Las tres entregas anteriores de esta serie,
pueden leerse pulsando los siguientes enlaces:
El artículo redactado por Alfredo Guevara que
reproducimos a continuación nunca llegó a publicarse, lo que permite especular
sobre la probabilidad de que su rifirrafe con Blas Roca se haya detenido
súbitamente por órdenes de arriba. Muchos años después, Guevara lo rescató de
donde lo había guardado y se lo entregó a Graziella Pogolotti, quien lo
incluyó en su libro “Polémicas culturales de los 60”, editado en 2006.
ACLARANDO ACLARACIONES
En
medio de la polémica, en «sus» «Aclaraciones» de diciembre 19, Blas Roca,
sirviéndose de la descripción de un viejo campesino, combatiente de Realengo
18, desarrolla, como contrapartida, una imagen cuyo alcance e intenciones no
logramos precisar.
No
podemos sino rechazar y denunciar el carácter equívoco de estas oscuras frases
que evidentemente persiguen, cuando menos, establecer un clima de sospecha, y
denigrar ante la opinión pública a quien difiere de sus opiniones. No creemos
que tales procedimientos sean propios de un dirigente como no lo son tampoco,
seguramente, de la prensa revolucionaria.
Alfredo
Guevara
En
nuestro artículo del 21 de diciembre publicado bajo el título de
«Declaraciones», situamos nuestro criterio alrededor de los términos en que se
desarrolla esta discusión. No se trata de una polémica irregular entre una
columna editorial del Partido y un funcionario del Gobierno Revolucionario,
precisamente el director del Organismo de Gobierno responsable de las
actividades cinematográficas. Se discuten, según ha logrado precisarse, el
punto de vista de Blas Roca, Director del periódico Hoy, redactor de las
«Aclaraciones» que tratamos de aclarar, y miembro de la Dirección Nacional del
Partido, y los que nosotros desde el ICAIC sostenemos.
Como
lo más importante es aclarar los fundamentos ideológicos y prácticos de las
diferencias de principio que se han suscitado entre el redactor de la columna
«Aclaraciones» y la Dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria
Cinematográficos, en cuanto concierne al arte cinematográfico, y a la cultura
en general, nos damos precisamente a esa tarea.
No
se trata de establecer un juicio crítico sobre algunas películas o de elaborar
con este pretexto ciertas líneas generales de trabajo a título de proposición o
estableciéndolas a través de una campaña de prensa, avalada equívocamente —en
los primeros momentos— en el prestigio y autoridad del Partido. El curso de la
polémica, la argumentación que estructura los seis artículos publicados como
Respuestas al que estas líneas suscribe, y los dirigidos a los cineastas y redactores
de otras publicaciones, y la tendencia a tergiversar textos y opiniones, y a
situar como oculto trasfondo de la discusión oscuras intenciones, manejos
turbios, sombríos «complots», y en definitiva un supuesto espíritu o tendencia
de carácter reaccionario, antimarxista y contrarrevolucionario, nos revela
hasta qué punto pueden llegar, y por qué caminos guía el dogmatismo a los que
han caído en sus trampas.
Será
conveniente en primer término situar algunas cosas en su lugar. La columna
«Aclaraciones» abrió el fuego sirviéndose de la pregunta remitida por un
lector, y de informaciones de terceros, y condenando de este modo no solo
películas que no había visto sino la política de programación que orienta y
dirige el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, que resultaba
de ese modo puesta en entredicho bajo la cobertura de opiniones de algunos
trabajadores, y mediante reflexiones y conclusiones que suponen muy estrechos
criterios sobre el arte cinematográfico y la cultura. La columna «Aclaraciones»,
su redactor, se situaban así frente a la política que sigue y ratifica el
Organismo del Gobierno Revolucionario que atiende este trabajo.
Lejos
de discutir con el enemigo o con sus voceros abiertos o encubiertos, reales o convenientemente
imaginarios y oportunamente imaginados, Blas Roca lo hace con nosotros.
