente por el compañero Blas Roca,
miembro de la Dirección Nacional, como porque aun si se tratase del criterio de
un redactor, la forma en que aparecen, en una columna de «Aclaraciones» que
aborda regularmente problemas del desarrollo revolucionario en sus tareas
inmediatas, y orientaciones de orden ideológico referidas a los principios
marxistas de nuestra Revolución, puede prestarse a interpretaciones que no
podemos aceptar sin reservas y desacuerdo.
Si
es posible o no juzgar el valor y significación de La dulce vida, de Federico
Fellini; o de Accatone, de Pier Paolo Pasolini; de El ángel exterminador, de
Luis Buñuel, o de Alias Gardelito, de Lautaro Murua, sin haber visto las obras
en cuestión, es cosa que no nos concierne. No se trata ahora de medir la
autoridad de opiniones que no responden al conocimiento directo. Alrededor de
cada film de importancia se producen siempre comentarios y polémicas,
discusiones cargadas unas veces de pasión y subjetivismo, y otras que son el
producto de la reflexión y el más serio pensamiento crítico. Éste es en parte
su objetivo: hacer pensar, provocar en el espectador, y aun en el que juzga de
oídas, la inquietud por los problemas que plantea, por la forma en que éstos
son abordados, y por los medios expresivos que le sirven para llegar más hondo
y lejos. Estamos seguros de que la atención que presta la columna
«Aclaraciones» y la mención que hace de estos films, incitará a verlos a partir
de una actitud más alerta y crítica; y también de que provocará no ya en el
espectador, sino también en los lectores, una igualmente crítica actitud ante
una columna que aborda tan superficialmente los problemas de la cultura, y del
arte cinematográfico en particular, reduciendo su significación, por no decir
su función, a la de ilustradores de la obra revolucionaria, vista por demás en
su más inmediata perspectiva.
El artista es un testigo, pero es también protagonista y combatiente, y además profeta. Debe avizorar y descubrir, adentrarse en el mundo por todos sus resquicios y develar la realidad más inmediata, pero también la más secreta o ignorada, mediata o lejana. No es revolucionario, o más revolucionario el artista, o el artesano, que canta la acción diaria, es artista revolucionario, a nuestro modo de ver, aquel que, con su ingenio y sensibilidad, con su saber y con su audacia, con su penetración y su imaginación, descubre el hilo de las cosas, o un hilo, o un hito del mundo real, hasta entonces inalcanzado, o no suficientemente explorado, y encuentra el modo de expresarlo. Esto no quiere decir, ni es lo que pretendemos subrayar, que el artista revolucionario no pueda o deba contribuir con todo su oficio y talento a abordar los temas de una inmediata urgencia. Esto lo podrá hacer, y en muchas ocasiones lo debe hacer, el artista revolucionario y puede hacerlo y en otras ocasiones le corresponde específicamente hacerlo, al especialista de la agitación política, de la propaganda revolucionaria. La propaganda puede servirse del arte, debe hacerlo. El arte puede servir a la propaganda revolucionaria, debe hacerlo. Pero el arte no es propaganda, y ni en nombre de la Revolución resulta lícito el escamoteo de sus significaciones.
El artista es un testigo, pero es también protagonista y combatiente, y además profeta. Debe avizorar y descubrir, adentrarse en el mundo por todos sus resquicios y develar la realidad más inmediata, pero también la más secreta o ignorada, mediata o lejana. No es revolucionario, o más revolucionario el artista, o el artesano, que canta la acción diaria, es artista revolucionario, a nuestro modo de ver, aquel que, con su ingenio y sensibilidad, con su saber y con su audacia, con su penetración y su imaginación, descubre el hilo de las cosas, o un hilo, o un hito del mundo real, hasta entonces inalcanzado, o no suficientemente explorado, y encuentra el modo de expresarlo. Esto no quiere decir, ni es lo que pretendemos subrayar, que el artista revolucionario no pueda o deba contribuir con todo su oficio y talento a abordar los temas de una inmediata urgencia. Esto lo podrá hacer, y en muchas ocasiones lo debe hacer, el artista revolucionario y puede hacerlo y en otras ocasiones le corresponde específicamente hacerlo, al especialista de la agitación política, de la propaganda revolucionaria. La propaganda puede servirse del arte, debe hacerlo. El arte puede servir a la propaganda revolucionaria, debe hacerlo. Pero el arte no es propaganda, y ni en nombre de la Revolución resulta lícito el escamoteo de sus significaciones.
