Traductor

Páginas vistas

viernes, 6 de diciembre de 2019

MÁS VIEJA QUE ANDAR A PIE

    Desde que el mundo es mundo, todo medio de comunicación se ha regido por su línea editorial, un protocolo de actuación que establece dar a conocer lo que le conviene a su dueño y evitar o manipular hechos u opiniones que considere nocivos para sus intereses. Cuentan que ya en “El Diario del Paraíso Terrenal”, el jefe de redacción (que era el mismísimo Dios) prohibió publicar un artículo escrito por la serpiente en el que esta contradecía la versión oficial del incidente de la manzana y se defendía de las acusaciones que la acusaban de perversa incitadora del pecado original.
    Si en algún lugar han reinado los vetos ha sido en la prensa de la llamada revolución cubana. Especialmente en el Instituto de Radio y Televisión, organismo que tiene el objetivo de divulgar las políticas y orientaciones del régimen y, si acaso queda tiempo, hacer programas de entretenimiento, siempre que sigan a rajatabla la línea editorial que se condensa en la mítica frase del difunto Quientúsabes: “Dentro de la revolú, todo; fuera de la revolú, nadita de nada”.
    En mis años de guionista y director de TV Cubana fui víctima y testigo de infinidad de prohibiciones que se justificaban con las más disímiles razones, la mayoría voluntaristas y absurdas. Cualquier cosa podía ser ejemplo de diversionismo ideológico y, por tanto, servir al enemigo. Desde la música de jazz hasta los pelos largos de los cantantes, desde la orientación sexual de un artista hasta un sketch que criticara la exigua oferta de una cafetería.
    Pero este bozal a la tele no comenzó cuando la revolución planchó a los magnates Mestre, a Pumarejo y a Barletta y se adueñó de las pequeñas pantallas o cuando, años después, se creó el ICRT. Desde su nacimiento en 1950, en pleno capitalismo, la censura campaba a sus anchas.


    Los grandes anunciantes tenían establecidos “tabúes” en sus programas. En un espacio de Sabatés estaba prohibido mencionar la palabra “candado” y en uno de Crusellas no se podía decir “llave”. Candado y Llave eran marcas rivales de jabones. En un programa del Canal 4 se emitió un anuncio del ron Bacardí con la exclamación guajira “¡Pica, gallo!”, lo que provocó una queja del copatrocinador, el arroz Jonchí. Este alegó que la frase podía recordar a los televidentes la existencia de su competidor: el arroz Gallo.

    Goar Mestre prohibió en su CMQ TV los ombligos al aire de las bailarinas, los escotes provocativos y los besos apasionados. Afirmaba: “No acepto cosas que mis hijos no puedan ver”. Lo cual era una explicación bastante discutible porque los crímenes violentos estaban a la orden del día en sus programas y noticieros.


    En esta información, publicada en la sección Tele-Radiolandia de la revista Bohemia allá por 1956, se puede leer lo que le ocurrió al actor Enrique Santisteban cuando se dejó crecer un chivo y apareció con él en los anuncios que hacía en el programa “Jueves de Partagás”.




    Conclusión: Doña Censura es más vieja que andar a pie.

   :::::::::::::::::::::::::::::::::::::

No hay comentarios:

Publicar un comentario