DE CUANDO ALFREDO GUEVARA Y BLAS ROCA SE FAJARON EN PÚBLICO (Primera Parte)
DE CUANDO ALFREDO GUEVARA Y BLAS ROCA SE FAJARON EN PÚBLICO (Segunda Parte)
El domingo 22 de diciembre de 1963, en la
misma página donde aparecía la declaración de Alfredo Guevara, Hoy publicaba
otro fragmento, el cuarto, del extenso documento que Blas Roca le dirigió.
IV
Parte de respuesta a Alfredo Guevara
Después
de exponer la necesidad de que la Revolución siga una política destinada a
lograr que los escritores y artista honestos, aunque no sean revolucionarios,
aunque no tengan una actitud revolucionaria ante la vida, marchen junto a ella,
a la Revolución y a su obra, aun cuando no concuerden con su filosofía, el
compañero Fidel establece la conclusión siguiente:
«Esto
significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra
la Revolución, nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el
primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de
la Revolución de ser y existir, nadie.»
Para
que quede más claro, pregunta:
«¿Cuáles
son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios o no
revolucionarios?»
Y
responde, categórico: «Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución,
ningún derecho.»
Ése
es un principio general. No se trata de ninguna excepción para el caso de los
escritores y artistas, pues los contrarrevolucionarios, los enemigos de la
Revolución, de su obra y de sus fines no tienen ningún derecho contra la
Revolución.
Eso
es un principio general que norma y determina todas las relaciones y todas las
actitudes frente a sectores, fenómenos y personas.
«La
Revolución no puede —explica Fidel— pretender asfixiar el arte o la cultura
cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución
es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura
lleguen a ser un real patrimonio del pueblo. Y al igual que nosotros hemos
querido para el pueblo una vida mejor en orden material, queremos para el
pueblo una vida mejor también en todos los órdenes espirituales; queremos para
el pueblo una vida mejor en el orden cultural. Y lo mismo que la Revolución se
preocupa por el desarrollo de las condiciones y de las fuerzas que permitan al
pueblo la satisfacción de todas sus necesidades materiales, nosotros queremos
desarrollar también las condiciones que permitan al pueblo la satisfacción de
todas sus necesidades culturales.»
Debemos
de luchar en todos los sentidos para que el creador produzca para el pueblo y
el pueblo, a su vez, eleve su nivel cultural a fin de acercarse también a los
creadores.
«Hay
que esforzarse en todas las manifestaciones —expresa el compañero Fidel— por
llegar al pueblo, pero a su vez hay que hacer todo lo que esté al alcance de
nuestras manos para que el pueblo pueda comprender más y mejor. Creo que este
principio no contradice las aspiraciones de ningún artista; y mucho menos si se
tiene en cuenta que los hombres tienen que crear para sus contemporáneos.
»No
se diga que hay artistas que viven pensando en la posteridad, porque, desde
luego, sin el propósito de considerar nuestro juicio infalible ni mucho menos,
creo que quien así proceda se está autosugestionando.»
Que
cada cual se exprese en la forma que estime pertinente y que exprese libremente
la idea que desea expresar. «Nosotros —dice el compañero Fidel— apreciaremos
siempre su producción a través del prisma del cristal revolucionario. Ése también
es un derecho del Gobierno Revolucionario, tan respetable como el derecho de
cada cual a expresar lo que quiera expresar.»
Hay
quienes se han quejado de lo extensas de nuestras citas del discurso de Fidel a
los intelectuales.
Las
hemos considerado una necesidad, que llenamos con placer, porque ya que se
habla de ese discurso debe leerse y releerse, en la seguridad en que cada
lectura aportará nueva claridad, enseñanza y comprensión de los temas tratados.
¿Qué
conclusiones podemos sacar nosotros, en lo ateniente a esta respuesta, de las
Palabras de los intelectuales?
Creemos
que bastarán las siguientes:
1.- El cine, como la televisión, tienen una gran importancia en cuanto a
la educación o formación ideológica del pueblo.
2.- El Gobierno Revolucionario tiene derecho a regular, revisar y
fiscalizar las películas que se exhiban al pueblo y prohibir la exhibición de
las que considere contrarias a la Revolución, a su obra, a sus fines, a sus
principios.
3.- El Gobierno Revolucionario tiene derecho a fiscalizar, regular y
orientar —a más de estimular, fomentar y desarrollar— lo artístico y lo
cultural.
