A quien intente convertir la música cubana
en un juguete de sus intereses,
le espera el fracaso.
Inscripción aparecida en una de las paredes de las cuevas de Altamira.
Se supone que la grabó allí un hombre de Neardental.
O sea, que se trata de una verdad
que ya era conocida en el Paleolítico Superior.
Y sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX,
hubo gente que la ignoró
y pretendió pasársela por el forro.
Y, como era de esperar, se escachó.
Es lícito y comprensible que un artista defienda sus ideas a través de su obra. Lo que no es de recibo es que tape bocas o conspire para que otros no se expresen o desarrollen su creatividad.
¿Alguien se imagina a Ñico Saquito, Miguel Matamoros y Arsenio Rodríguez urdiendo un chanchullo para borrar del mapa musical cubano a Ernesto Lecuona por no ser un sonero?
ABRE QUE VOY
Cuando escribo este texto, a 41 años de la fundación del Movimiento de la Nueva Trova y a casi 28 del momento en que se disolvió como institución para integrarse en la Asociación Hermanos Saíz, circulan por Internet una serie de artículos y documentos laudatorios dedicados a realzar el aporte que el MNT hizo a la cultura cubana, categorizando a éste como una especie de sol maravilloso que llegó para iluminarla y enriquecerla. Al mismo tiempo, los autores de dichos textos evitan, cuidadosa y sistemáticamente, mencionar las manchas que tuvo dicho sol.
Al leer esos materiales, he llegado a preguntarme "¿estarán hablando de la misma nueva trova que yo conocí? ¿Habrá existido más de una?
Por causas generacionales y circunstanciales, me tocó ser testigo directo del novatrovismo. Por causas profesionales, de cierta manera, lo sufrí. Así que me he sentido tentado a decir algo al respecto, a recordar cosas que ocurrieron y que no es correcto que se oculten o se olviden.
Abre que voy, cuidao con los callos.