Van Van (10 de diciembre de 2000 - 26 diciembre de 2014) |
Hoy, 26 de diciembre de 2014, se nos ha muerto Van Van, nuestro perro.
Han transcurrido más de 12 horas y no hago más que llorar. Escribo con los ojos repletos de lágrimas. A ver si escribiendo se atenúa la angustia y puedo tranquilizarme.
Uno de ustedes podría reprocharme:
-- Pero, ¿qué es eso, Yin? Los hombres no lloran y menos por una mascota.
Debe ser alguien a quien no se le ha apagado entre sus manos un ser tan extraordinario, tan cariñoso, vital, inteligente y entrañable como este Van Van que hoy viernes ha dejado de jadear para siempre, agotado por la enfermedad, dejando un vacío enorme en nuestro piso y un pena inaguantable en el corazón de Loly, en el de nuestro hijo Sandi y en el mío.
Durante mi infancia en la villareña Esperanza, mi madre, apasionada del orden y la limpieza, jamás me dejó tener un perro.
-- ¡Ni lo pienses! –me dijo cuando le pedí a los Reyes Magos que me trajeran uno-. Lo ensucian todo, orinan y cagan dondequiera, sueltan pelos, se comen los muebles y los zapatos, se suben al sofá, muerden al vecino, ladran por cualquier cosa… y si son hembras paren continuamente…
Después levanté el vuelo hacia La Habana prometedora de los años 50 donde los animales de compañía estaban rigurosamente prohibidos en las casas de huéspedes que fueron mis moradas. Los acontecimientos me fueron llevando de aquí para allá y me acostumbré a vivir sin perro. Llegué a convencerme de que, tal y como afirmaba mi madre, eran una jodienda.
Cuando Loly Buján y yo nos empatamos, allá por 1969, en su hogar no vivía ningún Tribilín aunque el recuerdo del que había habido años atrás estaba muy presente. Ella siempre quiso que tuviésemos un perro y yo me excusaba en nuestras difíciles condiciones habitacionales para no complacerla.
En 1992 plantamos el campamento en España con la idea de que sería por poco tiempo. Cuba se debatía en medio de lo más terrible del asfixiante Período Especial y para cualquiera que tuviese un dedo de frente, “aquello” no podía durar mucho. Así que, ¿para qué adoptar un can español que habría que abandonar pronto cuando, desmoronado el régimen, regresáramos a la isla?
En 2001 ya teníamos claro que el socialismo cubano era un fracaso que no se iba a caer ni lo iban a tumbar. Así que España dejó de ser una opción pasajera para convertirse en nuestra segunda patria. Había llegado el momento de complacer a la Buján.
El 20 de enero de aquel año, abrí la puerta y le mostré a Loly un cachorrito asustado que apenas cubría la extensión de mi mano. Había nacido 40 días antes en un frío piso del casco viejo de Ourense y la dueña de su camada me lo cedió haciéndome prometerle que lo cuidaría bien. Era gallego pero me propuse que también fuese cubano, así que le puse Van Van en homenaje a la orquesta de Formell.
Desde entonces, se convirtió en el rey de nuestra casa. El que nos recibía alborozado pelota en boca cada vez que uno de nosotros entraba, el que no dormía en las madrugadas garantizando nuestro sueño, el que ahuyentaba a los vendedores indeseados, el compañero de mis largos paseos por las riberas del Barbaña y del Miño, el que se escondía para evitar que le bañáramos, el que se acostumbró a los platos cubanos (loco a los tostones), el que caminaba pegado a Loly sin tropezar jamás con la muleta, el que se subía en el sofá a dejarse acariciar mientras veíamos series, el que intentaba una y otra vez que le permitiéramos dormir en nuestra cama (y a veces lo conseguía), el apoyo cuando Loly enfermó, ése, el indispensable Van Van que llegó para formar parte eterna de nuestra pequeña familia. Cualquiera que haya tenido un perrito, sabe de qué estoy hablando.
Hoy se ha marchado. Y nos ha dejado solos, muy solos. Mientras escribo estas líneas, Sandi estará tocando la batería en alguna fiesta de Galicia pero su mente estará en ese momento de hace unas horas en que le vio cerrar los ojos por última vez. Loly, en el hospital donde se bate en duelo con su peligroso rival, no podrá dormir esta noche. Y yo, destrozado, me he puesto a redactar estas líneas que intentan dar una idea de lo que le queríamos y de lo insoportable que puede ser el dolor que sentimos.
Adiós, amigo, compañero, mi querido social. Y gracias, muchas, muchísimas gracias por estos catorce años de camaradería y de amor.
Han transcurrido más de 12 horas y no hago más que llorar. Escribo con los ojos repletos de lágrimas. A ver si escribiendo se atenúa la angustia y puedo tranquilizarme.
Uno de ustedes podría reprocharme:
-- Pero, ¿qué es eso, Yin? Los hombres no lloran y menos por una mascota.
