PREÁMBULO NECESARIO
Antes de todo, debo aclarar que a mediados de 1974, a mis 35 años, aunque no era ni había sido antes militante del Partido Comunista ni tenía cargo alguno en las Milicias, los CDR o el sindicato, yo era un simpatizante convencido de la revolución cubana. Aunque veía ciertos comportamientos, actitudes y cabronadas que me inspiraban rechazo porque no me cuadraba la lista (lo que pregonaba el periódico) con el billete (lo que hacían los que mandaban), todavía estaba en esa etapa en que uno quería pensar que todo lo negativo se debía a que una casta de aprovechados, burócratas y mediocres se había sabido aprovechar de la revolución en su beneficio. Esa etapa en que pensaba que la deriva evidente por la que transitaba el proceso, se podía revertir.
Yo entonces creía en la revolución. En su posibilidad de regeneración, en sus principios humanistas, en sus objetivos de justicia para todos, en un sistema socialista en el que las personas tuvieran garantizados la sanidad, la educación, la vivienda, el trabajo, la seguridad social y las oportunidades de desarrollar sus capacidades y aptitudes hasta el máximo posible.
Esta premisa, “creo en la revolución y en que se puede salvar”, válida para mí en aquel tiempo, resulta fundamental para situar en su contexto lo que leerán a continuación.
UNB PITCHER EXPLOTA Y ENTRA OTRO COMO RELEVO
Era 1974. Después de varios años, me parece que fueron siete, de “gobierno” de Jorge “Papito” Serguera (1) y sus compañeros de aventuras, al fin había llegado un nuevo presidente a hacerse cargo del Instituto Cubano de Radiodifusión (2).
Se llamaba Nivaldo Herrera y se corrió por los pasillos que venía, enviado por las más altas instancias del partido, a poner orden y a encarrilar las cosas –que andaban bastante desviadas- en nuestro organismo.
A mí me causó buena impresión cuando le vi y oí por primera vez, por las cosas que dijo en un discurso que nos disparó a la masa, en el que habló del importante papel que la radio y la televisión debían desempeñar en la nueva sociedad que se estaba construyendo, por sus llamados a colaborar y a discutir abiertamente los problemas y por su promesa de establecer una nueva forma de relación entre dirigentes y dirigidos.
El ICR ardía de expectación por saber por dónde irían los tiros, cuáles serían las reformas, qué lanzamientos traía en su repertorio el nuevo pitcher que nos habían mandado desde arriba para relevar al que había explotado.
Antes de todo, debo aclarar que a mediados de 1974, a mis 35 años, aunque no era ni había sido antes militante del Partido Comunista ni tenía cargo alguno en las Milicias, los CDR o el sindicato, yo era un simpatizante convencido de la revolución cubana. Aunque veía ciertos comportamientos, actitudes y cabronadas que me inspiraban rechazo porque no me cuadraba la lista (lo que pregonaba el periódico) con el billete (lo que hacían los que mandaban), todavía estaba en esa etapa en que uno quería pensar que todo lo negativo se debía a que una casta de aprovechados, burócratas y mediocres se había sabido aprovechar de la revolución en su beneficio. Esa etapa en que pensaba que la deriva evidente por la que transitaba el proceso, se podía revertir.
Yo entonces creía en la revolución. En su posibilidad de regeneración, en sus principios humanistas, en sus objetivos de justicia para todos, en un sistema socialista en el que las personas tuvieran garantizados la sanidad, la educación, la vivienda, el trabajo, la seguridad social y las oportunidades de desarrollar sus capacidades y aptitudes hasta el máximo posible.
Esta premisa, “creo en la revolución y en que se puede salvar”, válida para mí en aquel tiempo, resulta fundamental para situar en su contexto lo que leerán a continuación.
UNB PITCHER EXPLOTA Y ENTRA OTRO COMO RELEVO
Era 1974. Después de varios años, me parece que fueron siete, de “gobierno” de Jorge “Papito” Serguera (1) y sus compañeros de aventuras, al fin había llegado un nuevo presidente a hacerse cargo del Instituto Cubano de Radiodifusión (2).
Se llamaba Nivaldo Herrera y se corrió por los pasillos que venía, enviado por las más altas instancias del partido, a poner orden y a encarrilar las cosas –que andaban bastante desviadas- en nuestro organismo.
A mí me causó buena impresión cuando le vi y oí por primera vez, por las cosas que dijo en un discurso que nos disparó a la masa, en el que habló del importante papel que la radio y la televisión debían desempeñar en la nueva sociedad que se estaba construyendo, por sus llamados a colaborar y a discutir abiertamente los problemas y por su promesa de establecer una nueva forma de relación entre dirigentes y dirigidos.
El ICR ardía de expectación por saber por dónde irían los tiros, cuáles serían las reformas, qué lanzamientos traía en su repertorio el nuevo pitcher que nos habían mandado desde arriba para relevar al que había explotado.