El inicio de esta serie se puede
encontrar, pulsando el siguiente enlace:
Polémicas, dimes y diretes e intercambio de
opiniones distintas en cuanto a la cultura se produjeron antes y después de
diciembre de 1963, momento en que estalla la bronca que nos ocupa. Pero se
presentaban en revistas especializadas, que circulaban poco y se movían en
círculos de gente interesada en esos temas.
En las páginas de La Gaceta de
Cuba, Cine Cubano, Revista Casa, Pensamiento Crítico y otras similares se
podían hallar debates y controversias entre artistas, teóricos, profesores,
ensayistas, literatos y culturetas. Entonces, ¿por qué darle importancia al
salpafuera protagonizado por Blas Roca y Alfredo Guevara? ¿Por qué recordarlo
58 años después? Pues porque es la primera y única vez (que yo recuerde) en que
dos pesos pesados del gobierno de la llamada revolución se enfrascaron en una
reyerta abierta al público, difundida en un medio masivo de alcance nacional y ─lo
más significativo a mi modo de ver─ a causa de ella no resultaron despedidos de
los puestos que ocupaban.
Partiendo de la premisa de que en Cuba no se
movía ni una hoja sin que el Máximo Líder lo supiera y aprobara, llama la
atención que la trifulca Roca-Guevara se extendiera durante 15 días, ocupando
grandes espacios en páginas y más páginas de la prensa. ¿Fue alentada la
situación por Castro, que permitió que dos gallos de su corral entraran en
combate ideológico para ver qué pasaba? No es descartable esa hipótesis.
No fue hasta el 27 de diciembre, cuando el
tema ya ocupaba muchas conversaciones en la calle, que la riña terminó
abruptamente con la publicación de un último texto de Blas. Para entonces,
Alfredo tenía listo un alegato que nunca vio la luz, lo que lleva a pensar que alguien
de las alturas altísimas tomó cartas en el asunto y mandó a parar de manera
inmediata el espectáculo de dos dirigentes discutiendo delante del personal.
Continuamos.
El viernes 20 de diciembre del 63, Vicentina Antuña,
presidenta del Consejo Nacional de Cultura, organismo rector del ramo, entra en
la polémica con este escrito publicado en el periódico Hoy.
El Consejo Nacional de Cultura contesta a Alfredo
Guevara
En su respuesta a las opiniones emitidas en
la sección «Aclaraciones» del periódico Hoy, sobre determinadas películas
exhibidas en 1963, el presidente del ICAIC, compañero Alfredo Guevara,
consideró necesario dejar constancia de que el Instituto Cubano del Arte e
Industria Cinematográficos «no acepta ni practica los que suelen presentarse
sin serlo como puntos de la política cultural del Gobierno Revolucionario»,
precisando que esos puntos son los expuestos en el informe del Consejo Nacional
de Cultura al Primer Congreso de Cultura, celebrado el pasado año.
Este Congreso, por cierto, no fue sólo de activistas del CNC, como afirma el presidente del ICAIC, sino que en él participaron, con voz y voto, los dirigentes y amplias representaciones de las organizaciones de masa, así como de los organismos estatales que en alguna forma tienen que ver con el quehacer cultural, habiendo pronunciado el discurso de clausura el Presidente de la República, Dr. Osvaldo Dorticós Torrado.
Este Congreso, por cierto, no fue sólo de activistas del CNC, como afirma el presidente del ICAIC, sino que en él participaron, con voz y voto, los dirigentes y amplias representaciones de las organizaciones de masa, así como de los organismos estatales que en alguna forma tienen que ver con el quehacer cultural, habiendo pronunciado el discurso de clausura el Presidente de la República, Dr. Osvaldo Dorticós Torrado.