¿Quiere esto decir que reprochamos al redactor de las «Aclaraciones»
haber abierto la discusión sobre temas que conciernen al cine, a la cultura y
en términos más generales y reales a la ideología? Todo lo contrario. La
confrontación de opiniones, el desarrollo de puntos de vista y tesis que pueden
reflejar o no problemas de principio, y que de un modo o de otro obligan a
estudiar y profundizar en los temas sujetos a debate, nos parece no sólo
conveniente y saludable sino además necesaria.
Lo
que no podemos permitir, y no aceptamos, es que se conduzca la discusión de un
modo unilateral y arbitrario, reservándose el derecho a la calumnia y la falsa,
o la potestad de adjetivar impunemente sobre la base de la supuesta violación
de un respeto que, en definitiva, no parece ser el que los hombres y los
revolucionarios merecen, sino el que los dioses y santos reclaman.
Nuestra
Revolución, y por ende nuestra ideología, el marxismo, no necesitan de santos.
El
Comandante Dr. Fidel Castro Ruz, Primer Ministro de la República, nos dio hace
ahora dos años y medio, una inolvidable y ejemplar lección. Ante una serie de
inquietudes surgidas alrededor del trabajo creativo, artístico, Fidel convocó a
los intelectuales y durante tres días discutió larga y pacientemente, trató de
acercarse y comprender los puntos de vista más alejados o dispares, separó los
conflictos y contradicciones reales de las situaciones menores o pasajeras,
abordó los problemas en su complejidad y perspectiva, y lejos de lanzar
excomuniones, sembrar un clima de desconfianza y sospechas, o decretar
«fórmulas artísticas» para todo consumo, levantó puentes, afirmó el espíritu de
comunicación, levantó todos los velos, y fijó con claridad el papel del Partido
y del gobierno en el campo de la cultura.
Es
por eso por lo que el Instituto (como Organismo del Gobierno), y nosotros,
dirigentes del Organismo, no solo aceptamos los lineamientos del Discurso de
Fidel a los Intelectuales sino que preferimos estudiarlo directamente,
rechazando innecesarias glosas, que en nada lo aclaran. Fidel no necesita
aclaraciones. Es por eso también que según se aprecia de su conducta y
declaraciones, los intelectuales cubanos aceptan y entienden —nosotros con
ellos— que son precisamente el Partido, y el Gobierno, responsables del trabajo
y orientación del movimiento cultural, sin que nadie personalmente pueda
apropiarse de tan delicada función, y deber.
La
orientación y organización del trabajo cultural no supone por otra parte
regimentación del mundo interior del artista o de su obra. Y esto lo dejó muy
claramente definido Fidel. No hay pues dudas o reservas pendientes. No es éste,
el papel del Partido y del Gobierno, lo que está en discusión. (En todo caso,
según puede apreciarse, es un Secretario del Partido —y no un artista— el que
discute, y sólo a título individual, la política de un Organismo de Gobierno.)
¿En
qué consiste entonces el núcleo de nuestra inquietud, el centro de ese abismo
que el 17 de diciembre nos separaba de Blas Roca en el orden de la cultura y en
particular de la apreciación artística, y que la experiencia de una polémica ha
extendido al campo ideológico más general y preciso, al punto de vista
auténticamente marxista según nuestro modo de ver?
En
sus palabras a los intelectuales Fidel señala: «dentro de la Revolución todo;
contra la Revolución nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución
tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a
existir y frente al derecho de la Revolución de ser y existir, nadie. Por
cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la
Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con
razón un derecho contra ella».
Estas
palabras conservan todo su valor. Se trata de una política de principios.
¿Pueden sin embargo ser mecánicamente aplicadas a una realidad diversa, a una
situación, a los términos y problemas que discuten dos años y medio después un
Secretario del Partido, y el Director de un Organismo del Gobierno? Esto no nos
parecería un procedimiento normal, y mucho menos justo.
No
se trata ahora de definir si alguien puede esgrimir como un derecho el de estar
o actuar contra la Revolución. Se trata de aclarar cuándo se está realmente —e
independientemente las intenciones— a favor de ella, o cuando menos, cómo se la
sirve con mayor eficacia.