La
visión de un artista sobre el deterioro moral o psicológico de un personaje en
la sociedad capitalista, y aun en la sociedad socialista —que no es ni tiene
porque ser ni un paraíso ni un limbo sino, muy por el contrario, el territorio
de la autenticidad y de la plenitud: donde el hombre no es más simple sino más
complejo, donde la alegría es más verdadera, y donde también puede serlo el
sufrimiento—, no puede ser considerada en modo alguno enseñanza o propaganda de
una forma de alienación o incitación a la destrucción o a la autodestrucción. Y
si el mundo real, motivo de la observación y vivencias del creador, materia y
ámbito de su actividad, no se limita a estos problemas, situaciones y
personajes, tampoco será justo y ni siquiera posible, excluirlos.
Sabemos
de qué se trata, y no es la primera vez que escuchamos «cantos de sirenas»: el
héroe positivo, la necesidad del final feliz, la moraleja constructiva, la
elaboración de arquetipos, el llamado realismo socialista, en una palabra,
socialismo, de una época en la que el artista resulta armado de un método
crítico, profundización y análisis, que le abre posibilidades ilimitadas; de
una época en que los creadores quedan en condiciones de realizar su obra sin
cortapisas ni presiones reaccionarias —entiendo por reaccionario cuanto trata de
paralizar la vida engendradora de lo nuevo, y siempre por ello creadora: y creo
por eso que también en el socialismo pueden surgir, y han surgido, y surgen,
tendencias reaccionarias— si ése es el realismo socialista (y si para el
realismo socialista la realidad es el mundo real, y no un segmento de él
—infinito por lo tanto— podremos describir la tesis del realismo socialista).
Pero
no es ése el que conocemos, el que algunos sostienen y propagan
sistemáticamente como vía y meta del arte. Lejos del arte que resultaría de las
reflexiones anteriores se presenta como realista y socialista un arte muchas
veces reaccionario, arte-opio, adormecedor o excitante, en el que se proponen a
los espectadores y lectores, arquetipos abstractos —realmente abstractos— que pueden
competir en falsedad e irrealidad con los mejores personajes de Corín Tellado,
o la imagen habitual de supermanes de todo tipo. Es un cine adulto, complejo,
dirigido al hombre integral, y por lo tanto también al intelecto, el que
tratamos de programar en las salas cinematográficas. ¿Es que pretendemos fijar
como sus más altas manifestaciones contemporáneas, o como las obras de mayor
importancia a presentar en nuestras pantallas, los films señalados por el
redactor de «Aclaraciones»? Lejos estamos de ello. No se trata de considerar
tales films como ejemplo vivo del arte cinematográfico en su más lograda
expresión. Se trata de reconocerles una dimensión y una significación, y de
reconocerla a sus autores, o lo que es más importante y necesario: se trata de
reconocerle al público, al pueblo, a los trabajadores que lo forman, el derecho
y la posibilidad de juzgar por sí mismos, de apreciar, a partir de ciertos
niveles de calidad, el conjunto de obras cinematográficas de todos los países.
Si
como se pretende o recomienda nos limitáramos a exhibir obras de agitación o
tranquilizadoras, la obra artística, y la multiplicidad de caminos que ella
supone abiertos a la conciencia, a la percepción, quedarían sustituidos por los
de una propaganda acaso edulcorada con fórmulas estetistas, y el público
quedaría reducido a una masa de «bebés» a los cuales maternales enfermeras
administrarían la «papilla-ideológica» perfectamente preparada y esterilizada,
garantizando de este modo su mejor y más completa asimilación. (Es posible que
así pueda lograrse divertir y recrear alegremente, y con gran ligereza ayudar
al descanso, para con nuevos bríos atender el trabajo y la acción en el día o
período subsiguiente.) Pero si así abordáramos los problemas de la cultura, y
si con tal engendro confundiéramos su significación, quedaríamos expuestos a un
general proceso de embrutecimiento y en realidad provocaríamos, no una
revolución cultural ni una revolución en la cultura, sino simple y llanamente
un retroceso en el hombre, y también en la Revolución.