Estas declaraciones de Guevara nos obligan a
recordar que tanto el Informe de referencia como las conclusiones del Primer
Congreso de Cultura, fueron votadas y aprobadas, sin abstenciones, por los
concurrentes al mismo entre los que se encontraba una nutrida delegación del
ICAIC, encabezada por su Presidente, y en ningún momento, ni durante la
preparación del Congreso, ni en éste, ni posteriormente se manifestaron las
discrepancias que ahora se exponen en el artículo de
Guevara. En
cuanto a éste, es preciso recordarle también su presencia en las sesiones de
trabajo del Congreso Nacional de Cultura en que se dio forma a los diez puntos
que en estos momentos desconoce tan decididamente, y su participación en la
reunión del Consejo con el Presidente de la República y con el Primer Ministro
en que se discutieron y aceptaron los mencionados diez puntos, sin que tampoco
en esas oportunidades diera a conocer el compañero Guevara las hondas
discrepancias que ahora manifiesta.
Resulta bien insólito que un funcionario del
Gobierno Revolucionario exprese en la forma en que lo ha hecho el Presidente
del ICAIC, su absoluto desconocimiento de las orientaciones y decisiones de un
Organismo del Estado al que la ley confiere de modo preciso las funciones, que
él pretende negarle, de «dirigir y orientar la política cultural», y la
elaboración de los planes que considera y aprueba el Consejo de Ministros, y
que han de estar siempre inspirados en los principios básicos de la política
estatal. Este desconocimiento del compañero Guevara demuestra, lo que es muy
grave, una profunda incomprensión de las funciones del Estado y de cada uno de
sus organismos, así como de la disciplina y la relación que ha de existir entre
ellos.
Como en el artículo de Guevara se aclara,
además, que la Dirección del ICAIC no sabe de «otros lineamientos culturales
que los que emanan del discurso de Fidel en la reunión con los Intelectuales»,
contraponiéndolos a los diez puntos del Informe del CNC al Primer Congreso de
Cultura que no acepta ni practica, nos parece oportuno, para evitar que se
pretenda confundir con tanta ligereza a la opinión pública, reproducir lo que
al respecto se dice en el mencionado Informe:
“Antes que otra cosa, se imponía definir la
política a seguir y ésta fue formulada ampliamente durante el año 1961 y
expuesta en las conversaciones del Primer Ministro, compañero Fidel Castro, con
los intelectuales y, posteriormente, en el discurso del Presidente Dorticós al
Primer Congreso de Escritores y Artistas.
El Gobierno de Cuba, a través de sus más
altos exponentes, adoptaba en materia de cultura la postura del más amplio
respeto y reconocimiento a todas la expresiones literarias y artísticas que por
su contenido no entran en conflicto con los fines de la Revolución, propiciando
a la vez un arte y una literatura que reflejen los problemas, inquietudes y sentimientos
de nuestro pueblo y que sirvan de medio de comunicación con el mismo.
Por otra parte, se trazaron los objetivos más
urgentes que tenía que proponerse el Gobierno Revolucionario y que han quedado
expuestos en los diez puntos que figuran en el Anteproyecto y que a
continuación exponemos:
1. Estudiar y revalorizar nuestra tradición
cultural y muy especialmente la del siglo XIX, en que surgió la nacionalidad
cubana. Divulgar sus más positivas manifestaciones.
2. Estudiar e investigar nuestras raíces
culturales. Reconocimiento del aporte negro y la significación que le
corresponde en la cultura cubana.
3. Despojar las expresiones folclóricas del
campo y de la ciudad y las manifestaciones populares de nuestra cultura, de las
mistificaciones de los elementos ajenos a su propia esencia, creando las
condiciones necesarias para que puedan expresarse en toda su pureza.
4. Trabajar porque se reconozcan sin reservas
el talento, la capacidad del cubano, y se valorice adecuadamente a nuestros
creadores, ofreciéndoles las oportunidades necesarias para que puedan producir
en condiciones propicias.