Éste
es el verdadero tema de la polémica. Porque es posible, inclusive en nombre del
marxismo, de la Revolución, amortajar la ideología y deformar sus objetivos
prácticos, concretos. Esto es lo que sucede cuando se restringe el campo del
pensamiento y la información, y cuando se pretende subestimar al hombre, al
ciudadano, y aún más al militante, al comunista, a quienes forman la vanguardia
revolucionaria, administrando arbitrariamente sus lecturas o posibilidades de
apreciación artística.
En
un reciente discurso el Dr. Raúl Roa señalaba que «el primer deber de un
comunista es pensar con su cabeza». ¿Y cómo ser un hombre, un hombre verdadero,
sin cumplir esta elemental premisa? En la reunión con los intelectuales a que
hemos hecho referencia, Fidel narró algunas experiencias personales para sacar
esta conclusión: «Creo que cuando al hombre se le pretende truncar la capacidad
de pensar y razonar se le convierte de un ser humano en un animal
domesticado...».
La
Revolución no tiene interés en forjar, como pudiera hacerlo una nueva Iglesia,
animales domésticos. Ese marxismo de los miedos, debemos decirlo francamente,
nos repugna: no es la ideología de la Revolución, sería su mortaja. Y refleja
en realidad una profunda desconfianza en el hombre, y aún en la fuerza interna,
y en el alcance de la dinámica misma de la ideología, cuya pureza, con la
muerte pretenden conservar.
No
logramos comprender cómo es posible invocar en repetidas ocasiones la opinión
de algunos trabajadores, idealizando su condición como fuente espontánea de la
verdad, y de cualidades críticas y agudezas de orden ideológico, y al mismo
tiempo negar sus capacidades para discernir y apreciar las obras de arte, y
proponer en consecuencia que se les niegue el acceso a esa fuente del
conocimiento y la experiencia humana.
Y
como no aceptamos que se nos conduzca demagógicamente al terreno del error,
diremos, también, que rechazamos el culto de la espontaneidad como ajeno al
marxismo. Los trabajadores en cuanto tales, o por tales, pueden o no tener
razón en un juicio crítico estético, y aun político.
Sólo
su grado de conciencia y lucidez ideológica, o su inteligencia y agudeza pueden
determinar el valor de sus opiniones. Y esto es válido, inclusive, para los
trabajadores —sí, trabajadores— del campo cultural.
Pero
¿cómo forjarse una conciencia aguda, alerta, crítica, condenados a la
ignorancia, violentando para su ocultación, una parte de la vida, del mundo,
del pensamiento? Carlos Marx señalaba que la producción de obras de arte «no
crea solamente un objeto para el sujeto, sino un sujeto para el objeto». Y ése
es en parte nuestro objetivo, el del Organismo que dirigimos: contribuir a que
se forje en el ámbito y aliento de nuestra Revolución, el hombre nuevo,
informado y rico de vida que pueda apreciar la obra de arte, o la que busca
serlo y nos entrega un elemento de verdad.
Suponemos que se nos tratará de hacer aparecer como «revisionistas» o
«liberales», y ya se insinúa en oscuros párrafos, que somos capaces de
«abandonar nuestras posiciones ideológicas según el curso de los vientos» —¿qué
vientos?—. Pues no: ni somos revisionistas ni retrocedemos a una posición
liberal ni abandonamos nuestra ideología ante supuestos halagos de antiguos
contrincantes. Lo que sí somos es marxistas, y por tales, no aceptamos las
tergiversaciones dogmáticas, y retornamos a las fuentes, rechazando en el arte,
y en todos los campos, esa enfermedad cancerosa que se propaga a título de
intermediaria, y que suplanta el pensamiento vivo por las definiciones, y las
obras fundamentales por el manualismo.
Es
ese marxismo estático, copista y rutinario, que busca desesperadamente fórmulas
para sintetizar en unos trazos las soluciones que «deben» aplicarse a los más
tormentosos problemas, el que nosotros rechazamos. La experiencia ajena le
sirve de permanente inspiración, y en su fuente busca no ya la explicación de
la realidad inmediata o las líneas de su desarrollo perspectivo, sino lo que es
más grave, el carácter mismo de la realidad: es este error, idealista,
no-marxista, reaccionario, el que les lleva a confundir el vasto mundo real con
un estrecho campo de acción y observación, en el que la experiencia psicológica
e histórica, ya sistematizada, y no siempre justamente evaluada, les sirve de
comodín.