Sabemos,
claro está, que las opiniones de un redactor no hacen una política, pero como
ellas coinciden con algunas otras, y con pronunciamientos que se califican a sí
mismos como «política cultural del Gobierno Revolucionario» en general —véanse
sino los puntos del informe del Consejo Nacional de Cultura al Primer Congreso
Nacional de sus activistas, y los acuerdos de éste— queremos aclarar que no
sabemos de otros lineamientos culturales que los que emanan del discurso de
Fidel en la Reunión con los Intelectuales, y que la dirección del Instituto
Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, a la par que rechaza no ya los
juicios críticos sobre determinados films —sobre los cuales debatirán
seguramente los críticos cinematográficos, los creadores y personalidades de la
cultura y de la vida pública— sino sobre todas las concepciones que sobre la
cultura y el arte cinematográfico propone el redactor de «Aclaraciones», deja
constancia de que no acepta ni practica los que suelen presentarse sin serlo
como puntos de la política cultural del Gobierno Revolucionario. Esto es
necesario decirlo de una vez por todas, porque lo que ahora se propone para las
programaciones cinematográficas, ha sido puesto en práctica en otros campos, y
va lentamente creando si no una política, una práctica que contradice las ideas
que resume el discurso de Fidel al que hacemos referencia, y el que a todos nos
hace reflexionar y estudiar, pronunciado recientemente por el Presidente
Dorticós en la graduación de las Escuelas de Instrucción Revolucionaria.
Esperamos
que el debate que han abierto los compañeros redactores de la columna editorial
«Aclaraciones», conduzca a aclaraciones de fondo. Estas líneas, un tanto
precipitadas por la urgencia de fijar posiciones, pretenden ser una pequeña
contribución a que se aclare lo confuso, y a que las Aclaraciones sean más
claras.
Alfredo Guevara.
El miércoles 18, “Aclaraciones” volvía sobre el tema.
¿Cuáles
son las mejores películas?
Al
llegar a La Habana, después de unos días de viaje por Oriente, nos encontramos
con una polémica.
«Siquitrilla»,
una sección que regularmente leemos, discrepa fraternalmente —sin molestarnos—
de las opiniones que dimos en torno a una carta de Severino Puente.
La
carta trataba de películas.
Y
las opiniones también.
«Siquitrilla»,
por tanto, pregunta: «¿Qué películas debemos ver?» Y contesta:
«Las
mejores.»
Respuesta
muy lógica y de la que no se puede, honradamente, discrepar.
Estamos
de acuerdo en que cada quien querrá ver las mejores películas, sin duda.
Y
todos queremos que se vean las mejores entre todas las cintas cinematográficas.
Pero
¿cuáles son ellas?
¿Qué
reglas o criterios se siguen para calificar una película de mejor?
¿Quiénes
deciden cuáles son las mejores películas?
¿Pueden,
los espectadores, dar su opinión sobre las películas y calificarlas de buenas o
malas, según su criterio?
Porque
se trata de que una película considerada por unos como la mejor, otros la
conceptúan como la peor.
Entonces
se nos presenta el problema ¿es mejor o peor? O, siquiera, ¿es mala o buena?
Unos
espectadores forman un concepto y otros el contrario, seguramente porque tienen
distintos criterios para juzgar la película.
¿Cuestión
de gustos?
Los
espectadores tienen distintos gustos fílmicos y no puede ser de otra manera. No
puede ser que todo el mundo tenga los mismos gustos y no es obligatorio tampoco
que sea así. Lo lógico es que a unos nos guste una película y a otros les guste
otra.
Unos
pueden apreciar en una cinta unos valores y otros pueden considerar otros, al
formarse sus respectivos conceptos sobre ella.
Un
entendido apreciará, por ejemplo, sus valores formales, la calidad de su
fotografía, la sincronización de los sonidos, el ritmo de su desarrollo, etc.
Es posible que encuentre alguna película que, desde ese punto de vista,
considere que es la mejor y que, no obstante, su contenido le resulte
desagradable o contrario a sus ideas.
Otro,
digamos, puede considerar que una cinta, por la calidad de su argumento, por la
audacia y complejidad del tema que trata, es una gran película, aunque entienda
que por su fotografía, sus tomas, su montaje, etc., resulta mala.
Unos
pueden admirar la película por su música, otros por sus colores, algunos por
los paisajes o por las bellezas femeninas que la protagonizan, etc.
Otros
pueden preocuparse no sólo de esos aspectos de la película, sino, además, de su
probable o posible efecto, en un sentido o en otro, en los espectadores, de una
u otra edad, de una u otra actitud ante los problemas actuales de nuestra
sociedad en transición.