5. Formar, a través de las Escuelas de Arte y
Seminarios, una nueva intelectualidad surgida de la propia masa
obrero-campesina.
6. Propugnar un arte y una literatura en
consonancia con el momento histórico que vive Cuba. Esto, a través de una labor
educativa que propicia cada vez en mayor grado el contacto íntimo de nuestros
creadores con el pueblo, su convivencia directa con los hombres del campo y los
obreros de las fábricas.
7. Dar a las ciencias el lugar que le
corresponde en la actividad cultural en el proceso de superación de nuestras
condiciones de país subdesarrollado.
8. Propiciar la superación cultural de las
grandes mayorías, desarrollando intensamente actividades encaminadas a
interesarlas en el buen arte y en la lectura de los libros de valor literario o
científico.
9. Hacer
desaparecer el gran desnivel que hoy existe entre la vida cultural de la
capital y la del resto de la Isla, propiciando las actividades culturales en
las provincias, tanto en las localidades urbanas como en los medios rurales.
10. Desarrollar,
aprovechándolas al máximo, las posibilidades del intercambio cultural con todos
los países, de manera que ello permita que el pueblo de Cuba, sus intelectuales
y científicos, tengan la oportunidad de conocer las expresiones culturales de
diferentes escuelas y continentes.
Aunque no
deja de parecer ridícula la pretensión del compañero Guevara, de ser quien
decida cuándo se actúa o no de acuerdo con «las ideas que emanan del discurso
de Fidel a los Intelectuales», consideramos que afirmaciones como las que hace
el Presidente del ICAIC exigen una explicación, con argumentos y con hechos
esclarecedores. Por ello, lo emplazamos a que, por los mismos medios que ha
elegido para expresar sus anteriores criterios, explique:
1º. En virtud de qué principios se arroga el
derecho de ignorar las funciones otorgadas por el Gobierno Revolucionario a uno
de sus organismos, en este caso el Consejo Nacional de Cultura.
2º. Con qué razones y elementos cuenta para
aseverar que los diez puntos que figuran en el Informe del CNC y en la
resolución aprobada por el Primer Congreso Nacional de Cultura suelen
presentarse sin serlo como puntos de la política cultural del Gobierno
Revolucionario.
3º. En qué hechos se basa para sostener que
el Consejo Nacional de Cultura, en la orientación de la política cultural, ha
entrado en contradicciones con las ideas expresadas por los compañeros Fidel y
Dorticós al respecto.
4º. Las razones de sus discrepancias con los
diez puntos enunciados como objetivos más urgentes de la política cultural del
Gobierno Revolucionario, así como los motivos que lo han llevado a
manifestarlas ahora públicamente «de una vez y para siempre», sin que hasta
este momento las hubiera expuesto en las oportunidades de su discusión y
aprobación.
Por el Consejo Nacional de Cultura.
Vicentina Antuña
Presidente
18 de diciembre de 1963
El día 19, el periódico El Mundo publicó un
editorial que lo ubicaba en la misma línea de pensamiento expresada por Blas
Roca. En su parte final afirmaba:
En
el momento presente, va contra la Revolución: 1) Todo lo que debilite de algún
modo la defensa de la patria o la determinación de nuestro pueblo de hacer todos
los sacrificios para defenderla; 2) todo lo que perjudique el esfuerzo de
nuestro pueblo por elevar la producción y mejorar la calidad de los productos;
por satisfacer las necesidades de la población; por llevar adelante con
entusiasmo las grandes y difíciles tareas de la construcción del socialismo; y
3) todo lo que en alguna forma perjudique el desarrollo de la conciencia
revolucionaria socialista, sin la cual fallarán los resortes morales de que
depende en medida considerable el triunfo de la Revolución.
Según
eso, y atendiendo a la influencia del cine sobre las masas, toda película que
de alguna manera afecte esos principios, resulta negativa como mensaje, por
alta que sea su calidad artística.
