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miércoles, 7 de julio de 2021

LA TORMENTA ATORMENTADA Y LOS POBRES TELEVIDENTES

   Elsa, la humilde tormenta atormentada, ya se fue de Cuba. Y se fue, dejando tras de sí cuatro o cinco matas de plátanos derribadas, un montón de calles inundadas por no tener alcantarillado, unos cuantos apagones, el chucho injusto que le han dado en redes sociales a una meteoróloga creativa y un cambio en la geografía insular por el que la Ciénaga de Zapata se convirtió en vecina de la Base Naval de Guantánamo.
   Como se ve, nada grave que haga a Elsa pasar a la historia. Lo que hizo especial a esta tormentica común y corriente fue la cobertura ininterrumpida con que el aparato de propaganda del régimen la cogió para su trajín, utilizando al ICRT, su siempre fiel títere mediático. Los cubanos recordarán a Elsa no por su intensidad o por los daños que causó, sino por las horas, las muchísimas horas en que su paso por la isla estuvo presente, más bien omnipresente, en la televisión.
 
   Hace años, la ciudadanía preocupada seguía a los ciclones a través de los boletines que cada doce o seis horas emitía el Instituto de Meteorología y que Radio Reloj repetía cada quince minutos en las voces cansinas de sus locutores, alternando con noticias sobre la indestructible amistad cubano-soviética, la lectura palabra por palabra del último discurso del máximo (y único) líder y lo mala que se estaba poniendo la cosa en Pittsburgh por las manifestaciones de protesta contra la guerra de Vietnam que allí se producían.
 
   Hace unos días, al enterarse de que se había formado una tormenta en el Mar Caribe, a quienes participan y deciden en los cenáculos mesaredondísticos donde se planifica el agit-prop criollo se les caía la baba de satisfacción, calculando que la alerta meteorológica era el pretexto perfecto para colar más de su bazofia en el coco de la gente.
   Vieron en la posibilidad de que un ciclón azotara a Cuba una oportunidad de oro para seguir machacando a la población con esos mensajes de patriotería barata con los que intentan contrarrestar la posible influencia de Internet en la ya supermanipulada y hambrienta opinión pública.
   Y prepararon un telemaratón en el que, eliminados los programas habituales, las 24 horas del día y la noche se dedicarían a dar cuenta, al detalle, de todo lo relacionado con Elsa. En principio, nada que objetar. Que una televisión estatal, pagada con dinero público, dedique un canal a eso está bien, entra en lo que es su deber con la sociedad. Pero lo que chirría y bastante es que con la excusa de informar sobre un fenómeno atmosférico que interesa porque representa un peligro, se pusiera todo el énfasis en destacar lo bueno que es Papá Estado Socialista y cómo El Ñato Díaz-Canel y su pandilla, sin desatender su combate (que, a propósito, van perdiendo) contra el coronavirus, hallaban un ratico de su precioso tiempo para preocuparse por sus infelices compatriotas de a pie, dictando órdenes para que en las bodegas de barrio se les adelantara el despacho de los escasos productos que les tocan por la libreta cada mes.

   Pero, siempre hay un pero, resulta que las horas transcurrían y la pobrecita Elsa, que no pasaba de viento platanero mientras se acercaba a la isla, no daba un juego noticioso interesante que justificara el enorme espacio de tiempo televisivo que se había planeado. Y una vez que se echó a andar la maquinaria, nadie la detuvo porque allí arriba, en la cúpula, no hay alguien con chispa, inteligencia y poder para decir “paren eso porque estamos haciendo el ridículo”. 
   Y el telemaratón de Elsa, pensado para convertirse en un hito en la historia de nuestra TV, se les volvió un tiro por la culata, se convirtió en un interminable y grotesco desfile amateur de cosas intrascendentes, presentadores provinciales y municipales que no tenían nada sustancial que contar, dirigentes gordos diciendo lo que les han orientado que digan, imágenes de cielos despejados, lloviznitas o árboles con ramas que apenas se movían y videos de evacuados que cargaban en camiones algunas pertenencias y se asomaban a las cámaras para expresar su agradecimiento a "esta revolución que tanto hace por nosotros”.
   Lo más patético es que los patrocinadores y ejecutantes del desaguisado deben estar celebrando su “éxito”, creyéndose los inventores del agua fría, cuando lo cierto, lo evidente, lo innegable es que la transmisión fue un desastre por su contenido tecoso e insoportable y porque rompía con la regla más elemental de la televisión que es que en pantalla siempre debe estar pasando algo y allí, como todo el mundo comprobó, lo único que estaba pasando era el aburrimiento absoluto.
 
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