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miércoles, 22 de abril de 2020

NO ME COJAN PAL TRAJÍN CON LOS CHINOS

  Las redes sociales son territorio comanche en plena batalla, donde si uno no anda muy a la viva termina atravesado por una flecha de un indio o por una bala del fusil de un colono americano. Desde que la pandemia que nos lleva de la mano y corriendo y nos tiene trancaos, mirando por las persianas para ese afuera peligroso donde está el bicho, se desató en Wuhan, una ciudad que ni sabíamos que existía a pesar de que tiene más de once millones de habitantes, hay una pila de gente apuntada a una corriente racista y xenófoba que les echa la culpa a los chinos de lo que está pasando.
  He visto llamarle repetidamente “el virus chino” a una enfermedad que, como todas, no tiene nacionalidad y ataca en todas partes. He sabido de personas prejuiciosas que mostraban rechazo si veían acercársele a alguien con ojos rasgados. Me han llegado proposiciones para boicotear los productos “made in China”. De todo ha habido y sigue habiendo. Y no hay que ser muy listo para notar que dicha corriente está alentada por los gobernantes occidentales (no solo Trump, que conste) y por grandes intereses económicos que, da la casualidad, compiten con China por el control del mercado internacional.
  A mí no me cojan para ese trajín, ese pitcher me ha lanzado una bola fulastre y no le voy a tirar. Una cosa es que un narra, siguiendo una costumbre milenaria, se comiera un murciélago o un pangolín y el virus aprovechara la oportunidad para saltarse la cadena biológica y aterrizar en un ser humano, otra cosa es que pensemos que el gobierno tiránico de Pekín haya manejado malísimamente mal la cosa, haya ocultado las cifras que mostraban el tamaño del problema (conducta que, por cierto, han seguido todos los gobiernos) y otra, bien distinta, es que culpemos a un obrero que vive en Shanghai y a una chinita que trabaja como guía turística en la Gran Muralla de las miles de muertes que se han producido en todo el mundo.


  Conmigo que no cuenten para despreciar a nadie por haber nacido en un sitio o en otro. Los chinos son personas iguales a todas las demás, iguales a los noruegos, a los kazajos, a los chilenos, a los neoyorquinos y a los nacidos en Guamuta. Entre ellos hay gente buena y gente mala, hijoeputas y solidarios, delincuentes y excelentes ciudadanos. Y meterlos a todos en el mismo saco, además de ser una injusticia del tamaño del Empire State, es una posición típica de alguien cuyo criterio evidencia que tiene un zapato tenis en el lugar de la masa cerebral.
  A mis 81 años y medio cumplidos, estoy muy viejo, he visto mucho, he sufrido demasiados intentos de meterme en la mente esta o aquella ideología y ahora que vivo en mi noveno inning no voy a caer en actitudes que, en el fondo, esconden un racismo puro y duro.
  Nadie, absolutamente nadie, por mucho poder e influencia que tenga, por muchos argumentos que esgrima, va a lograr que yo discrimine a los chinos en general, por el solo hecho de ser chinos. Todos los que he conocido, desde los bodegueros de mi pueblo cuando yo era niño hasta los dependientes de las tiendas de variedades que pululan en la ciudad española donde vivo, me han parecido gente decente, bien educada, que hace su trabajo sin formar lío, ni molestar a los demás. Tienen sus tradiciones, su forma particular de vivir, que no coinciden con las mías. Pero eso, en vez de desprecio, solo me produce admiración y respeto. Como admiración y respeto me causan que una nación que a mediados del siglo XX (prácticamente anteayer) arrastraba un pesado fardo de subdesarrollo elevado a la máxima potencia, una insoportable herencia de feudalismo, invasiones y dictadura comunista, un pueblo considerado como uno de los más atrasados del planeta, supo aprovechar la oportunidad que le dieron de abrirse y superarse y en solo 50 años, trabajando duro y sacrificándose, elevó de manera increíble su nivel de vida, desarrolló una enorme industria manufacturera y se convirtió en la segunda potencia mundial, pisándoles los talones a los americanos.
   Ese gran salto adelante que ha habido en China, que a mí me causa perplejidad y buen rollo, les ha caído como una patada en los huevos a los grandes gallos multinacionales que dominaban el corral. No soportan que haya aparecido un gallito kikirikí que les dijo “abre que voy, cuidao con los callos” y que deban compartir con él el pastel de los beneficios del sistema capitalista mundial. Y como ven a los chinos como enemigos, la aparición de la pandemia en Wujan les ha servido en bandeja de oro la oportunidad de promover el rencor y hasta el odio contra ellos, agitando toda clase de teorías conspiranoicas.
  En estos momentos, finales de abril de 2020, no existe constatación científica de que el virus haya sido creado en un laboratorio chino o de que su propagación obedezca a una campaña planificada para eliminar excedentes de población o dominar el mundo. De lo que sí hay evidencia es de que cuando los narras vieron la magnitud de lo que se les venía encima, cerraron fronteras, acuartelaron a su gente, confinaron zonas donde viven millones de personas y en dos meses cortaron la propagación de la epidemia y controlaron la situación.

  Cuando todo esto pase y se pueda acceder a informaciones confirmadas y contrastadas, cuando las teorías conspiranoicas se demuestren ciertas con cifras y datos, entonces, cuadraremos el asunto. En esos momentos, con razones encima de la mesa, culparemos al gobierno chino de esto o de aquello y se le podrán exigir responsabilidades. Pero, ojo, al gobierno y solo al gobierno. Los millones de chinos de a pie que hoy andan con tapabocas, tan acojonados como nosotros, y las decenas de miles que se murieron allí por el coronavirus, no se merecen ni nuestro desprecio, ni una sola expresión de racismo.
  Así que apelo a aquellos que andan con el cerebro lavado, haciéndole el juego a quién sabe quién, apuntados a la onda antichina, a que no me manden más mensajitos, ni memes, ni videítos sobre el tema. Ya lo dije arriba: a mí no me cojan para ese trajín.


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  PD: Pongo la teja antes de que caiga la gotera con este aviso final a quienes se puedan haber equivocado al leer lo que he escrito en esta publicación. Estoy absolutamente en contra del régimen dictatorial impuesto por el Partido Comunista Chino, con su pena de muerte, su represión a los disidentes y su absoluta falta de respeto por los derechos humanos.

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