En
lo que a nosotros se refiere no es una cuestión de gustos.
Al
juzgar sobre este asunto no nos guiamos por nuestros gustos o preferencias
personales.
Puede
que algo no nos guste y lo consideremos positivo; puede que algo nos guste y lo
consideremos negativo o inconveniente.
¿Cuál
es nuestro criterio para juzgar acerca de películas... y no sólo de películas?
Nuestro
criterio toma su punto de partida de los siguientes conceptos básicos:
Para
nosotros lo más importante de todo es la Revolución, su marcha, su destino, su
éxito en la construcción de la nueva sociedad socialista.
Nada
hay más importante que la Revolución porque su suerte decide la de nuestro
pueblo, y en lo que tiene de universal, el de los trabajadores del mundo.
Nada
contrario a la Revolución, nada que dañe o perjudique a la Revolución puede ser
bueno, es el primer precepto que guía nuestro criterio.
En
el presente período de la construcción del socialismo tres son los aspectos
principales de la actividad revolucionaria: 1) la defensa de la patria frente a
las agresiones y amenazas constantes del imperialismo yanqui y sus lacayos; 2)
la elevación, multiplicación y mejoramiento de la producción para satisfacer
las necesidades de nuestro pueblo, y 3) la afirmación de la conciencia
revolucionaria socialista como uno de los elementos de la defensa, de la
construcción económica, de la cultura y de las nuevas relaciones que presidirán
la nueva sociedad.
Estos
no son los únicos aspectos de la actividad revolucionaria, pero sí son los
básicos, los que deciden los demás.
En
consecuencia:
Nada
que afloje el espíritu combatiente, de sacrificio y pelea de nuestro pueblo,
nada que lo contamine de blandenguería burguesa o de despreocupación frente a
los imperialistas, sus lacayos y sus gusanos contrarrevolucionarios es bueno.
Tal es el segundo precepto que guía nuestro criterio.
Nada
que incline a no trabajar o a no esforzarse en el trabajo, nada que tienda a
aflojar la disciplina en el trabajo, nada que propague —en cualquier forma que
sea— la vagancia, nada que tienda a disminuir el esfuerzo, la producción
—cantidad y calidad— puede ser bueno.
El
tercer precepto que guía nuestro criterio es, pues, que no debe fomentarse,
difundirse ni tolerarse nada que dañe el esfuerzo en la producción, sea una
ventaja sectorial del pasado, sea un vicio superviviente, sea una película o
una canción; un artículo o una novela, un defecto o un error; sea la
ignorancia, la incultura o la falta de conocimientos técnicos; sea la
incorrecta organización o el mantenimiento de viejas rutinas.
Nada
que deprima la conciencia revolucionaria socialista, que la combata o la
niegue, que vaya contra ella, puede ser bueno. Ese es el tercer precepto que
guía nuestro criterio al juzgar sobre hechos y cosas.
No
somos partidarios de las películas aburridas, sin conflictos, sin interés, sin
alegría, sin arte ni creación.
No
creemos que cada película deba dar una «lección» a los espectadores.
No
creemos en la mojigatería, aplicada al cine.
No
creemos que las películas deban venir sólo de los países socialistas.
Sí
creemos que las películas que se exhiban en Cuba, escogidas entre las mejores,
con los temas más variados y los géneros más diversos, no deben en ninguna
forma influir en alejar a núcleo alguno de los espectadores de las tareas
históricas que tiene ante sí nuestro pueblo.
El jueves 19, en “Aclaraciones”, Blas Roca da
a conocer la que sería la primera de sus cinco respuestas públicas directas a Guevara.
Respuesta
a Alfredo Guevara
Un
profundo abismo separa sus opiniones de las nuestras acerca de la cultura y el
trabajo artístico, declara en tono agresivo Alfredo Guevara, Director del
Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, con motivo de lo que
expresamos acerca de películas; en respuesta, como es norma de esta columna, a
la carta de un lector.
Algo
de arte nos habló un campesino de 78 años de edad, hace dos días, en un rincón
del Realengo 18, escenario histórico de un combate que la pluma de Pablo de la
Torriente Brau nos dejó descrito para siempre con apasionada prosa.
