CAPÍTULO 40: MIEDITIS GALOPANTE
─Mire, lo primero que debe saber
es que la suya es una situación natural. A edades tempranas los menores se
acobardan por esto y lo otro, ya sabe: la oscuridad, El Diablo, las
inyecciones, los rayos y los truenos...
─Es que lo mío es grave. Me dan flojera esas y muchas más cosas.
─Ya sé, ya sé, enfermarse, las heridas...
─Además, las hormigas bravas y las avispas, los albinos porque traen
mala suerte, cualquier dolor por chiquito que sea, el aceite de ricino, los
perros grandes, el fuego, las hemorragias, los corrientazos eléctricos,
médicos, enfermeras, borrachos, locos y asesinos, caer preso, mi mamá cuando se enfurece...
─Hasta ahora todo dentro de lo normal. Nada que no desaparezca con el
transcurrir del tiempo.
─¿Sigo?
─Sí, continúe, por favor.
─También temo que se abra la tierra y me trague, llegar a viejo, no
llegar a viejo, quedarme ciego, mudo, sordo o manco de los dos brazos, que me
secuestre un indigente en su saco, que un caballo me patee, que un ciclón haga
volar mi casa, que un león se escape del circo y me coma, que no pueda despertarme
y me quede dormido para siempre, que me caiga encima la luna llena...
Reclinado en su butacón de alto espaldar, el científico jugaría con la
pluma Parker de oro que sostendría entre el pulgar y el índice. Con mirada
penetrante escrutaría cada uno de los gestos de su paciente, cada una de sus palabras.
─...tener que fajarme al puño con otro niño, que se me acerque una
pareja de la Guardia Rural montada en sus caballos gigantes, jugar en el muro
del Elevado, que Cuba se vuelva nazi, perderme y que no me hallen, que el mundo
se acabe, que se me llene el cuerpo de verrugas, que mis padres me expulsen de
casa y tenga que convertirme en vagabundo, ver a un cerdo cuando lo sacrifican
a puñaladas, que me bese una princesa y me convierta en sapo, que se me caigan
los dientes, que pasen aviones arrojando bombas, las personas con temblores o
desmayos, los niños con labios leporinos...
CAPÍTULO 49: DRAGONES DOMADOS
Telaraña, al parecer el cabecilla de la pandillita, se sentó junto a él.
Le ofreció un apetecible trozo que había pelado a dentelladas.─ No, gracias.
─¿No te gusta chupar cañas?
─Sí, pero..., es que si me mancho la ropa, mi madre...
Le miró como si Jaimito fuese un marciano y le atropelló con su sabiduría de chama callejero:
─Si el problema es ese, cómetela sin mancharte y ya está.
Él se atrevió, mordió la fibra y empezó a gozar del dulce jugo.
─¿Por qué no te subes y das el paseo con nosotros?
─¿Adónde van?
─Cerquita, hasta la otra terminal.Allí hace una parada.
─¿Y si me caigo?
─¿Por qué ibas a caerte? Agárrate.
─No, no.
─Bueno, entonces métete en el coche y saca la cabeza por la ventanilla.
─¿Y si me descubre el conductor?
─¿Qué te puede hacer? Regañarte lo único.
─No quiero. Si en mi casa se enteran...
─No se van a enterar. Anda, vamos, no seas rajao.
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