¿Cuáles
son, pues, las mejores películas para el pueblo en el momento actual de Cuba? A
nuestro modesto juicio, aquellas que, siendo interesantes y atractivas, técnica
y artísticamente distinguidas, sirvan al mismo tiempo las tres necesidades
fundamentales que señala nuestro colega Hoy en sus «Aclaraciones»: a) elevar el
espíritu combatiente del pueblo cubano frente a la agresión imperialista; b)
favorecer el esfuerzo revolucionario por elevar y multiplicar la producción
—por trabajar, en una palabra; y c) reafirmar y elevar la conciencia revolucionaria
de nuestro pueblo.
El 20 de diciembre, Roca lanza la segunda
parte de su respuesta a Guevara.
II parte de respuesta a Alfredo Guevara
En
el párrafo en que Alfredo Guevara critica poco oportunamente al Consejo
Nacional de Cultura, apela, para reforzar sus palabras con una frase, al
discurso del compañero Fidel en la reunión de los intelectuales.
No
sabemos si Guevara recuerda en toda su extensión las Palabras a los
intelectuales de nuestro jefe y guía, y las circunstancias que promovieron las
reuniones, al final de las cuales fueron pronunciadas.
Ante
la duda sobre su memoria, vale la pena recordarlas, porque esas palabras son
una verdadera e invariable guía para nosotros y deben serlo para todos.
Primero
hablemos de las circunstancias.
Se
trataba, casualmente, como hoy, de películas.
Alfredo
Guevara, en su condición de autoridad máxima del Instituto del Cine propuso
concretamente (1) la prohibición de una película documental (2), que con el
pretexto del folclor presentaba una imagen completamente falsa de La Habana de
diciembre de 1960 y denigrante para nuestro país.
Notas:
1.
En una fe de errata publicada en su artículo del día
siguiente, Blas Roca señaló que donde decía “concretamente” debió decir: “correctamente”,
pues entendía que la proposición hecha entonces por Guevara fue correcta.
2.
Se refiere al cortometraje “PM”, creado en el ICAIC por los
jóvenes cineastas Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, cuya exhibición fue prohibida.
Falsa,
porque cuando nuestro pueblo tomaba el arma, se hundía en el fango de las
trincheras y mantenía a la fría y lluviosa intemperie el ojo abierto de la
vigilancia y presto el brazo a la respuesta de hierro y fuego, que materializó
tres meses después en Playa Girón, la película presentaba a una Habana de
cabarets y vicios.
Denigrante
porque mostraba, como único, lo que queda de un pasado que la sociedad
superará.
Alfredo
Guevara no quiso tomar la responsabilidad personal por aquella decisión que
proponía, e invitó a miembros del Consejo de Cultura y del Gobierno a ver la
cinta.
El
alboroto en ciertos medios intelectuales —similar a éste de ahora—, que se
consideraron afectados por la prohibición de la exhibición cinematográfica,
condujo a que se celebraran las tres reuniones de la Biblioteca Nacional de
cuyas discusiones Fidel hizo el resumen.
El
compañero Fidel, aunque no había visto la película en cuestión, defendió la decisión
tomada sobre ella y, sobre todo, el derecho del Gobierno a revisar las
películas.
«Para
nosotros, en este caso», dijo textualmente Fidel, «lo fundamental es, ante
todo, precisar si existía o no existía ese derecho por parte del Gobierno; se
podrá discutir la cuestión del procedimiento, como se hizo; determinando si no
fue amigable, si pudo haber sido mejor un procedimiento de tipo amistoso; se
puede discutir hasta si fue justa o no justa la decisión. Pero hay algo que yo
no creo que discuta nadie y es el derecho del Gobierno a ejercer esa función,
porque si impugnamos ese derecho entonces significaría que el Gobierno no tiene
derecho a revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo.»
Fidel
se refirió también a la importancia que tiene el cine en la educación y en la
formación ideológica del pueblo, lo que hace más necesaria su adecuada
dirección.