4.- El criterio revolucionario para juzgar la obra artística o cultural
—sea película o libro, pintura o teatro— que debe ir al pueblo es si la tal
obra está contra la Revolución, si daña o perjudica a la Revolución, si
contradice la obra, fines y propósitos de la Revolución o si sirve a la
Revolución y a sus fines, a su obra y a sus ideales.
Aquí
usamos la expresión pueblo, como dice Fidel, en su sentido real, es decir, esa
mayoría del pueblo que ha tenido que vivir oprimida y explotada y no la minoría
de exprivilegiados, no las minorías que tuvieron acceso a todos los bienes de
la sociedad. Pueblo en el sentido de las clases explotadas, de obreros y
campesinos, de trabajadores que producen, que crean, con sudor, la base misma
de la sociedad y su sustento.
5.- La Revolución garantiza y respeta la libertad formal. Que cada cual
escriba, pinte, componga, etc., en la forma o estilo que prefiera, sobre el
tema que más le agrade o convenga.
6.- La Revolución juzga el contenido de las obras —y forma su criterio
sobre ellas— a través del prisma revolucionario, del interés de la Revolución,
de lo que beneficie y sirva a las clases antes oprimidas y explotadas del
pueblo, pues para nosotros será noble, bello y útil lo que sea noble, bello y
útil para los trabajadores.
7.- El artista revolucionario logra sin conflictos que su obra o la que
exhibe sea revolucionaria, se identifique con las necesidades y propósitos de
la Revolución, pues todo lo ve desde el punto de vista del interés del avance y
la victoria de la Revolución.
8.- El artista más Revolucionario es aquel que pone la Revolución por
encima de todo lo demás; el que está dispuesto, incluso, a sacrificar su propia
vocación artística —si ello es necesario— por la Revolución.
9.- La Revolución se esfuerza por mantener a los artistas y escritores
honestos, aunque no sean propiamente revolucionarios, a su lado y en
condiciones de que puedan producir y crear.
10.- La Revolución lucha en todos los sentidos porque el creador
produzca para el pueblo y por elevar el nivel cultural del pueblo a fin de
acercarlo a los creadores.
El 24 de diciembre, evidentemente alterado,
Blas elevó el tono de la pelea dialéctica y sacó esta nota con su firma:
Declaraciones de Blas Roca
La
columna «Aclaraciones» no es —y jamás se ha dicho ni insinuado que sea—
editorial de este periódico.
Es
una sección —como lo aprecia cualquiera en nuestro país— donde, en respuesta a
preguntas de los lectores, se popularizan diversas cuestiones ya definidas o se
debaten otras en que caben y se manifiestan diversos criterios.
Esta
columna, por tanto, ni da órdenes, ni traza directivas, ni violenta decisiones.
Asumimos
la plena responsabilidad de cuanto aparece en ella, como nos corresponde por el
cargo de Director con que nos ha honrado la Dirección Nacional de nuestro
Partido Unido de la Revolución Socialista.
No
es Alfredo Guevara el llamado a juzgar sobre los derechos del Director de Hoy
en el cumplimiento de los deberes y responsabilidades que le ha encomendado la
Dirección del Partido.
Rechazamos
todas las confusiones introducidas por Alfredo Guevara en un debate que él ha
desbordado, al insinuar discrepancias entre nosotros y el Primer Secretario del
Partido, compañero Fidel Castro, y presentarnos como adversarios de la libertad
cultural y temerosos de los intelectuales.
Blas Roca
Ese mismo día, Roca añadía la quinta entrega
de su texto.
V
parte de respuesta a Alfredo Guevara
Reproducidos
los criterios que el compañero Fidel expresó en su discurso a los
intelectuales, criterios a los que ajustamos nuestra actividad porque los
compartimos plenamente y sin reservas, con íntimo y profundo convencimiento,
volvamos a las cuestiones planteadas por Alfredo Guevara:
El
Presidente del ICAIC dice que a él no le concierne determinar si es posible o
no juzgar el valor y significación de las cuatro películas mencionadas sin
haberlas visto. «No se trata ahora de medir la autoridad de opiniones que no
responden al conocimiento directo.»
No
hemos juzgado nosotros acerca del «valor y significación» —valor y
significación en abstracto, en general— de esas películas.
En
el primer párrafo de nuestra respuesta —ACLARACIONES del 12 de diciembre— se
dijo textualmente:
«No
hemos visto las películas que relaciona, así que no podemos dar una opinión
concreta acerca de ellas, aunque por los comentarios que hemos oído a
TRABAJADORES que fueron a verlas no nos parecen recomendables para nuestro
pueblo, en general, ni, en particular, para la juventud.»
