Quizás la escena que mejor resume el ladrillo que es la película, el poco cuidado en los detalles con tuvieron al filmarla es esta:
Olga (Penélope Cruz) llega a la casa, cargando en brazos a su pequeña hijita que ha recogido en la guardería y se encuentra con su marido René (Edgar Ramírez). Ella le entrega la cría a él, mientras le dice:
─ Cámbiale el culero a la niña, que algo no me huele bien.
René la coge e inmediatamente Olga, no más soltarla, acerca su boca al fondillo de la niña (que acaba de decir que no le huele bien, o sea, que tiene el pañal cagado o al menos orinado) y le planta un par de besos como expresión de cariño maternal. Y entonces, con los mismos labios que acaban de besar el culo apestoso de su hija, besa a su marido.
En el guion, sobre el papel, la escena fue concebida para que cumpliera la función de dar un toque humano a los personajes, pero cuando yo la vi, en lugar de transmitirme intimidad y cercanía, lo que me transmitió fue asquito y repugnancia.
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