«Hay
además», añadió Fidel, «algo que todos comprendemos perfectamente: que entre
las manifestaciones de tipo intelectual o artístico hay algunas que tienen una
importancia, en cuanto a la educación del pueblo o a la formación ideológica
del pueblo, superior a otros tipos de manifestaciones artísticas. Y no creo que
nadie puede discutir que uno de esos medios fundamentales e importantísimos es
el cine, como lo es la televisión. Y, en realidad, ¿pudiera discutirse en
medio de la Revolución el derecho que tiene el Gobierno a regular, revisar y
fiscalizar las películas que se exhiban al pueblo? ¿Es acaso eso lo que se está
discutiendo?
»Y
¿se puede considerar como una limitación o una fórmula prohibitiva el derecho
del Gobierno Revolucionario a fiscalizar esos medios de divulgación que tanta
influencia tienen en el pueblo?
»Si
nosotros impugnáramos ese derecho del Gobierno Revolucionario estaríamos
incurriendo en un problema de principios porque negar esa facultad al Gobierno
Revolucionario sería negarle al Gobierno su función y su responsabilidad,
sobre todo en medio de una lucha revolucionaria, de dirigir al pueblo y de
dirigir a la Revolución; y a veces ha parecido que se impugnaba ese derecho
del Gobierno y en realidad si se impugna ese derecho del Gobierno nosotros
opinamos que el Gobierno tiene ese derecho».
Eso
expresó el compañero Fidel en sus Palabras a los intelectuales al referirse, precisamente,
a la película y al cine.
De
ellas hemos subrayado las que definen dos cuestiones para nosotros capitales:
1.- La función y responsabilidad del Gobierno Revolucionario de
fiscalizar lo que se exhibe al pueblo, como parte de su función y responsabilidad
en la dirección del pueblo y de la Revolución.
2.- La gran importancia del cine, por la influencia que tiene en el
espectador, como medio de educación o de formación ideológica del pueblo.
24 horas más tarde, Roca continuaba disparando.
III parte de respuesta a Alfredo Guevara
«Para
recordatorio de unos y conocimiento de otros», como nos recitaban en el
Castillo del Príncipe cuando formábamos filas para recibir las visitas del
público, no parece ocioso reproducir algunos otros pasajes del discurso del
compañero Fidel a los intelectuales que, probablemente, ayuden a «aclarar lo
confuso», como quiere Alfredo Guevara.
«El
problema que aquí se ha estado discutiendo —dice Fidel— y vamos a abordar, es
el problema de la libertad de los escritores y los artistas para expresarse.
»El
temor que aquí ha inquietado es si la Revolución va a ahogar esa libertad, es
si la Revolución va a sofocar el espíritu creador de los escritores y de los
artistas.
»Se
habló aquí de la libertad formal. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que se
respete la libertad formal. Creo que no hay duda acerca de este problema.»
Son
palabras precisas y claras, éstas de Fidel, que no admiten confusión posible.
Todo
el mundo estuvo de acuerdo en que se respete la libertad formal.
La
forma en que ha de expresarse el artista, literato o poeta, músico o pintor,
teatrista o cineasta, la decide él mismo, en la seguridad de que nadie
intentará dictarle normas, imponerle estilos.
La
forma puede gustar o no, puede hacer comprensible o no el sentido de la obra,
pero no es estorbada, no es condenada,
no es excluida.
«La
cuestión se hace más sutil —continúa Fidel— y se convierte verdaderamente en el
punto esencial de la discusión cuando se trata de la libertad de contenido. Es
el punto más sutil porque es el que está expuesto a las más diversas
interpretaciones. El punto más polémico de ésta cuestión es: si debe haber o no
una absoluta libertad de contenido en la expresión artística. Nos parece que
algunos compañeros defienden ese punto de vista. Quizás por temor a eso que
estimaron prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades, para
decidir sobre la cuestión.