En
el penúltimo párrafo se dice:
«No
son los Accatones ni los Gardelitos, modelos para nuestra juventud.»
Ésas
y solamente ésas son las opiniones que hemos dado acerca de las películas
mencionadas en nuestras ACLARACIONES del día 12, que tan grande e inesperado
revuelo han provocado.
Creemos
que esas opiniones tienen autoridad suficiente —aunque no hayamos visto
previamente las películas— porque, como se ve, no nos basamos en las películas,
ni juzgamos sus valores como tales, sino que nos basamos en las opiniones de
trabajadores que las han visto, en los efectos que tienen sobre los
espectadores.
Visitamos
fábricas y talleres con alguna frecuencia, aunque no sea tanta como la que
necesitamos y queremos.
Nos
reunimos con los obreros cuando, invitados por ellos, asistimos a los cursos de
sus escuelas o a los locales de sus instituciones para hablarles de temas que
ellos escogen.
En
esos contactos se nos plantean problemas y se nos hacen preguntas sobre los más
variados temas.
No
uno sino muchos trabajadores y no en un solo lugar sino en varios, en los
últimos tiempos, se nos han quejado de algunas películas, nos han mostrado su
disgusto con su contenido.
Pocos
días antes del 12 de diciembre un obrero nos preguntó:
«¿Es
justo que se gasten nuestras divisas en la película Accatone, desmoralizadora
para nuestros hijos?»
Le
pedí que me explicara por qué consideraba tan mala esa película y me refirió lo
que él había visto.
Opiniones
similares nos han dado de Alias Gardelito.
Sobre
La dulce vida lo que nos dicen los obreros que la han visto es que no da salida
y sobre El ángel exterminador que no la entienden. Por eso no las mencionamos
nosotros, puesto que entendemos que el que no den salida o no se entiendan no
hacen negativas a las películas.
Para
mí, las opiniones de esos obreros, honrados, laboriosos, revolucionarios que
con su esfuerzo, con su sudor, con su producción hacen revolución todos los
días, tienen crédito y autoridad, son dignas de ser consideradas y tomadas en
cuenta.
Creemos
en ellos. Y por lo que nos han dicho nos hemos atrevido a afirmar que tales
películas no nos parecen recomendables para nuestro pueblo y que los Accatone y
los Gardelito no son modelo para nuestra juventud.
No
son esos alegres, personalmente simpáticos, proxenetas, pervertidos, ladrones,
vagos, irresponsables los que nosotros —creo yo— tenemos que exhibir a nuestros
jóvenes trabajadores, a nuestros jóvenes becados, a nuestros jóvenes
estudiantes, en quienes tenemos que despertar el interés por otros asuntos y
por otros ejemplos.
Hace
algún tiempo, creo que en el aniversario del 13 de marzo, el compañero Fidel
Castro, justamente indignado por algunos hechos, condenaba ciertas
manifestaciones de «elvispreslianismo» de jóvenes que, guitarra en mano, pelo
caído sobre la frente, pantaloncitos apretados se exhibían en actitudes feminoides
en diversos lugares de la capital y pretendían invadir la zona de nuestros
estudiantes.
¿De
dónde vino el «elvispreslianismo»?
De
la divulgación, en Cuba, a través de todos los canales, del modelo nacido en el
medio social de Estados Unidos.
Defendiendo
por el creador a la obra, un lector nos dice, en su carta, que Pier Paolo
Passolini, realizador de Accatone, es miembro del Partido Comunista.
Si
ello fuera cierto no nos haría cambiar nuestra opinión sobre la cinta, pues
independientemente de la afiliación política o la conducta personal de su autor
o director, entendemos que la película en cuestión no es conveniente para
nuestra juventud.
Pero,
además, lo dicho no es cierto.
Passolini
fue expulsado del Partido Comunista debido a un escándalo de su vida personal.
A consecuencia de ello adoptó una
posición anticomunista, aunque luego volvió a declararse ideológicamente
comunista.
Pero
cualquiera que sea su posición personal y cualquiera sea el efecto de su
película en otros países, aquí, entendemos nosotros, no nos hace ningún bien
exhibirla a becados, estudiantes y jóvenes trabajadores.
