En los programas musicales de los años 60
y 70 de la televisión cubana, los presentadores ─generalmente un él y una ella─
aparecían con un gran empaque, muy elegantes y sonrientes, poniéndose
trascendentales para recitar textos caducados que les escribían guionistas poco
imaginativos, aferrados a las frases hechas.
─ Nos honra esta noche con su presencia...
─ Recibamos con un fuerte aplauso a...
─ ...tras su gira por los países amigos, donde ha puesto muy en alto el
nombre de Cuba.
─ Nuestro
programa se llena de orgullo...
─ ...que
nos trae un tema de su propia inspiración.
─ Una
bella página de nuestro acervo musical que lleva por título…
En “Juntos a las 9 / A la hora del cañonazo”, que yo
escribía y dirigía, prohibí terminantemente esas presentaciones que olían a
naftalina.
En una ocasión, con intención de satirizar un tópico que se usaba
mucho, aproveché que Miguel Ángel Piña había estado presentándose en un país socialista
(Bulgaria, si mal no recuerdo) y en la clásica entrevista que le hicimos a su
regreso a La Habana, Héctor Fraga afirmó que el cantante había puesto en alto
el nombre de Cuba. Miguel Ángel, siguiendo el guión, le rectificó diciendo “yo
no he puesto en alto nada, yo fui a actuar y actué, eso fue todo”.
Un dirigente de la TV Cubana, censor revolucionario,
entendió aquello como una menosprecio a la patria, una ofensa en toda regla. Y quería
sancionar al cantante. Tuve que aclararle que la idea había sido mía, que yo
era el responsable y que Miguel simplemente había dicho lo que establecía el libreto.
Entonces, la descarga la tuve que soportar yo.
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