CAPÍTULO 4: LA TERCERA DE DOÑO Y MAYÍA
Antes de acostarse a
dormir, las Villazón tenían que arrodillarse junto a sus camas y largar lo que
la matriarca del clan llamaba «las oraciones
básicas»:
─Padre Nuestro que
estás en los cielos...
─Dios te salve,
María, llena eres de gracia...
─Creo en el perdón
de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.
─Gloria al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos, Amén.
Allí dentro no se
podía banalizar la religión. Una vez Pacha se burló del exceso de peso de su
hermana:
─Dios te salve,
Monchita, llena eres de grasa.
Y su madre la obligó
a repetir cada una de las plegarias diez veces durante diez noches.
─¿Ustedes no han
leído la Biblia? ─les preguntó un día una amiga.
─No, nunca
─respondió Mayía─. Eso no hace falta para ser una buena católica. El Padre
Calaza dice que es un libro propio de protestantes, que si una se pone a leerlo
termina apartándose de la verdadera fe, la de Jesucristo.
CAPÍTULO 29: EL RATONCITO MIGUEL
Da la cabrona casualidad de que la isla de Cuba se halla
justo en medio de la ruta preferida por esos fenómenos grandiosos y
devastadores que arrasan con la quinta y con los mangos. Cada año, entre julio
y noviembre, a la atmósfera se le revuelve el estómago vaya usted a saber por
qué y vomita meteoros en el mar Caribe. Por suerte, durante la corta vida de
Mito ninguno había pasado por el pueblo así que él no los había sufrido, pero
les temía por lo que se comentaba de ellos.
Decían que la
ventolera arrancaba de cuajo árboles y edificios y se los llevaba en las tripas
de su remolino a dar vueltas por el firmamento. Y que llovía tanto tanto que
los ríos desbordados y furiosos abandonaban sus cauces e iban en busca de
gente, vacas y caballos para que se ahogaran en las inundaciones y apareciesen
días más tarde, a leguas de distancia, con las barrigas infladas y las cuencas
de los ojos vacías.
Circulaba una
historia que impresionó al chico. La de un violento ciclón que se plantó en
Pinar del Río y no se movió de allí en una semana, el muy condenado. Cuando se
marchó, no dejó casa en pie ni pinareño vivo. Sus ráfagas batieron con tal
furia que todas las palmas reales del Valle de Viñales, desenterradas,
atravesaron el mar y fueron a caerles encima a los mexicanos de Yucatán.
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