La revista Bohemia, en su sección “En Cuba,
Arte y Literatura”, también entró al trapo. En la edición fechada el 24 de
diciembre apareció esta nota que revelaba su sintonía con los pronunciamientos
de Guevara:
El arte puede y debe esclarecer la conciencia
del hombre
En la sección «Aclaraciones», del periódico
Hoy, ejemplar del día 12 de este mes, se expresaron opiniones generales sobre
el arte y, en particular, sobre el cine. Según nuestro parecer, estas
opiniones, lejos de proporcionar a la opinión pública los elementos de juicio
indispensables a una justa apreciación del sentido de las funciones del arte,
deforman los principios de la crítica, sin los cuales se hace imposible forjar,
en la conciencia del pueblo, la actitud ante el arte que su afán de cultura
reclama.
Vayan, pues, para esta leída sección de Hoy,
las siguientes aclaraciones:
La dulce vida, Accatone, El ángel
exterminador (mejicana, no española) y Alias Gardelito, cada una a su modo, con
eficacia mayor y menor, constituyen visibles denuncias a las condiciones
ominosas en que obliga a vivir a los hombres el régimen social capitalista.
Sólo quien vea las ramas y no el árbol, puede considerarlas perjudiciales. Si,
cuando la grave responsabilidad de orientar, es poco recomendable juzgar obras
de arte sin haberlas conocido y estudiado, menos lo es todavía hacerlo en base
de opiniones ajenas.
El cine es un arte. Sus valores de esparcimiento
público provienen de su condición de arte y no de que pueda tener por objeto
distraer a las masas. En tanto que arte, el cine no sólo «muestra» y «expone»
sino que, además, «dice» y enjuicia. Si las funciones del arte se redujeran a
«exaltar el ideal» y a propiciar el «recreo alegre, ligero», mal podríamos
exigir responsabilidad a los artistas y mal podríamos ponerlo en consonancia
con los fines que una sociedad en revolución persigue.
El arte, el reflejar la realidad en toda la
riqueza de sus infinitas contradicciones, puede y debe esclarecer y profundizar
la conciencia del hombre, del hombre que hace la Revolución, y por el rigor de
la lógica y la plenitud de la fantasía, darle a este hombre una imagen cabal de
sí mismo y del mundo en que vive. Reducir las funciones del arte a la
«exaltación del ideal» y al «recreo alegre, ligero», equivale a castrarlo, a
mellar groseramente este ejemplar instrumento del conocimiento, equivale, en
suma, a convertirlo en vulgar propaganda y pasatiempo banal.
«En Cuba,
Arte y Literatura», cree que esto debe tenerse muy en cuenta por todos.
Dos días más tarde, el director de Hoy abandonó
por un rato su trifulca con el presidente del ICAIC y dedicó su
“Aclaraciones” a responder al comunicado de los creadores cinematográficos que había sido publicado el 17 de diciembre en el diario Revolución.
Respuesta a los directores cinematográficos
Con una manifestación, advertencia o
apelación a la opinión pública, los directores cinematográficos del
Departamento de Programación del ICAIC, armados caballeros defensores del arte,
arremeten, lanza en ristre, contra la columna ACLARACIONES porque ésta se
atrevió a recoger aprobatoriamente opiniones de trabajadores contra
algunas de las películas que ellos escogen, traen, exhiben, «critican», alaban
y califican de mejores.
Pero si los antiguos caballeros, según sus
cantores, se caracterizaban por usar armas limpias y buscar la victoria honrada
en los combates, éstos del ICAIC demuestran preferir otras muy distintas al
ejercicio honesto de la discusión para encontrar la verdad.
Tomar tres frases aisladas y, sobre ellas,
afirmar que las opiniones de Juan XXIII, el Código Hays y ACLARACIONES
coinciden al definir la función del cine es no sólo falta de seriedad, sino
falta de honradez intelectual y política.
Es un recurso barato, de quienes quieren
azuzar contra ACLARACIONES —y lo que ésta representa— a los partidarios de
ciertas actitudes que no concuerdan con el sentido elevado y renovador del
socialismo.
¿Se quiere discutir cuál es la función del
cine en nuestra Revolución, dentro del actual período de transición, de
construcción del socialismo?
Discútase con seriedad, con argumentos, con
razones, no dirigidas a movilizar en son de guerra a una «opinión pública» en
la que pueden insertarse —y se insertan— los enemigos de la Revolución, los
representantes de la vieja sociedad, sino orientados a convencer al
proletariado, a ilustrar a la opinión revolucionaria.
