GIROVAGANDO
Andábamos por 1966. Si eras empleado de la casa, como yo lo era, podías entrar y salir de los edificios de la TV Cubana sin dificultad alguna. No era necesario siquiera mostrar un carné.
Los artistas e invitados que participaban en los programas –incluso sus acompañantes-, pasaban sin problemas a los estudios, simplemente diciéndoles al miliciano de la entrada algo tan simple como “Buenas tardes, voy a Música y Estrellas”.
En las puertas de P y 23, Mazón y San Miguel, Radiocentro y el Focsa no existían aún las inflexibles listas de seguridad que años después convertirían a las instalaciones del ICRT en fortalezas inaccesibles para quienes no aparecieran en ellas.
Mi situación personal de entonces -vivía solo-, me permitía moverme a mi antojo. Con frecuencia aprovechaba mi tiempo libre para asistir a los ensayos y transmisiones de los musicales. Porque me gustaba el ambiente desenfadado que se respiraba en ellos y porque siempre se aprendía algo viendo trabajar a maestros como Manolo Rifat, Joaquín M. Condall, Amaury Pérez y Ernesto Casas.
Ahora que podía, andaba constantemente merodeando –“girovagando” se decía- por los estudios, cabinas, camerinos y pasillos. Además, éstos eran sitios ideales para establecer contactos con artistas y técnicos.
Andábamos por 1966. Si eras empleado de la casa, como yo lo era, podías entrar y salir de los edificios de la TV Cubana sin dificultad alguna. No era necesario siquiera mostrar un carné.
Los artistas e invitados que participaban en los programas –incluso sus acompañantes-, pasaban sin problemas a los estudios, simplemente diciéndoles al miliciano de la entrada algo tan simple como “Buenas tardes, voy a Música y Estrellas”.
En las puertas de P y 23, Mazón y San Miguel, Radiocentro y el Focsa no existían aún las inflexibles listas de seguridad que años después convertirían a las instalaciones del ICRT en fortalezas inaccesibles para quienes no aparecieran en ellas.
Mi situación personal de entonces -vivía solo-, me permitía moverme a mi antojo. Con frecuencia aprovechaba mi tiempo libre para asistir a los ensayos y transmisiones de los musicales. Porque me gustaba el ambiente desenfadado que se respiraba en ellos y porque siempre se aprendía algo viendo trabajar a maestros como Manolo Rifat, Joaquín M. Condall, Amaury Pérez y Ernesto Casas.
Ahora que podía, andaba constantemente merodeando –“girovagando” se decía- por los estudios, cabinas, camerinos y pasillos. Además, éstos eran sitios ideales para establecer contactos con artistas y técnicos.