Una noche desapacible del invierno de 1965, me senté en una banqueta de la barra de un chiringuito de Varadero y le pregunté al camarero qué tenía para comer.
-- Sopa de sustancia –me respondió.
-- ¿De sustancia?
-- Sí, eso mismo.
-- ¿Y se puede saber cuál es el meollo de esa sustancia? ¿Pollo, carne, pescado…?
-- Sopa de sustancia –me respondió.
-- ¿De sustancia?
-- Sí, eso mismo.
-- ¿Y se puede saber cuál es el meollo de esa sustancia? ¿Pollo, carne, pescado…?
-- Mire, compañero, mejor no averigüe. Tómese la sopa, que está calientica y, con el fricandó que está haciendo, seguro que le va a caer bien.
En la edición de marzo de 1967 de la revista Cuba Internacional apareció publicado un reportaje que escribí sobre la “Guajira guantanamera” y su autor Joseíto Fernández.Lo dividí en dos partes. En la primera, que titulé “La guantanamera, la vuelta al mundo en 33 revoluciones”, intenté reflejar el fenómeno que había llevado a que dicho tema musical se convirtiera en popular en numerosos países.
En la segunda, trascribí una entrevista que le hice cuyo título era el lema de su orquesta -“Joseíto Fernández: decencia y cumplimiento”-. A través de ella, el lector podría acercarse a la historia y a la personalidad de esta singular figura de nuestra música popular.
La dirección de la revista me dijo que aquello no podía tener dos títulos –nunca entendí por qué- y optó por el primero.
Para mi sorpresa, casi nada fue lo que hallé cuando me puse a buscar documentación sobre la repercusión que había alcanzado “La guantanamera” en aquellos primeros tres o cuatro años de su triunfal carrera fuera de las fronteras de Cuba.
Yo quería encontrar datos y cifras que le dieran enjundia e interés al escrito. Por ejemplo: nombres de cantantes y grupos que la habían interpretado, cuantas versiones se habían grabado en el extranjero, cantidad de discos que se habían vendido, en qué países había estado en primeros puestos del hit parade, etc.
Pero ni en el Consejo Nacional de Cultura, ni en la Biblioteca Nacional, ni en las oficinas que se ocupaban de gestionar los derechos de los compositores, encontré materiales que me sirvieran.
La poca info que utilicé, la tomé de una revista –publicada en España, si mal no recuerdo- de aquellas que no se vendían en los kioskos pero circulaban de mano en mano y de un par de artículos que habían aparecido en la prensa cubana que achacaban el éxito internacional de "La guantanamera" a razones ideológicas, de simpatía por la revolución, obviando a propósito el hecho de que se debía más bien a factores comerciales, de la dinámica propia de la industria discográfica, que en ocasiones halla una mina de oro en una melodía pegajosa y la convierte en un hit mundial. Así había ocurrido con "La bamba", "Tequila", "Oye como va", "Cerezo rosa" y otras, cada una con decenas de grabaciones por diferentes artistas.
Increíblemente, el propio Joseíto sabía muy poco, sólo generalidades, sobre lo que estaba pasando en el exterior de la isla con su guajira.
Así que tuve que extraer cocacola del desierto, disfrazando los datos para que parecieran más y mejores de lo que eran.
A mí no me gustó entonces la primera parte del reportaje. Ni me gusta ahora. Su principal defecto es que, como a la sopa de mi anécdota, le falta meollo y le sobra sustancia.
Si algún valor tiene el escrito, es su segunda parte. En ella reflejé el testimonio que me dio Joseíto Fernández, tal y cómo me lo contó un mediodía en la sala de su casa de la calle Gervasio, meciéndose en un sillón y dando cuenta de un enorme tabaco.