CAPÍTULO 7: LA SEÑORITA DECENTE Y EL FLACO DEL BIGOTICO
Conectaron enseguida. Ella se
guardó en su corazoncito las miradas de él y él se metió en un bolsillo las de
ella. Y se fueron aquel día de allí con la seguridad de que había chispazo
mutuo. En los anocheceres siguientes Moncha regresó al parque animada por la
esperanza de topárselo otra vez. Y se volvieron a ver, de lejos.
Quino averiguó donde vivía la gorda y se dedicó a rondar la casa del
clan, a pasar despacito por la acera de enfrente para que ella, sentada en el
portal, supiera de su interés.
Poco después comenzaron a encontrarse. A ratos cortos, ocultándose en la
negrura cómplice conque la noche cubría el callejoncito que daba al muro
trasero de las Miguélez.
Él se implicó en el asunto. Nada mejor que un suegro acomodado para
alcanzar su sueño de abandonar el ambiente orillero que fue su entorno de
siempre. Le inventó el tupe de que era un viajante que se había mudado a
Carajillo a causa de negocios. A ella le apantalló el estilo tan peculiar en el
que se expresaba, tan de forastero, soltando aquí y allá algunas frases
rebuscadas llenas de florituras.
Joaquín le pintó la lejana Habana donde creció y le llenó la cabeza de
pajaritos con las maravillas que algún día verían juntos allá: los majestuosos
trasatlánticos haciendo su entrada triunfal en la bahía, el cañonazo que
disparaban cada noche a las nueve en punto desde el Castillo del Morro, los
tranvías movidos por electricidad, los grandes anuncios lumínicos frente al
Parque Central, las atractivas carrozas y comparsas del Carnaval, las bien
montadas zarzuelas que se representaban en el Teatro Nacional...
A Moncha le encantaba oírle hablar de su amistad con el senador Orestes
Ferrara, el magnate Pepe Gómez-Mena y otras prominentes figuras públicas
nacionales y de la noche en que cenó en un banquete en el Hotel Sevilla
Biltmore sentado entre dos estrellas de Hollywood: Douglas Fairbanks y Mary Pickford.
─Habían venido a Cuba a disfrutar de unos días de vacaciones. Conversamos
mucho.
─¿Y en qué idioma hablaste con ellos?
─En inglés, claro.
─¿Tú sabes inglés?
─Bueno, no lo domino al cien por ciento, pero lo mastico tanto como para
entenderlo y que se me entienda.
CAPÍTULO 30: MADAME BOVARY
En una semana Moncha, que echaba de menos su antigua afición a la
literatura rosa, se enganchó a los numerosos melodramas lacrimógenos difundidos
por la RHC Cadena Azul y el Circuito CMQ, patrocinados por empresas que querían
poner mansitas a las mujeres para así venderles sus productos.Sin dejar de coser, lavar o cocinar, seguía las peripecias y amoríos de los personajes radiales. Sumergirse en sus mundos resultaba una magnífica forma de olvidar el gris entorno en que transcurría su existencia.
Aquello se convirtió en un vicio. Cuando las dos plantas emitían dramas en los mismos horarios, ella iba moviendo el dial de una a otra para que no se le perdiese ni un cachito de ambos argumentos.
El Zenith, al que Moncha le confeccionó una cubierta de guarandol, revolucionó la vida en La Choza. Sonaba todo el día. Por él Basurita se enteraba de lo que ocurría en la política nacional y en las batallas de la Segunda Guerra Mundial donde rusos y americanos, los buenos, se enfrentaban con alemanes y japoneses, los malos.
En la RHC los boletines tenían un sello sensacionalista que a él no le gustaba. Empezaban con una escandalosa sirena y gritos de «¡Última hora! ¡Última hora!» y terminaban siempre con una voz alterada que prometía «¡Seguiremos informando!».
Porque lo consideraba más serio, Quino prefería el sosegado Noticiero CMQ cuyo tema musical era un zapateo cubano. En esa estación las cápsulas de noticias estaban a cargo de «El Reporter Esso, el primero con las últimas».
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