Se
trata de Vicente, un viejo luchador de esos que nunca dieron la espalda a sus
ideales, ni cambiaron sus convicciones, ni intrigaron contra nadie, ni
rehuyeron el encuentro con los compañeros, cualesquiera fueran los vientos que
soplaran o los rumores que se hicieran correr.
A
su casa, en lo profundo de un barranco —no tan hondo, desde luego, como el
abismo abierto por Guevara— fuimos, con los compañeros comandante Raúl Castro,
Ramón Nicolau, comandante Armando Acosta, capitán Jorge Risquet y otros a
entregarle el honroso carnet de militante del Partido Unido de la Revolución
Socialista, que recibió emocionado.
No
obstante su enfermedad, se sentó a conversar con nosotros y, en respuesta a
algunas preguntas, refirió cómo ocultó sus libros de las búsquedas de los
esbirros de la tiranía y cómo, después, los prestaba a un joven combatiente del
Ejército Rebelde en los años de la dura lucha. El joven quería libros sobre la
guerra y él le daba novelas (obras de arte) rusas o soviéticas.
Al
oírlo, recordábamos al miliciano que al regreso de Playa Girón nos hablaba con
fervorosa admiración de Los hombres de Panfílov que le «habían ayudado» en la
pelea con los mercenarios enviados por los imperialistas norteamericanos.
¡Magnífico
arte el de esos escritores soviéticos, autores de novelas que ayudaron a
nuestros combatientes en la lucha contra la tiranía y contra los mercenarios
del imperialismo!
¡Admirable
comportamiento del ya anciano campesino que se arriesga a la presión por
conservar una novela, que será como un arma más contra los que le persiguen!
¡Fecunda
decisión de Fidel que mandó a imprimir en grandes cantidades las novelas
combatientes que ayudaron a no pocos héroes de Playa Girón!
Estas
novelas, ¿serán obras del realismo socialista?, ¿serán obras de agitación,
tranquilizadoras?, ¿sus personajes serán arquetípicos?, ¿serán obras de
propaganda edulcorada con fórmulas estetistas para dar a un público de «bebés»,
al cual, ya el viejo campesino, ya el jefe de batallón, le administrarían la
«papilla-ideológica» preparada y esterilizada?
Confesamos nuestro profundo aprecio por esas novelas que nos han ayudado a conseguir y a mantener la libertad —libertad para nuestra Patria, libertad para nuestro pueblo—, cualesquiera que sean las opiniones que sobre ellas tenga la Dirección del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos.
¿Género
único o procedencia única? No, porque en todo el mundo hay clase obrera y hay
pueblo y porque en la vida hay de todo: hay combate y paz, hay trabajo y
descanso, hay terneza y rencor, hay alegría y dolor, hay amor y odio, hay honradez
y sinvergüencería, hay sinceridad e hipocresía, hay firmeza y veleidad, hay
convicción y oportunismo, hay amigos y enemigos.
«El
artista es un testigo, pero es también protagonista y combatiente, y además
profeta.» Eso nos repite Alfredo Guevara.
Bien.
Si
es protagonista y combatiente, testigo y profeta, debe ser, sin duda, un gran
artista, capaz, además, de descubrir las cosas ocultas, incluso las que están
tras los alborotos sin aparente causa.
Pero
Guevara no se limita a esa conclusión.
Del
hecho de que el artista es testigo y profeta —además de protagonista y
combatiente— deriva que: «No es revolucionario, o más revolucionario, el
artista que canta la acción diaria.»
A
nuestro modo de ver sí es revolucionario el artista que canta la acción diaria,
la acción de la Revolución, la acción del pueblo.
Se
dolía Fidel, ante el espectáculo del ciclón y del heroísmo de los hombres que
se enfrentaron a él, de que nuestros escritores no hubieran emprendido, en
contacto directo con la realidad entonces actual, la narración artística del
suceso. Algunos, de pronto, resintieron sus palabras, sin acertar a ver en
ellas la expresión de quien ante el espectáculo grandioso y desusado de la
naturaleza y del hombre, en toda su belleza viril, siente el ardiente deseo de
ver allí al pintor, al escritor, al artista que capte y refleje en toda su
grandeza el singular acontecer. Luego esto se entendió, como quedó expresado en
una declaración de la UNEAC. Vimos, nosotros, en esas palabras, el afán de que
el artista, el escritor, se meta en los hechos, penetre en sus entrañas,
conviva en la granja, acompañe a la brigada, se hunda en la trinchera, observe
el círculo infantil, se identifique con la fábrica y saque de todo ello el
material de las obras en que ha de reflejarse, con veracidad y pasión, la
epopeya de un pueblo que transforma sociedad, economía y naturaleza y que se
transforma a sí mismo. Era, nos parece, una reclamación a que se cantara la
«acción diaria», que los artistas tendrían o no medios de hacer en aquella
oportunidad, pero cuya necesidad se siente con vehemencia.