»Permítanme
decirles, en primer lugar, que la Revolución defiende la libertad; que la
Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades; que la
Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la
preocupación de algunos es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu
creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene
razón de ser.
»¿Dónde
puede estar la razón de ser de esa preocupación? Sólo puede preocuparse
verdaderamente por este problema quien no esté seguro de sus convicciones
revolucionarias. Puede preocuparse por este problema quien tenga
desconfianza acerca de su propio arte; quien tenga desconfianza acerca de su
verdadera capacidad para crear. Y cabe preguntarse si un revolucionario
verdadero, si un artista o intelectual que sienta la Revolución y esté seguro
de que es capaz de servir a la Revolución, puede plantearse este problema; es
decir, el si la duda cabe para los escritores y artistas verdaderamente revolucionarios.
Yo considero que no; que el campo de la duda queda para los escritores y
artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sientan tampoco
revolucionarios.
»Y
es correcto que un escritor y artista que no sienta verdaderamente como
revolucionario se plantee ese problema; es decir, que es un escritor y artista
honesto, que sea capaz de comprender toda la razón de ser y la justicia de la
Revolución sin incorporarse a ella se plantee este problema. Porque el
revolucionario pone algo por encima de todas las demás cuestiones; el
revolucionario pone algo por encima aún de su propio espíritu creador: pone la
Revolución por encima de todo lo demás y el artista más revolucionario sería
aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística
por la Revolución.»
Claridad
absoluta en las palabras de Fidel.
Para
el artista que no es revolucionario, pero que es honrado, es para el que existe
el problema del contenido de su obra en el medio revolucionario, en el país en
que la Revolución triunfó y trabaja para lograr los cambios históricos
económicos y sociales que determinan su contenido, que constituyen sus fines.
Para
el artista que es verdaderamente revolucionario, que está, en la intimidad de
su conciencia, identificado a plenitud con la Revolución, con sus fines y
objetivos, no habrá problema de contenido —ni de forma— pues éste estará
determinado por sus convicciones, coincidentes en todo con la Revolución.
Para
ese artista no habrá nada por encima de la Revolución y juzgará a todo,
incluyendo su obra y su arte, según el interés de la Revolución.
Ese
artista tendrá un objetivo: servir a la causa de la redención del hombre, a la
causa de la redención de los explotados, a la causa de la redención de los
trabajadores y no tendrá ningún conflicto al servir a esa causa con su arte,
con su creación, con su obra, con su quehacer.
«Si
a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros
diremos: el pueblo y siempre diremos el pueblo. El pueblo en su sentido
real, es decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la
explotación y en el olvido más cruel. Nuestra preocupación fundamental siempre
será las grandes mayorías del pueblo, es decir, las clases oprimidas y
explotadas del pueblo. El prisma a través del cual nosotros miramos todo,
es ése: para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellas; para nosotros
será noble, será bello y será útil, todo lo que sea noble, sea útil y sea bello
para ellas.»
Así
piensan los revolucionarios, así enfocan los revolucionarios, todos los
problemas.
«Quién
sea más artista que revolucionario —insiste Fidel— no puede pensar exactamente
igual que nosotros. Nosotros luchamos por el pueblo y no padecemos ningún
conflicto porque luchamos por el pueblo y sabemos que podemos alcanzar los
propósitos de nuestra lucha. El pueblo es la meta principal. En el pueblo
hay que pensar primero que en nosotros mismos, y ésa es la única actitud
que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria.»
El 21 de diciembre, el presidente del ICAIC,
ya convencido de que era a Blas Roca y no a un redactor de su periódico a quien
se enfrentaba, envió el siguiente artículo a Hoy. Fue publicado en la edición
del domingo 22.