En respuesta a la pregunta, que ellos mismos
formulan, ¿cuál debe ser la función del cine?, los directores cinematográficos
del Departamento de Programación Artística del ICAIC ponen en boca del redactor
de ACLARACIONES lo siguiente:
«Una obra de divertimiento, de recreo alegre,
ligero, que ayuda al descanso, da nuevos bríos para el trabajo, nuevas fuerzas
para la acción.»
¿Es eso lo que dijo ACLARACIONES?
¿Alguna persona, honradamente, puede sacar la
conclusión, de lo publicado en esta columna, de que ésa sea la respuesta de su
redactor a la pregunta sobre la función del cine?
Aparte de que este redactor no se planteó la
función del cine en abstracto, para cualquier país, cualquier sociedad,
cualquier clase, cualquier edad y cualquier tiempo, es claro que sólo
tergiversando deliberadamente sus palabras, se puede afirmar que ésa sea
nuestra respuesta a tal pregunta.
¿Qué dijimos en ACLARACIONES —sin
pretender, ni mucho menos, dar una definición completa— acerca de la función
del cine en la Cuba de hoy, revolucionaria, socialista?
El jueves 12 de diciembre expusimos lo
siguiente.
Nuestro pueblo vive un momento de su historia
que reclama la contribución de su heroísmo, de su laboriosidad, de su ingenio,
de su espíritu de sacrificio.
Estamos en la defensa constante de la Patria
ante las agresiones y amenazas del imperialismo yanqui, sus lacayos y sus
gusanos.
Estamos en la construcción de una economía
DESARROLLADA, de abundancia, para dar a TODO nuestro pueblo condiciones de vida
verdaderamente humanas, bienestar y seguridad.
Estamos en la edificación de una nueva
sociedad en la que el individualismo deje el sitio al colectivismo, en la que
impere, en lugar del «cada uno para sí», el «todos para uno y uno para todos»;
una nueva sociedad en que el orgullo sea el trabajo, la producción, el
contribuir al bien de los demás, el compañerismo.
Entendemos nosotros que el arte —el cine
incluido— debe participar en la batalla por esos trascendentales objetivos.
Esa participación es a veces directa, a veces
indirecta.
Digamos que se puede ser por acción o por
omisión.
Por acción cuando la obra artística
—película, novela, pintura, canción— despierta el afán de trabajo, el ideal
elevado, el heroísmo valiente, la fraternidad, el compañerismo, la abnegación.
Por omisión, cuando la obra artística o de
entretenimiento evita hacerle propaganda al vago, al proxeneta, al egoísta o
presentarlo simpático, atrayente, es decir cuando evita portar ideas e
incitaciones contra la Revolución, contra los objetivos y los ideales de la
Revolución.
Una obra de divertimiento, de recreo alegre,
ligero, que ayuda al descanso, da nuevos bríos para el trabajo, nuevas fuerzas
para la acción.
No son los Accatones ni los Gardelitos
modelos para nuestra juventud.
¿Qué se puede sacar, de esas palabras, como
opinión del redactor sobre la función del cine?
Se puede sacar la conclusión de que el
redactor de ACLARACIONES cree que el cine —como arte o como divertimiento— debe
participar en la batalla de NUESTRO PUEBLO por la defensa, por la economía, por
la producción, por el socialismo, por las nuevas relaciones humanas que éste
determina. Que la participación del cine en esa batalla puede ser directa o
indirecta, por acción u omisión. Que aun la obra de divertimiento —sin mensaje—
ayuda a esa lucha cuando no le hace propaganda al proxeneta, ni al pervertido,
ni al vago ni al ladrón.
¿Dónde se puede, entonces, identificar esa
opinión con la del Papa Juan XXIII o con el Código Hays?
El deleznable recurso tiene una sola
finalidad: escamotear el pensamiento revolucionario, achacarle a ACLARACIONES
actitudes que no tiene, promover la división, salir a defender lo que no
atacamos, sembrar el confusionismo, y, a su amparo, justificar lo que no tiene
justificación.
Si se quiere discutir seriamente y con
provecho contéstese a las preguntas:
¿Qué función debemos asignarle, en el
presente período, al cine en nuestra Cuba revolucionaria y socialista?
¿Debe el cine, como medio poderoso de
influencia que es, participar o no participar en la batalla de nuestro pueblo
por la defensa, la economía y la construcción del socialismo? Si participa,
¿cómo debe hacerlo?