Semejante
punto de vista supone una humillación de la dignidad intelectual —de los
trabajadores por ahora intelectuales y manuales— y un retraso de decenios. Por
eso es inaceptable para el trabajo artístico, que va desde la creación al
contacto con el espectador, y que en el espectador se confirma, o reduce a
cenizas —en el de hoy, en el de mañana tal vez; nunca en el de ayer.
No
es el marxismo lo que está en entredicho: lo que está en entredicho, y con
razón, es la tergiversación del marxismo.
En
nuestro artículo «Cine Cubano 1963», publicado por la revista del Cine Cubano
(No. 14-15, octubre-noviembre 1963) señalábamos que «la vuelta a las fuentes es
el retorno al método, o para mejor decirlo, a su plenitud». Y esto lo
confirmamos ahora. Sin esa vuelta a las fuentes, y sin la consiguiente
restitución de los derechos de la inteligencia en nosotros mismos, no podremos
salir de esa trampa que es la crítica «sociologista», una de las tantas formas
del facilismo.
No
se buscan o aprecian las obras de arte como fuente de saber e inquietud, o como
documento de una búsqueda, y de la angustia y tensión que ella comporta: se la
juzga como a las fábulas semi-clásicas, por su moraleja. Y es así como,
independientemente de que en ninguno de mis artículos había hecho referencia a
la novelística o a la cinematografía soviéticas, aparece a modo de explícita
contraposición a nuestros puntos de vista sobre la primitiva versión del
realismo socialista que repiten algunos manuales, la cita de Los hombres de
Panfilov. No dudo que la lectura de una novela, y más de una obra épica, pueda
alentar el heroísmo de un combatiente, y ésta es una de las virtudes del arte,
como lo puede ser también de los discursos revolucionarios.
¿Quiere
esto decir que rechaza en el orden artístico los valores que la novela en
cuestión pueda tener? No la he leído, no opino sobre lo que desconozco, no
propondré que se la retire de la circulación: en consecuencia mi juicio
personal carece de importancia. En cambio he leído otras muchas obras épico
narrativas, algunas en ese estilo crudamente realista, de reportaje novelado.
Tienen una significación, y no excluyen otras formas expresivas u otros modos
de tratar la temática artísticamente.
Sería
absurdo por ejemplo que ante los juicios que se han expresado sobre El ángel
exterminador, de Luis Buñuel, proclamáramos como respuesta que el surrealismo
resulta la forma expresiva propia de nuestra época socialista. Esto sería
lindar en la locura. Pero en cambio creemos que es un acto propio de un artista
marxista conocer, estudiar el surrealismo, cuyas experiencias son parte del
arte contemporáneo, y lo han enriquecido apreciablemente. Y negarlo,
condenándole al silencio, resultará como contrapartida una prueba de
ignorancia, un acto cretinoide. Es así que, gracias a la apertura que en el
arte soviético tuvo lugar como parte del «deshielo», un artista como Andrei
Tarkovsky, pudo realizar La infancia de Iván, sirviéndose de los recursos que
podía ofrecerle el surrealismo, y haciéndoles parte de su mundo poético.
No
creemos posible levantar muros ante los caminos del arte, y la validez de una
forma expresiva no puede ser, ni con mucho, razón que lleve a impedir la
realización o circulación de otras. Estos muros han sido levantados en otras
ocasiones: ése es el caso de la obra del escritor praguense Franz Kafka,
mantenida en cuarentena durante largos años, o de la novelística de Fedor
Dostoyevski, relegada al olvido por otros tantos. El escritor, el novelista,
como el cineasta, puede avizorar una fuerza en desarrollo, positiva o negativa,
y tratarla artística, críticamente, hasta revelarla. Es posible que, de acuerdo
con las circunstancias, la irrealidad aparente dote a esa obra de un cierto
hermetismo, y también que una crítica socio-facilista la condene por
anti-popular hasta que la historia, y el desarrollo del conocimiento rompan los
muros, y la hagan comprensible.
