11 de julio de 2021. Díaz-Canel, el titán de la llanura y la montaña, el valiente salvador de la patria, el vencedor del odio y repartidor de amor, el héroe de la batalla del Parque Trillo, el más sincasa de todos los sincasas, recorre victorioso al frente de sus huestes las calles de San Antonio de los Baños, la ciudad que acaba de recuperar para la revolú tras derrotar a marginales, mercenarios, anexionistas, delincuentes y morralla de baja calaña.
En sus mausoleos del Más Allá, erigidos por la memoria colectiva de la humanidad, tiemblan Alejandro Magno, Julio César, Napoleón, Gengis Kahn, Federico El Grande y otros grandes militares que en el mundo han sido, temerosos de que su fama, ganada a base de gestas y hazañas, se vea opacada por la de este cubano universal de nariz prolongada, vientre creciente y banderita en la mano.
Ahí va, firme y erguido, dando la cara por Raúl, encabezando el paseo triunfal de la comparsa “Los Guaracheros de 100 y Aldabó”, cuyos integrantes, todos hombres, todos voluntarios, disfrazados de guardaespaldas y agentes de la seguridad, representan al pueblo, a ese pueblo agradecido al que la revolución le ha dado todo, excepto respeto, vivienda digna, justicia, alimentos, medicinas, electricidad, derechos humanos y libertad.
¡Redoblen los tambores! ¡Suene la trompetería! ¡Que los coros canten alabanzas! ¡Que se oigan, alto y fuerte, las voces de la multitud enardecida y feliz que, aclamando a su semidios, grita “¡Es él! ¡Es él!” y aplaude hasta romperse las manos!
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