La situación estaba candente, la polémica se
había convertido en tema de conversación de la gente y todo parece indicar que la
alta dirigencia de la revolución decidió que había llegado el momento de
detenerla. El último segmento del escrito de Blas vio la luz el viernes 27 de
diciembre.
Final de respuesta a Alfredo Guevara
«Es
evidente que su redactor --de ACLARACIONES-- siente un cierto, acaso profundo
desprecio por los intelectuales. Cada opinión o manifestación es considerada un
“alboroto” y esas referencias a “ciertos medios intelectuales” nos hacen
meditar al respecto.» Tal expresa, textualmente, Alfredo Guevara.
No
sentimos ningún desprecio por los intelectuales, pero sí por esos métodos con que
Alfredo Guevara pretende presentarnos ante los intelectuales como su enemigo,
del que tienen que cuidarse o defenderse y frente al cual tienen que apoyar a
Alfredo Guevara —adalid del pensamiento libre— para su ciega lucha sin motivo,
sin razón y sin principios contra nosotros.
No
se trata aquí de levantar a los hombres de letras contra el zapatero que no
tuvo oportunidad de adquirir la cultura de otros. Si de algo debemos tratar es
de que zapateros y hombres de letras discutan con seriedad los problemas de la
cultura y del arte en nuestra sociedad en transición, discutan cómo hacer más y
de más alta calidad en pro del establecimiento de la nueva sociedad socialista.
Admiramos
y apreciamos profundamente a los hombres de letras o intelectuales y artistas
honrados, honestos, que, aunque no sean revolucionarios, aunque no sean
socialistas (en
el sentido en que ambas palabras
reflejan identificación plena, actividad consciente y decisión de poner
revolución y socialismo por sobre todas las cosas) contribuyen con su creación,
con su pensamiento, con su arte o, simplemente, con el prestigio y autoridad
que su obra les ha ganado, a las tareas históricas de la Revolución, a la
construcción del socialismo.
Despreciamos
y combatimos a los hombres de letras o intelectuales y artistas que se han
puesto activamente contra la Revolución y el socialismo, que abierta o
encubiertamente, con su creación, con su pensamiento y con su arte o
simplemente con sus intrigas y maniobras combaten a la Revolución y al socialismo.
Cada
manifestación o cada opinión no la consideramos un alboroto.
Acogemos
con respeto cada opinión o manifestación que se expresa correctamente —aunque
no concuerde con las nuestras— y las discutimos con seriedad, con argumentos,
con razones, procurando, siempre, encontrar la verdad, encontrar lo que es
mejor para la Revolución, para la construcción del socialismo, para las masas
trabajadoras.
Llamamos
alboroto al escandalizarse sin motivo por una opinión emitida a la que se le
achacan intenciones y sentido de los que carece en absoluto, a la fabricación
de fantasmas para combatirlos ruidosamente, al corre-corre; al chuchuchú, a la
recogedera de firmas, a las bolas irresponsables e irrespetuosas puestas a
rodar como verdades sabidas de buena tinta, a las encuestas en que «el pueblo
opina» por boca de los amigos del círculo, a la defensa frenética —¿no se
podría escribir «enfrenecida», que expresa mejor mi pensamiento?— de algo que
nadie ataca.
Es
al alboroto «sin causa» a lo que llamamos alboroto y no a las opiniones o
manifestaciones emitidas seriamente, con sentido revolucionario, para llegar a
conclusiones revolucionarias.
Si hemos usado, en este caso, la frase
«ciertos medios intelectuales» —frase que tanto hace meditar a Alfredo Guevara—
fue simplemente porque no queríamos usar ninguna expresión que fuera a herir
susceptibilidades.
Luego
Alfredo Guevara nos achaca no desprecio, sino temor.
Copio
sus palabras: «No queremos ser prejuiciosos pero, históricamente, hay que
subrayar que ese estilo peyorativo suele reflejar más que desprecio temor.»
Alfredo
Guevara no quiere ser prejuicioso, pero, por lo visto, no puede evitar el
serlo, como lo ha demostrado, con creces, en esta polémica que, con gran
sorpresa para nosotros, ha emprendido con tanto encono y a la que ha dado un
tono y un alcance que no podíamos ni soñar.
No
se crea, sin embargo, que Alfredo Guevara me achaca el tenerle miedo a los
intelectuales como personas sino —precisa él— a su pensamiento, a la variedad y
riqueza de sus manifestaciones, a su espíritu creador, de búsqueda,
independiente, que rechaza la rutina y se levanta sobre sus propios pies.
