RECUERDOS VÍVIDOS, BORROSOS Y OLVIDADOS
Me van a tener que disculpar. Han pasado casi 48 años desde octubre de 1966 y en todo ese largo período le he ido metiendo muchas, muchísimas imágenes, situaciones y sensaciones al disco duro que tengo en mi cabeza. Y como mi memoria no es una computadora con archivos bien clasificados, ordenados y listos para ser abiertos sino un revoltillo atiborrado de recuerdos, algunos vívidos (con acento en la primera i), otros borrosos y la mayoría (¡que contrasentido!) olvidados, pues resulta imposible que me acuerde de todo con la claridad y la responsabilidad que exige escribir este blog.
Así que, a veces, como en este caso, hay partes de la historia que no cuento porque la memoria que conservo de ellas es confusa o simplemente se ha desvanecido.
EL AÑO JUGOSO
Aquel 66 fue un año jugoso para mí. Terminé el curso de Formación de Directores de TV ofrecido por el Instituto Cubano de Radiodifusión, firmé mi primer contrato con el ICR, creé, escribí y dirigí un programa de variedades de TV Cubana en prime time (“Un millón de lunes”), publiqué mi primer reportaje en la revista Cuba (“Salón Mambí de Tropicana”), compuse las primeras canciones mías que trascendieron (“Mía la felicidad” y “La gran aventura”) y tuve mi primer gran éxito en teatro (“Un peso de música”, en el Mella).
Pero aún quedó tiempo y energía para escribir y dirigir un espectáculo que considero muy importante porque demostró –a mí y a los demás- que ya estaba lo suficientemente maduro para abordar eventos artísticos complejos, de envergadura. O sea, que el guajirito esperanceño que una década antes había llegado a la capital para encontrar su sitio ya no solamente quería sino que podía meterse en camisas de once varas.
BORN TO BE A STAR
Desde que comenzó su carrera, a principios de los 60, se fue destacando en la farándula cubana una chica que lo tenía todo para triunfar. Nacida en 1944 en el seno de una familia acomodada, desde niña compaginó su formación académica, que culminó en la Universidad de La Habana, con una buena preparación en disciplinas como el canto, la música, el baile, los idiomas... para las cuales tenía habilidad natural, de fábrica.
Se llamaba Georgia Gálvez. Su agradable voz de mezzosoprano se movía sin dificultad aparente lo mismo en los agudos del género lírico que en los registros centrales de la canción popular. Tocaba el piano y la guitarra. Se desenvolvía aceptablemente como actriz. Tenía conocimientos de danza clásica y moderna, lo que le permitía bailar y moverse con soltura en el escenario. Hablaba inglés y francés.
Si a lo anterior, que no es poco, le añadimos que su rostro era precioso, su figura grácil, su simpatía nada forzada y que demostraba talento, inteligencia, buen gusto y chispa, ya me aceptarán que estábamos en presencia de una artista destinada a convertirse en estrella más pronto que tarde.
EL CURRÍCULUM
Como integrante fundadora de la compañía Teatro Lírico Nacional de Cuba con sede en el habanero teatro García Lorca, actuó en zarzuelas, operetas y óperas. Entre ellas: “Luisa Fernanda” (que protagonizó), “La princesa de las czardas”, "Los gavilanes", "La viuda alegre", "El conde de Luxemburgo" y "María la O". En Televisión Cubana hizo “Las bodas de Fígaro”, de Mozart.
En el 63 había grabado un long play en la EGREM. Y era figura habitual en los musicales de la tele.
En el 65 fue una de las figuras centrales del espectáculo “Gran Music Hall de Cuba” que el empresario Bruno Coquatrix llevó al teatro Olympia de París y después el Consejo Nacional de Cultura hizo girar por la RDA, Polonia y la URSS.
¿Qué quiero decir con todo lo anterior? Pues que en 1966, con solo 22 años de edad, ya Georgia había pisado fuerte y tenía carrera de la cual presumir. Mientras que yo era un principiante, un novato con todo por demostrar.
GEORGIA MEETS YIN
No recuerdo cuando nos conocimos. Puede haber sido en alguno de los programas de Manolo Rifat en los que yo era el asistente del director. Quizás alguien le habló de mí poniéndome la buena ya que yo había dirigido un par de cosas que habían sonado. De todas maneras, apostar por mí para llevar las riendas de su espectáculo, en que ella se jugaba mucho, fue un riesgo notable que asumió. Así que agréguenle a su currículum una dosis de valentía y arrojo.
En el primer párrafo de esta pieza hablé de lo estropeada que anda mi memoria. Por tanto no recuerdo de quién surgió el proyecto de que la Gálvez protagonizara un gran show unipersonal en el que el público pudiera verla en todas sus facetas.
Es probable que fuese idea suya, es posible que se me ocurriese a mí. Y hasta cabe la opción de que la iniciativa surgiese de la dirección del Teatro Musical de La Habana, muy activa en aquellos tiempos.