Debe ser alguien a quien no se le ha apagado entre sus manos un ser tan extraordinario, tan cariñoso, vital, inteligente y entrañable como este Van Van que hoy viernes ha dejado de jadear para siempre, agotado por la enfermedad, dejando un vacío enorme en nuestro piso y un pena inaguantable en el corazón de Loly, en el de nuestro hijo Sandi y en el mío.
Durante mi infancia en la villareña Esperanza, mi madre, apasionada del orden y la limpieza, jamás me dejó tener un perro.
-- ¡Ni lo pienses! –me dijo cuando le pedí a los Reyes Magos que me trajeran uno-. Lo ensucian todo, orinan y cagan dondequiera, sueltan pelos, se comen los muebles y los zapatos, se suben al sofá, muerden al vecino, ladran por cualquier cosa… y si son hembras paren continuamente…
Después levanté el vuelo hacia La Habana prometedora de los años 50 donde los animales de compañía estaban rigurosamente prohibidos en las casas de huéspedes que fueron mis moradas. Los acontecimientos me fueron llevando de aquí para allá y me acostumbré a vivir sin perro. Llegué a convencerme de que, tal y como afirmaba mi madre, eran una jodienda.
Cuando Loly Buján y yo nos empatamos, allá por 1969, en su hogar no vivía ningún Tribilín aunque el recuerdo del que había habido años atrás estaba muy presente. Ella siempre quiso que tuviésemos un perro y yo me excusaba en nuestras difíciles condiciones habitacionales para no complacerla.
En 1992 plantamos el campamento en España con la idea de que sería por poco tiempo. Cuba se debatía en medio de lo más terrible del asfixiante Período Especial y para cualquiera que tuviese un dedo de frente, “aquello” no podía durar mucho. Así que, ¿para qué adoptar un can español que habría que abandonar pronto cuando, desmoronado el régimen, regresáramos a la isla?
En 2001 ya teníamos claro que el socialismo cubano era un fracaso que no se iba a caer ni lo iban a tumbar. Así que España dejó de ser una opción pasajera para convertirse en nuestra segunda patria. Había llegado el momento de complacer a la Buján.
El 20 de enero de aquel año, abrí la puerta y le mostré a Loly un cachorrito asustado que apenas cubría la extensión de mi mano. Había nacido 40 días antes en un frío piso del casco viejo de Ourense y la dueña de su camada me lo cedió haciéndome prometerle que lo cuidaría bien. Era gallego pero me propuse que también fuese cubano, así que le puse Van Van en homenaje a la orquesta de Formell.
Desde entonces, se convirtió en el rey de nuestra casa. El que nos recibía alborozado pelota en boca cada vez que uno de nosotros entraba, el que no dormía en las madrugadas garantizando nuestro sueño, el que ahuyentaba a los vendedores indeseados, el compañero de mis largos paseos por las riberas del Barbaña y del Miño, el que se escondía para evitar que le bañáramos, el que se acostumbró a los platos cubanos (loco a los tostones), el que caminaba pegado a Loly sin tropezar jamás con la muleta, el que se subía en el sofá a dejarse acariciar mientras veíamos series, el que intentaba una y otra vez que le permitiéramos dormir en nuestra cama (y a veces lo conseguía), el apoyo cuando Loly enfermó, ése, el indispensable Van Van que llegó para formar parte eterna de nuestra pequeña familia. Cualquiera que haya tenido un perrito, sabe de qué estoy hablando.
Hoy se ha marchado. Y nos ha dejado solos, muy solos. Mientras escribo estas líneas, Sandi estará tocando la batería en alguna fiesta de Galicia pero su mente estará en ese momento de hace unas horas en que le vio cerrar los ojos por última vez. Loly, en el hospital donde se bate en duelo con su peligroso rival, no podrá dormir esta noche. Y yo, destrozado, me he puesto a redactar estas líneas que intentan dar una idea de lo que le queríamos y de lo insoportable que puede ser el dolor que sentimos.
Adiós, amigo, compañero, mi querido social. Y gracias, muchas, muchísimas gracias por estos catorce años de camaradería y de amor.
Van Van y Yin Pedraza Ginori Aquí estamos en video, Van Van y yo jugando. Pulsen el enlace para que vean lo gran fildeador que era: VAN VAN Y YIN - SEPTIEMBRE DE 2012
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Señor, un abrazo, siento muchísimo que esté pasando por situaciones tan difíciles y sus pérdidas irreparables; de verdad que lo siento y mucho. No sé, no quiero molestarle. En circunstancias como estas uno se queda vacío ante tanta tristeza y se hace evidente aun más la impotencia que genera. Perdóneme por dejar este mensaje aquí, otros. Si alguna vez quiere, necesita, hablar, descargar con alguien y no encuentra salida…, en fin, nosotros vivimos en Granada, Andalucía. Mi correo-e es raulciro@gmail.com y el fijo de casa el 958 302412. Por favor, no tome a mal mi ofrecimiento, es sincero y sano. Cuídese mucho. Otro abrazo y suerte, amigo. Sea fuerte.
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