Y
esto cuando los intelectuales de los que únicamente pudiera tratarse, si es que
se trata de algunos, son los amigos que trabajan con Alfredo Guevara en el
ICAIC y en las páginas o secciones de diversas publicaciones.
¿No
es ridículo todo eso?
¿No
es de un mal gusto horroroso presentarme como sobrecogido de temor ante el
«pensamiento, la variedad y riqueza de sus manifestaciones, el espíritu
creador, de búsqueda, independiente, que rechaza la rutina, y se levanta sobre
sus propios pies» de Jorge Fraga, Eduardo Manet, José Massip, Fausto Canel y
otros?
En
realidad, si algo me sobrecoge de temor, es la palabrería grandilocuente horra
de sentido, la variedad y la riqueza de las bolas que se ponen a circular, el
espíritu creador que manifiestan algunos en difundir intrigas, en sembrar
cizaña, en fabricar fantasmas para movilizar, contra ellos, en son de guerra, a
personas honestas, en tergiversar lo que uno dice para ganar fáciles triunfos
dialécticos, en sacar de quicio la cuestión simple de una opinión adversa a una
película y llevarla a no se sabe qué problemas, con propósitos que no
alcanzamos a comprender.
Por
lo visto, Alfredo Guevara se queja de que algunas ACLARACIONES hayan sido
impresas en forma de folletos por el Comité Provincial del Partido Unido de la
Revolución Socialista.
No
creemos que las atribuciones de Alfredo Guevara incluyan la de discutirle a un
Comité del Partido su decisión de imprimir textos que ha considerado
conveniente difundir.
Ni
siquiera a nosotros (es decir, al autor y editor de esos artículos), nos
consultó el Comité que, además, en los primeros folletos hasta se olvidó
—inexperiencia explicable sobre los «derechos de propiedad intelectual» o, en
lo que pedimos, de mención del periódico— de indicar la procedencia de los
escritos.
«Difícil
será la situación espiritual de quienes, conservadoramente, esquivan el derecho
y la necesidad de los hombres, de las masas, a la información y al estudio de
las manifestaciones del pensamiento y del arte, el día en que “los medios
intelectuales” sean algo más que una capa social en desarrollo, y se
conviertan, como es lógico que suceda, en apreciable parte de la población.»
Esto dice Alfredo Guevara, en párrafo que copiamos en todas sus palabras, comas
y punto.
Confesamos,
humildemente, que no comprendemos el sentido de eso de que los intelectuales se
convertirán en una apreciable parte de la población.
Para
nosotros los intelectuales son —y por tanto no tienen que convertirse en ello—
una «parte importante de la población».
Lo
que antecede, dentro de ese párrafo, tampoco está muy claro para nosotros,
pero, si lo que quiere decir es que yo tendré una situación espiritual difícil
por creer acertado el que en nuestro país se suprimieran las «manifestaciones
del pensamiento» del Diario de la Marina y demás periódicos del viejo régimen;
que se excluyeran de nuestras escuelas viejos textos que contenían «manifestaciones
del pensamiento» contrarios a la verdad de nuestra historia, de la realidad, de
la ciencia y de los fines liberadores de nuestra Revolución; que se impidiera,
por ejemplo, la exhibición de una película que falseaba la realidad de un
momento de nuestra Patria o que se negara el derecho a circular en Cuba a unos
muñequitos en colores y a unas revistas que envenenaban —sí, envenenaban— la
conciencia de nuestra niñez y nuestra juventud, puedo decir que no me sentiré
en esa difícil situación espiritual.
Creo que, en cambio, sí me sentiría en una
difícil situación espiritual si en el nombre de una abstracta «libertad de las
manifestaciones del pensamiento», contribuyera, en cualquier forma o medida, a
difundir las cosas que, en mi opinión, dañan a la Revolución, dañan a la
juventud, dañan a la niñez, dañan a los trabajadores, al pueblo.
¿Es
eso esquivar el derecho y la necesidad de los hombres, de las masas, a la
información?
No.
Eso es emplear nuestros recursos en dar a los hombres, a las masas, la información
cabal que necesitan para conocer la verdad tanto tiempo ocultada y
tergiversada, para limpiar
su mente de las rutinas, falsos enfoques
y suciedades del pasado, para dar a los jóvenes que crecen ahora la posibilidad
de darse, con su esfuerzo, una mente más sana.
Entendemos
que no es deber nuestro difundir lo negativo con respecto a la verdad y a la
lucha contra la explotación y la opresión del hombre por el hombre.