La cosa es que una tarde nos vimos en su casa del Vedado –vivía en la calle 28 (¿o en 30?), cerca de la avenida 23-, me explicó que quería hacer un recital muy variado, conversamos largo rato confrontando conceptos, hablamos de un posible repertorio y empezamos una aventura teatral que terminó por llamarse “Un mundo para amar” para aprovechar el tirón publicitario que podía tener el título de una de los éxitos que la identificaban ante el público.
Me van a tener que disculpar. Han pasado casi 48 años desde octubre de 1966 y en todo ese largo período le he ido metiendo muchas, muchísimas imágenes, situaciones y sensaciones al disco duro que tengo en mi cabeza. Y como mi memoria no es una computadora con archivos bien clasificados, ordenados y listos para ser abiertos sino un revoltillo atiborrado de recuerdos, algunos vívidos (con acento en la primera i), otros borrosos y la mayoría (¡que contrasentido!) olvidados, pues resulta imposible que me acuerde de todo con la claridad y la responsabilidad que exige escribir este blog.
Así que, a veces, como en este caso, hay partes de la historia que no cuento porque la memoria que conservo de ellas es confusa o simplemente se ha desvanecido.
EL AÑO JUGOSO
Aquel 66 fue un año jugoso para mí. Terminé el curso de Formación de Directores de TV ofrecido por el Instituto Cubano de Radiodifusión, firmé mi primer contrato con el ICR, creé, escribí y dirigí un programa de variedades de TV Cubana en prime time (“Un millón de lunes”), publiqué mi primer reportaje en la revista Cuba (“Salón Mambí de Tropicana”), compuse las primeras canciones mías que trascendieron (“Mía la felicidad” y “La gran aventura”) y tuve mi primer gran éxito en teatro (“Un peso de música”, en el Mella).
Pero aún quedó tiempo y energía para escribir y dirigir un espectáculo que considero muy importante porque demostró –a mí y a los demás- que ya estaba lo suficientemente maduro para abordar eventos artísticos complejos, de envergadura. O sea, que el guajirito esperanceño que una década antes había llegado a la capital para encontrar su sitio ya no solamente quería sino que podía meterse en camisas de once varas.
BORN TO BE A STAR
Desde que comenzó su carrera, a principios de los 60, se fue destacando en la farándula cubana una chica que lo tenía todo para triunfar. Nacida en 1944 en el seno de una familia acomodada, desde niña compaginó su formación académica, que culminó en la Universidad de La Habana, con una buena preparación en disciplinas como el canto, la música, el baile, los idiomas... para las cuales tenía habilidad natural, de fábrica.
Georgia Gálvez en los años 60 |
Si a lo anterior, que no es poco, le añadimos que su rostro era precioso, su figura grácil, su simpatía nada forzada y que demostraba talento, inteligencia, buen gusto y chispa, ya me aceptarán que estábamos en presencia de una artista destinada a convertirse en estrella más pronto que tarde.
EL CURRÍCULUM
Como integrante fundadora de la compañía Teatro Lírico Nacional de Cuba con sede en el habanero teatro García Lorca, actuó en zarzuelas, operetas y óperas. Entre ellas: “Luisa Fernanda” (que protagonizó), “La princesa de las czardas”, "Los gavilanes", "La viuda alegre", "El conde de Luxemburgo" y "María la O". En Televisión Cubana hizo “Las bodas de Fígaro”, de Mozart.
En el 63 había grabado un long play en la EGREM. Y era figura habitual en los musicales de la tele.
En el 65 fue una de las figuras centrales del espectáculo “Gran Music Hall de Cuba” que el empresario Bruno Coquatrix llevó al teatro Olympia de París y después el Consejo Nacional de Cultura hizo girar por la RDA, Polonia y la URSS.
¿Qué quiero decir con todo lo anterior? Pues que en 1966, con solo 22 años de edad, ya Georgia había pisado fuerte y tenía carrera de la cual presumir. Mientras que yo era un principiante, un novato con todo por demostrar.
GEORGIA MEETS YIN
No recuerdo cuando nos conocimos. Puede haber sido en alguno de los programas de Manolo Rifat en los que yo era el asistente del director. Quizás alguien le habló de mí poniéndome la buena ya que yo había dirigido un par de cosas que habían sonado. De todas maneras, apostar por mí para llevar las riendas de su espectáculo, en que ella se jugaba mucho, fue un riesgo notable que asumió. Así que agréguenle a su currículum una dosis de valentía y arrojo.
En el primer párrafo de esta pieza hablé de lo estropeada que anda mi memoria. Por tanto no recuerdo de quién surgió el proyecto de que la Gálvez protagonizara un gran show unipersonal en el que el público pudiera verla en todas sus facetas.
Es probable que fuese idea suya, es posible que se me ocurriese a mí. Y hasta cabe la opción de que la iniciativa surgiese de la dirección del Teatro Musical de La Habana, muy activa en aquellos tiempos.
La cosa es que una tarde nos vimos en su casa del Vedado –vivía en la calle 28 (¿o en 30?), cerca de la avenida 23-, me explicó que quería hacer un recital muy variado, conversamos largo rato confrontando conceptos, hablamos de un posible repertorio y empezamos una aventura teatral que terminó por llamarse “Un mundo para amar” para aprovechar el tirón publicitario que podía tener el título de una de los éxitos que la identificaban ante el público.