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domingo, 28 de febrero de 2016

¿QUIERES IR CONMIGO A LA HABANA?

Estampa I: LA HABANA DE NIÑO

LA GRAN CAPITAL Y SU TRAJÍN
   Debo haber tenido ocho o nueve años. Vivíamos en Esperanza. Mi padre, transportista, tenía que viajar por asuntos de trabajo y me preguntó:
   -- ¿Quieres ir conmigo a La Habana?

   Nos alojamos en un hotel cercano al Parque de la Fraternidad. La parte nada confiable de mi memoria me dice que radicaba en la calle Industria, recuerdo unas aceras enormes con árboles. Tenía un ascensor de hierro que manejaba un señor y, ¡oh, maravilla del progreso!, me llevaba arriba y abajo sin tener que usar las escaleras. Del hotel pafuera dabas un paso y te encontrabas inmerso en la gran urbe que ya en la decada de 1940 era una de las joyas de América.


   Aquella primera vez que me asomé a la gran capital de la república y a su trajín resultó una experiencia fascinante para el niño nacido y criado en un pueblo de campo que era yo. Fueron unos días maravillosos, que viví como montado en una alucinación, absolutamente deslumbrado, feliz. No me alcanzaban los ojos para ver de sopetón tantos edificios, tanto tráfico de transeúntes, máquinas y guaguas, tantos anuncios lumínicos bonitos, tantas cosas nuevas...

jueves, 18 de febrero de 2016

MUÑEQUITOS, ESPINILLAS E ILUSIONES

   Amaury, Vaillant, El Caballo y Condall
se convirtieron en mis referentes.
Yo quería ser, como ellos, director.

   Primera mitad de la década de 1950.
   En mi pueblo natal (Esperanza, a quince kilómetros al oeste de Santa Clara, capital de la provincia de Las Villas) yo vivía esa adolescencia ingenua y tontorrona de los 13/14/15 años, ese período vital complicado y desiquilibrado en que uno cree que se las sabe todas pero en realidad no se sabe ninguna.
   Mi trajín habitual consistía en:
   asistir a clases de bachillerato en el Instituto de Santa Clara,
    pasar el tiempo paseando y hablando mierda con mis amigos,
     ir lo más posible al cine,

      jugar, mal, a la pelota,
       colarme en los ensayos de la orquesta local Casablanca que dirigía el Maestro Augusto Suero,
        escuchar por radio las aventuras de Leonardo Moncada, "El Titán de la Llanura", y los juegos de mi equipo Almendares,
         pajearme,
          reventarme las espinillas que me salían sin cesar en la cara (1),
           disfrutar de los discos 45 r.p.m., en especial los del Benny, que sonaban a todo volumen en las vitrolas de los bares aledaños al Parque Martí,
            engañar a mi madre para que creyera que estudiaba –estudiar no me gustaba en absoluto-,
             perder muchos minutos, en distintos momentos del día, peinándome y repeinándome con vaselina para que mi mota se mantuviera tan erguida como la de Tony Curtis...
              Y, además, tratar de ligar. Pero esto último no sé ni por qué lo menciono porque se me daba fatal; yo era tremendo tímido con las muchachas, nada simpático y bailaba mal. La única que se interesó por mí no era muy agraciada que digamos y yo pasé de ella porque ser novio de una fea se consideraba un demérito en el círculo de amistades juveniles, repletas de machismo y otros absurdos prejuicios, en que yo me movía.

   He dejado fuera, porque merecen mención aparte, mis dos actividades preferidas: leer la prensa y ver la televisión. Las dos, ejercidas sin falta un día sí y otro también, se convirtieron en aficiones, se entrelazaron entre sí y, mire usted por dónde, tuvieron mucho que ver con mi vida posterior.

LA EDAD DE LOS MUÑES
   Permítanme ahora un flashback para ir a mi infancia.

sábado, 6 de febrero de 2016

LA TELE, AMOR A PRIMERA VISTA

   Situémonos en el último trimestre de 1950. El Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara, conmigo adentro como alumno de primer año, había empezado un nuevo curso. El día 4 de octubre cumplí 12 años y el viernes 20, sin que yo lo supiera, empezó a transmitir en La Habana la primera emisora cubana de televisión: Unión Radio TV.
Erick Kaupp (al centro con camisa blanca), Gaspar Pumarejo (extremo derecha en la foto)
y otros pioneros de la televisión cubana.
   Pocas semanas después, el 18 de diciembre, salía al aire la segunda: CMQ TV. La cobertura de ambas plantas se limitaba a la ciudad de La Habana y poco más.
    Para los que vivíamos en Esperanza, lejos de la capital, la tele era sólo una quimera. Sabíamos que existía porque la prensa hablaba constantemente de ella y publicaba publicidad incitando a la gente a comprar televisores RCA Victor, Admiral, Crosley, DuMont… A mí, que no me perdía las narraciones radiales de Felo Ramírez de los juegos de mi club favorito de beisbol, el Almendares, me impactó mucho un anuncio que salió en la revista Bohemia. En la pantalla de un televisor aparecía un pelotero deslizándose en una base.
   -- ¡Alabao! -pensé-, con este aparato se pueden ver los jonrones de Roberto Ortiz.




El beisbol era un potente reclamo para vender televisores.
A la izquierda un anuncio de Hallicrafters y a la derecha uno de CMQ-TV

EL PRIMER TELEVISOR DE MI PUEBLO
   Jesús Llanos era un gallego -gallego se les decía a todos los españoles- dueño de la mejor tienda de ropa y mercería de mi pueblo. El hombre, un tipo afable y educado, me conocía porque mi tía Delia Ginori era dependienta en su comercio. Ella me dijo que su patrón había comprado un aparato de televisión.