Entendemos
que es nuestro deber difundir lo positivo, lo verdadero, lo que sirve al pueblo
laborioso para su liberación.
Lo
negativo que difunde el enemigo lo combatimos con nuestros conceptos.
Tratándose
de películas hay que tener en cuenta lo siguiente: Antes los empresarios
particulares traían las películas que, o bien les imponían ciertas empresas
monopolistas, o bien consideraban que les producirían altas ganancias, que
serían «taquilleras». Para ellos no regían otras consideraciones. Y todo el que
iba al cine lo entendía así.
Ahora
las películas las trae el Gobierno Revolucionario, que parte de criterios
revolucionarios. Ahora no son los empresarios privados quienes determinan lo
que se exhibe. Y todo el que va al cine lo entiende así.
«Sólo
el pensamiento vivo, anti-rutinario, anti-dogmático, siempre innovador y
creativo, respetuoso de su propia naturaleza, es capaz no sólo de dar lugar a
obras de arte verdadero sino también de asegurar el nivel de la producción y su
desarrollo. Sin audacia intelectual no hay ni puede haber una eficaz
tecnología. Y no será jamás un nuevo Índice la fuente de ese clima de libertad
en que el pensamiento encuentra su verdadera dimensión, y la ciencia y el arte
su pleno desarrollo.»
De
acuerdo estamos con estas palabras de Alfredo Guevara si se entiende que ese
pensamiento vivo está animado por el espíritu del servicio a la Revolución, al
pueblo, a los trabajadores, a la verdad o a la ciencia y si se entiende por
clima de libertad el que crea la Revolución gracias a la expropiación de los
expropiadores, gracias al establecimiento de la propiedad colectiva sobre los
medios de producción y gracias a la privación de derechos y libertades a sus
enemigos para atacarla y combatirla, abierta o encubiertamente, en su obra o en
sus fines.
En
esas palabras se enlazan y relacionan con el pensamiento vivo, anti-rutinario,
anti-dogmático, siempre innovador y creativo, el arte verdadero, la producción
y la tecnología.
Buena
idea.
Pero,
¿qué tiene de anti-rutinario el proxenetismo que aparece, por ejemplo, en
Accatone?
¿Qué
muestra de audacia intelectual es robarle la cadena a un pequeño indefenso y
confiado?
Índice
no nos hace falta.
Aquí
no hay propietarios privados cuyos intereses particulares se pongan por encima
de la sociedad y los impulsen a propagar cosas contrarias a la sociedad.
Aquí
un funcionario puede hacer algo que no responda a la calidad necesaria. Con
llamarle la atención y procurar todos que esa calidad se logre tenemos
suficiente.
Si
una película que se trajo no resulta buena o adecuada, nadie debe ofenderse
porque eso se diga o se discuta. Si de un intercambio de opiniones se llega a
la conclusión de que ciertamente tal o más cual película no nos es conveniente,
todo lo que hay que hacer es tomar las medidas necesarias para escoger mejor
las próximas.
En
nuestra respuesta a la discrepancia que en el tono revolucionariamente correcto
planteó, «Siquitrilla», desde las páginas de Revolución, dijimos que queríamos,
para nuestro pueblo, las mejores películas.
Entendemos
que esas películas no pueden venirnos de un solo lado del mundo; que habremos
de buscarla en todos los países en que ello sea posible.
Esas
películas no pueden tener todas el mismo carácter, ni la misma temática, ni la
misma factura, ni el mismo estilo. Creo se procurará que, en los marcos de una
calidad dada y de los criterios revolucionarios y socialistas que informan
nuestra sociedad, las diversas películas satisfagan los distintos gustos del
pueblo y de los espectadores en general.
Creemos
haber expuesto con claridad nuestras opiniones sobre el tema debatido. Pueden
ser correctas o no.
Hemos
dejado a un lado y sin respuesta algunas referencias a los problemas más
generales y vastos de la cultura y el arte que se han planteado por otros a lo
largo de este público debate, porque a los fines de la mejor comprensión de lo
que verdaderamente se discutía entendimos que era preferible ceñirse, en lo
posible, a ello.
Tiempo
y oportunidad habrá, seguramente, para opinar sobre cultura y arte en general y
confrontar opiniones sobre sus distintos aspectos.
::::::::::::::::::::
La cuarta y última parte de esta serie, está
en este enlace del blog:
No hay comentarios:
Publicar un comentario