Es
revolucionario, también, el artista que sin cantar «la acción diaria» canta la
vida en toda su demisión.
No
pretendemos escamotear la significación del arte confundiéndolo con la
propaganda.
Pero
entendemos que el arte, además de forma, tiene contenido, expresa algo.
Guevara dice que la propaganda debe
servirse del arte. Estamos de acuerdo.
«El
arte —reitera— puede servir a la propaganda revolucionaria.»
De
acuerdo, también.
Que
nadie entonces se escandalice ni alborote cuando discutimos el uso del arte en
la propaganda revolucionaria ni nos acuse, por ello, de pretender reducir todo
el arte a propaganda.
Dice
Guevara que «la visión de un artista sobre el deterioro moral o sicológico de
un personaje en la sociedad capitalista, y aun en la sociedad socialista [...]
no puede ser considerada en modo alguno enseñanza o propaganda de una forma de
alienación o destrucción o la autodestrucción.»
Considérela
como quiera: tales visiones de los artistas que las tienen influyen
precisamente en ese sentido cuando son expresadas de modo que mueven simpatía
hacia los personajes.
Agrega:
«Y si el mundo real, motivo de la observación y vivencias del creador, materia
y ámbito de su actividad no se limita a estos problemas, situaciones y
personajes, tampoco será justo y ni siquiera posible, excluirlos.»
Esto
resulta bastante confuso.
Si
lo que proclama es que tenemos que aceptar toda obra de arte de cualquier
contenido —revolucionario o contrarrevolucionario, socialista o
anti-socialista, progresista o reaccionario— sentimos disentir de su opinión.
En
el arte, como en lo demás, somos contrarios a lo contrarrevolucionario, a lo
anti-socialista y a lo reaccionario.
El viernes 20, en "Bateando bolas" del diario Hoy se hacía alusión a un tiqui tiqui protagonizado por una tal Ana María Bello que metía en el ajo nada menos que al presidente de la república. Algo totalmente inaudito en la prensa de la época, tan estirada y oficial, el comentario parecía una nota propia de una sección de chismes de la farándula.
Bateando bolas de afuera
Generalmente, nuestra sección batea bolas de afuera. Hoy ha querido darle, en la misma costura, a una de adentro.
Aunque quizá no venga de tan adentro como de algo afuera.
De todos modos, de esta manera esta bola queda fuera de ese juego (afuera-adentro-afuera) que algunos gustan jugar.
Compañera Ada María Bello: eso que usted ha estado diciendo, en base de lo que dice le dijeron, de que la respuesta de Alfredo Guevara a "Aclaraciones" no se iba a publicar en HOY y que si salió publicada se debió a una intervención del Presidente Dorticós, es sencillamente una bola.
Pregúntele a quien se lo dijo por qué lo hizo.
A su lado, una crítica mordaz de Leonel López-Nussa (que firmaba con el seudónimo de Alejo Beltrán) al cine de Michelangelo Antonioni, aparecida en Hoy, tenía el evidente propósito de reforzar los criterios expresados días antes por el director del periódico.
Bateando bolas de afuera
Generalmente, nuestra sección batea bolas de afuera. Hoy ha querido darle, en la misma costura, a una de adentro.
Aunque quizá no venga de tan adentro como de algo afuera.
De todos modos, de esta manera esta bola queda fuera de ese juego (afuera-adentro-afuera) que algunos gustan jugar.
Compañera Ada María Bello: eso que usted ha estado diciendo, en base de lo que dice le dijeron, de que la respuesta de Alfredo Guevara a "Aclaraciones" no se iba a publicar en HOY y que si salió publicada se debió a una intervención del Presidente Dorticós, es sencillamente una bola.
Pregúntele a quien se lo dijo por qué lo hizo.
A su lado, una crítica mordaz de Leonel López-Nussa (que firmaba con el seudónimo de Alejo Beltrán) al cine de Michelangelo Antonioni, aparecida en Hoy, tenía el evidente propósito de reforzar los criterios expresados días antes por el director del periódico.