De
esta crítica hemos tenido representantes en nuestro país, y aún hoy se amparan
en tan fáciles juicios. La sustitución del método crítico por la copia de la
experiencia sabida, escamotea la vida misma de la actividad creadora. Y es así
que, siguiendo un canon internacional, establecido y repetido hasta el
cansancio, hacen que sólo la obra de corte «balzaquiano» o «gorkiano» resulte
aceptable, sumiendo a la novela y la narrativa contemporánea socialista en la
línea que corre del realismo crítico clásico, a una definición socialista, que
no acaba de precisarse.
Es
a esto a lo que se refiere el poeta comunista francés Louis Aragon cuando en el
prólogo del más reciente libro de Roger Garaudy, declara (y más que declarar,
denuncia): «...No comprendían que en este caso el ejemplo de Engels no es el
texto, la frase sobre Balzac, sino el comportamiento de Engels ante Balzac, y
que seguir este ejemplo no es recitar una oración, sino ser capaz, ante otro
hecho, de la inteligencia de Engels o de Marx.»
Esto
es lo que parece faltar, la capacidad para apreciar las obras de arte a partir
de su significación como tales y respecto a nuestra realidad, y de ninguna
manera, empeñados en imponer como coyunda, opiniones que no nos conciernen, o
que están en discusión.
No
es posible imponer modelos épico-narrativos como fórmula lineal, obligada, y si
en un momento se ha dado preferencia a una tendencia o escuela novelística en
las ediciones, podrá decirse que se llenó un vacío, pero de ninguna manera que
se trazó un camino. Esto sería deformar el carácter de las decisiones de
Gobierno convirtiéndolas en dogmas, y hacerlas operar frente a circunstancias
históricas diversas con un peso de lastre.
Ese
copismo teorizante, idealista en suma, nos conduce a uno de los problemas
fundamentales: la relación entre la teoría y la práctica. En nombre de la
pureza teórica —sustituida por un sistema de fórmulas y por cuatro manuales— se
violenta la práctica convirtiéndola en mimética. No se trata entonces de
abordar los problemas a partir de su estructura y significación real,
sirviéndose de un pensamiento vivo, fresco, escrutador, se trata de encontrar
imágenes y calcos que no siempre resultan ni siquiera factibles. Por este
camino se llega a la arbitrariedad. Y, para entrar en ese terreno, a la más absoluta
ceguera.
Establecidos
los modelos será necesario encontrar las semejanzas, o como en este caso,
condenar una actividad artística y crítica que si en algún aspecto puede ser
limitada, en ninguno resulta conservadora o al servicio de ideas reaccionarias.
El
arte no es nunca indiferente a la realidad, pero se le acerca, la aborda y
desentraña desde muy diversos caminos. Y ese no ser indiferente supone de algún
modo una actividad de disección y reconstrucción cualitativamente
característica: el proceso de reelaboración artística en cuya base
encontraremos siempre una posición crítica, capaz de promover, a partir de una
visión del mundo —de una visión ideológica artística— la aprehensión de sus
elementos, y de expresarlos, lo que hace obligado un lenguaje.
¿Un
lenguaje?: tantos como tendencias y épocas, tantos como estilos, y como
artistas. No es la complejidad y variedad del mundo real lo que debe preocupar
a la Revolución, sino cualquier riesgo de empobrecimiento: por eso rechazar o
proponer el rechazo de obras de arte por virtud de que no corresponden al
modelo aceptado (?) y sabido, comporta una limitación ideológica, y práctica,
porque estrecha el campo de la experiencia, y hasta el ejercicio de la
imaginación creadora.
Sólo
una concepción burocrática libresca del marxismo puede ignorar los profundos
cambios operados en la conciencia de nuestro pueblo en los últimos cinco años.
¿Es que no se aprecia y comprende que una abrumadora mayoría analiza y discute,
busca soluciones, acierta y comete errores, rectifica y supera sus modos de ver
y hacer, construye, crea, tomando por punto de referencia su aceptación más o
menos profunda, y más o menos rica en matices, de las ideas marxistas
fundamentales?
