Erick Kaupp (al centro con camisa blanca), Gaspar Pumarejo (extremo derecha en la foto)
y otros pioneros de la televisión cubana.
Para los que vivíamos en Esperanza, lejos de la capital, la tele era sólo una quimera. Sabíamos que existía porque la prensa hablaba constantemente de ella y publicaba publicidad incitando a la gente a comprar televisores RCA Victor, Admiral, Crosley, DuMont… A mí, que no me perdía las narraciones radiales de Felo Ramírez de los juegos de mi club favorito de beisbol, el Almendares, me impactó mucho un anuncio que salió en la revista Bohemia. En la pantalla de un televisor aparecía un pelotero deslizándose en una base.
-- ¡Alabao! -pensé-, con este aparato se pueden ver los jonrones de Roberto Ortiz.
El beisbol era un potente reclamo para vender televisores.
A la izquierda un anuncio de Hallicrafters y a la derecha uno de CMQ-TV
EL PRIMER TELEVISOR DE MI PUEBLO
Jesús Llanos era un gallego -gallego se les decía a todos los españoles- dueño de la mejor tienda de ropa y mercería de mi pueblo. El hombre, un tipo afable y educado, me conocía porque mi tía Delia Ginori era dependienta en su comercio. Ella me dijo que su patrón había comprado un aparato de televisión.
La noticia de que una casa esperanceña tenía un televisor instalado en su sala se corrió rápidamente y ocurrió lo que tenía que ocurrir: en la acera, junto a la ventana del gallego que daba a la calle Maceo, se reunían cada tarde y noche un montón de fiñes y algunos mayores tratando de atisbar por los postigos, unas imágenes televisivas que apenas se distinguían. Y adivinen quién estaba allí. Pues, el mismo que viste y calza, impresionado por tener ante mis ojos un televisor de verdad, aunque fuese a varios metros de distancia.
Un día que estaba asomado mirando para dentro, apareció en la puerta el mismísimo Jesús y se dirigió a mí:
-- Eugenito, ven, entra.
No sólo me invitó a pasar sino que me puse tan reventao que me animó a que fuera por allí por las tardes, cada vez que quisiera.
Siguiendo las reglas marxistas de la división de la sociedad en clases, las hijas del gallego se sentaban en los muebles de la sala a disfrutar del invento del siglo y los niños sapos, dos o tres piojos pegados que no éramos de la familia, nos teníamos que conformar con tirarnos en el suelo. Pero esta situación, a mí no me molestaba en absoluto. A caballo regalao, no se le mira el diente.
-- No se acerquen demasiado al televisor. Dicen que es malo para la vista –nos recomendaba la señora de la casa.
EL DICHOSO VIDEO
Por entonces, debo estar hablando de principios de 1951, no había repetidores de microondas en el interior de la república. Por tanto, la débil e inestable señal nos llegaba (o no, depende) desde La Habana, fajándose la pobre durante 300 kilómetros con los impedimentos que le ponían la atmósfera y los obstáculos geográficos.
Y ahí estábamos, ilusionados, esperándola pacientemente frente a la pantalla que sólo mostraba un hormigueo. A cada rato se materializaba la magia y empezaban a entrar unas imágenes borrosas que se iban y venían. Lo primero que empezaba a captarse era el audio.
-- Ya viene, ya viene.
Mientras el sonido se hacía más fuerte, iba arribando poco a poco el video. El dichoso video que nos permitía mirar durante unos minutos a aquellos fantasmas maravillosos que, inestables, lo mismo aparecían que desaparecían.
SANDRINI, CHICHÍ O UN PLATO CON UNA PIEDRA
Quiero terminar esta pieza con un recuerdo, para mí entrañable, de mi primer tope frontal con la televisión.
Aquel día en la sala de Jesús, gracias al desarrollo tecnológico al que había llegado la humanidad, vi atónito algunas escenas de una película argentina protagonizada por el cómico Luis Sandrini y unos fragmentos del programa de un tipo con peluca canosa y grandes gafas, una especie de payaso que después supe que se llamaba El Viejito Chichí.