Declaraciones
de Alfredo Guevara
Aspiramos
a responder con la mayor precisión conceptual los artículos de Blas Roca
publicados durante estos últimos días en la columna «Aclaraciones», del
periódico Hoy, bajo el título común de «Respuesta a Alfredo Guevara» (I, II, y
III hasta ahora). Con este esfuerzo pretendemos contribuir a establecer un tono
más serio y ajustado a las cuestiones de principio que en torno al arte
cinematográfico, a la cultura en general, y a los derechos y respeto que el
público merece, se vienen debatiendo.
En
la declaración que a modo de respuesta hizo llegar al periódico Hoy la
Dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos con fecha
13 de diciembre, y que apareció publicada el martes 17 de este mes,
destacábamos que el hecho más importante, el que nos llenaba de preocupación,
quedaba definido por la participación, directa o indirecta, de un miembro de la
Dirección Nacional del Partido Unido de la Revolución Socialista, en la
redacción y aprobación de las opiniones críticas que resume la columna
«Aclaraciones», publicada en la página editorial del periódico Hoy, órgano
oficial del PURS [Partido Unido de la Revolución Socialista], con fecha 12 de
diciembre.
El
artículo de Blas Roca publicado el miércoles 18 de diciembre, también en la
columna editorial «Aclaraciones», establece de manera inequívoca que en efecto,
los textos anteriormente insertados no fueron aprobados, sino redactados por
él.
Esto
podía dejar entender o hacer aparecer ante la opinión pública, y ante los
militantes del Partido Unido de la Revolución Socialista, que se desautorizaba
la línea de trabajo del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos
en cuanto a las programaciones, y lo que es más grave, que se iniciaba un
cambio limitador y reaccionario, en contradicción con los principios que
establece el discurso del Comandante Dr. Fidel Castro pronunciado en la Reunión
con los Intelectuales, documento al que nos ajustamos en su texto y espíritu, y
que, lejos de resolver los complejos problemas de la cultura con una serie de
fórmulas simplificadoras, abre al creador infinitas posibilidades de abordar la
realidad, y reconoce al público el derecho a enriquecer y aguzar su conciencia
y sensibilidad con todos los tesoros del arte; del arte del pasado, del arte
actual, en proceso de creación, y de cuanto el hombre avizora del futuro.
Es
por eso por lo que nos preguntamos:
¿Tiene
el Director del periódico Hoy, en una página y columna editorial, cuyos textos
se insertan posteriormente en un folleto que bajo el título genérico de
«Aclaraciones», se distribuye entre los militantes del Partido Unido de la
Revolución Socialista; tiene el Director del periódico Hoy, miembro de la
Dirección Nacional del PURS, el derecho a establecer desde esa columna
editorial por su cuenta y riesgo, y sin previo acuerdo del Órgano de Dirección
política de que forma parte, un ataque sin base real, contra la línea de
programación que orienta y realiza el Instituto creado por el Gobierno
Revolucionario para atender este trabajo?
Estamos
seguros de que no.
Sabemos
que no es correcto ni permisible en un Partido revolucionario violentar las
decisiones o forzar los juicios críticos desde una columna editorial sin
previas discusiones y acuerdos precisos, de principio.
En
todo caso solo estamos dispuestos a aceptarlo cuando parta de nuestro
Comandante en Jefe.
En
nuestra «Declaración» de diciembre 19, evitamos toda referencia a otros países.
Los problemas de la cultura forman parte, permanentemente, del debate
ideológico, y de las búsquedas y estudios a que los creadores hacen dedicación.
