Estampa I: LA HABANA DE NIÑO
LA GRAN CAPITAL Y SU TRAJÍN
Debo haber tenido ocho o nueve años. Vivíamos en Esperanza. Mi padre, transportista, tenía que viajar por asuntos de trabajo y me preguntó:
-- ¿Quieres ir conmigo a La Habana?
Nos alojamos en un hotel cercano al Parque de la Fraternidad. La parte nada confiable de mi memoria me dice que radicaba en la calle Industria, recuerdo unas aceras enormes con árboles. Tenía un ascensor de hierro que manejaba un señor y, ¡oh, maravilla del progreso!, me llevaba arriba y abajo sin tener que usar las escaleras. Del hotel pafuera dabas un paso y te encontrabas inmerso en la gran urbe que ya en la decada de 1940 era una de las joyas de América.
Aquella primera vez que me asomé a la gran capital de la república y a su trajín resultó una experiencia fascinante para el niño nacido y criado en un pueblo de campo que era yo. Fueron unos días maravillosos, que viví como montado en una alucinación, absolutamente deslumbrado, feliz. No me alcanzaban los ojos para ver de sopetón tantos edificios, tanto tráfico de transeúntes, máquinas y guaguas, tantos anuncios lumínicos bonitos, tantas cosas nuevas...