La
Revolución no sólo ha ganado la batalla de la alfabetización y libra la de la
superación obrera, desarrolla masivamente una generación de técnicos y prepara
en las Universidades y centros de enseñanza superior y especializada,
científicos y artistas, ingenieros, economistas y poetas. La Revolución
cultural no es una frase-slogan: es un hecho real, y opera sobre la realidad, y
propone un mundo real cada vez más extenso —pues va desde los microcosmos hasta
los espacios estelares, y desde el conocimiento hasta la revisión crítica del
pasado y la construcción del futuro: en la sociedad, en la naturaleza, y aun en
la conciencia individual—.
No
se puede forjar una generación de constructores, de creadores, no se puede
promover un nuevo salto revolucionario con hombres encerrados en orejeras: de
otro modo tendremos que entender que se propone una revolución mágica, en la
que el protagonista de la historia ya no será el hombre sino alguna fuerza
ignota y mesiánica, acaso oculta en tendencias que el devenir propone como
ineludibles. Es un modo de ver las cosas, pero no el nuestro.
Nos
sentimos profundamente involucrados, y actuamos como protagonistas —unos más
entre millones— de la historia actual y concreta de nuestro país, y cada vez
que nuestra Revolución da un paso adelante, en cada ocasión en que la
conciencia abre una nueva brecha y el hombre se hace más pleno, nos sentimos
obligados a entregarle el producto de nuestro trabajo, y en gran medida el de
los creadores, el de los artistas avanzados de otros países pues nosotros
apenas comenzamos.
¿Es
fácil esta tarea?: de ninguna manera. La Revolución que ha abierto el camino de
las posibilidades, nos impone, en el orden ideológico-artístico ineludibles
deberes que obligan a tensiones extremas y a contribuir a que, como en la sociedad,
se desencadenen en el hombre todas sus fuerzas creadoras, y entre ellas,
primordialmente, el pensamiento vivo, activo, lúcido e innovador. Éste es el
papel de nuestro movimiento cinematográfico.
No
se trata de prohibir sino de liberar, y esto supone una responsabilidad, y la
obligación de trabajar activa y consciente, organizadamente, por elevar el
nivel intelectual medio, y asegurar la formación y consolidación de un público
cada vez más exigente y crítico ante la obra artística, cinematográfica.
Si
aceptáramos las limitaciones pretenciosamente «revolucionario-moralizantes» que
se nos proponen en el debate, otros serían los resultados, y lejos de formar un
público calificado nos expondríamos en el transcurso de unos años a
encontrarnos ante verdaderos párvulos con bigote, y quedaríamos, como el cura
en su parroquia, repartiendo muletas a los que no pueden sostenerse, o no
acaban de echar a andar sobre sus pies.
Por
eso no podemos aceptar, ni aceptamos, semejante línea y visión de la cultura,
del arte cinematográfico, de nuestra ideología, de la vida, o del hombre.
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Finaliza así la serie de piezas que le he dedicado en mi blog a la
confrontación pública que dos importantes personajes del régimen sostuvieron a finales de
1963. Las razones que me han hecho realizar estas publicaciones son las
siguientes:
Porque me
parece interesante.
Porque airear
estos documentos, generalmente ocultos, permite establecer comparaciones entre
la realidad de la Cuba de hace 58 años y la actual.
Porque hace
mucho tiempo que la llamada revolución cubana optó por endurecer posiciones en
el terreno ideológico y con ello cerró la oportunidad de que en los medios de
comunicación que llegan a las grandes masas se discuta abiertamente y con
pluralidad sobre las políticas que tienen que ver con el arte y la cultura.
Porque es
ilustrativo comprobar que no existen hoy en día en la primera línea de mando personalidades
de la talla intelectual y política de Blas Roca y Alfredo Guevara, con cuyos
planteamientos se podía y se puede estar de acuerdo o no, pero en sus escritos revelaban
un nivel de conocimientos y agudeza y una capacidad de exponer sus
razonamientos que ni por asomo vemos en los mediocres dirigentes cubanos actuales.
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