Pero lo que se veía no era relevante. Si hubieran mostrado una piedra colocada sobre un plato, me hubiera dado lo mismo. Lo importante, lo fascinante, lo deslumbrante era que se veía. Y eso fue suficiente para que yo me enamorara de la TV. Fue un flechazo, un arrebato de amor del bueno, una pasión tan repentina como ardiente.
-- Bueno, ya es la hora de comer, así que vamos a apagar el aparato –dijo la señora.
Salí corriendo hasta mi hogar. Mi mamá me recibió con expresión seria:
-- ¿Dónde andabas metido?
Y yo, con esa cara de tonto que pones cuando eres feliz de verdad, le dije:
-- Mami, ya sé lo que quiero hacer cuando sea mayor: voy a trabajar en la televisión.
A partir de entonces, todas las tardes a eso de las cinco, yo caía por lo del gallego. Tocaba a la puerta, miraba con aire de superioridad a los mataos que hacían grupo en la acera junto a la ventana y entraba a mi cita diaria con mi atractiva y seductora novia, la tele.
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D O C U M E N T A C I Ó N
El 22 de octubre de 1950, dos días después de la transmisión de las primeras imágenes de Unión Radio Televisión, el Maestro Eladio Secades publicó una columna que he querido añadir a continuación como un modesto homenaje a uno de los más notables cronistas cubanos de todos los tiempos.
"La escena empieza a ser característica de nuestra ciudad ante los escaparates de algunos comercios. Los transeúntes se detienen, se agolpan, se quedan ensimismados como en presencia de un fenómeno venido de otro planeta. En La Habana la televisión todavía está en período de ensayos. Se advierten señales de que no pasarán muchas semanas, ¿qué digo?, de que quizás no pasen muchos días sin que las imágenes transmitidas por el espacio y proyectadas en las pantallas de los receptores alcancen la perfección o se aproximen a ella.
En las primeras pruebas los objetos televisados y los rostros de los artistas, locutores y funcionarios de la planta precursora tiemblan, oscilan y se escurren como un postre de gelatina. Pero la emoción de las gentes en vista de algo por completo desconocido, perdona y pasa por alto esas máculas tan propias de las grandes invenciones en proceso de implantación.
Sale en el marco mágico un personaje cualquiera y los curiosos no pueden contener un murmullo de sorpresa. ¡A dónde hemos llegado!
Se refleja en el pequeño aparato colocado en la vidriera del establecimiento una camioneta con el rótulo de una firma comercial y el estupor de los circunstantes traslada a plena capital la ingenua sensación de un pedacito de aldea. ¡Parece mentira!
De todos modos, ya la televisión está ahí con lo que significa de conquista y los críticos se entregan a la labor difícil de presumir los cambios, los beneficios y los trastornos que el video provocará en las costumbres contemporaneas".
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Publicidad en la prensa cubana en diciembre de 1950.
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La empresa norteamericana Create Space / Amazon ha publicado,
en formato papel, mis dos libros "Pedraza Ginori Memorias Cubanas".
Sus páginas son un compendio de mis experiencias y mis circunstancias, vividas en el mundo de la televisión, los espectáculos, la creación musical,
la radio, la publicidad y la prensa.
Los dos volúmenes recogen, en clave autobiográfica, sucesos, “batallitas”, semblanzas, anécdotas y reflexiones personales.
El Libro 1, “Eugenito quiere televisión”, tiene 342 páginas.
El Libro 2, "Quietecito no va conmigo", 362 páginas.
Ambos están a la venta en las webs
www.createspace.com www.amazon.com www.amazon.es
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en formato papel, mis dos libros "Pedraza Ginori Memorias Cubanas".
Sus páginas son un compendio de mis experiencias y mis circunstancias, vividas en el mundo de la televisión, los espectáculos, la creación musical,
la radio, la publicidad y la prensa.
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El Libro 1, “Eugenito quiere televisión”, tiene 342 páginas.
El Libro 2, "Quietecito no va conmigo", 362 páginas.
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Gracias Yin! Siempre apprendo algo nuevo en tu blog.
ResponderEliminarsr eugenio pedraza ginori lo vi hoy por casualidad eninternet hace muchos años oia hablar de usted pues soy compañerp de carrera de su hermano eddy. por dele un abrazo en mi nombre dr justo millán enriqez guerra en durango mexico.
ResponderEliminarjustoenriquez@ gmai´l.com. mx
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