Miguel
Ángel Antonioni es un director muy respetado internacionalmente por la crítica,
tanto que se le considera un «filósofo» del cine. Sus películas han recibido
premios y han sido objeto de largas discusiones en cine-debates, en la prensa y
en los corrillos de aficionados. Desde que en 1950 dirigió Crónica de un amor
(obra por la cual se le concedió la Cinta de Plata, premio anual de los
periodistas cinematográficos) hasta El desierto rojo, su última realización
(1963), pasando por La noche (1961), «el drama de la soledad», y por La
aventura (premio especial en el Festival de Cannes, 1960), «la película que más
impresionó a los críticos», Antonioni se ha paseado por el mundo del cine como
un señor muy serio al que hay que respetar y a cuyo paso es menester inclinarse
ligeramente en señal de admiración.
La
gran falla de Miguel Ángel Antonioni, sin embargo (hasta ahora su pretendida
virtud), es que él no hace películas, sino «discursos»; Antonioni utiliza el
cine como un pretexto para proclamar ante el mundo sus conceptos filosóficos o,
lo que es lo mismo, su posición ante la vida.
Y bien, ¿cuál es esa posición? ¿Cuál es
esa filosofía? Está en sus películas y todo el mundo vio un fragmento de ese
discurso en La aventura y ahora puede ver otro fragmento en El grito, premio de
la crítica en el X Festival Cinematográfico Internacional de Locarno en 1957.
A
Miguel Ángel Antonioni no le interesan las anécdotas, lo que a él le interesa
es «la soledad humana». En sus películas de amor «el amor ya no tiene razón de
existir» debido a que «el hombre está solo». Esta tesis parece haber sido desarrollada
al máximo en La noche, según se desprende del argumento: «Dos personas que
están convencidas de quererse todavía, descubren, en el transcurso de pocas
horas, que ya no tienen nada que decirse; están separadas por una invisible
muralla de cristal, contra la cual es inútil cualquier rebelión... Los dos
protagonistas se mueven, casi aplastados por la enormidad de las cosas, por la
extrañeza de las cosas; se buscan y ya no consiguen encontrarse.»
Efectivamente,
de Miguel Ángel Antonioni puede decirse que es «un caso». ¿Un caso perdido o un
mal caso? En todo caso, «un caso». Veamos El grito.
Como
quiera que la historia importa poco, poco importa que Aldo viva con una mujer
casada a la que se le muere el marido: cuando él quiere a su vez casarse con
ella se entera de que hay un tercero y Aldo decide marcharse con la hija,
buscando el contacto de otras mujeres con las que no consigue «comunicarse».
Después de muchos fracasos regresa al punto de partida, suicidándose ante «el
grito» de la que fuera su compañera. ¡Bonita historia para ser contada!
Lo
que no relata esta sinopsis es la catarata de lugares comunes a la peor
italiana que se han reunido en El grito, acumulando una tal cantidad de
melodrama vulgar, de ramplonería y de mal gusto como sólo a un «genio» del cine
se le puede ocurrir, en plan de filósofo. ¡Y que se diga luego que los
argumentos son «pretextos» para Miguel Ángel Antonioni! ¿Pretextos de mal gusto
para su decadente filosofía?
Que
la realización no sea de Antonioni si no de Franco Cancellieri no modifica en
nada la situación, puesto que el «film» es de Antonioni. Además, la fotografía
es excelente. Realizada ex-profeso en gris mortal (el «gris mortal» es un gris
deliberadamente confeccionado para deprimir a los mortales) la cinta transcurre
entre la pesadilla de una filosofía de barrio y un argumento de culebrón, capaz
de estremecer en su asiento al más insensible. ¡Y todo para demostrar que el
hombre está solo! ¿No hubiera sido mucho más sencillo demostrar que «algunos»
hombres están solos? Antonioni, por ejemplo.
:::::::::::::::::::::::::::::
En las siguientes piezas de este blog
continuaremos publicando los materiales de la polémica de diciembre de 1963
entre Blas Roca y Alfredo Guevara.
DE CUANDO ALFREDO GUEVARA Y BLAS ROCA SE FAJARON EN PÚBLICO (Segunda Parte).html
DE CUANDO ALFREDO GUEVARA Y BLAS ROCA SE FAJARON EN PÚBLICO (Segunda Parte).html
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
No hay comentarios:
Publicar un comentario