No podemos aceptar la identificación de nuestros juicios sobre una versión primitiva
y común del realismo socialista, con la literatura y el arte soviéticos
contemporáneos en general. En la Unión Soviética y en Cuba, como en todos los
países, se producen obras que representan las corrientes populistas o el
esquematismo; arte del más elevado nivel; y búsquedas que debemos apreciar por
la aventura que comportan. Estas experiencias, múltiples, y muchas veces
encontradas, aseguran dialécticamente el desarrollo del movimiento cultural,
porque son la condición primera de su vida. No es posible regimentar la
creación artística a partir de un punto de vista inmediatista y utilitario como
no es posible reducir la conciencia, el hombre, al cumplimiento de sus metas
diarias. Solo avizorando el porvenir, comprendiendo la vida en su conjunto o buscando
comprenderla, el hombre puede encontrar fuerzas para realizarse, superar su
propio ser, y contribuir a que igual fenómeno se produzca en la sociedad en que
vive. ¿De qué otro modo puede hablarse de una conciencia socialista? El hombre
pleno sólo puede serlo en el conocimiento, en su acceso a las fuentes de
información, y en el combate frente a la ideología y a la práctica
reaccionaria. Cuanto le hace más informado y profundo, serio, coherente en sus
juicios, cuanto asegura una más compleja y calificada actitud crítica, hace del
hombre, un hombre verdadero. Creo que éste es el objetivo del socialismo, del
comunismo: restituir al hombre su condición de tal, y desencadenar las fuerzas
que el hombre, en plenitud, guarda y desarrolla. No creo que la suerte de
cuatro films pueda frustrar ese objetivo, y es más, no creo que nada pueda
hacerlo inalcanzable, pero no es justo que conceptos estrechos resulten
avalados por las páginas editoriales del periódico de nuestra Revolución, y que
el equívoco que esto supone permita que una aclaración, que no es tal, resulte
fuente de confusión y preocupaciones.
Es
evidente que su redactor siente un cierto, acaso profundo desprecio por los
intelectuales. Cada opinión o manifestación es considerada un «alboroto» y esas
referencias a «ciertos medios intelectuales» nos hacen meditar al respecto. No
queremos ser prejuiciosos, pero, históricamente, hay que subrayar que ese
estilo peyorativo suele reflejar más que desprecio, temor. Entiéndase bien:
temor al pensamiento, a la variedad y riqueza de sus manifestaciones, y al
espíritu creador, de búsqueda, independiente, que rechaza la rutina, y se
levanta sobre sus propios pies. No pretendo idealizar nuestro medio intelectual
o a los intelectuales cubanos. Absurdo sería hacerlo cuando, como ahora,
apreciamos que el juego dialéctico de las contradicciones no cesa en ningún
nivel, porque debo señalar que entiendo como el más alto, en el orden
intelectual —y claro que no solo en éste— el que corresponde a un dirigente
revolucionario.
Difícil
será la situación espiritual de quienes, conservadoramente, esquivan el derecho
y la necesidad de los hombres, de las masas, a la información y el estudio de
las manifestaciones del pensamiento y del arte, el día en que «los medios
intelectuales» sean algo más que una capa social en desarrollo, y se
conviertan, como es lógico que suceda, en apreciable parte de la población.
Solo
el pensamiento vivo, anti-rutinario, anti-dogmático, siempre innovador y
creativo, respetuoso de su propia naturaleza, es capaz no solo de dar lugar a
obras de arte verdadero sino también de asegurar el nivel de la producción y su
desarrollo. Sin audacia intelectual no hay ni puede haber una eficaz
tecnología. Y no será jamás un nuevo Índice la fuente de ese clima de libertad
en que el pensamiento encuentra su verdadera dimensión, y la ciencia y el arte
su pleno desarrollo.
Alfredo
Guevara
21
de diciembre de 1963
::::::::::::::::
Con los cuestionamientos personales de ambas polemistas
a ver quién era más revolucionario que el otro, la bronca se había calentado.
Les invitamos a seguir su curso pulsando en el siguiente enlace:
DE CUANDO ALFREDO GUEVARA Y BLAS ROCA SE FAJARON EN PÚBLICO (Tercera Parte)
DE CUANDO ALFREDO GUEVARA Y BLAS ROCA SE FAJARON EN PÚBLICO (Tercera Parte)
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